Hacia una Patogenia Alternativa del COVID 19

Linas Garsys
La epidemia del coronavirus es una ocasión de crisis severa, una que en muchos países se suma al conjunto de crisis que ya enfrentaban –económicas, políticas y sociales– y que han estado agravando su vulnerabilidad a diversas amenazas naturales, como huracanes, terremotos y los virus emergentes como el SARS-CoV-2. Entender el origen de la epidemia vinculada a este último requiere de un análisis profundo de esa vulnerabilidad, cuyas raíces están de muchas formas enmarañadas a diversos procesos económicos y políticos. Son estos procesos los que generan vulnerabilidad a los virus, expandiendo progresivamente nuestra exposición a estos. La epidemia no es exclusivamente el resultado de procesos naturales, causada únicamente por el coronavirus. Esta es un proceso socio ecológico, la consecuencia de una amalgama de procesos sociales y ambientales que relacionan el virus a los humanos. La epidemia, como señala Alain Badiou en su artículo “On the Epidemic Situation” es la conjunción que enlaza diversas determinaciones naturales y sociales. Para este filósofo francés la epidemia requiere entonces de un análisis que discierna la confluencia de esas determinaciones. Una virología abarcadora del coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave o SARS-CoV-2, de origen zoonótico, requiere analizar esos nexos. Asimismo, la patogenia de la enfermedad por coronavirus o COVID-19 tampoco puede ignorarlas. Es hacia esa patogenia más amplia a la que apuntan no sólo Badiou sino también David Harvey, Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace, entre otros. Desde esta perspectiva, las actividades capitalistas propician de muchas formas la transmisión de virus entre especies, los brotes de patógenos como el coronavirus y las enfermedades como COVID-19, aparte de influenciar las decisiones políticas subyacentes relacionadas a las intervenciones estatales para enfrentarlas, políticas que reproducen diversas formas de desigualdad.
En su escrito “Anti-Capitalist Politics in the Time of COVID-19,” Harvey, usando un modelo de la economía capitalista “como una espiral de infinita expansión y crecimiento” que implica competencias geopolíticas, el desarrollo geográfico impar, complejas dinámicas financieras, diversas políticas estatales, constantes reconfiguraciones tecnológicas y las cambiantes relaciones de producción, dirige además la atención hacia las relaciones capitalistas con la naturaleza, a esa “relación metabólica en curso y siempre en evolución con la naturaleza.” Según él, el capital altera las condiciones ambientales de su propia reproducción, lo que produce consecuencias no intencionadas como el coronavirus y COVID-19, esto en el contexto de fuerzas evolutivas que también reconfiguran constantemente el medioambiente. Para él, aunque los virus mutan con mucha frecuencia, las circunstancias en que estas mutaciones ocurren dependen crecientemente de la actividad antropogénica, la que es progresivamente circunscrita a las actividades del capital. Para Harvey, existen dos aspectos relevantes a considerar. Primero, tenemos que discurrir las condiciones ambientales y ecológicas que aumentan la probabilidad de potentes y pujantes mutaciones virales. Estas condiciones son alteradas no solamente por fuerzas naturales sino también por el capital. Segundo, es necesario examinar también las numerosas condiciones o escenarios que favorecen la rápida transmisión del virus y la enfermedad mediante los cuerpos receptores o portadores del virus. Todas estas condiciones son crecientemente definidas por la economía capitalista. Puesto de otra forma, las secuelas epidémicas, demográficas y económicas del coronavirus son fruto de las fisuras y debilidades del modelo económico capitalista. El modo capitalista no sólo propicia respuestas inefectivas a la epidemia, sino que también contribuyó a la producción de las condiciones que hoy favorecen la evolución y movilidad del coronavirus, así como la difusión del COVID-19.
Rob Wallace, Alex Liebman, Luis Fernando Chaves y Rodrick Wallace en su artículo “COVID-19 and Circuits of Capital” también proveen una interesante aproximación a la relación entre los contornos del capital y COVID-19. Según estos, la geografía económica del capital se ensancha cada vez más, asediando e integrando a sus circuitos aquellos espacios ambientales relativamente independientes de estos. A medida que la producción industrial, particularmente la de los agronegocios, invade los últimos territorios externas al capital, las operaciones de alimentos rústicos, tradicionales o exóticos deben operar más lejos para cultivar o criar sus comestibles, aumentando la exposición a nuevos patógenos. Si no, estas operaciones se ven forzadas a coexistir con los mercados capitalistas y los agronegocios, compartiendo espacios en los mercados y hasta integrándose formalmente a los circuitos del capital. Esto favorece la transmisión entre especies de diversos virus. Como resultado, los patógenos más exóticos, más recientemente el SARS-2 alojado por murciélagos, se pasa a otras especies, como al ganado y luego a los humanos. Este viaja con sus portadores en camiones u otros medios de transportación, ya sea en el ganado, otros animales para comer o en los trabajadores que los cuidan y transportan, moviéndose desde un remoto circuito periurbano a otros hasta finalmente entrar al escenario global, golpeando fuertemente a diversas poblaciones humanas alrededor del planeta.
