Darwin, homosexualidad y patería
A mis tías Wanda y Ana
“Everybody’s got something to hide… except for me and my monkey.”
—The Beatles Charles Darwin
Lo que me guía en este escrito es un cierto convencimiento instintivo de que no es posible argumentar correctamente en contra de la homosexualidad porque no hay nada malo, incorrecto o “contra-natura” en la homosexualidad. La homosexualidad es simplemente un hecho del mundo; es un hecho de nuestro mundo que a algunas personas les atraigan sexualmente personas del mismo sexo o de genitalia semejante a la suya.
Argumentaré contra los prejuicios homofóbicos desde mis prejuicios homofílicos, no con el fin de demostrar que los nuestros son mejores prejuicios y argumentos -que lo son-, sino con el fin de demostrar que este debate no se trata de argumentos, sino de trazar una línea divisoria entre dos tipos fundamentalmente distintos de persona, entre dos disposiciones anímicas que son y existen antes de cualquier juicio, antes de cualquier argumento. En el mundo habemos los que quieren odiar, despreciar y reprimir a otros, y los que queremos amar, desear y chichar libremente. Punto y se acabó.
Por esta razón, este escrito no pretende persuadir a los “malos,” a los homofóbicos, sino demostrarle a aquellos de nosotros, que aún siendo “buenos,” siguen internamente acosados “in the back of their minds” por dudas del tipo ¿y si…?: ¿Y si los homofóbicos tienen razón? ¿Y si Dios no me quiere, no me salva y me condena? ¿Y si en realidad la homosexualidad es una aberración? ¿Y si soy un error de la naturaleza, un ser contra-natura? ¿Y si la homosexualidad es una patología? ¿Y si puede curarse? ¿Y si puedo ser normal?
Es para nosotros que escribo, para ayudar a que nuestro corazón descanse con el conocimiento de que tras todo “argumento” homofóbico hay gato encerrado, que ninguno tiene fundamento, sobre todo los de corte “científico”: la homofobia darwinista. Y que, por irónico que parezca, es en Darwin donde podemos encontrar las bases para fundamentar teóricamente una patería combativa, un movimiento queer con las herramientas conceptuales para derrotar a los representantes del odio institucionalizado.
Tipos de argumentos homofóbicos
Y a quien me quiera incinerar los versos,
argumentando un folio inmemorial…
—Silvio Rodríguez
Contra la homosexualidad se pueden esgrimir al menos dos tipos generales de argumentos: los arcaicos y los contemporáneos. De estos dos los que más llaman la atención son los segundos ya que los argumentos arcaicos, es decir, los argumentos que buscan su justificación apelando a la autoridad de algún texto religioso antiquísimo, son tan fácilmente rebatibles —al menos en el campo de las ideas— que se puede decir que argumentar contra ellos solo cumple una función lúdica. Podemos pasar horas discutiendo contra un argumento arcaico pero realmente el único argumento que hace falta es no admitir su premisa. La premisa de todo argumento religioso contra la homosexualidad es que el texto sagrado en cuestión, debido a su origen divino, es una guía fidedigna para la acción moral. Basta con negarle autoridad a dicho libro y a las creencias sobrenaturales que lo acompañan para que se caiga completamente el argumento.
En este sentido la contra-argumentación de este tipo de postura arcaica es filosóficamente trivial. Basta con no creer para que no haya argumento alguno. Con esto no quiero decir que no sea de vital importancia política luchar contra aquellos que sostienen posturas homofóbicas arcaicas, es solo que esta lucha ha de darse en el plano ético-político y no en el plano de las ideas, no en un debate racional público. Filosóficamente hablando, para argumentar religiosamente hay que abandonar el único recurso ciudadano que es requisito en cualquier discusión: el uso de la razón pública. La razón pública es la única herramienta válida para el debate de la polis porque es lo único que tenemos todos en común, el único recurso común. Las creencias religiosas son, por definición, privadas en un estado secular como el nuestro. Los argumentos de fe no conocen razones ni permiten contra argumentos. Estrictamente hablando, los argumentos arcaicos que usan la biblia o cualquier otro texto sagrado para hablar en contra de la homosexualidad, toleran un solo contra-argumento: “¡Estás loco!” Es una locura la creencia en un Dios que lo ha creado todo, desde las estrellas y los agujeros negros, hasta las más sutiles de las interacciones bioquímicas en la membrana celular, y sin embargo, aparenta dedicar (a juzgar por la importancia que sus acólitos le dan en sus discursos y activismo político) una cantidad ingente de su tiempo obsesionado con los usos y abusos del culo humano. ¿Qué le puede importar al creador de todo el universo si un hombre inserta su pene en el ano de otro hombre o si dos mujeres se besan mutuamente sus pezones? Irónicamente, ese mismo Dios obsesionado con el culo no parece tener serios problemas —a juzgar por “su palabra”— con la opresión sistemática de la mujer, con el genocidio, ni con la explotación de un ser humano por otro.
Por lo anterior me perdonarán aquellos religiosos con creencias teológicas más sofisticadas si eso de “estás loco” suena extremadamente reduccionista con relación a las complejidades y diversidad de los discursos religiosos contemporáneos. Pero tengan claro que este asunto de la homofobia religiosa se reduce realmente a esto: Si vas a afirmar que me odias, que crees que me quemaré en el infierno o que no quieres que me case o adopte niños, en fin que quieres que yo no exista, más vale que tengas una mejor razón que: “te odio porque Santa Claus me lo dijo.” (Sustitúyase “Santa Claus” por cualquier otro ser mitológico como Jehová, Alá, Brahma, et al y la conclusión tiene que ser la misma: “Están locos.”)
Es por esto que el único tipo de argumentos contra la homosexualidad que resulta interesante y merecedor de respuesta seria es el argumento contemporáneo; aquel que utiliza como su justificación algún recurso secular, ya sea el conocimiento científico, la ley y el ordenamiento jurídico, o a la moral secular; aquel que hace alguna apelación a valores seculares modernos mediante la argumentación racional y el uso de la razón pública.
