Fundamentalismo y espiritismo
De relativo reciente cuño, el término fundamentalismo se refiere a la creencia de que la base de una doctrina o texto es irrefutable, ya sea religioso o político. En la actualidad, se usa con frecuencia con carga peyorativa y discriminatoria, sobre todo, para identificar grupos extremistas islámicos. Sin embargo, en sus comienzos, los fundamentalistas de algunos movimientos cristianos protestantes se honraban con ese nombre, al ser los fieles defensores de las bases de su fe, en este caso, la interpretación literal de ciertas versiones de los textos bíblicos.
En su inicio, fue un movimiento de protesta ante el modernismo, caracterizado por una renovación en la cultura y en la investigación científica, tanto en las ciencias naturales como en la sociología. Fue también en dicho periodo, finales del siglo XIX (19), que se difundiría extensamente el Espiritismo, gracias a las publicaciones del intelectual francés León Hipólito Denizard Rivail, bajo su seudónimo, Allan Kardec.
Los religiosos tradicionales, intimidados por esos nuevos conceptos que amenazaban los fundamentos de su fe, al estimular la investigación científica metodológica y al cuestionamiento continuo de todo fenómeno social o natural, se aferraron de manera fanática a las bases que daban sentido a su pensamiento y la cohesión de su congregación. Todo lo nuevo sería malévolo, todo lo que les cuestionara su fe, ponía en riesgo la salvación prometida. Uno de los objetivos contra los que enfilaron sus cañones fueron los movimientos espiritualistas, incluido el Espiritismo Kardeciano.
La base de dicho dogmatismo era el miedo a perder control de su preciado y, en ocasiones, privilegiado conocimiento ante los cuestionamientos de la época. Era necesario reafirmar que “lo propio” era lo válido, lo verdadero, lo único… Afortunadamente para ellos, en dicha época, la comunicación masiva corría lenta, por lo que era relativamente fácil enajenar a sus discípulos de la influencia externa y diversa.
El miedo también tenía otros imaginarios amenazantes, incluyendo los conflictos políticos globales que desataron la Primera Guerra Mundial. Estos creaban un contexto socio-político plagado de riesgos constantes de perder sus valores, tradiciones y creencias, lo cual aumentaría la sensación de amenaza y la necesidad de una fe que les diera sentido de pertenencia y seguridad. Fue típico en las guerras mundiales la propaganda de ambos lados donde se demonizaba al enemigo, envolviendo al ciudadano en la pasión de su fe para actuar en la guerra.
La propuesta fundamentalista del liderato religioso, con la intención de salvar la congregación, servía a su vez de terapia para calmar las mentes y espíritus confundidos de los feligreses en un ambiente bélico y modernista. Pero debido a que ni la más ferviente intención fundamentalista puede contra la evolución del pensamiento humano, pronto comenzaron las distinciones y separatismo de los grupos más ortodoxos y las iglesias que mantuvieron una visión más moderna de su doctrina. Para sectores más prominentes del liderato religioso, los fundamentalistas se convirtieron en blanco del discurso separatista, declarándolos anti-intelectuales y anti-modernistas y estimulando así un fuerte sentimiento de intolerancia que desencadenó en la creación de nuevas denominaciones y cultos.
Surge el término “evangélicos” para distinguir a aquellos protestantes que, sin apartarse de las bases cristianas, no rechazaban las propuestas modernas de la sociedad ni la educación científica, natural y social. Sería ese mismo grupo el que décadas más tarde acogería de forma sin precedentes los modernos medios de comunicación masiva para divulgar una fe no distante de la celosamente protegida por los criticados fundamentalistas.
Pasada una Segunda Guerra Mundial y entrando al de la llamada Guerra Fría, donde ya con más variedad de medios masivos de comunicación se fomentaba mayor temor al “enemigo”, fuera éste político o de la fe, el panorama mundial, dividido en dos principales bloques ideológicos se convertiría en un campo de batalla propagandístico, luchando cada bando por representar “la verdad”. Históricamente, el fundamentalismo religioso y el político se han complementado en la cohesión del ser humano, el primero pretendiendo controlar la mente mientras el segundo aprisiona el cuerpo.
