El efecto de los Rayos Gamma: de Eddie López a Fernando Clemente
A fines de noviembre se conmemoran los fallecimientos de dos gigantes de la sátira boricua: Eddie López y Roberto Fernández Coll. Esta columna va dedicada a la memoria de ambos.
«Ha fallecido un gran humorista», le dije a los presentes en la fiesta del pavo de 2011 en la casa de Alicia, mi venerable maestra de música, en la urbanización San Ramón de Río Piedras. Al principio todos los presentes en la fiesta de nuestro santo favorito, San Guivin, creyeron que yo hablaba de Horacio Olivo, otro gran humorista boricua quien en ese entonces estaba hospitalizado y en estado crítico. Pero al día de hoy Olivo está vivito y coleando. El genio del humor que falleció ese día precisamente fue colaborador de Olivo, y ambos figuraron entre los más importantes precursores de la sátira política puertorriqueña como la conocemos hoy.
Me refiero al buen amigo, hombre erudito y azote inmisericorde de los derechistas pitiyanquis, quien escribía bajo el seudónimo de «Fernando Clemente». Por alrededor de veinte años fue autor de «Entrando por la Salida», columna humorística del semanario Claridad. Desde su triste partida el año pasado he estado en la libertad de divulgar su verdadera identidad. Clemente no era otro que el licenciado Roberto Fernández Coll, fiscal del Departamento de Justicia de Puerto Rico. No en balde se parapetaba detrás de un seudónimo para ser francotirador de las letras.
La punzante y picante columna no era del gusto de todo el mundo. “Entrando por la Salida” tenía hordas de fanáticos y sinceros admiradores. ¡Y eran hordas! No sólo se gozaban el humor de Clemente sino que aparentemente todos compartían su gusto por la cerveza Medalla y la carne frita. Y tenía sus detractores, compañeros y compañeras independentistas que miraban con consternación e incredulidad la cara de gozo que ponía la gente al leer la columna, incapaces de comprender la popularidad arrasadora del fenómeno Clemente.
En la década de los 80, cuando hacía mi bachillerato en la Universidad de Puerto Rico mis amigos y yo nos gozábamos, venerábamos y celebrábamos esas columnas mientras nos sentábamos entre clases en el pasillo de la Facultad de Humanidades, cerca de la plaza Antonia Martínez. Nos preguntábamos quién era ese forajido literario que podría estar caminando entre nosotros, tan anónimo y ordinario como Clark Kent, cuya identidad era tan secreta como el paradero de Filiberto Ojeda.
Y finalmente en la década siguiente llegué a conocerlo cuando yo apenas comenzaba a trabajar como redactor en Claridad. El encuentro lo gestionó el licenciado Carlos Gallisá en el curso de una investigación sobre los planes del entonces gobernador Rosselló para transformar la judicatura del país- para mal, por supuesto. Gallisá y yo estábamos comiendo en El Hamburger, ese magnífico asesino de dietas en Puerta de Tierra. Me estaba delineando los planes del gobierno Rossellista para asaltar la rama jurídica y me dijo que me presentaría una fuente anónima que me daría de primera mano la información de adentro. Este informante, dicho sea de paso, también era «Fernando Clemente», me dijo como si fuera un detalle menor. Me sentía como Bob Woodward a la zaga del escándalo de Watergate, o más bien como Robert Redford interpretando a Woodward en All The President’s Men. Periodismo investigativo, joderle la vida a Rosselló, encuentros secretos con informantes cuyas identidades debería mantener secretas hasta la tumba- ¡Me sentía que estaba en las grandes ligas!
Mi primer encuentro con «Clemente» tomó lugar un par de días después, y no fue en una localización secreta en medio de la noche. Simplemente entró a las oficinas de Claridad, que entonces estaba en la Parada 26 en Barrio Obrero, no por un zaguán secreto sino por la puerta que daba a la Avenida Ponce De León, y vino derecho a mi escritorio. Fernández Coll «Clemente» era un hombre calvo y bajito que rebosaba de energía e indignación. Y ese día estaba de mal humor. Me contó el inside story del golpe inminente de Rosselló contra la rama judicial mientras gesticulaba rabiosamente con sus brazos y maldecía y tronaba con rabia en contra de la mediocridad, ineptitud y pura estupidez de fiscales, jueces y políticos. Nuestra amistad comenzó semanas más tarde en el curso de nuestras conversaciones casuales cuando venía a entregar su columna escrita a mano (para él no había internet ni máquinas de fax, hasta las maquinillas eran demasiado high tech para él), en las que se percató de mi torcido sentido del humor y mi gusto por las Medallas y la carne frita.