Sin embargo, debemos ser cautelosos en nuestra clasificación ya que dentro de los argumentos que pueblan el tipo general de argumento contemporáneo contra la homosexualidad se cuelan, como en caballo de Troya, argumentos arcaicos. Por ejemplo, la subclase de argumento secular que apela al concepto de “familia tradicional” como fundamento de la reproducción de lo social y deduce de ello la indeseabilidad social de la legalización del matrimonio homosexual o el extender los derechos de adopción a parejas del mismo sexo, no es otra cosa que un argumento arcaico disfrazado de secularidad.1 Dejando a un lado por el momento el contexto legal que típicamente le da su sentido a estos debates, resulta evidente que este argumento se fundamenta sobre una confusión: confunde la reproducción con la sexualidad. Implica que las parejas homosexuales al no reproducirse sexualmente, no reproducen a su vez lo social o la fuerza productiva de la sociedad. Pero solo basta considerar que si para criar un niño no hay que tener relaciones sexuales de ningún tipo, y si criar es el único requisito de la reproducción de lo social,2 entonces el hecho de que quien críe sea una pareja de personas del mismo sexo o de sexo opuesto o un conjunto de personas no relacionadas por vínculos sexuales o biológicos, ni entre sí, ni con el adoptando, debería ser absolutamente inmaterial a la hora de permitir adopciones. Lo que debe ser reproducido es lo social mismo, las tradiciones y costumbres de una comunidad. Y es aquí donde está el problema con las parejas homosexuales: en su propia forma y constitución son una afrenta a la tradición de los roles sexuales y de género de nuestra sociedad. No es que las parejas gay no sean capaces de reproducir lo social como tal, que es lo que se alega públicamente, sino que lo social que está llamado a reproducir la familia “tradicional” es precisamente la heteronormatividad misma. No es que los homosexuales no sepan criar niños, sino que su propia existencia como pareja reconocida pondría en entredicho el ordenamiento social hegemónico, pone al descubierto la contingencia y arbitrariedad de nuestras tradiciones: tendría un efecto desnaturalizador de la cultura. Lo que está detrás de la resistencia a cambiar el ordenamiento jurídico respecto a las parejas homosexuales no son argumentos estrictamente hablando, sino la protección de lo que Derrida llamaba “the mystical foundation of authority”. Sería la aceptación tácita de que el mundo puede ser de otra manera.
Como argumento secular, sin embargo, estos no pasan de decir: “no se pueden casar o no puedan adoptar, porque así no acostumbramos a hacer las cosas; porque no es nuestra tradición.” Una apelación a la tradición sin más, sin presentar argumentos o evidencia de por qué respetar la tradición es más valioso o mejor que cambiarla, no es otra cosa que un argumento arcaico disfrazado. Y esa tradición arcaica, al menos en lo que respecta a las normas concernientes a la sexualidad y el género en Puerto Rico, está totalmente determinada y atravesada por la tradición judeocristiana. Tómese como ejemplo el artículo 103 —la llamada ley de sodomía— antes de que fuese recientemente (2004) enmendado, y su tipificación de actos lascivos “contra natura”. ¿Qué modelo de naturaleza utilizaba? ¿En qué conocimiento científico se basa para establecer lo natural vs lo contra-natural? Es evidente que “lo natural” tomaba su sentido de la tradición moral y, en el caso de Puerto Rico, esa tradición moral es la tradición judeocristiana. El nombre mismo del sexo anal en nuestro código civil —la sodomía— es una referencia bíblica directa. No se puede pensar la homosexualidad en nuestro ordenamiento jurídico sin pensar en la reprobación y el castigo divino, es decir, sin pensar arcaicamente.
El hecho de que la mayoría de los argumentos seculares sean reducibles a apelaciones a la tradición, y por tanto a arcaísmos, nos deja con un solo tipo de argumento contemporáneo que requiere discusión seria: aquellos que utilizan a la ciencia, y en particular a Darwin y la teoría de la evolución por selección natural, para argumentar contra la homosexualidad. La razón por la que quiero dedicar más tiempo a los argumentos homofóbicos que pretenden utilizar a Darwin es que, a diferencia de los demás argumentos, a los que un público general puede contestar con herramientas conceptuales y argumentativas que todos compartimos, los argumentos fundamentados en razones científicas gozan, por la autoridad que les confiere el propio discurso científico y por el desconocimiento generalizado sobre asuntos científicos que existe en nuestra sociedad, de una suerte de impenetrabilidad, de inmunidad a la contra-argumentación. Es por esto que son potencialmente más peligrosos y duraderos.
¿Homofobia darwinista?
“False facts are highly injurious to the progress of science, for they often long endure; but false views, if supported by some evidence, do little harm, as everyone takes a salutary pleasure in proving their falseness; and when this is done, one path toward error is closed and the road to truth is often at the same time opened.”—Charles Darwin, The Descent of Man [mis itálicas]
Los argumentos darwinistas contra la homosexualidad tienen como premisa que esta última, como fenómeno, es incompatible con la selección natural debido a que no auspicia la reproducción sexual de nuestra especie. La pregunta que debemos hacernos es, como nos invita a hacer Darwin en el epígrafe a esta sección, si se trata de un asunto de hechos o de interpretación de los hechos: de “false facts” o de “false views”. Si tomamos como los hechos del caso la existencia de ciertos comportamientos sexuales tipificados como homosexuales u homoeróticos y de ciertas personas que actúan de acuerdo a esos comportamientos, entonces los hechos del caso no están puestos en cuestión por ninguna de las partes. Tanto los homofóbicos como los homofílicos estamos de acuerdo sobre los hechos, de modo que de lo que se trata es de cómo interpretamos esos hechos a la luz de la teoría de la evolución. Propongo demostrar que se trata, en el caso de los homfóbicos, de un caso patente de “false views”. Y me dispongo a derivar saludable placer (“salutary pleasure”) en demostrar la falsedad de dicha interpretación, para que, cerrándole el paso al error, podamos abrirle el paso a otras verdades.