Los evangélicos, educados en prestigiosos seminarios y universidades fueron asumiendo cargos de liderato en la política y la economía, logrando así ganar control del discurso mediático y el poder político. Mientras esto ocurría en los Estados Unidos de América, la otra América, la nuestra, la Latina, luchaba por mantener a flote una tradición hispánica católica, amenazada por el intervencionismo político estadounidense. Si la primera invasión fue capitaneada por la cruz de los católicos europeos, esta segunda invasión del Norte venía acompañada de los ministros evangelizadores. La propia Iglesia Católica tendrá su conflicto entre la hegemonía Vaticana y la realidad de una sociedad pobre de la cual surgiría una nueva teología de la liberación.
La década de los años 60 trajo un nuevo escenario de confrontación del fundamentalismo a nivel global. Estimulado por los medios de comunicación masiva, se desató la moda de la Nueva Era, una tendencia en la búsqueda de la espiritualidad que combinaba astrología, estilos naturalistas de vida, el revival de antiguas religiones paganas, experimentación psicológica con trances inducidos químicamente y una fuerte influencia de tradiciones orientalistas como la meditación y el yoga. Como dice el reverendo budista Dr. Alfred Bloom en su libro La promesa de compasión infinita:
“El problema social de la religión se refleja en la aparición del fundamentalismo en varias religiones tales como Cristianismo, Islam, e Hinduismo. Estos movimientos son reacciones al secularismo de usurpación estimulado por el avance del conocimiento científico. El fervor religioso está fundido a menudo con nacionalismo y un llamado para volver a las tradiciones sagradas del grupo nativo o étnico…”
Por un lado los jóvenes buscaban nuevas experiencias espirituales que no satisfacían las religiones tradicionales. Por otra parte, los fundamentalistas veían esta creciente tendencia como una amenaza más, por lo que debían “salvar” a la juventud que cuestionaba y experimentaba fuera de los rituales convencionales.
Esta búsqueda espiritual de moda abrió al Espiritismo una vía de menor resistencia a su estudio, sobre todo en el campo de la psicología, pues se popularizaban textos sobre la vida después de la muerte, experiencias fuera del cuerpo y el tema de la reencarnación. Pero los sectores fundamentalistas lo verían como una amenaza e incluirían en su discurso bíblico la prohibición explícita a la práctica del Espiritismo, que para ellos es la consulta con los muertos, o la comunicación con un mundo espiritual sin los intermediarios religiosos.
Se identificarán como expresiones diabólicas las frecuentes manifestaciones mediúmnicas en los cultos religiosos que incluían hablar en lenguas y trances con bruscos movimientos físicos. El espectáculo del líder fundamentalista espantando a los demonios del infortunado feligrés, se convertía en un drama aterrador que afirmaba el constante riesgo de perder el control ante el mal, si no se ceñían a las prácticas fundamentales.
La tecnología de la comunicación también favorecerá el crecimiento del fundamentalismo por la ventaja que esos medios constituyen a las tácticas de propaganda. Basado en los trabajos de Jaques Ellul sobre la Tecnocracia, el profesor y autor de libros de ética y moral en la comunicación masiva, Clifford Christians desarrolló ocho características básicas de la propaganda moderna, de las cuales podemos relacionar las siguientes, con la forma en que se ha desarrollado el fundamentalismo en la sociedad actual.
“La propaganda ocurre inevitablemente en sociedades donde la gente está despersonalizada y forzada sin saberlo hacia las masas mientras se aíslan como individuos. Derivan su identidad de la masa que es unificada por la propaganda. El propósito de la propaganda moderna no es agitar las masas hacia la acción sino integrarla a la sociedad. Esto se logra mediante la presión de grupo, normas sociales y estándares colectivos, usualmente expresados por el líder.”
