Descifrando las cifras de los “happy colonials”
¡Somos felices pa’ que tú lo sepas!
Confirmamos en la calle con la gente lo que dijo un estudio de la Universidad de Michigan”.
Primera Hora, 2 de julio de 2008 (primera plana)
La prodigiosa proclividad a la felicidad, aparentemente inscrita en los genes de nuestra raza, se hace patente a diario a pesar de las inusitadas situaciones que solemos enfrentar. La reacción de júbilo y alegría manifestada en estos días por los partidos políticos, demuestra cómo un mismo suceso puede generar enérgicas respuestas de felicidad aún entre los más acérrimos rivales en el escenario político de Puerto Rico. La publicación del documento Informe del Grupo de Trabajo del Presidente sobre el Estatus de Puerto Rico, resultó en exclamaciones de felicidad tanto de los partidarios del PNP como del PPD. Parece ser que la afinidad de estos partidos con la Casa Blanca es de tal grado, que cualquier enunciado que salga de la Oficina del Presidente de Estados Unidos siempre será celebrado y adoptado como causa de felicidad institucional, hasta en momentos en que la isla parece hundirse ante un tsunami de descomposición económica, social y cultural.
La ola de análisis, observaciones y comparaciones suscitadas por dicho informe, fue seguida por otro marullo de análisis, observaciones y comparaciones sobre la reacción local ante el mismo, y es precisamente en esto que deseo enfocar este escrito. Para complementar las múltiples jornadas de análisis político sobre las posibles fórmulas de estatus, o análisis histórico sobre sus antecedentes, o análisis electoral sobre posibles resultados en un referéndum, o análisis sociológico sobre la conducta de las masas, me propongo hacer un análisis estadístico sobre la singular felicidad que ha generado este informe. Intentaré descifrar las cifras de la mentada felicidad de la sociedad boricua y su estrato más feliz: los happy colonials.
Juan Manuel García Passalaqua, a quien los puertorriqueños le debemos una extraordinaria defensa pública y cabildeo en favor de los presos políticos puertorriqueños, tenía un don particular para captar algunas realidades y nombrarlas castizamente. Al acuñar el término happy colonials, García Passalaqua enunciaba:
… lo que prefiero llamar la ideología de los “happy colonials”. Ésta afirma, claramente y para el récord, que nuestras conciudadanas [Melo Muñoz y Sila Calderón] están más preocupadas por el “estatus de Caimito”… que por el estatus colonial de Puerto Rico. (The San Juan Star, 4 de abril de 1999)
Los happy colonials son aquellas personas que observan impasiblemente la humillante situación colonial de Puerto Rico, reiterada constantemente de miles de formas en nuestra cotidianidad, desde la imposición de la pena de muerte en el Tribunal Federal hasta la imposición de otra pena de muerte, totalmente aleatoria, a los sectores más desesperanzados de la clase obrera a quienes el desempleo los recluta para las guerras en Irak y Afganistán.
No importa si la acrecentada emigración sigue separando irremediablemente a familiares y amistades; o si cada vez vemos a más empresarios en la calle, o si cada día estamos más aislados del mundo, o si nos quedamos rezagados ante nuestras vecinas islas a quienes otrora mirábamos con desdén; o si nuestro ambiente se deteriora con creces y cada vez somos más vulnerables ante cualquier vientito burlón y ante cualquier chubasco que resquebraja carreteras, casas y escuelas; o si el azote de la criminalidad ayer llegó hasta la puerta del vecino, del compañero de trabajo, o de la hermana de la esposa del primo; los happy colonials permanecen impávidamente happy for ever. A diferencia del legendario Job, quien al sufrir calamidades de proporciones bíblicas clamaba “Dios me lo dió, Dios me lo quitó”, los happy colonials ni siquiera reconocen nuestras más inclementes pérdidas. En un trueque indecoroso, los happy colonials permutaron la ciudadanía americana entregando su capacidad de análisis y la sensibilidad ante los problemas del otro. No es de extrañar que luego de semejante cambalache, encontrándose disminuidas las facultades intelectuales y la sensibilidad, exista una tendencia a ser sumamente feliz. Al parecer este tipo de felicidad es contagiosa y en la última década –tal vez los años más terribles para nuestra nación– la sociedad puertorriqueña rompió el récord universal de la felicidad estadísticamente calculada.
Los números de la felicidad estadística
Los resultados de varias encuestas del proyecto de investigación World Values Survey, con sede en la Universidad de Michigan, Ann Arbor, constantemente identifican a Puerto Rico como uno de los países más felices del planeta. En el artículo Development, freedom and rising happiness: A global perspective: 1981-2007, Puerto Rico aparece como el país más feliz del mundo, bajo uno de los indicadores de felicidad, luego de todo un riguroso método de investigación, probado y validado estadísticamente con la experiencia de casi cien países que agrupan a la inmensa mayoría de la población mundial.