La premisa operativa y subyacente de Wallace y sus colegas es que la causa de epidemias como la que enfrentamos hoy no se encuentra sólo en un agente infeccioso o su curso clínico, sino también en el campo de las relaciones ecosistémicas que el capital ha propiciado y transformado para su propio beneficio. Su teoría general de la aparición de enfermedades, incluyendo su aparición en China, combina varios procesos, comenzando con la expansión global de los circuitos de capital y su lógica de la acumulación de riqueza. Para ellos, como para Harvey, el despliegue del capital destruye la complejidad ambiental de diversos territorios de tal forma que no puede evitar o controlar el aumento y difusión de los virus, entre otros patógenos. El despliegue también aumenta las tasas, así como la amplitud taxonómica de los eventos de contagio entre especies, como por ejemplo entre murciélagos, ganado y humanos. La expansión de los circuitos del capital y la intensificación de sus actividades también repercute en los contornos y redes de productos básicos periurbanos, facilitando que los nuevos patógenos viajen con y en el ganado y los trabajadores en su movimiento del “campo a la ciudad.” Las crecientes redes mundiales de viajes y comercio, incluyendo el comercio de plantas, animales y alimentos, también facilitan la movilidad global, y relativamente rápida, de los patógenos desde la periferia a diversas ciudades alrededor del mundo. Además, la expansión del capital y los cambios en las condiciones ambientales que produce favorecen la selección natural para la evolución de patógenos cada vez más mortíferos, tanto en el ganado como en las personas. Finalmente, los circuitos del capital disminuyen la reproducción in situ en el ganado industrial, prescindiendo de la selección natural y de los servicios ecosistémicos que proporcionan protección contra diversas enfermedades. En fin, el capital, particularmente el vinculado a los agronegocios y la industria de alimentos, y como nunca, favorece a los patógenos.
La patogenia provista por estos intelectuales, enfocada en la relación entre el capital y el COVID-19, nos provee un marco de referencia no sólo para examinar la epidemia sino además para cuestionar y criticar esa relación y desplazarla a favor de una mejor forma de relacionarnos con la naturaleza. Aunque muchos en la izquierda occidental, incluyendo a Slavoj Žižek, le han diagnosticado el COVID-19 al capital, anunciando su agonía y muerte, estos parecen olvidar su tremenda resiliencia. El virus, como afirma Byung-Chul Han, no vencerá al capitalismo, aun cuando provoque una recesión económica que lo lastime muchísimo. Para él, la “revolución viral” es poco probable. Ningún virus es capaz de hacer la revolución, en particular en momentos en que el distanciamiento social reafirma la tendencia hacia la individualización, tan promovida y defendida por la hegemonía neoliberal. El efecto de esta tendencia sobre la sociabilidad, acompañado de los estilos autoritarios del neoliberalismo tardío, prometen lo que Enzo Traverso describe como un “escenario aterrador.” Las políticas de distanciamiento social limitan la praxis colectiva, aunque los activistas vinculados a diversos movimientos sociales desarrollan, como acostumbran, formas muy creativas y noveles de protestar, aun desde su aislamiento. Para Byung-Chul Han en su escrito “La Emergencia Viral y el Mundo de Mañana”: “Somos nosotros, personas dotadas de razón, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta.” Si no lo hacemos vendrán crisis mayores, como nos advierte Gabriel Markus, aunque desde una perspectiva europea, en “El Orden Mundial Previo al Virus era Letal”:
Pero si, una vez superado el virus, seguimos actuando como antes, vendrán crisis mucho más graves: virus peores, cuya aparición no podremos impedir; la continuación de la guerra económica con Estados Unidos en la que ya está inmersa la Unión Europea; la proliferación del racismo y el nacionalismo contra los emigrantes que huyen hacia nuestros países porque nosotros hemos proporcionado a sus verdugos el armamento y los conocimientos para fabricar armas químicas. Y, no lo olvidemos, la crisis climática, mucho más dañina que cualquier virus porque es el producto del lento autoexterminio del ser humano. El coronavirus no hará más que frenarla brevemente.
Un buen punto de partida para no actuar como antes es adoptar y adaptar las propuestas incluidas en el Llamamiento de Pueblos Originarios Afrodescendientes y Organizaciones Populares de América Latina: darle prioridad a la vida sobre la deuda; luchar contra las desigualdades, incluyendo las desigualdades ambientales; fortalecer los sistemas de salud pública; reclamar el trabajo digno con derechos garantizados; reconocer la buena vivienda como un derecho social; mitigar el hambre y garantizar el acceso universal a la buena alimentación, la seguridad alimentaria; rechazar la creciente mercantilización y comercialización de la naturaleza; fortalecer la asistencia humanitaria y sanitaria reconociendo la soberanía y autonomía de los pueblos, en particular la de los originarios; implementar políticas para confrontar la violencia sexista; promover la prevención y no sólo la represión de patógenos; rechazar las políticas e intervenciones imperialistas; y fortalecer los sistemas internacionales de ayuda humanitaria. A esto le añado reclamar acciones para mitigar los efectos del cambio climático y a favor de la justicia climática y fomentar una producción agrícola alternativa, una basada en la agroecología, la cooperación y la solidaridad.