120 años de resistencia contra el invasor norteamericano
El diccionario define “resistencia” como la “acción con la que una persona, animal, cosa u organismo resiste o tiene capacidad de resistir”, es decir, de “mantenerse firme o en oposición”.
Sabemos que Puerto Rico ha sido y es objeto de una acción colonizadora de parte del gobierno estadounidense por los últimos 120 años, y que esta operación ha tenido el propósito de explotar, dominar y sojuzgar la isla, en las esferas administrativas, militares y económicas. Durante más de un siglo nuestro país se ha visto privado de la capacidad de desarrollar una política económica autosustentable y y de crear proyectos que respondan a su realidad histórico-geográfica, debido a que opera bajo el brazo impositivo de un sistema imperialista. Esta relación de dependencia y mendicidad, a su vez, genera en la psiquis colectiva un sentimiento de minusvalía, entre otros síntomas, conocido como el síndrome del colonizado. Franz Fannon ha estudiado ampliamente este fenómeno. Sin embargo, frente al insulto a nuestra cultura, a nuestra idiosincrasia y a nuestro lenguaje, los puertorriqueños hemos desarrollado, también durante 120 años, actitudes y conductas de resistencia. Nada más basta con advertir aquello que nos hace puertorriqueños –y no norteamericanos-. Nótese el sabor de nuestra música y nuestros bailes, el gusto de nuestra gastronomía, la expresión de nuestros afectos, los valores familiares y nuestra generosidad como pueblo. Somos, que no lo dude nadie, un país con personalidad propia. Y al ser quienes somos, demostramos una capacidad extraordinaria de resistencia.
La resistencia es tan abarcadora como poderosa. Posee tantos rostros como caras tienen las acciones colonizadoras. Eso pensé mientras advertía algunas iniciativas que se han desarrollado alrededor del mundo en los últimos años.
En la República Centroafricana, por ejemplo, un grupo de jóvenes denominados ‘Animadores de la Biblioteca de la Calle”, asumió la tarea de combatir la ignorancia en la que el sistema opresor mantenía a los niños y niñas de un sector empobrecido. Sencillamente, los privaban de asistir a la escuela.
Con sus mochilas a cuesta repletas de libros y otros materiales educativos, los “animadores” parecieron obedecer la consigna de “si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma”. Así, se ocuparon de llevar la escuela a estos niños.
“El trabajo más importante es desarmar las conciencias”, dijo uno de estos “animadores”.
Se refería, al menos eso entendí yo, a inculcar en ellos algo más pertinente y más duradero que aprender a sumar y restar. Desarmar la conciencia significa ayudarlos a desaprender los sentimientos de menosprecio. Significa también sembrar en estos niños y niñas los principios de valoración que les permitirán, en un futuro, combatir el maltrato y la injusticia, venga de quien venga, y luchar por una vida digna. Significa también que ellos asuman el derecho a la educación.
Los “Animadores de la biblioteca de la calle”, a través de su misión educadora y pacífica, realizan una labor de resistencia ante la dominación “pasiva” que sufren sectores de una población desfavorecida.
Existen otros proyectos de resistencia que me han inspirado. Se trata de un grupo de mujeres romaníes y no romaníes llamado “El club de las madres”. Este singular club de madres desafió la condición de pobreza y la historia de apatía y menosprecio del gobierno hacia su comunidad. Vivían en el Edificio no. 38, frente a un Viejo Nogal, en un barrio pobre en Bucarest. El edificio estaba desecho, infestado de ratones, desprovisto de seguridad o limpieza. Tal vez se piensa que los pobres merecen vivir en condiciones críticas. Este grupo de vecinas, sin embargo,optó por no aceptar la miseria. Las mujeres se organizaron. Recabaron recursos para limpiar y habilitar sus viviendas de modo que se convirtieran en lugares amables para vivir. Su resistencia consistió en rehusar la apatía de las autoridades gubernamentales. Tampoco consintieron el prejuicio de ser una clase social sin derecho a una vida digna.