Tomaré un ejemplo local de este argumento. El 10 de mayo del 2012, la entonces senadora Lucy Arce, ante la noticia de que el presidente Barack Obama había apoyado públicamente el matrimonio homosexual, reaccionó de la siguiente manera:
“Soy clara, no meramente por principios que me enseñaron en casa sino… yo tengo un grado asociado en ciencias y, precisamente, si vamos a Darwin, que es el padre de la ciencia… es hombre, es mujer, femenino o masculino, si queremos dar continuidad a la creación.”—Lucy Arce
En términos de estructura retórica, el argumento de Arce es genial. Arce se distancia de la masa ignorante, de la gente que simplemente forma sus opiniones “por principios que les enseñan en casa” y podemos añadir “en la iglesia”, estableciendo el fundamento de la autoridad de su opinión en sus estudios en ciencia. Es decir, es su grado asociado en ciencia lo que le da peso a su opinión y la distingue del mero prejuicio. Ella no es cualquier hija de vecina, sino una persona educada y educada en ciencia. Su alusión a la ciencia no se queda en un reclamo general sino que invoca a Darwin, “padre de la ciencia” (¿Galileo será el abuelo de la ciencia entonces?) para justificar su postura contra el matrimonio homosexual.
Lo fascinante del argumento es el contraste entre la absoluta ignorancia que refleja sobre el darwinismo y la seriedad y convicción con que lo enuncia. Vayamos por partes: “…es hombre, es mujer, femenino o masculino, si queremos dar continuidad a la creación.” Ignoremos por el momento que al concluir esta oración con la palabra “creación” cancela, por el empleo de un término propio de la argumentación arcaica, la fuerza racional de su invocación científica y vayamos a su resumen del darwinismo. Utilizando el principio de caridad, que me invita a interpretar a mi contrincante de tal manera que maximice la racionalidad de su discurso, traduciré la oración “…es hombre, es mujer, femenino o masculino, si queremos dar continuidad a la creación” a términos más compatibles con el darwinismo. Podemos interpretarla como haciendo dos reclamos distintos pero relacionados:
#1. Que según Darwin, la continuidad de las especies depende de la diferencia sexual: hombre/mujer; masculino/femenino.
#2. Y por implicación, que aceptar el matrimonio homosexual es ir en contra de la teoría de la evolución por selección natural en la medida en que las relaciones sexuales homosexuales no producen progenie, auspiciando así la extinción de la especie (o de la “creación”, como ella le llama).
Como argumento general sobre el darwinismo el punto #1 es simple y sencillamente falso. La evolución y sobrevivencia general de las especies no depende de la diferencia sexual. Según la teoría de la evolución, las especies que se reproducen asexualmente surgieron primero y fue solo mediante procesos y presiones de la selección natural que las especies sexuadas (dimórficas o polimórficas) surgieron posteriormente. Pero no seré injusto con la ex-senadora, ya que al incluir “es hombre, es mujer” en su reclamo darwinista es obvio que se refería a la especie humana en particular. En este caso su afirmación es solo relativamente cierta. La reproducción de la especie humana, hasta hace muy poco en nuestra historia, ha dependido de la reproducción sexual por vía de relaciones sexuales entre dos individuos fértiles con genitalia dimórfica (masculina y femenina) y de la unión de un par de gametos (óvulo y espermatozoide). Pero en este punto se confunde nuevamente reproducción con sexualidad. Es perfectamente posible —y debo decir, común— que un hombre homosexual o una mujer lesbiana tengan relaciones heterosexuales con fines meramente reproductivos, así reproduciendo la especie y siendo homosexuales simultáneamente. Y esto sin entrar en cómo ha cambiado este panorama en el mundo contemporáneo gracias al desarrollo de Tecnologías de Asistencia en la Reproducción (i.e. fertilización in vitro, donación e implantación de óvulos, espermatozoides o zigotos). En sentido estricto, la reproducción de la especie humana sigue dependiendo de la producción de gametos diferenciados pero ya, al menos en muchos países desarrollados, no depende de una relación sexual y mucho menos de una relación sexual heterosexual.
Pero es el punto #2 el que más me llama la atención, pues implica una interpretación prescriptiva de la teoría de la evolución. El punto #2 parece implicar que:
a. La homosexualidad es genética o al menos es una característica heredable, pues de otro modo la selección natural no podría actuar sobre ella.
b. Y más sorprendentemente, que la homosexualidad no debería existir si la teoría de la evolución es correcta. Es decir, si la selección natural elimina todas las características de la especie que no auspicien u obstaculicen el éxito reproductivo, y la homosexualidad “por definición” obstaculiza o al menos no promueve la reproducción de la especie, esta debió haber sido eliminada naturalmente.
Dejemos para luego la discusión de si la homosexualidad es una característica heredable o no (la implicación a y analicemos la implicación b. Lo curioso y alarmante de esta última implicación es que pretende hacer un uso prescriptivo de la teoría. Pretende que sea la teoría y no el mundo quien determine qué fenómenos existen. No se percata la senadora de que no se puede usar una teoría para decirle al mundo cómo debe ser, sino que se usan las teorías para intentar explicar por qué y cómo el mundo es como es.3 No se puede usar la teoría de la evolución para argumentar que la homosexualidad no debe existir sino que, partiendo de la existencia de la homosexualidad, la teoría debe explicar cómo es posible que exista.4
Ningún hecho puede implicar una contradicción. Los hechos son los hechos; lo que sea que ocurra, por extraño que nos parezca, es lo que ocurre. Las teorías se inventan para explicar los hechos. Por ejemplo, si mañana comenzase a llover hacia arriba en vez de hacia el centro de la Tierra, no podríamos argumentar usando a la teoría general de la relatividad de Einstein en contra de dicho fenómeno. Tendríamos, obligados por los hechos, que explicar por qué ahora llueve para arriba y hacer este hecho compatible con la teoría. Lo mismo con la homosexualidad. Si hay homosexuales y creemos que la teoría de la evolución es cierta, entonces lo que queda es hacer el hecho de la homosexualidad compatible con la teoría de la evolución y viceversa.