La actual situación socio política mundial presenta un terreno fértil para el éxito del fundamentalismo. Inestabilidad política y económica, conflictos bélicos, incertidumbre y una comunicación de conexión global instantánea que facilita la transmisión de mensajes de todo tipo. Un viejo refrán popular dice que cuando uno se está ahogando, se agarra de cualquier cosa que le parezca fuerte. Y bien lo saben los propagandistas del fundamentalismo, religioso, político y comercial. Pero sobre todo, la ignorancia es también terreno fértil para el fundamentalismo.
Parecerá antagónico que en la llamada Era de la Información, donde la red global pone en nuestras manos cualquier dato, haya tanta ignorancia. La realidad es que si el ser humano no tiene una base de conocimiento de sí mismo y de ética, poco puede ser útil para su evolución la información a la que accede. La percepción que tenemos de nuestra realidad es el filtro por el cual evaluamos todo nuevo conocimiento. Lo que nos “parece” útil o reconfortante será lo que aceptaremos como apropiado. Si esa percepción ha sido manipulada por otro para lograr un propósito, podemos ser fácil presa de la propaganda.
En las décadas recientes se ha desarrollado un movimiento llamado Diseño Inteligente, que pretende conciliar la fe en la creación, según los textos bíblicos, con la contundente evidencia científica de la evolución biológica del ser humano. La propuesta, como hipótesis es válida, pero la misma ha sido tomada por sectores conservadores, tanto en la religión como en la política, para tratar de imponer sus creencias en la educación formal, presumiendo tener la verdad de su lado.
Por ejemplo, para aquel que no reconoce la dimensión espiritual del ser humano y el proceso palingenésico, o para quien ve el materialismo como su verdad, le es difícil comprender su crecimiento eterno. No puede entender la responsabilidad de tomar control de ese aprendizaje continuo del espíritu encarnado y se aferra a aquello que le hace mayor sentido dentro de su desconocimiento. Calma su ahogamiento agarrándose de la base de fundamentos que más le satisface para calmar su ansiedad existencial.
Si emocionalmente nos sentimos inestables, confundidos o desesperados, no podemos confiar en algo que es cambiante. Necesitamos lo rígido, fuerte, inamovible, al igual que el ahogado necesita la roca o la rama firme para sujetarse. Esa es la misma propuesta del fundamentalismo, presentar el conocimiento como algo que no cambia, que está sólido en sus fundamentos para dar seguridad. El fundamentalismo se alimenta del temor e incertidumbre, justo lo contrario del Espiritismo, que vive en la búsqueda de conocimiento, el sentimiento y la expresión de la voluntad.
Los fundamentos de por sí no son malos o amenazantes, son solo información. Somos nosotros los que le atribuimos un significado y una carga emocional, muchas veces asociada con las propias necesidades humanas que experimentamos. ¡Dios proveerá! La fe ciega, la expectativa de que algo mágico, más grande que nosotros llenará nuestras necesidades, no solo aplaca nuestra inseguridad sino que nos hace vulnerables a quien percibimos como el interventor en ese proceso.
Ejemplo de esto ha sido en año recientes el proyecto Left Behind o Dejados Atrás, el cual explota el temor ancestral a un final apocalíptico y el miedo a quedar fuera de la salvación. Utilizando modernas estrategias de comunicación, los proponentes, tan religiosos como comerciantes, usan la antigua táctica de propaganda conocida como bandwagon donde se urge a “montarse en el tren” de la verdad y no quedar atrás, lo cual resulta muy efectivo.Sea el sacerdote, pastor, ministro, imán… cualquiera que se muestre como intermediario y conocedor de la única “Verdad”, que nos guié sin pasar por el trabajo de pensar, que nos dé respuestas simples a nuestro sufrimiento, nos prometa placer eterno y sea digno de obedecerlo, estará participando de un proceso propagandístico que hay que desenmascarar.