Entrevisté a Clemente para Claridad en 2003, cuando el periódico ya se había mudado al barrio Santa Rita de Río Piedras, para un ejemplar especial del suplemento de En Rojo dedicado a la comedia, y durante la entrevista se refirió una y otra vez al gran humorista fallecido Manuel Eduardo «Eddie» López Rolón. «Eddie López fue mi mayor inspiración», me dijo Clemente, quien evocó su recuerdo con mucho cariño.
El impresionante legado de Eddie López, destacado comediante, escritor increíblemente prolífico y periodista del diario The San Juan Star, proyecta su sombra sobre toda la sátira política en Puerto Rico aún hoy, a más de 40 años de su muerte. En la década de los 60 prácticamente nadie se atrevía a satirizar a los políticos del país -a pesar de que nuestra literatura nacional ha sido agraciada por maestros de la parodia e irreverencia como Alejandro Tapia y Nemesio Canales. A mediados del siglo XX la fauna política puertorriqueña era demasiado peligrosa y se enfadaba con demasiada facilidad, no aceptaba de buen grado ni siquiera un poquito de comedia. Si hoy día uno puede pegarle el vellón a los políticos boricuas, es en gran parte gracias a Eddie.
Como dato interesante, el grueso de su trabajo periodístico y humorístico fue escrito en inglés. Después de trabajar brevemente en El Mundo, Eddie López se integró a la redacción del San Juan Star en 1961, donde con el pasar de los años subió de rango: assistant city editor, city editor y después columnista a tiempo completo. A fines de esa década empezó a escribir sus ya legendarias columnas humorísticas.
En 1969 comenzó el violento y represivo régimen del gobernador Luis A. Ferré, hasta reírse duro era peligroso durante ese cuatrienio. Décadas después, viendo un programa televisivo de dibujos animados acerca de las ocurrencias bizarras y despistes de unos extraños seres amarillos, me pregunté si el gobernador Ferré fue la inspiración para el personaje Montgomery Burns.
Aparte de su trabajo en el Star, Eddie era libretista de Esto No Tiene Nombre, un programa de comedia en WAPA TV, inspirado en el programa estadounidense Rowan and Martin’s Laugh-In. El productor era el muy querido y estimado Tommy Muñiz, probablemente la personalidad más influyente en el desarrollo de la televisión puertorriqueña.
Esto No Tiene Nombre fue mi primer contacto con la comedia. Fue ahí donde ví por primera vez a Jacobo Morales, Shortie Castro, Dagmar Rivera, Carmen Belén Richardson, el ya mencionado Horacio Olivo, la futura senadora Velda González «La Criada Malcriada» y muchas otras figuras de la comedia. Ver esa sucesión de pasitos cortos de comedia los viernes por la noche era el perfecto fin de mi semana escolar. Era entretenimiento sano, sin vulgaridad. Fue en realidad la era de oro, no sólo de Don Tommy sino de la televisión nacional. Comenzando en los 80 la producción televisiva local descendió en calidad hasta convertirse en lo que es hoy, con pocas gloriosas excepciones, bazofia insufrible. ¡Don Tommy, cuánto te necesitamos!
Eddie fue una vez invitado en el talk show de Don Tommy. Ahí fue que Fernández Coll lo vio por primera vez. «Fue una entrevista comiquísima, uno de los mejores programas de entrevista que ví en mi vida», me dijo.