Hacer esto no es difícil, pues aún cuando la teoría de la evolución por selección natural es complicadísima en sus detalles, es hermosamente sencilla en sus premisas generales. Opera y necesita solo tres premisas y tiempo. Dados: (i) la existencia de variaciones individuales espontáneas y azarosas en las características de los organismos de una misma especie (por ejemplo: altura, densidad ósea, color de pelo, etc.); (ii) algún principio de herencia (i.e. los genes, entre otros) para la transmisión de dichas variaciones individuales a las próximas generaciones; (iii) la limitación de los recursos necesarios para la sobrevivencia de las especies; y (iv) con tiempo suficiente para que la limitación de recursos genere una lucha por la sobrevivencia, tendremos como resultado un proceso de selección natural y por tanto: evolución. La selección natural, por su parte, no es otra cosa que una medida del éxito o fracaso reproductivo y de sobrevivencia de ciertas características (variaciones individuales), y de los organismos que las poseen, en una población y en un ambiente.
Para entender por qué la selección natural no puede ser invocada como argumento en contra de la homosexualidad tenemos que tener claro que la selección natural no descansa nunca y no deja pasar ni una característica que sea perniciosa para el organismo:
“It may be said that natural selection is daily and hourly scrutinizing, throughout the world, every variation, even the slightest; rejecting that which is bad, preserving and adding up all that is good; silently and insensibly working, whenever and wherever opportunity offers, at the improvement of each organic being in relation to its organic and inorganic conditions of life.” —Charles Darwin, Origin of Species
Es decir, si fuese cierto que la homosexualidad (partiendo por el momento de la premisa de que ésta tiene su fundamento en una característica heredable (el “gen gay”, por ejemplo)) obstaculiza la reproducción y sobrevivencia de la especie, entonces la selección natural se hubiese encargado de eliminarla. Tendríamos que concluir entonces, del hecho de la existencia de la homosexualidad y de la labor de escrutinio incesante de la selección natural que o bien la homosexualidad representa un ventaja para la reproducción y sobrevivencia del individuo y de la especie o que al menos es un elemento neutral; es decir, que no es ni ventajosa ni beneficiosa para dichos fines. Estas son las únicas tres alternativas, como puede verse en la siguiente cita del Origen de las especies:
“If such [useful variations] do occur, can we doubt (remembering that many more individuals are born than can possibly survive) that individuals having any advantage, however slight, over others, would have the best chance of surviving and of procreating their kind? On the other hand, we may feel sure that any variation in the least injurious would be rigidly destroyed. This preservation of favorable variations and the rejection of injurious variations, I call Natural Selection. Variations neither useful nor injurious would not be affected by natural selection, and would be left a fluctuating element, as perhaps we see in the species called polymorphic.” —Charles Darwin, Origin of Species [mis corchetes y mis itálicas]
Tendríamos entonces que catalogar a la homosexualidad o como ventajosa, en cuyo caso tendrían los homofóbicos darwinianos que cambiar su postura a una postura homofílica; o como neutral, en cuyo caso se cae el argumento homofóbico basado en su incompatibilidad con el darwinismo. Finalmente, quedaría la opción de plantear la homosexualidad como desventajosa, pero en este caso tendrían los homofóbicos que explicar por qué la selección natural no ha logrado deshacerse de ella ya que como vimos “cualquier variación mínimamente perniciosa sería rígidamente destruida”.
Se me ocurren al menos dos formas de llevar a cabo esta última estrategia para salvar la homofobia darwiniana. Pero para lograr argumentarlas correctamente tendrían que alejarse de su pretensión darwinista. Serían dos versiones de estrategias argumentativas homofóbicas de tipo contemporáneas que podríamos llamar post-darwinistas; que, aún requiriendo de premisas biológicas, no encontrarían su fundamento en la biología evolutiva sino en la argumentación secular. Estos son: (α.) la homosexualidad como producto de un exceso de la cultura; y (β.) la patologización de la homosexualidad.
Más allá del alcance de la selección natural: el humano como especie post-darwinista
“What is often called the struggle for existence in society […], is a contest, not for the means of existence, but for the means of enjoyment.” -Thomas Henry Huxley, Evolution and Ethics
“It has been said that the human species was an anti-physics; the expression is not really exact, because man cannot possibly contradict the given; but it is in how he takes it on that he constitutes its truth; nature only has reality for him insofar as it is taken on by his action: his own nature is no exception.” –Simone de Beauvoir, The Second Sex
Se ha argumentado que el ser humano, aun cuando es un producto de la selección natural, ya no se encuentra sometido a la misma. La razón es simple: la vida en sociedad nos cobija de la tercera premisa de la que depende la selección natural: la lucha por la sobrevivencia y por el éxito reproductivo producto del límite de recursos. No se trata de afirmar que la vida no es dura, durísima, para millones de personas, que no existe una lucha constante, pero sí es posible generalizar que, al menos en la mayoría de los países del primer mundo, y muchos de los países del tercero, esta lucha es por la posibilidad de disfrutar de una mejor vida, y no, estrictamente hablando, de una lucha por la sobrevivencia. Sin esta lucha, que tendría como consecuencia que algunos individuos muriesen antes de dejar progenie, no puede haber selección natural. Téngase en cuenta para entender esta última oración que, para efectos de la selección natural, sobrevivir no es llegar a tener 85 años, sino simple y llanamente vivir hasta la edad reproductiva y dejar progenie. En este sentido, un chamaco que muere abaleado a los 13 años habría sobrevivido en términos darwinistas si logró dejar progenie antes de ese momento.
Para que haya selección natural tiene que haber condiciones que privilegien ciertas características o aptitudes de tal modo que aquellos organismos que las posean tengan, en promedio, más éxito sobreviviendo hasta su edad reproductiva y dejando progenie, progenie que a su vez heredaría dichas características ventajosas y así sucesivamente; mientras que la mayoría de aquellos organismos que no las tengan o que posean características desventajosas para su reproducción y sobrevivencia morirían antes de reproducirse y por tanto esas características desventajosas se irían eliminando de la población. En el caso del humano en la mayoría de las sociedades contemporáneas estas condiciones no se dan. La mayoría de los humanos llega a edad reproductiva y se reproduce. Se reproducen los bellos, los fuertes, los inteligentes, pero también los feos, los débiles y los brutos. Contrastemos esto con la siguiente cita de Darwin:
“When we reflect on this struggle, we may console ourselves with the full belief, that the war of nature is not incessant, that no fear is felt, that death is generally prompt, and that the vigorous, the healthy, and the happy survive and multiply.” —Charles Darwin, Origin of Species [mis itálicas]
Los humanos son una especie post-darwinista en el sentido de que la vida en sociedad nos provee resguardo de las presiones selectivas. La medicina garantiza que los humanos diabéticos, hemofílicos, aquellos con apendicitis, infecciones, virus y una larga lista de etcéteras sobrevivan hasta su edad reproductiva. La institucionalización de la monogamia (o la poligamia con restricciones), garantiza que no habrá lucha por aparearse (lucha por los recursos reproductivos), que un solo individuo no se quedará con todos las hembras (o dicho en términos vulgares, que “casi todo el mundo chicha”) y por lo tanto casi todas las características perniciosas junto con las beneficiosas se pasan por herencia a la próxima generación. Las ciudades nos protegen de las condiciones ambientales y de los animales salvajes. Y así por el estilo estamos al resguardo de casi todas las presiones selectivas (con la excepción de nuevos virus para los que no tengamos vacunas, catástrofes naturales, calentamiento global, etc.).
