Aguafiestas
“La fiesta no perdona al aguafiestas.”
-Mario Benedetti
La sensación de que la derrota electoral del PNP constituye una “victoria del pueblo” es comprensible. En un análisis postelectoral publicado en la edición del 20 de noviembre de 2012 del semanario Claridad, el amigo Carlos Gallisá resume el paso de la Administración Fortuño por el país, de la siguiente manera:
El gobierno de Luis Fortuño, sin exagerar, es el peor gobierno que ha tenido Puerto Rico en su historia. Además de su entrega al gran capital y la corrupción rampante haciendo millonarios con el dinero público a decenas de amigos y protegidos, hizo uso del poder gubernamental para perseguir y abusar de instituciones y personas por motivaciones ideológicas en unos casos y por puras vendettas personales en otros. En el plano económico el saldo del fortuñato es más pobreza, más desempleo y más dependencia. Terminó el cuatrienio con 649 mil beneficiarios del PAN o cupones de alimento, cerca de 120 mil más que en 2008, un 45% de nuestra gente viviendo bajo niveles de pobreza, un 29% con ingresos menores de $10 mil, una pérdida de cerca de 100 mil empleos bajo su gobernación y una distribución de la riqueza que más que injusta es una afrenta cuando el 20% más rico se lleva el 55% de ingreso y el 20% más pobre recibe sólo el 1.77%. A lo anterior hay que añadir las actitudes y acciones antipuertorriqueñas del gobierno y sus dirigentes con su menosprecio por nuestra cultura, nuestro idioma y por todo lo que signifique fortalecer nuestra identidad nacional. Las expresiones abiertas de racismo por personajes destacados de su colectividad fueron avaladas con el silencio y la inacción de los dirigentes partidarios. Igual ocurrió con la corrupción durante todo el cuatrienio.
Coincidimos en pensar que la derrota de un gobierno así, es beneficiosa para el país. Ese gobierno merecía ser derrotado. No obstante, cuando examinamos de cerca el resultado electoral, se desvanece nuestro regocijo.
La desilusión no tiene que ver con falta de confianza en los compromisos del PPD de reparar el daño infligido por el PNP a la institucionalidad del país, y a la calidad de vida de la clase media y trabajadora. Todavía es muy temprano para emitir juicio al respecto, y sería festinado pretender hacerlo. Personalmente encuentro alentadoras varias de las posturas asumidas hasta el momento por el Gobernador electo, principalmente al mantenerse firme en la necesidad de reformar la Legislatura.
¿Qué es entonces lo que nos perturba? Nos perturba el hecho de que esa Administración PNP corrupta, incompetente, prepotente y abusiva que nos dio lo que, no sin falta de fundamentos, algunos consideran como el peor gobierno que haya tenido Puerto Rico en su historia; estuvo a punto de ganar de nuevo las elecciones.
A pesar de su insensibilidad, autoritarismo y clasismo, Fortuño obtuvo 876,473 votos, en comparación con los 889,444 obtenidos por García Padilla. Al respecto, debemos cuestionarnos cómo es posible que después del país haber experimentado lo que significó ese gobierno PNP durante el pasado cuatrienio, Fortuño perdió las elecciones solamente por unos 12,000 votos; esto es, por sólo siete décimas del uno por ciento. Además, su Comisionado Residente revalidó, y los actuales presidentes de Cámara y Senado fueron los aspirantes que mayor número de votos obtuvieron como candidatos por acumulación para esos cuerpos legislativos.
¡Paren la Música! Pensémoslo bien. Un electorado que suma 876,473 personas votó para reelegir a Fortuño. 876,473 electores y electoras pensaron que el país estaba en buenas manos, o por lo menos en las que ellos preferían. 876,473 votantes no se sintieron victimizadas por los despidos de sobre 25,000 empleados públicos, ni por el asalto a las instituciones del país, ni por el atropello contra el estudiantado universitario. 876,473 votantes que se sintieron cómodos con el desempeño de la Legislatura más torcida de los últimos tiempos y sus evidentes vínculos con el bajo mundo. A 876,473 personas que no le molestó la repartición de contratos entre los amigos cercanos del Gobernador, ni la privatización de las autopistas y el aeropuerto. A 876,473 votantes no les preocupó que se comprometiera la integridad ecológica de la región central, del corredor ecológico del noreste o la inutilización de los mejores terrenos agrícolas del país. Hubo 876,473 votantes a quienes no les resultó repulsiva la ideología clasista “such is life”, ni racista, ni homofóbica, ni antinacional de la cúpula del PNP. 876,473 personas que no se sintieron afectadas por el descalabro en el sistema educativo del país, o los recortes presupuestarios a la Universidad de Puerto Rico. 876,473 votantes que aparentemente no se sintieron amenazados por los inauditos niveles históricos de alza en las estadísticas criminales y de desigualdad social, o de bajas en la tasa de participación laboral.
