Emperor
Durante la segunda Guerra Mundial pocos en el mundo tenían la fama y la adulación del público conferida sobre el singular líder Douglas MacArthur. Se hizo famoso por algo que dijo, aunque antes había demostrado, sin duda alguna, su brillantez, inteligencia táctica y su competencia como soldado.
Se crió en el oeste norteamericano. Hijo de militares (él y Arthur MacArthur, Jr, fueron la primera pareja de padre e hijo en ganar la Medalla de Honor de los Estados Unidos), sobresalió como estudiante en la Academia Militar de West Texas, donde también jugó fútbol. Fue, además, primero en su clase en West Point.
Su larga carrera militar antes de la segunda guerra estuvo punteada por múltiples condecoraciones y asensos dramáticos por su desempeño distinguido en los campos de batalla franceses en la Primera Guerra. Sus hazañas lo convirtieron en el general de dos estrellas más joven en la historia del ejército estadounidense, del cual se retiró en 1937, y en el que alcanzó ser el jefe de estado mayor. Una vez que su retiro se hizo efectivo aceptó ser el consultor principal de las fuerzas armadas del Gobierno de la Mancomunidad de las Filipinas, donde había servido en 1922.
En 1941 emergió de su retiro y fue nombrado comandante de las fuerzas armadas de los Estados Unidos en el lejano oriente. Luego del ataque a Pearl Harbor, los japoneses invadieron las Filipinas y MacArthur y su familia escaparon al último momento. Primero a la isla de Corregidor; luego a Australia.
Fue al desembarcar allí que dio el discurso que lo haría un mito y un semidios en la mente colectiva del mundo libre entonces: “I came through and I shall return.” Ese “volveré” se convirtió en una especie de esperanza mundial para todos los que vivían bajo el yugo del eje germano-japonés en tres continentes. Y así fue. Regresó, triunfó sobre los japoneses, y se convirtió en una especie de emperador-semidios.
El título de Emperor, sin embargo, se refiere a Hiroito, entonces emperador-dios de los japoneses, y la cinta cuenta la misión de MacArthur de investigar su posible papel como criminal de guerra, luego de la rendición del país a consecuencia de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki el 7 y 9 agosto, respectivamente, de 1945.
El guión establece una serie de puntos dramáticos para que a algo muy complicado y de poco interés general hoy día se le extraiga un máximo de suspenso. Una vez que el Comandante, ahora supremo, aterriza en un Tokio reducido a cenizas y a cementerio abierto, les da a sus subalternos unos límites de tiempo para completar sus tareas que son arbitrarias y casi imposibles de cumplir (parecen ser ficticias).
MacArthur es representado por Tommy Lee Jones con la imperiosidad que uno espera del hombre que ya ha dicho que hará lo que sea para ver a todos los criminales de guerra, incluyendo al emperador, colgando en el patíbulo. Con su cara tan cicatrizada como la ciudad, Jones ruge sus órdenes con el conocimiento y la intuición de un ser inteligente que ha decidido que ha de levantar de la ruina el país que ahora comanda. Quiere asegurarse que la situación no conduzca a los japoneses a los tentáculos del pulpo comunista chino. Pero sabe que no todo puede ser a la fuerza porque entiende las diferencias culturales que lo separan del país que ocupa. Sin embargo, todo se ha de hacer de modo que se entienda quién está al mando. A pesar de no estar mucho en escena, Jones, como el hombre que representa, nos tiene constantemente consciente de su presencia. Está claro que él se siente emperador.
El otro personaje importante en la película es el general Bonner Fellers (Matthew Fox), un hombre que, en la vida real, estuvo rodeado de controversias por su papel en la campaña en el Norte de África. Los alemanes recibieron y descifraron sus mensajes, lo que costó vidas, pero no se demostró que Fellers hubiese cometido ninguna falta. El suyo es el personaje que representa al “americano” en Japón durante la ocupación. Es el que “entiende” a los japoneses y habla y pelea con ellos, porque ha vivido allí antes y está enamorado de una japonesa que conoció en los Estados Unidos antes de la guerra, pero que lo dejó para volver a Japón.
Fox, que parece haber salido directamente de la vida castrense, hace lo mejor que puede con un personaje que ha sido dotado por los guionistas de tantas bondades que a veces nos parece que su sensibilidad lo descalifica para la labor que se le ha asignado. Su amor con la japonesa es una especie de Pinkerton y Cio-Cio San en reverso (en esta el soldado vuelve), poco creíble e irritante. El problema con los mensajes descifrados de Fellers que ya he descrito se convierte en el filme en que Fellers, quien los controla, ha planificado los bombardeos de Tokio tratando de proteger la parte de la ciudad donde cree que está su enamorada. Difícil de creer.
No habían pasado cinco minutos cuando pensé que la película iba a ser un tremendo desastre. Feller le dice a sus oficiales y soldados que tienen “una ventana de una hora” para completar su encomienda. La tonta y deleznable metáfora de las “ventanas” de esto y lo otro en la conversación diaria, no existía en 1945. Pero me alarmé más de la cuenta, excepto por el romance inventando que les he contando, el guión no está mal, lleva buen ritmo, y nos familiariza con un aspecto de la ocupación norteamericana que conocemos muy poco.
La veracidad histórica de la película, como ya he sugerido e indicado, es parcial. Después de todo, es una película. Como filme, Emperor no es tan malo como Inchon, en la que Lawrence Olivier representó a MacArthur, y un poco mejor que MacArthur (Gregory Peck fue el general), pero no es la película que nos pone a uno de los cinco generales de cinco estrellas en la historia del ejército norteamericano en la perspectiva correcta. Para eso lean “An American Caesar” de William Manchester.