Pero debe quedar claro que esta característica de la especie humana de ser una especie post-darwinista que está al resguardo de la selección natural gracias a nuestra vida en sociedad y nuestra capacidad de alterar las condiciones naturales mediante la tecnología —es decir, la inteligencia humana— es ella misma una consecuencia de la selección natural. Nuestro ser post-darwinista es producto de la selección darwinista, de modo que no nos escapamos del discurso biológico, simplemente hemos evolucionado al punto en que nuestra biología nos protege de la biología.
Partiendo de esta premisa biológica, del hecho de que somos una especie post-darwinista, podrían entonces derivarse los otros dos argumentos mencionados: la interpretación de la homosexualidad como producto de un exceso de cultura y la patologización de la homosexualidad.
Para justificar la primera de estas posturas podría argumentarse que la homosexualidad es una suerte de anomalía, lujo o exceso de la conducta sexual humana en condiciones post-darwinistas.5 Es decir, que de la homosexualidad ser heredable, esta sería una característica que surgió por variación individual luego de que el ser humano viviese en sociedad más allá del alcance de la selección natural. De este modo, esta variante de la sexualidad humana que resulta ser desventajosa para el individuo que la posea (como característica heredable), ya que no promueve su reproducción, no ha podido ser eliminada del pool genético de nuestra especie.
Parecería haber aquí una contradicción. Si la homosexualidad es una característica heredable y esta no promueve la reproducción, por post-darwinista que sea la especie humana esta característica tendería a desaparecer por sí sola, ya que si los homosexuales la poseen y ninguno de ellos se reproduce, esta desaparecería. Esta contradicción depende, sin embargo, de varias presuposiciones. Presupone que la homosexualidad se debe a una característica heredable; que los homosexuales lo son toda la vida, es decir que el deseo y la orientación sexual son categorías monolíticas y temporalmente estables y que no existen presiones sociales que llevarían a un homosexual a reproducirse heterosexualmente. La primera de las presuposiciones requiere de una comprensión reduccionista y genocentrista de la biología y de la evolución. La segunda depende de una comprensión esencialista y determinista de la sexualidad humana. Y la tercera de una ingenuidad social pasmosa.
La heredabilidad de la homosexualidad requiere que presupongamos que la homosexualidad es una característica completamente determinada por los genes. Esta postura reduccionista descansa sobre lo que Susan Oyama llama el “dogma central” de la biología evolutiva: la interpretación del gen como código. Este consiste en la creencia en que la única dirección causal en biología es la que va del genotipo al fenotipo. El organismo no es sino la actualización o materialización del código o la información genética pre-contenida en el ADN. El problema con esta perspectiva es que al utilizar la metáfora del código genético se representa a este como una entidad autónoma que causa unidireccionalmente el aparecer del organismo. Los proponentes de esta perspectiva acomodaticiamente olvidan, o parecen olvidar, que la molécula de ADN fuera de la célula no es nada, es decir, es solo una molécula inerte. El ADN requiere de la célula para activar procesos de síntesis de proteínas; la célula a su vez requiere de otras células, órganos y finalmente del organismo para su subsistencia; el organismo requiere de un ambiente que en el caso del humano incluye la cultura y las interacciones sociales y estos a su vez requieren de un planeta y de ciertas condiciones físicas de nuestro universo en su conjunto. Por ejemplo, y aunque suene ridículo decirlo, no puede haber homosexualidad sin fuerza de gravedad o sin el Sol. Y más seria y específicamente, no puede haber tal cosa como homosexualidad en un vacío cultural. El sentido mismo del término no puede ser desvinculado de la carga social que implica esta conducta y de su contraste con la norma heterosexual que regula nuestro entorno social.
Para demostrar la incoherencia del reduccionismo genético en asuntos de comportamiento, permítaseme un experimento mental. Imagínense un grupo de sociólogas feministas radicales que deciden criar a un niño con el “gen gay” (estamos presuponiendo aquí que el gen existe, que ha sido identificado y que existe alguna prueba para detectarlo) en un pueblo donde solo hay mujeres, y salvo por su propio cuerpo, el niño no tiene ningún referente cultural, pictórico, ni físico de otro cuerpo masculino. Se le educa sin la categoría “Hombre”. Debido a su entorno, este niño —suponiendo siempre que hay tal cosa como el “gen gay” y que este “causa” el comportamiento homosexual— nunca sentirá deseo por otro hombre, nunca tendrá fantasías sexuales con otro hombre, nunca incurrirá en ningún comportamiento homosexual. En este contexto, ¿qué significaría decir que este niño es gay porque tiene el “gen gay”? Lo mismo podría decirse de una niña con el “gen gay” que nace en una sociedad donde la homosexualidad no está tipificada como conducta no normativa. Imaginemos una sociedad donde reproducción y sexualidad estén completamente separados conceptual y conductualmente. En esta sociedad las personas tienen relaciones sexuales “heterosexuales” solo para reproducirse. Pero para buscar placer sexual, compañía íntima, relaciones amorosas, etcétera, el único criterio es el consentimiento de todas las partes. En este contexto, no solo no habría homosexuales, sino que no habría heterosexuales tampoco, independientemente de su composición genética.
