Fantasmas y miedos en ciertas élites políticas
A la memoria de William Miranda Marín, a tres años de su partida.
En su crónica del funeral del primer gobernador electo de Puerto Rico, Las tribulaciones de Jonás, Edgardo Rodríguez Juliá cuenta la historia de un locutor de radio quien, mientras narraba el evento, cometió un error revelador: conmovido por la emoción de la despedida multitudinaria a don Luis Muñoz Marín, el locutor radial dijo: “¡Señoras y señores! Es indescriptible lo que está sucediendo… ¡La gente tiene un ataque de historia!” Inmediatamente el locutor trató de corregir su lapsus e insertó “histérico” precisamente donde el inconsciente había dicho “histórico” pero, según narra Rodríguez Juliá, “bien sabía él que aquel disparate decía verdad, la única verdad».Esta reflexión no pretende analizar el ensayo de Rodríguez Juliá sino tomarlo como un punto de partida muy provocador para tratar de responder las siguientes interrogantes: ¿Podríamos hablar de histeria puertorriqueña? ¿Podemos en realidad afirmar que los puertorriqueños, como una nacionalidad colonizada, nos colocamos en la posición del histérico en relación con el Otro? Si nuestras respuestas a las preguntas anteriores son que “sí” o cuando menos sospechamos que podría ser una hipótesis sugerente, entonces, ¿cuáles han sido las implicaciones políticas de esa postura? Estoy convencido de que estas respuestas nos pueden ayudar a entender mejor el lugar del miedo en la historia política contemporánea del País, particularmente en la discursividad de ciertas élites políticas en nuestra Isla.
Es importante pensar en estas implicaciones políticas, especialmente cuando tras más de cien años de presencia norteamericana en Puerto Rico, demasiadas señales constatan el quiebre del modelo político y económico que ha hecho posible. Aunque la invasión estuvo precedida por una fuerte presencia económica, la llegada de las tropas norteamericanas por la costa sur de la Isla el 25 de julio del 1898 como resultado de la Guerra Hispanoamericana, marcó el comienzo de la hegemonía estadounidense en Puerto Rico.
Como sabemos, la invasión desencadenó un período de gobierno militar y el posterior protectorado o tutelaje que duró hasta el 1948. Ese año, por primera vez en su historia, los puertorriqueños de entonces tuvieron la oportunidad de elegir a su propio gobernador. La decisión del Gobierno de Estados Unidos de concederle al pueblo de Puerto Rico la oportunidad de elegir a su propio gobernador fue seguida por una ley del Congreso en el 1950, que permitió la convocatoria de una Asamblea Constituyente en la Isla. Dos años después, y como resultado de dicha asamblea, una inmensa mayoría del electorado aprobó la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico y el Gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica la ratificó.
En su libro «Puerto Rico. Una historia política y cultural», el fenecido historiador político Arturo Morales Carrión explica que “el establecimiento de la relación mancomunada… apuntó hacia nuevas formas y posibilidades, pero dejó pendientes varias interrogantes cruciales”. Algunas de estas interrogantes eran las siguientes: ¿Significa este nuevo estatus político el fin del colonialismo como el estado político de Puerto Rico? ¿Se trata de un asunto de consentimiento mutuo o continúa Estados Unidos como la autoridad definitiva y unilateral en la Isla? ¿Es este nuevo estatus permanente o es una etapa transitoria hacia la independencia o la estadidad?
Estas interrogantes quedaron como varios de los asuntos pendientes del estatus político de la Isla y han constituido buena parte del espacio de lucha hegemónica en Puerto Rico, de la lucha por las interpretaciones, la construcción de los acontecimientos y las significaciones.
Cada cuatro años los puertorriqueños participamos en las elecciones para elegir a un gobernador, alcaldes y legisladores, y cada proceso electoral es también una oportunidad para volver a discutir el estatus político de la Isla. Desde entonces la especie de estatus intermedio del Estado Libre Asociado -es decir, una fórmula colonial que otorga cierto grado de autonomía entre ser soberano y ser parte integral de los Estados Unidos como un estado de la Unión-, ha sido objeto de debate.
