El naufragio insular
¿Qué más tiene que pasar, luego de los huracanes, la visita de los más altos dignatarios imperiales, el notorio servilismo de sus súbditos insulares’, la crasa incapacidad de los administradores de turno, empezando por la fétida AEE, para que los puertorriqueños entiendan, y no solamente sientan, se lamenten, o resientan, el profundo e histórico desprecio de los EE.UU. para con esta isla? Una isla, caribeña e iberoamericana, que invadieron en 1898, doblegaron con la imposición de su ciudadanía hace justo cien años; y han logrado someter con sus anacrónicas leyes (Foraker, Jones, Promesa), el poder del dinero y un exitoso experimento de ingeniería social. Se ha llegado al punto culminante de la destitución jurídico-política de la propia fórmula que se idearon para sofocar el deseo de independencia de un pueblo digno.
¿No es alarmante que todavía, a pesar de todo, se hable de ‘democracia’? ¿No es un descaro y una puesta en evidencia de la corrupción estructural del capitalismo los salarios de los miembros de la Junta de Supervisión Fiscal nombrada e impuesta por el Congreso1 ¿No lo es también la lluvia de contratos millonarios para supuestamente ayudar a la recuperación? ¿No es una muestra clara de estupidez creer, o hacer creer aunque no se lo crean, que con la ayuda multimillonaria de fondos federales se honra la supuesta ‘igualdad’ de los ciudadanos estadounidense de ‘acá’ como si esta isla no fuese más que un reguero de gente, una pordiosera jurisdicción yankee?
¿Qué tiene que pasar para que este pueblo se de cuenta de cuan falaz ha sido lo que en nombre del progreso se ha ganado y en nombre de un falso sentido de la libertad se ha perdido? ¿No habría que identificar y denunciar a viva voz a quienes han sido históricamente responsables, tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos, de sostener y promover el auto-engaño de los puertorriqueños, impidiendo que aflore y perviva la generosidad de su carácter, el refinamiento de su inteligencia, la alegría de su fuerza? ¿Por qué el abandono de la formación cultural de este pueblo; de la agricultura y de la posibilidad de una industria pesquera en una tierra tan fértil, con el mar por todas partes? El retraso cultural alude también a una desagradable ostentación de opulencia –pintura y capota –, y al desfalco y despilfarro que no cesan, a pesar de la ‘crisis económica’, y con todo descaro e impudicia.
¿Se quiere mayor muestra de atraso e incultura que escuchar las banales sesiones de preguntas y respuestas de periodistas y funcionarios del gobierno, luego del huracán, durante dos o tres largas semanas? («Evolucionamos según avanzamos en el desastre», llegó a decir el director de FEMA, refiriéndose a las tareas de recuperación.) ¿O que oír (porque ahí no hay nada que escuchar) al gobernador hablar, tan mal en inglés como en español, con el automatismo de un cerebro sin pensamientos (air head)? ¿O que oír, aunque fuera de refilón, a su esposa decir que Cien años de soledad fue escrita por Paolo Coelho, para más tarde rectificar de paso, sin ganas y como si nada? ¿O que oír las incoherencias y sandeces de no pocos alcaldes, jefes de agencias y legisladores?
Las camarillas que han gobernado esta isla, al menos en los últimos cuarenta años, no han hecho mucho más que dejar en el limbo la infraestructura que sostiene las condiciones básicas de vida en cualquier sociedad moderna, aun en las menos desarrolladas: la electricidad, el sistema de acueductos, las telecomunicaciones. La respuesta generalizada ante las preguntas más acuciantes ha sido solo una: Falta de mantenimiento. Y la actitud más sobresaliente, una sola también, por más que se piense y no se diga (o que se diga sin pensar): Que se joda.
El enorme reguero de cables y postes eléctricos por el paisaje insular expresa claramente una corrosiva desarticulación del cuerpo social en la que nadie se hace responsable de nada, cada uno culpabiliza al otro, sin que se logren coordinar de manera eficaz los esfuerzos de recuperación y aliviar en lo posible la carga de sufrimiento que se ha tenido que soportar a lo largo de, por ahora, dos meses, debido, en buena parte, a una sórdida e infantil dejadez. En lugar de pensar, luego del desastre, unas formas de vida sanas e inteligentes; o al menos proceder con el más mínimo sentido de responsabilidad, incluso para con los protocolos disponibles, se ha querido deslumbrar con la militarización y la masiva presencia de funcionarios y trabajadores de los EE.UU. (Si no es por las brigadas de ConEdison, la compañía de electricidad de la ciudad de Nueva York, la luz no llega al viejo San Juan.) Todo sucede como si se hubiese querido construir una gran cadena de viento sostenida con los gestos y suspiros de las buenas intenciones (como las de la actual Secretaria de Educación, por ejemplo).