Sin cierto tipo de entorno, con ciertos mores sociales, con ciertos tabúes, ciertas categorías de género junto a sus respectivas tipificaciones de conducta, un gen no puede causar ninguna conducta.6 Si admitimos esto, entonces el asunto de la homosexualidad heredable se convertiría en un asunto de la reproducción de lo social, en lugar de un asunto sobre la herencia de un carácter genético. Para ser gay no solo habría que heredar el “gen gay” sino también el entorno social que codifica ciertas conductas como conductas “homosexuales”, es decir: nuestro entorno homofóbico.
Ahora bien, llegados a este punto podemos comenzar a apreciar que estamos obligados a abandonar el terreno de la argumentación biológica ya que esta no es —como ninguna ciencia lo es— prescriptiva. La ciencia nos dice qué es, pero no nos dice absolutamente nada sobre lo que debe ser. La ciencia nos da conocimiento sobre el mundo pero no nos dice qué hacer con él.7 En el caso de la homosexualidad, y habiendo criticado la noción del determinismo genético conductual al caracterizar cualquier conducta como un producto emergente de la interacción de múltiples factores que incluyen la genética, el entorno físico, psicológico y social, surge la pregunta: ¿qué hacer con los homosexuales?
Me explico. Una vez se explica cómo surge la homosexualidad —como producto de un exceso de cultura post-darwinista— queda el asunto de qué actitud tomamos con relación a la misma. Hay dos vías obvias de acción (aunque imagino que debe haber muchísimas otras no tan obvias): o intentamos cambiar al individuo o intentamos cambiar nuestro entorno social. Es decir, dado que en nuestra sociedad existen homosexuales y vivimos en una sociedad homofóbica, y que la ciencia no nos prescribe ninguna vía de acción al respecto, tenemos la opción de intentar cambiar a los individuos homosexuales mediante la castración química, la terapia de shock, la tortura psicológica, la represión sexual, terapias de modificación de conducta, miedo al infierno, prenderlos en fuego en la plaza pública, arrestarlos, lapidarlos, cuarentenarlos y demás sadismos que se le han ocurrido a la humanidad hasta la fecha; o podemos (como argumentaré en la segunda parte de este escrito), cambiar la sociedad, el entorno homofóbico donde tal cosa como un “gen gay” podría “codificar” para la homosexualidad.
Aquí es donde viene a colación el segundo (β.) argumento biológico-secular que nos habíamos planteado: la patologización de la homosexualidad. Si se escoge la primera alternativa, la de cambiar al individuo, esta solo puede ser justificada mediante una movida adicional, la patologización de la homosexualidad, ya que de qué otra manera justificar “cambiar” (tratar/curar/arreglar/corregir y todo lo que estos términos implican) a un individuo sino es esgrimiendo un discurso médico científico que conceptualice a su orientación sexual homosexual como “desvío”, como “anomalía”, como “inversión”, en fin como una condición detrimental, tanto física como psicológica, para el individuo. Solo así se puede justificar todo un aparato médico de biopoder destinado a heteronormativizar a esos cuerpos que no se con-forman a la naturaleza “saludable”.
El horror de la decisión por la primera vía —la de cambiar al individuo— es precisamente que es una decisión. La patologización de la homosexualidad no es una prescripción científico-biológica, sino la operacionalización científica de la imposición social de unos valores en torno a la sexualidad humana. La pregunta que vuelve inevitablemente a surgir en este contexto es: ¿cuál es el argumento secular que justifica dicha decisión, pues ya establecimos que la razón no es científica? La razón no puede ser científico-biológica porque la ciencia no prescribe, la ciencia nos dice cómo surge un fenómeno, pero no prescribe nuestra conducta sobre el mismo, nos habla del ser, pero no del deber ser. Los cursos de acción que tomamos como sociedad están guiados por valores y metas socialmente trazadas y constituidas, no por determinaciones naturales. Las prescripciones siempre responden a valores sociales, a metas socialmente trazadas e impuestas. Simone de Beauvoir en El segundo sexo hace un reclamo semejante al rebatir los reclamos biológicos de que la mujer es más “débil” que el hombre:
“In truth theses facts cannot be denied: but they do not carry their meaning in themselves. As soon as we accept a human perspective, defining the body starting from existence, biology becomes an abstract science; when the physiology given (muscular inferiority) takes on meaning, this meaning immediately becomes dependent on a whole context; ‘weakness’ is weakness only in light of the aims man sets for himself, the instruments at his disposal, and the laws he imposes.” –Simone de Beauvoir, The Second Sex
Las verdades de la ciencia no existen en un vacío socio-semántico sino que responden a un discurso utilitarista y es esta “utilidad” es la que tiene que ser cuestionada. Son las “razones” que justifican dichas metas sociales las que están en juego en esta discusión. Con relación a la meta social que cumple la patologización de la homosexualidad —y esta meta es claramente la reproducción de la heteronormatividad— no se me ocurre qué tipo de argumento secular se podría usar para justificar esta tipificación de la conducta sexual de un fragmento amplio de la población que no sea nuevamente una apelación a la tradición, a una comprensión rígida y heteronormativa de sexo y género, de sexualidad y deseo y a una reducción hipócrita de la sexualidad a la reproducción. Ninguna de estas “razones” goza de valor filosófico o racional alguno, son el mero arraigo a la costumbre por la costumbre misma. El problema principal de esta última estrategia (la patologización) es la envestidura científica que ostenta. El poder de diagnosticar y pronosticar, de tratar, de estigmatizar, su poder performativo. El poder es enorme y las consecuencias son todas. Como nos recuerda Judith Butler:
“[W]e ought not to underestimate the pathologizing force of the diagnosis,8 especially on young people who may not have the critical resources to resist this force. In these cases, the diagnosis can be debilitating, if not murderous. And sometimes it murders the soul, and sometimes it becomes a contributing factor in suicide.” —Judith Butler, Undoing Gender
Optar, decidir cambiar al individuo en lugar de cambiar la sociedad, es optar y decidir el sufrimiento del otro, es estar dispuesto a matar —metafórica o literalmente— a ese otro a quien se quiere cambiar por su “bienestar”. La patologización de la homosexualidad cumple la función retórica de invisibilizar esa decisión, de poner la responsabilidad de dicha decisión sobre los hombros de la ciencia pues, con nos recuerda la bióloga feminista Susan Oyama:
“Whenever biology, however defined, enters the discussion, the move from person-as-subject to person-as-object is facilitated.” —Susan Oyama, Evolution’s Eye
Esta objetificación del ser humano es la función única del recurso a la biología en la discusión sobre la homosexualidad. Pero, como espero haber demostrado, que tenga claro todo el mundo que quien opta por esta vía no lo puede hacer apelando a Darwin, a la ciencia, a la razón; quien opta por esta vía lo hace autónomamente: decide odiar, torturar, destruir al otro por voluntad propia. Esta decisión no es una decisión basada en argumento científico alguno, es una decisión moral por la que optan millones de personas bajo la égida de la tradición, de la iglesia y del buen modal; con la protección de un prejuicio muy difundido. No le podemos seguir permitiendo públicamente esta protección a las huestes homofóbicas. No les podemos dar el lujo de “argumentar”: “Te odio porque es la palabra de Dios; porque la ley (en todos sus sentidos) me lo permite; porque Darwin, la ciencia o la medicina lo dicen.” Quien así decida actuar, quien quiera ser homofóbico en el siglo veintiuno, tiene que estar dispuesto a soportar sobre sus hombros todo el peso de la responsabilidad moral de esta decisión, de todo el daño que produce: tiene que mirarnos a la cara y decirnos: “Te odio porque quiero; porque me da la gana”.