Eddie López se hizo notorio por primera vez en 1971 cuando hizo en Esto No Tiene Nombre un flash noticioso ficticio de un supuesto alzamiento secesionista en Culebra dirigido por un veterinario interpretado por Eddie mismo. La transmisión fue hecha en el espíritu bromista y atrevido de la legendaria transmisión radial de «La Guerra de los Mundos» de Orson Welles en 1938. Al igual que con la transmisión ficticia de Welles, la parodia de Eddie funcionó demasiado de bien. El gerente de la emisora, Norman Louveau, fue despertado tarde esa noche por las autoridades policiales y por la gente de la base naval Roosevelt Roads quienes exigían saber qué rayos pasaba.
Esto no le hizo gracia a Louveau y el resto de la gerencia de WAPA, y empezaron a censurar el contenido político en sus libretos. Pero Eddie no se dio por vencido. Se reunió con dos colaboradores de Esto No Tiene Nombre, Jacobo Morales y Horacio Olivo, para montar un espectáculo en vivo de sátira política sin censura que fue presentado en La Tea, un refugio de beatniks, poetas y bohemios en la Calle Sol del Viejo San Juan.
Para ese tiempo se le diagnosticó cáncer a Eddie y le empezaron a dar tratamiento de radiación de rayos gamma. Y él se gufeó eso también, su enfermedad sería parte de su acto de comedia. El espectáculo fue nombrado «El Efecto de los Rayos Gamma sobre Eddie López». El nombre, alegadamente sugerido por Bob McCoy del San Juan Star, era una referencia no solamente a la terapia de radiación sino también al título de una popular obra teatral de Paul Zindel llamada «El Efecto de los Rayos Gamma sobre la Flor Maravilla» (The Effect of Gamma Rays on the Man-in-the-Moon Marigolds), de la cual se haría en 1972 una película dirigida por Paul Newman.
Este show tenía un cómplice adicional, el joven guitarrista Silverio Pérez, quien dio acompañamiento en algunos números musicales. El ya conocía la ganga, ya había tocado guitarra en las canciones jocosas de Olivo en Esto No Tiene Nombre. Silverio también animaba entonces un programa televisivo semanal dedicado a la música del país, producido por Don Tommy, llamado Borinquen Canta, para el cual Jacobo escribía y recitaba un poema todas las semanas. Silverio recientemente había conocido a Eddie, y me lo describió como «uno de los seres más inteligentes, generosos y honestos que he conocido».
«El Efecto de los Rayos Gamma» fue un éxito fenomenal. Se suponía que fuera un one night stand, una función divertida para hacer en una sola ocasión. Pero hubo que repetirla una y otra vez. Con el pasar de las semanas, más y más gente de los más diversos credos políticos corrieron a La Tea a ver a estos temerarios e intrépidos comediantes que no tenían miedo de causar risa y diversión a costa del poder político.
La salud de Eddie se deterioró, pero el espectáculo continuó. Para noviembre ya estaba en una silla de ruedas y respirando de un tanque de oxígeno, y aún así los chistes y las risas continuaron hasta el final. Hizo su última función de «Los Rayos Gamma» tres días antes de su muerte. Falleció el 26 de noviembre de 1971 y fue enterrado en el cementerio del Viejo San Juan, donde también están los restos terrenales de patriotas como José De Diego y Pedro Albizu Campos. Al año siguiente Ediciones Puerto publicó una antología de sus mejores columnas del San Juan Star, The Best of Eddie López, con una introducción de Juan Manuel García Passalacqua.
En 1980 los «Gamma» se reunieron por iniciativa de Silverio, y reanudaron el legado de Eddie López con el nombre abreviado de «Los Rayos Gamma». Para ocupar el lugar de Eddie trajeron al joven y talentoso comediante y actor Emmanuel «Sunshine» Logroño, quien años después ascendería al super-estrellato con su propio programa televisivo, «Sunshine’s Café». Los Rayos Gamma no sólo dieron un sinnúmero de funciones en vivo sino que también tuvieron un muy exitoso programa televisivo que duró varios años en el aire.
Los Gamma entrevistan a RHC en 1981
Y ahí fue que Fernández Coll entró oficialmente en el mundo del humor y la sátira política. En esa entrevista con Claridad rememoró con mucho orgullo su trabajo tras bastidores en los años ochenta como libretista de Los Rayos Gamma, dándole así continuidad al trabajo de Eddie y llegando a una nueva generación de jóvenes audiencias y televidentes que apenas tenían edad para recordar esas noches de locura en La Tea o para haber visto Esto No Tiene Nombre.