La desarticulación (disgregación, atomización) social impide una acción política que permita cuestionar consecuentemente los abusos de poder, el saqueo de las arcas y la ineficacia de los más elementales servicios públicos. En este contexto, vale preguntar: ¿acaso no ha sido una muestra de lo anterior la ausencia de estrategias políticas integradoras, como lo demostró la huelga estudiantil en la UPR que precedió al huracán, que como fuego de petate, no ha conseguido otra cosa que poner a la disposición del más débil pensamiento universitario nuestra honrosa e histórica institución? (Recuérdese, de paso, que el actual presidente de la Universidad comparó su misión educativa con la del personaje Rambo, interpretado, nada casualmente, por uno de los peores actores de la ya más que degenerada industria fílmica de Hollywood.) ¿No funcionó relativamente la Universidad, sin presidente ni junta de gobierno, con un cuerpo de rectores y decanos? ¿No es posible concebir una manera más noble y eficiente de dirigir la educación superior, en la que estudiantes y profesores (en particular esa mayoría que se ven obligados a trabajar con unos raquíticos acuerdos y contratos), que son y hacen la universidad, sean tratados dignamente por aquellos que la administran?2
Una sangría de paisanos hacia los EE.UU. (la muy mal llamada ‘diáspora’), entre ellos muchos jóvenes, bien educados, atraídos en parte por las migajas filantrópicas, rasgo característico del capitalismo estadounidense. ¿Por qué no se han tenido ni siquiera en cuenta los ofrecimientos de los electricistas, ingenieros, tecnólogos de la información, tanto de la isla como de Cuba, República Dominicana, México, Venezuela que muy bien pudieron haberse sumado a las de EE.UU. o, en el mejor de los casos, haber substituido a las lucrativas compañías de ese país, como la desgraciada Whitefish? Prevalece una atmósfera tóxica, en el más amplio sentido de la palabra, que hace cada vez más difícil vivir, más allá del vulgar afán de sobrevivencia. (Una vecina preguntaba, cuando se hicieron públicas las primeras cifras (¡falsas!) de los fallecidos a causa del huracán: «¿Por qué esconden a los muertos?» Se me ocurrió responderle con un verso de Fernando Pessoa: «Porque los que gobiernan son cadáveres postergados que se procrean.» Aunque, pensándolo bien, quizá sean estos uno versos demasiado finos para tan poca cosa.)
La fuerza indómita del huracán ha hecho colapsar el ya más que endeble marco institucional del ELA. Pocas veces coinciden los designios históricos con la violenta irrupción de las fuerzas naturales. El contraste no puede ser mayor entre la instantánea regeneración de la naturaleza y la lenta recuperación del ánimo. Puerto Rico es una nave a la deriva, decapitada, sin ningún sentido de dirección. La embarcación se ha quedado sin pilotaje, por más pretencioso que sea el discurso gobernante y por más cibernético que sea su sucesión de montajes (lo cual es una cínica paradoja, pues el vocablo ‘cibernético’ no significa otra cosa que ‘conducir una nave’).
Durante un breve pero intenso tiempo se ha vivido una especie de anarquía involuntaria que ha permitido, al menos, hacer ver que la gente de esta isla, si se lo propone, puede gobernarse a sí misma, al margen de los poderes, prácticamente ausentes del Estado (ya ni libre ni asociado) y la puesta en suspenso de lógica del capital. Son innumerables los casos de arrojo y valentía del ciudadano de a pie en medio de la devastación. Pero resulta que, hasta ahora, los puertorriqueños no quieren saber de lo que pueden hacer. Es decir: no quieren saber de su potencia. Son demasiadas décadas haciendo de la impotencia una virtud; arrimados a las órdenes de un supuesto «imperio bobo» que tiene, sin embargo, la potestad de disponer de este territorio y posesión suya como le venga en gana. Como, por ejemplo, hacer de Puerto Rico, el Hong Kong del Caribe, como recientemente ha declarado un congresista republicano. Es decir: una simpática isla de la Fantasía para mayor gloria del Capital3.
La impotencia que se nutre de la patológica dependencia se ha convertido, más que nunca, en el estandarte de este miserable gobierno de turno, a la manera de una vil caricatura, y no ya solo retrato, del colonizado. Si sigue este siendo el curso, entonces los próximos gobernantes serán todavía peores, más imbéciles y más miserables (incluyendo al doble del actual que igual resulta ser reelegido), para no decir nada de los que, una y otra vez, se dejan gobernar en nombre de tanta cariñosa hipocresía y de una inigualable vocación de servidumbre a la que llaman ‘libertad’. Si algo improbable sucede, entonces quizá se pueda llegar a decir esta antigua máxima estoica: Naufragium fecit cum bene navegavit («Habiendo hecho el naufragio, fue buena la navegación»).
- Remito a quien lea a las siguientes columnas: http://www.80grados.net/de-el-fanguito-al-estado-libre-asociado-y-sus-secuelas/http://www.80grados.net/la-corrupcion-es-estructural/, así como los tres textos bajo el título http://www.80grados.net/la-era-sombria-de-capitalismo. [↩]
- Léase en este contexto el libro de Arturo Torrecilla La promesa, el giro y el prestigio (San Juan, Publicaciones Puertorriqueñas, 2017). Aunque no se esté necesariamente de acuerdo con sus premisas teóricas o con algunos de sus juicios, se trata de un muy respetable y abarcador ejercicio de pensamiento que saca a relucir las ineludibles realidades históricas de nuestro país, pero también la anquilosada farsa política, a la que ha estado sometido Puerto Rico por más de un siglo. [↩]
- Véase https://theintercept.com/2017/11/09/puerto-rico-hurricane-fossil-fuels-congress/. [↩]