El poder corrosivo del darwinismo y la patería como futuro
“Little did I realize that in a few years I would encounter an idea —Darwin’ s idea— bearing an unmistakable likeness to universal acid: it eats through just about every traditional concept, and leaves in its wake a revolutionized world-view, with most of the old landmarks still recognizable, but transformed in fundamental ways.” —Daniel Dennett, Darwin’s Dangerous Idea
“Tú y yo anticipamos el monstruo futuro. […] ‘Es el futuro de las formas el que decide su valor. Todas las formas vivas son monstruos normalizados.’ (Georges Canguilhem)” —Beatriz Preciado, Testo Yonqui
Como espero que haya quedado claro, Darwin no puede ser utilizado para argumentar a favor de la homofobia. Si ha de servir para algo en este debate, es para todo lo contrario. La derecha no debería tocar a Darwin ni con pinzas: la idea de Darwin es ácido universal, lo corroe todo, lo devora y digiere todo. Dale un argumento tradicional y este se lo traga y escupiendo sus huesos arcaicos nos deja con una verdad natural cruda, despiadada y contundente. Ante esa naturaleza es que tenemos que actuar, frente a ella es que tenemos que posicionarnos. Preséntale a Dios como candidato a diseñador del mundo y las especies y te regurgitará a la selección natural como su sustituto ciego, neutral e implacable. Dale el alma humana como explicación de la vida cultural humana y excretará la mente como producto de millones de años de acoplamiento con el entorno y la cultura humana como la expresión material de dicho acoplamiento. Dale la arbitrariedad de un prejuicio fundamentado en el habito y producirá explicación científica y racional. Dale homosexualidad contra-natura y eyaculará patería en todas direcciones.
La teoría de la evolución es una máquina de producción de patería, de diferencias atípicas, de rarezas, de monstruosidades. Darwin, o más bien la concepción de la naturaleza que produce su discurso, es un generador y exaltador de pequeñas variaciones. La materia prima de la selección natural son las diferencias, las semejanzas le son indiferentes, no le permiten operar. Es la variación individual el motor del cambio y de la evolución. Sin variación, sin rareza, sin “queerness” no hay evolución. Más allá de la falta de efecto de la selección natural en la sociedad contemporánea (nuestro post-darwinismo), el darwinismo como discurso, como paradigma conceptual con el cual mirar y constituir el mundo que nos rodea, es la herramienta más poderosa que tenemos aquellos de nosotros que queremos optar por la segunda opción, por la vía de la transformación radical de nuestro entorno social homofóbico y heteronormativo. Es en el darwinismo que encontramos no solo un futuro para la patería, sino la patería como futuro. El darwinismo nos muestra cómo de una pequeña variación individual presente, la selección natural puede generar la más compleja de las historias futuras; la genealogía entera de la vida en el planeta es producto de pequeñas y graduales variaciones, la acumulación de variaciones ventajosas y la reproducción de las mismas. El darwinismo, nos dice Elizabeth Grosz, es una teoría de la futureidad, del desarrollo de un futuro no predeterminado e impredecible a partir de las potencialidades y latencias del presente:
“Darwin presents in quite developed if not entirely explicit form the elements of an account of the place of futurity, the direction forward as the opening up, diversification, or bifurcation of the latencies of the present, which provide a kind of ballast for the induction of a future different but not detached from the past and present. […] The new is the generation of a productive monstrosity, the deformation and transformation of the prevailing models and norms.” —Elizabeth Grosz, Time Travels [mis itálicas]
¿Qué mejor nombre para lo queer, para la patería del presente, que “monstruosidad productiva”? El germen de lo nuevo está ya aquí, nos dice Darwin, lo que hay que ver es cuáles podrían ser las condiciones, cuáles podrían ser las presiones selectivas que harían que sea esta diferencia, esta variación y no otra, la semilla de lo porvenir. Lo monstruoso hoy será común mañana y normativo el día después: esa es la ley de Darwin y no otra. Y es esa lección la que tenemos que operacionalizar política y éticamente. No solo a pesar de, sino, debido a que, somos una especie post-darwinista, somos nosotros los que formamos, con nuestras decisiones cotidianas, las presiones socialmente selectivas que le darán vuelo a una diferencia y destruirán otra. Nos toca a nosotros decidir, establecer los parámetros de una nueva lucha por la sobrevivencia. Pero esta lucha por la sobrevivencia no será una lucha por la sobrevivencia de una especie ni de un individuo sino de una idea: la idea de Darwin. Es ese gradualismo, la idea misma de la posibilidad de ver el presente no como afirmación de lo que ha sido y debe seguir siendo, como lo hace la tradición, sino como evidencia de una historicidad particular y como fuente inagotable de cambio y transformación, tanto de individuos como de nuestro entorno.