A principios de esa década Fernández Coll desarrolló su alter ego «Fernando Clemente». «Surgió de una conversación con Carlos Gallisá. Dijo que hacía falta en Claridad una columna de humor. Y yo dije que sí, para que así deje de parecerse tanto a Pravda y Granma.» Escribía a mano sus columnas mientras se bebía una Medalla en La Borincana, un restaurante en la avenida Fernández Juncos en la esquina con la calle Hipódromo. Al terminar, caminaba a Claridad para deslizar su columna anónima bajo la puerta de entrada. Fueron años antes de que Gallisá presentara su amigo secreto al personal del periódico, el cual mantuvo el secreto de su identidad hasta el final de sus días.
Ví a «Clemente» por última vez en 2009 en un concierto de su hijo Roberto en el local de Taller de Cantautores, una cooperativa de músicos que tuvo una breve existencia, en la calle Robles de Río Piedras. Siguiendo los pasos de su padre, Roberto es un comediante a medio tiempo con un alter ego: Robi Gris, una especie de cantautor pos-posmoderno. Gris es a la nueva trova lo que Spinal Tap al rock and roll. Esa noche Fernández Coll «Clemente» fue la persona que más se gozó el show, celebrando con risa cada rima, verso y chiste de su talentoso hijo.
Falleció el día de Acción de Gracias, 24 de noviembre de 2011, el día después de su cumpleaños número 66. Había estado batallando el cáncer por meses. El último hospital que visitó fue Ashford Medical Center, donde Albizu Campos también pasó algunos de sus últimos días terrenales.
En cuestión de horas la noticia de su deceso se regó por radio bemba, iPhone, Facebook y Twitter. Me lo informó por teléfono mi amigo José Emilio Román, líder y cantante de la banda tecno-postpunk Descojón Urbano, que tocaba a menudo en La Tea a principios de la década de los noventa. Esa llamada me llegó justo en medio de la tradicional fiesta de Acción de Gracias a la que hice referencia al comenzar este artículo. Tras anunciar la triste noticia a todos los presentes caí en cuenta que Clemente no era tan famoso fuera del independentismo, aunque todos asintieron cuando les añadí que él tuvo algo que ver con Los Gamma. Con copa de vino en mano, caminé al patio oscuro para hacerle un silencioso y solitario brindis al hombre.
Su funeral en Ehret tuvo la asistencia de patriotas y buenos amigos, como el héroe nacional Rafael Cancel Miranda, el rey de los trovadores Antonio Cabán Vale «El Topo», y su hijo Adeán, cantautor y colaborador del Taller de Cantautores. Otro músico presente fue Américo Boscetti, amigo cercano de Clemente y veterano de inolvidables noches de música y bohemia en La Tea. Me sorprendió ver a Carmencita Lidin, hija del también fallecido gran amigo, activista de la paz y periodista del San Juan Star Harold Lidin. Me dijo que ella había tenido a Fernández Coll de maestro cuando ella era estudiante en la secundaria Sagrado Corazón de Santurce. El muy estimado líder independentista ponceño José Enrique Ayoroa Santaliz leyó un sincero y sentido mensaje a los presentes.
En un artículo de Noticel escrito por Melissa Solórzano, para el cual Roberto hijo y yo fuimos entrevistados, Ayoroa dijo que Clemente «era como Oscar Wilde, George Bernard Shaw, Mark Twain y Nemesio Canales, todos grandes humoristas filosóficos de la humanidad». Sin embargo, también añadió que era una persona bien triste, melancólica y depresiva pero que sin embargo » siempre lograba hacer reír a la gente, todo lo que leías de él te sacaba una carcajada».
Después de la cremación un grupo fuimos, como era su deseo, a salir a divertirnos, beber Medallas y comer en la Placita de Santurce, ese santuario en medio de la jungla urbana, para celebrar su vida y su trabajo en pro de la risa y el buen humor. No había carne frita en el restaurante que escogimos, así que pedimos cosas de mar, pescado y mariscos. Ese día era el 40 aniversario del fallecimiento de Eddie López.