¿Quiénes componen ese electorado? Advirtamos que esos 876,473 ciudadanas y ciudadanos resultan ser unos 50,000 electores más que los 824,195 que votaron por la estadidad; por lo que no podemos simplemente explicar su comportamiento como un voto ideológico por la estadidad. Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que en su inmensa mayoría no deben ser riquitos, ni blanquitos, ni gringuitos, ni amigos del Gobernador. ¿Qué intereses mueven a ese electorado a apoyar ese tipo de gobierno? ¿Se trata de una población totalmente manipulable por la propaganda o víctima de algún tipo de lobotomía colectiva? ¿O se trata de un gigantesco ejército de lúmpenes1 producto de nuestra economía improductiva? ¿Son ciudadanos y ciudadanas que han internalizado irremediablemente el complejo de docilidad e inferioridad colonial?2 ¿Son ciudadanos que han entrado en dinámicas jaibas de dependencia clientelista con el PNP?3
Entonces, ¿cómo aspirar a recomponer ligeramente este país con un número tan alto de votantes comprometidos ciegamente con lo peor de la política puertorriqueña? ¿Cómo lidiar con una cantidad tan alta de electores y electoras con ideales torcidos, en lo que a los mejores intereses colectivos del pueblo trabajador se refiere? ¿Cómo promover una alternativa de país con un sector tan amplio en conflicto con su identidad nacional y sumisos ante ideologías elitistas? ¿Cómo impedir que esos 876,473 electores y electoras constituyan una retranca a cualquier intento de mover al país a que asuma políticas de avanzada? ¿Cómo promover políticas de alianza con un PPD que le “debe” su débil triunfo a los varios votos de la izquierda que haló al final del camino, si esos otros 876,473 votantes casi lo derrotan? ¿Cómo esperar que García Padilla se sienta más comprometido con el voto de la izquierda que logró obtener graciosamente; que amedrentado por ese voto de derecha que no logró mover? ¿Cómo esperar que el PPD los ignore?
Visto de ese modo el futuro es espeluznante. Por eso, vale acabar el festejo y comenzar a estudiar la composición de ese electorado y su particular forma de entender y practicar la política; nos parece una tarea urgente para cualquiera que aspire a contribuir a que nuestro país evolucione a formas más democráticas y equitativas de organización sociopolítica. Que ese electorado se quedó corto por unos 12,000 votos de imponernos nuevamente al PNP en la gobernación, no creo que deba ser motivo de gran celebración; sino de honda preocupación.
Muchos compañeros y compañeras han planteado que el resultado de las elecciones tuvo el efecto positivo de demostrar que el PPD solo puede crecer moviéndose hacia la izquierda, como sucedió con la elección de la nueva alcaldesa de San Juan. Pero el caso de Carmen Yulín Cruz, quien honesta y abiertamente desde un principio estableció una verdadera política de alianzas y recibió el apoyo organizado e institucional de varios sectores; es muy distinto del oportuno puente que a última hora tendió Alejandro a los sectores soberanistas, puertorriqueñistas y de izquierda. Ya veremos cuál resulta ser la verdadera importancia relativa que el PPD le adscribirá a ese voto de izquierda, obtenido gratuitamente, y predicado en el miedo a esa enorme fuerza electoral de la derecha recalcitrante del país.
Al comentar estos asuntos con un amigo, me llamó “aguafiestas”. Quizá lo sea. No creo que la derrota momentánea del PNP, a base del apoyo de votantes de izquierda al PPD, merezca tanta celebración y algarabía. El PNP permanece como un proyecto fuerte con una enorme base electoral, a pesar de representar el colmo de todos los males y vicios de la política. Ello, especialmente cuando el PIP les asistió para conseguir el premio de consolación de una victoria de la estadidad en el plebiscito. De otro lado, tampoco es momento de celebrar sacando de proporciones la importancia del voto de las izquierdas para el PPD. Para estos, seguiremos siendo fuerzas dispersas y sin un verdadero agarre organizativo fuera del PPD, y mucho menos dentro de este. ¿Quién le pasará la cuenta a los Populares por el apoyo de los electores de izquierda? ¿Los amigos José Luis Méndez y Vance Thomas? ¿Con qué estructura cuenta para ello?
Nadie aspira a ser aguafiestas. No se trata de una vocación simpática. Según el diccionario, un aguafiestas es una persona que turba cualquier diversión o regocijo. La expresión describe el sentimiento que experimentan quienes disfrutan al aire libre, cuando les cae un aguacero que pone fin a la diversión. En inglés, la expresión es especialmente gráfica: un aguafiestas es un party pooper, literalmente un cagafiestas. Pero no se trata de ver el vaso medio vacío, sino de reconocer que el agua que contiene no es suficiente para cruzar el desierto. Ser aguafiestas no implica ser un jodido malaleche pesimista. Mas bien es cuestión de estar dispuesto a importunar a quienes en su embriaguez, olvidan que al otro día la vida continúa como de costumbre, y habrá que levantarse a trabajar; para lo que en nada ayuda, la resaca.
- La palabra es una simplificación del término en alemán, «lumpenproletariat», acuñado por Karl Marx y Friedrich Engels en su trabajo «La ideología alemana» en el 1845. Conceptualmente, se trata de sectores marginados de la producción y sin conciencia de clase como trabajadores. Marx sostenía que estos constituían un sector reaccionario que se acomodaba a su situación de marginalización, incurriendo de ordinario en conductas antisociales y delictivas. Según la teoría marxista, dada su carencia de conciencia de clase, estos no expresan compromiso social, siendo sus intereses puramente individualistas; ideología que se deriva del instinto de supervivencia al que los mueve su existencia paupérrima, y su carencia de aspiraciones. Para Marx, son tan o más enemigos del proletariado que la propia burguesía. En el Manifiesto del Partido Comunista Marx y Engels señalan que: “El lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad, puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras”. [↩]
- Véase nuestro artículo en la edición del 6 de julio de 2012, titulado “Nuestro síndrome de país maltratado”. [↩]
- Véase nuestro artículo en la edición del 7 de septiembre de 2012, titulado “Balompié, jaibería y democracia”. [↩]