Imagino que en el corazón de estas mujeres alguien sembró una semilla de respeto a sí mismas. Imagino que la conciencia de la propia valía, de la igualdad en el sentido fundamental de la vida, tenía raíces hondas. Así, insuflaron a otras mujeres y otros hombres la urgencia de sacudirse de la indigencia. No todos sintieron el llamado, como suele suceder. Unos trabajaron con mayor sentido de sacrificio personal, como también suele ocurrir. Al final, sin embargo, todos experimentaron la satisfacción de lograr para sí mismos un ambiente favorable para vivir.
“El club de madres” me recuerda a la “Comunidad del barrio Mariana”, en nuestro Humacao. Conscientes de la condición de dependencia económica y psicológica de los puertorriqueños hacia los gobiernos federales y estatales, esta comunidad construye proyectos encaminados a lograr mayor autonomía económica y sustentabilidad energética y agrícola. Ellos no son los únicos. La debacle causada por los huracanes Irma y María provocó que muchos puertorriqueños, lejos de sentarse a llorar ante las pérdidas y la carestía en las ayudas económicas, se reinventaran.
Existen grupos que se han organizado de manera solidaria para impulsar proyectos de autogestión con el fin de suplir necesidades del pueblo sin la necesidad de depender de la provisión del gobierno. Estos colectivos han iniciado programas en el campo educativo, agrícola, artístico y empresarial, entre otros. Constituyen maneras de resistir; en este caso, negarse a aceptar el sistema de dependencia y el ciclo de empobrecimiento que ello genera.
La última historia de resistencia que quiero contarles se trata de un “Taller de canto” que se creó en Francia hace ocho años. Sus componentes, contrario a lo esperado, no son hombres y mujeres con voces privilegiadas. Nada que ver. El “Taller de canto” está compuesto por hombres y mujeres de diferentes ámbitos de la sociedad, que se reúnen con el propósito de crear un “vínculo armonioso” entre quienes cantan. La labor creativa de Jean Gabriel, su director, consiste en inventar ejercicios de confianza y de solidaridad entre los integrantes.
Uno de ellos dijo lo siguiente: “Cantar nos permite lavar nuestras preocupaciones, nos escuchamos unos a otros para unirnos en un mismo ritmo y apoyarnos mutuamente en las pequeñas deficiencias vocales”.
¡Qué distinta manera de relacionarnos! Me pareció un ejercicio hermoso de resistencia ante el individualismo; una práctica para combatir el culto al ego y a la competencia, y para fomentar la colaboración y la solidaridad.
Y es que a fin de cuentas, todas las historias de colonización se nutren de un sentimiento agrio de superioridad de unos ante otros. Los vemos en las relaciones de familia, en las relaciones laborales, sociales y, en una escala macro, en las relaciones entre los países.
Ana Belén Montes había acunado una semilla de resistencia ante las intervenciones criminales del gobierno estadounidense en países de Latinoamérica y en Cuba. Resistió con el principio de la solidaridad y el respeto entre las naciones. Creo que nadie sabe exactamente cómo ni cuándo Ana Belén abrió las puertas de su conciencia al derecho a la autodeterminación de los pueblos, al derecho a construir sistemas de gobiernos propios y de seleccionar sus propios líderes.
Lo cierto es que Ana Belén pareció adherirse a estos principios con la misma fuerza que tuvieron las mujeres del “Club de las madres”; los animadores de la “Biblioteca de la calle”, o Jean Gabriel y su taller de canto. Ana Belén desafió una política de profunda hostilidad del gobierno de Estados Unidos hacia el pueblo cubano. Resistió la idea de la dominación de unos pueblos poderosos sobre otros, y apostó a los principios de solidaridad y cooperación entre las naciones.
Ana Belén necesitó, para comenzar, “desarmar” su conciencia. Necesitó articular un compromiso inalterable con los principios de respeto, dignidad e igualdad entre los seres humanos. Necesitó vestirse de incalculable valor. Y desde allí, desde su conciencia limpia y clara, desde el amor hacia los pueblos agredidos, escogió solidarizarse con los desfavorecidos. Su resistencia implicó el sacrificio inmenso de su propia libertad y su vida.
Muchas gracias.
• Mensaje pronunciado en Aibonito durante el evento que conmemoró los 120 años de Resistencia del pueblo puertorriqueño ante las políticas colonialistas del imperio estadounidense. La autora da agradecimiento especial a Edgardo Pratts y compañeros organizadores.