El propio movimiento espiritista no ha estado exento del riesgo del fundamentalismo a través de estos pasados 150 años, afincándose algunos fanáticamente a los textos de Kardec, particularmente considerando El Libro de los Espíritus como un texto divino e irrefutable. Y ese riesgo sigue latente porque existen necesidades humanas en la diversidad de niveles evolutivos que llevan al conformismo o simplemente buscan su círculo de comodidad practicando solo aquello que conocen por demás, sin enfrentar nuevos retos. El conocedor de la obra de Kardec sabe que los postulados de esta doctrina proponen todo lo contrario.
Si bien la principal amenaza de los fundamentalismos es la institucionalización de la ignorancia, el principal reto del Espiritismo es la divulgación del conocimiento. Pero para esa divulgación hay que tener claro el conocimiento a compartir, asegurándose de no caer en el mismo error de los fundamentalistas, de limitar el cuestionamiento y la investigación. Enfrentar las amenazas de los líderes fundamentalistas, sobre todo de aquellos con poder político y económico que les facilita la propaganda masiva para estimular el miedo al conocimiento y la investigación, es un asunto de prioridad para los espiritistas.
Las bases del Espiritismo deben ser estudiadas, discutidas y evaluadas como medida de evolución humana, no como rígidos conceptos, sino como guías éticas de comportamiento basadas en las Leyes Universales. Hay que distinguir entre lo esencial de nuestra existencia, y el proceso de cambio continuo de nuestra evolución. Hay que comprender lo que es fundamental y lo que es incidental; lo que cambia y lo que guía el cambio. Ese es el trabajo del centro y escuela espírita, que con líderes humildes y educados en la doctrina no impondrán su pensamiento sino guiarán dialécticamente la búsqueda de cada individuo.
Contrario al fundamentalismo, el Espiritismo reconoce la diversidad, la respeta y la comprende compasivamente. Contrario al fundamentalismo, el Espiritismo no obliga, estimula; no castiga, ofrece oportunidades; no impone, educa. Y es la educación el principal recurso contra la amenazante ignorancia que estimula el fundamentalismo.
Cada ser humano tiene en sí la semilla que le estimula a crecer y buscar ser mejor. Pero, como seres imperfectos en este Planeta, también tenemos un gran vacío de conocimiento y una gran necesidad de aceptación y apoyo. Tememos a lo desconocido, evitamos el dolor y buscamos los estados más placenteros. Las ofertas para sentirnos mejor son infinitas y sofisticadas. Muchas vienen de los fundamentalistas, sean religiosos, políticos o comerciantes. La tentación de dejarnos llevar a cambio del placer es alta…
Esa es la gran amenaza: la semilla de dejadez que hay en cada uno de nosotros. Es la comodidad de la ignorancia, que nos releva de responsabilidad. Es el conformismo egoísta que nos desvincula y aísla del resto del Planeta, haciéndonos sentir superiores. Citando La Génesis de Kardec, en su sección Los tiempos han llegado:
“La nueva generación que debe fundar la era del progreso moral, se distingue por una inteligencia y una razón, generalmente precoces, unidas al sentimiento innato del bien y de las creencias espiritualistas, lo cual es señal indudable de un cierto grado de adelantamiento anterior. No se compondría exclusivamente de Espíritus eminentemente superiores, sino de los que, habiendo progresado, ya están predispuestos a asimilar todas las ideas progresistas, y aptos para secundar el movimiento regenerador.” (Kardec, La génesis, capt. 18 #28)
El discurso fundamentalista solo es efectivo cuando lo creemos. Y lo creemos cuando le atribuimos credibilidad y autoridad al líder o cuando no tenemos mejores argumentos para refutar. También lo creemos cuando satisface nuestra más mundanas necesidades y cuando nos brinda la irresponsable comodidad de no hacer nada. Pero, si tenemos conocimiento, sensibilidad y voluntad, y sabemos cómo divulgar la realidad de nuestra existencia como seres encarnados en eterna evolución, habremos comenzado a derribar las máscaras del fundamentalismo y por lo tanto, estaremos abriendo el camino a la nueva generación hacia el progreso.