De güirita
A Tato, quien mucho ha trabajado
En su columna más reciente, Rubén Colón Morales explicaba la poca popularidad del fútbol en Puerto Rico con el siguiente comentario de un “amigo”: “porque en ese deporte está prohibido velar güira”. Dicho comentario, al igual que la columna, establecen una paridad entre la jaibería y la idiosincrasia nacional para explicar, tanto las contradicciones de identidades y admiraciones del juego Puerto Rico y España, como la promoción y aprovechamiento político del “velar güira”.Sin embargo, no estoy del todo de acuerdo con tal afirmación. Si bien en el fútbol no se vela güira en el sentido del baloncesto: ¿cuántas veces un delantero ha esperado con suerte el “balonazo”1 de un compañero para colársele al frente a la defensa e irse solo —“de güirita”, diría Ernestito Díaz González— frente al portero? Que no es tan frecuente o tan característico como en el baloncesto, es cierto; pero también lo es que en Puerto Rico son populares otros deportes en los que tampoco se vela güira, como el béisbol, en el cual cada cual tiene que esperar su turno.
La güira –vocablo cuya acepción deportiva no es reconocida por las autoridades españolas– es una anotación fácil, debajo del canasto, generalmente provocada por una transición rápida de defensiva a ofensiva. Se diferencia del donqueo, que generalmente se produce gracias a la misma transición, pero que es más agresivo y demuestra mayor habilidad física. La güirita es simplemente el canasto fácil.
Anotar güiras es uno de los mayores atractivos del espectáculo baloncelístico y si a eso le sumamos que la anotación es lo más atractivo de este espectáculo, debemos considerar que anotar canastos fáciles es uno de los objetivos principales de ese reñido deporte. Ahora, al igual que en el fútbol el reconocimiento se lo lleva mayormente quien anota el gol, en el baloncesto el que anota la güira recibe el aplauso y el reconocimiento, mientras que quien tal vez la posibilitó con su labor en la defensa no brilla tanto ante los ojos de los espectadores.
Pero, como apunta la columna, una cosa es anotar una güira y otra cosa es “velar güira”, pues refiere a una actitud particular hacia el juego y, según Colón Morales, hacia la vida:
Y es que eso de velar la güira se ha convertido en una caricatura generalizada de la idiosincrasia puertorriqueña. Coloquialmente se habla de la “jaibería puertorriqueña” para describir nuestra alegadamente compartida inclinación oportunista a buscar la salida fácil, la alternativa de menor resistencia, el acomodo, la trampa, la “gansería”. Se nos acusa de padecer de una endémica falta de observancia por las reglas básicas del juego limpio, y de falta de convicciones.
Quien ha practicado alguna vez el baloncesto o es seguidor de este deporte conoce bien las ventajas y contratiempos de esta práctica, las que no necesariamente caen bajo el manto de “juego sucio”. Quisiera invitar a mirar la doble cara de la moneda. Por un lado, quien no vela güira resiente la poca colaboración del compañero en el trabajo defensivo; pero, por otro, hay que reconocer la necesidad de los canastos rápidos para vencer al rival. Entonces, invito a mirar la sociedad como si se tratara de un desafío deportivo en el que conviven y comparten “fajones” y “vela güiras”.
Asumo que entre mis lectores son más los que apuestan al esfuerzo que los que se definen a sí como vela güiras. A fin de cuentas esta columna se inserta dentro del discurso político, social y cultural que tradicionalmente ha identificado esa actitud en los otros: ya sea para criticarlo o para comprenderlo; o ya sea por razones de clase o por actitudes políticas. Para ver un excelente recuento de cómo desde el discurso letrado se ha cuestionado la ética del trabajo puertorriqueña les refiero al artículo de Mabel M. Rodríguez Centeno, “Las perezas insulares”.2 Tal parece que esta es una de las disputas más ancestrales en nuestra historia. Que si los taínos no eran dedicados al trabajo, que si hacía falta mano de obra esclava para trabajar en las minas, que si los puertorriqueños se dedican más a la fiesta y al baile que a la educación: todos estos son motivos que se leen continuamente en las crónicas, estampas y libros de historia. Como si se reiterara la voz de Juan del Salto lamentándose de la poca laboriosidad de ¿sus campesinos?
¿Cuánto de esta idiosincrasia tendrá que ver con nuestra condición de puerto caribeño? Un puerto es un lugar de tránsito, en el cual, no obstante, mucha gente se queda y lo hace su tierra, su jaragual, su barrio, su esquina. Puerto en que siglos atrás, según relata Alejandro Tapia y Rivera en sus Memorias, se añoraba la llegada de un barco oficial, pero, que igualmente, según recoge Cayetano Coll y Toste en sus Leyendas, se protegía al Pirata Cofresí, muy romantizado por la canción popular. ¿A quién venera más la tradición popular: al capitán fiel a su función o al corsario que le robaba? ¿Al vigía que permaneció en la garita o al que “se lo llevó el diablo” dizque por ir detrás de “su amada”? ¿Era el esfuerzo lo que celebraba Felipe Rosario Goyco cuando coreaba “¡Qué inmenso ser el dueño de la finca…!”? ¿Es al esfuerzo y a la ética del trabajo a lo que apela “Y no hago más ná”?
Legendariamente, al menos desde que tengo memoria y hay cupones de alimentos, el discurso independentista y socialista ha manejado ambiguamente la contrariedad del discurso anti capitalista y de la oposición a los bienes que la democracia capitalista reparte para disminuir el impacto de la injusticia social. Por un lado, se condena el “mantengo” y, por otro, se dice representar los intereses de los más necesitados. ¿Cuáles son esos intereses?, si la historia nos dice que aquí como más se trabaja es “pa’l inglés”. Como bien reconoce Colón Morales, han sido los partidos colonialistas quienes han sabido sacar provecho a dicha contrariedad fomentando la jaibería detrás de uno y otro discurso. Ellos y los programas de televisión tipo objetivo fama o los programas educativos que ofrecen “cuarto año en cuatro meses”.
¿Cómo generar un discurso alternativo sin restrellar trilladas éticas de trabajo que apelan a muy pocos? No tengo soluciones, simplemente les planteo esta situación a ver qué podemos obtener de ella.
El juego está empate y faltan pocos segundos. Y está empate, a pesar de nuestra superioridad ofensiva, precisamente porque los vela güiras han ayudado poco a la defensa y a coger los rebotes. Gardeamos duro, el otro equipo falla, peleamos y logramos el rebote y Oscar ya está al otro lado de la cancha, velando güira como ha hecho todo el juego. ¿Fernand, qué hacemos? ¿Se la pasamos y que él sea el héroe? ¿O nos la mordemos y buscamos el éticamente correcto, pero difícil canasto?
- Debo a José Samuel Coss esta referencia futbolística así como también su observación de que en Puerto Rico se ‘apuesta’ mucho al balonazo en vez de al juego de control de balón. [↩]
- 80grados.net, 18 de noviembre de 2011. [↩]