De acuerdo con las instrucciones del estudio, dicha encuesta se realiza entrevistando en persona a una muestra representativa de más de un millar de puertorriqueños, quienes contestaron un cuestionario con cerca de 250 preguntas. El World Values Survey atrapa con un número la sustancia de la felicidad individual y la proyecta sobre las naciones a partir de un par de preguntas de cuestionario. Dichas preguntas inquieren a quien sea entrevistado sobre cuán feliz se considera y cuán satisfecho se encuentra con su vida. A partir de aquí se obtiene, con toda la prueba contundente de la más insoslayable rigurosidad metodológica dos cómputos de la felicidad, uno entendido como simplemente “felicidad” y el otro entendido como “bienestar subjetivo”.
Fuente:http://www.worldvaluessurvey.org/wvs/articles/folder_published/survey_2005/files/WVSQuest_RootVers.pdf. Traducción del autor.
El concepto simple de “felicidad” se obtiene directamente a partir de la respuesta a la primera pregunta de la Tabla 1: “Tomando todo en su conjunto, usted diría que es: 1. Muy feliz; 2. Bastante feliz; 3. No muy feliz; 4. No es feliz”. No sé si esta pregunta fue un regalo de los dioses, o producto de una mente prodigiosa cuyo misterio no logro descifrar; pero me parece algo arrogante pensar que una simple y llana pregunta pueda obtener un diagnóstico incontestable de la felicidad a través de múltiples culturas en el mundo entero. Pero éste no es momento para sembrar dudas sobre el cómputo de la felicidad estadística y no debo distraer al lector con mis cuestionamientos al respecto, los cuales expondré más adelante. Al utilizar la versión simple de “felicidad”, resulta que Puerto Rico ocupa el quinto lugar mundial, precedido por Nigeria, México, Venezuela y El Salvador.
El otro cómputo de la felicidad, no mucho más complejo, se obtiene al combinar los resultados de la versión simple de felicidad con la segunda pregunta de la Tabla 1: “Tomando todo en consideración, ¿cuán satisfecho está usted con su vida en general en estos días?” La combinación de las respuestas a ambas preguntas bajo una fórmula numérica se le ha llamado “bienestar subjetivo” (subjective well-being). Su fórmula es la siguiente:
Bienestar subjetivo = # de satisfacción con la vida – 2.5 x # de felicidad.
Según esta fórmula, un país en el que todas sus personas tienen la más alta satisfacción con su vida (10) y sean muy felices (1) tendrán una puntuación de 10 – 2.5 x 1 = 7.5. Otro país con la más alta satisfacción con su vida (10) y la más baja felicidad (4) tendría una puntuación de bienestar subjetivo de 10 – 2.5 x 4 = 0. En aquellos casos de una felicidad media y baja satisfacción, se obtendrá un índice negativo.
En el caso de Puerto Rico, el índice de bienestar subjetivo es aproximadamente igual 4.25, siendo el país con más alto índice en el mundo para el periodo de 1995 al 2007. Conforme a los números, nuestra isla tiene el equivalente de un promedio de satisfacción con la vida de 8 de un total de 10 y aquí todo el mundo se encuentra entre bastante feliz y muy feliz. Nuestro 4.25 representa, literalmente, un récord mundial.
La credibilidad de los números
Hay algo con los resultados de este estudio estadístico que puede chocar con el sentido común. Afirmar que Nigeria es el país más feliz del mundo, en términos del concepto simple de felicidad, contrasta con los detalles que de este país del occidente africano presenta la prensa internacional. De los medios noticiosos hemos obtenido imágenes de dictaduras militares y golpes de estado en esta nación, de constantes violaciones a los derechos humanos, de obtener por varios años el más alto índice de corrupción mundial, de enfrentamientos violentos por motivos etnicos-religiosos (norte musulmán contra el sur cristiano) y de los escasos derechos de las mujeres en la parte norte del país, donde todavía hoy se defiende la práctica de la mutilación genital femenina como un asunto de herencia cultural. Personalmente le doy la bienvenida a la identificación de países muy felices fuera de Occidente, precisamente por haber escapado el modelo occidental de alto consumo. Pero lo que la prensa nos presenta de Nigeria, no es conducente a asociar este país con gente sumamente feliz.