No es casualidad que sea hacia Darwin y el darwinismo que la derecha religiosa dirija la mayor parte de su crítica. No es casualidad que el mono de Darwin les cause tanto pavor. Ese mono, que no es otro que ellos mismos, los mira de frente en el espejo; ese mono les recuerda constantemente la posibilidad del derrumbamiento de su mundo arcaico; ese mono pone en evidencia la delicada contingencia de nuestro presente y hace entrever los peligros de las monstruosidades productivas que andan sueltas en él. Ese mono les enseña la posibilidad de un futuro donde ellos no existan, la posibilidad de su propia extinción.
Y ya que este debate no se resolverá con ciencia, pues, como vimos, este no es en el fondo un debate científico, la lucha habrá de llevarse a cabo en otro plano. Es en el campo ético/político donde se dará la batalla. Esta es una batalla entre prejuicios, una batalla sin un suelo común de razones, esta es una batalla por el corazón de la humanidad, por el futuro del espíritu humano. Esta lucha ya está aquí, y debemos prepararnos, pues la idea de Darwin es una idea contenciosa e incómoda que amenaza con dividir al mundo en dos: los que quieren odiar e imponer tradiciones voluntariosamente y los que quieren chichar, desear y amar libremente. La patería como futuro es conflicto puro; es una política que debe hacerse y se ha hecho más con la espada que con la pluma. El mismo Darwin llegó a ver claramente las implicaciones bélico-revolucionarias de su teoría, y quizá fue eso lo que lo llevó a decir en su lecho de muerte:
“No piensen que vine a traer la paz a la tierra; no vine a traer la paz, sino la espada. Vine a poner a hijo en contra de su padre; a hija en contra de su madre, y a nuera en contra de su suegra. El hombre hallará enemigos en su propia familia.” –[Mateo 10; 34-36] Charles Darwin
- Es este tipo de argumento arcaico troyano el que se transparenta en el fondo de la reciente decisión del Tribunal Supremo de Puerto Rico reiterando la prohibición de la adopción a parejas homosexuales. En otro escrito discutiré los argumentos jurídicos usados por la opinión mayoritaria en este caso (Ex parte A.A.R.) para ver cómo en esta se dibuja claramente la función ordenadora de la heteronormatividad mediante el uso de las categorías de “hombre”, “mujer”, “homosexual”, “patriarcado”, “sexo”, “género” y “discrimen”. [↩]
- Es obvio que parir es solo un pre-requisito. Un niño alimentado desde su nacimiento pero exento de toda interacción social no llega a ser nada más que un ser viviente. Es la interacción social, la crianza de los niños, el verdadero requisito para la reproducción de lo social. La inesencialidad del parir se evidencia también por el hecho de que las parejas heterosexuales infértiles tienen derecho a adopción. Un argumento semejante puede encontrarse en “Crítica de la crítica del matrimonio gay” de Roberto Gargarella según citado por Érika Fontánez en “Crítica de la crítica del matrimonio igualitario” en su blog Poder Derecho y Justicia. [↩]
- Aún cuando la relación entre hechos y teorías es muchísimo más compleja que esto, sobre todo luego del trabajo de Thomas S. Kuhn, y debe ser vista como una relación de co-constitución, para los efectos de esta primera parte he optado por partir de una filosofía de la ciencia ingenua. Dicho esto, debe quedar claro que en el caso de la homosexualidad como fenómeno o hecho natural, tanto el “paradigma” homofóbico como el homofilico la tienen como objeto. Es decir, la homosexualidad existe para todos los miembros del debate, en cuyo caso se puede partir, limitándonos al contexto de esta discusión, de una interpretación realista de la misma. [↩]
- La razón por la cual no se puede negar la existencia de un hecho observado aludiendo a una teoría o a la lógica nos la da David Hume en An Essay concerning Human Understanding: “The contrary of every matter of fact is still possible; because it can never imply a contradiction, and is conceived by the mind with the same facility and distinctness, as if ever so conformable to reality.”—David Hume [↩]
- No debe confundirse esto que acabo de decir con el hecho documentado de que muchos individuos de muchas especies practican o incurren en conductas homosexuales. La diferencia estriba en que la homosexualidad humana, como veremos inmediatamente, no es reducible a cierto tipo de conductas, sino a cierto tipo de conductas tipificadas socialmente como “anómalas”, “pecaminosas”, “inmorales”, etc. En este sentido y por esta razón, las analogías o los intentos de encontrar ejemplos o contra ejemplos de conducta homosexual en el mundo natural más allá de la especie humana tienen un cuestionable valor. [↩]
- Un gran ejemplo de esto es la película Eyes Wide Open donde dos judíos jasídicos se envuelven en una relación “homosexual”, pero en una comunidad que no tipifica esta conducta bajo una categoría específica “homosexual” sino bajo la categoría más abstracta de “pecado” o “conducta reprobable”. La reprobación moral a la que son sometidos no se asemeja en sus motivaciones a aquella que incitaría por ejemplo en Puerto Rico un individuo catalogado “maricón”, “pato”, “gay”, o “bugarrón”. Hay varias escenas en la película donde la esposa de uno de los dos hombres involucrados habla con él sobre el asunto sin en ningún momento cuestionar asuntos de orientación sexual. Las escenas de violencia contra el chico que seduce al protagonista son motivadas más que por homofobia, por xenofobia, en el sentido estricto del término, como aversión al extraño, al que no pertenece a la comunidad, al que con su mera presencia trastoca las normas que rigen lo social. [↩]
- Esta aseveración es extremadamente problemática en el contexto de una sociedad tecno-científica donde los intereses económicos dirigen la investigación, pero no deja de ser cierto que saber que el núcleo de un átomo puede ser dividido no nos invita a dividirlo y mucho menos a construir una bomba nuclear, así como saber que el cianuro es un veneno no nos compele a ingerirlo. [↩]
- Aunque en la cita Butler está hablando del diagnóstico de GID (“Gender Identity Disorder”) con relación a los transexuales y transgénero, esta añade más abajo que el GID se sigue utilizando de facto para diagnosticar la homosexualidad aun cuando dese 1973 ya no aparece en el DSM-IV como una condición patológica (“no pun intended”). [↩]