Robert Abelson en su libro Statistics as Principled Arguments analiza la naturaleza de la argumentación y la persuasión científica formulada en términos estadísticos y especifica que una afirmación adquiere credibilidad si tiene rigurosidad metodológica y coherencia teórica. No importa cuán obstinados y compulsivos hayan sido los investigadores en observar la minucia de las reglas metodológicas, las posibles debilidades teóricas de la medición numérica echa sombras sobre los más famosos resultados estadísticos. Por consiguiente, el raquitismo teórico no puede ser compensado por la musculatura metodológica. Según Abelson, es muy difícil sostener la credibilidad de un argumento estadístico cuando éste contradice creencias muy arraigadas, contradice una teoría ampliamente aceptada, o está en conflicto con el sentido común. Para añadir otro nivel de complejidad, David Harvey en su ensayo The urban process under capitalism: A framework for analysis, afirma que la prueba de fuego de cualquier conjunto de proposiciones teóricas se hace evidente cuando se intenta relacionarlas con la experiencia de la historia y la práctica de la política. Así queda conformada una serie de criterios para evaluar la credibilidad de los argumentos con números (Tabla 2).
Armados entonces con estos criterios, pasamos a examinar la validez de los argumentos en los que se fundamenta el reclamo de que en medio de la crisis somos el país más feliz del planeta. Comenzaré por mencionar que la filósofa feminista de la ciencia, Sandra Harding, en su libro Science and Social Inequality: Feminist and Postcolonial Issues explica que la ciencia contemporánea tiende a alejarse de afirmaciones universales en tiempo y espacio, prefiriendo la prudencia de hacer afirmaciones más modestas y contextualizadas. El World Values Survey adolece ante todo de la pretensión de universalidad, traducida en este caso como la capacidad de establecer con un simple número la base para hacer comparaciones entre la diversidad de sociedades del planeta.
Con respecto a la felicidad boricua, resalta un asunto de sentido común que resulta contradictorio. Siendo el colonialismo una condición absolutamente rechazada por la comunidad internacional, la cual ha codificado en el derecho internacional una serie de alternativas y procesos legítimos para erradicar el colonialismo, ¿cómo puede una colonia ser el país más dichoso del planeta, de acuerdo al pensar de sus paisanos? De acuerdo con el World Values Survey, nosotros, que no tenemos asiento en la ONU, podríamos dar cátedra de felicidad al resto del mundo. Aquí también se podría apelar a posibles contradicciones con creencias muy arraigadas y el respeto por nuestros presos políticos. ¿Diríamos que las décadas de encarcelamiento de los presos políticos puertorriqueños por su denuncia del colonialismo fue un sacrificio en vano, producto de un mero error de juicio, pues nuestra situación colonial nos da el privilegio de ser más felices que el resto del mundo?
En términos históricos, podríamos recurrir a quien ha sido catalogado como el más importante de los historiados vivientes, Eric Hobsbawm, quien en su libro On the Edge of the New Century, reconoce que la pregunta de si hoy la gente es más feliz es sumamente difícil de contestar, aunque él se inclina a una repuesta afirmativa. Hobsbawm aduce que las catástrofes del siglo 20 tienen un efecto psicológico paradójico o casi esquizofrénico con respecto a la felicidad, quienes sobrevivieron las guerras, las masacres, la tortura y el destierro, y sus descendientes tienen que estar felices con su suerte actual. Se hace obvio que ninguna de las víctimas fatales de tales siniestros históricos llegó a contestar el mentado cuestionario de la felicidad.
El argumento que me parece más contundente para cuestionar la validez de la encuesta con preguntas de felicidad, lo expone Ana Lydia Vega en su ensayo La felicidad, ja, ja, ja y la Universidad. Al hablar de la versión urbanizada y libreasociada de la felicidad de los puertorriqueños la autora nos dice que:
La felicidad, para las personas temerosas al cambio, consistía sencillamente en la negación absoluta de los problemas. Bien facilito: el Síndrome Avestruz. Pero claro, para poder negar los problemas y ser felices, había que meterles un tapón en la boca a los imprudentes que se pasaban levantando el esparadrapo y hurgando con dedo malamañoso en la cochambrosa llaga social.
Hay muchas formas de imaginarse la felicidad y nuestra forma particular ha consistido, como dice Ana Lydia Vega, en desmentir la existencia de nuestros más acuciantes problemas en lugar de enfrentarlos para tratar de resolverlos. No hay duda de que esta estrategia produce cierta felicidad, pero es de esperar que en algún momento los problemas se acrecienten, debido a la dejadez en atenderlos y finalmente no podrían soslayarse. Si esto fuese cierto, nuestra felicidad sería una benignidad efímera, que pende sobre nosotros como una maldición inminente.
Conclusión
¿Podríamos entonces otorgar validez y credibilidad a los resultados de un estudio que con dos preguntas y una veintena de palabras pretende entender la felicidad como un número universalmente válido, libre de diferencias culturales, de contextos sociales y experiencias históricas? No creo estar motivado por un interés en perturbar la felicidad colectiva, pero un estudio que nos coloca en el ápice de la felicidad planetaria, cuyos resultados mueven a la complacencia y al desgano en medio de una turbulencia social es inútil y hasta peligroso. Cuando la desgracia que nos acecha se acrecienta, los números deben despertar y alarmar. Si en ese escenario, los números nos hacen felices, estaríamos mejor sin ellos.