Las alternativas políticas de la estadidad y la independencia aparentemente han estado muy claras para todos: “total” integración a los Estados Unidos o “total” separación. La opción autonomista, es decir, el estatus actual- siempre ha sido el principal campo de lucha y de debate. Para algunas personas no es otra cosa que una colonia “perfumada”; para otros significa autonomía y asociación con los Estados Unidos de Norteamérica. Los autonomistas insisten en que el Estado Libre Asociado es la fórmula política que otorga el mayor grado de autonomía compatible con nuestra unión permanente con los Estados Unidos.
Lo que suele estar ausente en todos estos debates es la opinión del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica. Antes y después de que el gobierno de los Estados Unidos ratificara la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico en 1952, el silencio por parte de los Estados Unidos ha sido una constante. Solo en determinadas coyunturas muy específicas, un Presidente o un funcionario importante del Gobierno de los Estados Unidos ha emitido una opinión sobre Puerto Rico, coyunturas fácilmente vinculables a momentos de tensión política en el País. La mayoría de las opiniones se han considerado como “de la boca hacia afuera”; expresiones tipo ‘Estadidad ahora’ para las gradas, pero la constante ha sido mucho estreñimiento a la hora de emitir opiniones oficiales.
Este silencio carecería de importancia si no fuera porque ha sido insoportable para muchos líderes políticos de la Isla. ¿Por qué para ciertas élites políticas puertorriqueñas parece difícil aceptar el silencio del Gobierno estadounidense con respecto a Puerto Rico? ¿Por qué decía Albizu que los americanos estaban sordos y había que abrirle los oídos a tiro limpio? Pienso que una manera de responder a esto es comprendiendo cómo se ha estructurado la relación colonial entre Puerto Rico y su Otro Imperial, los Estados Unidos de Norteamérica.
Comenzaré a elaborar mi propuesta de interpretación sobre la estructura de esta relación contándoles un chiste que se hace en los círculos del psicoanálisis. Es la historia de un hombre que va caminando hacia una iglesia católica. Entra a la Iglesia y ve que la luz del confesionario está encendida. Entra al confesionario, se sienta y dice: “Padre, perdóneme porque he pecado. Anoche me masturbé cuatro veces”. Y una voz proveniente del otro lado del confesionario le dice: “Por mí te lo puedes cortar, porque simplemente estoy aquí pintando”.
Como muestra este chiste, lo que en efecto es insoportable es que no le importes al Otro. Y para los líderes puertorriqueños, en efecto el silencio del Otro Imperial es insoportable porque, al estar en una posición histérica, los líderes puertorriqueños han estado durante casi cien años tratando de encontrar una respuesta veraz y duradera a una pregunta básica pero muy importante que aún no les han contestado –y por lo que sabemos no se la contestarán: “¿Qué quiere el Otro de mí?
Ante el silencio del Otro Imperial -es decir, ante el enigma del deseo del Otro, los líderes puertorriqueños siempre han tratado de poner palabras en la boca del Otro. Cada vez que un dirigente político de Puerto Rico regresa a la Isla de un viaje a Washington D.C. -o más recientemente de reuniones con agencias acreditadoras en Nueva York- habla con los periodistas y les dice “lo que dijo el americano”. Pero nunca estamos seguros de lo que dijo, si en efecto dijo algo porque nadie –excepto ese líder político- lo ha visto hablar.
Durante una visita a varios países de América Latina en el 1997, el Presidente de los Estados Unidos participó en una reunión televisada en el ayuntamiento, transmitida desde Argentina a la comunidad hispana en todo el mundo. En ese programa un estudiante puertorriqueño de Miami le preguntó al presidente acerca del futuro de Puerto Rico y el Presidente tuvo que improvisar una expresión pública sobre Puerto Rico, quizá por primera vez desde que llegó a Casa Blanca. Unos días después el Presidente del Senado de Puerto Rico publicó la transcripción de la respuesta en un anuncio político en los principales periódicos de Puerto Rico. Como seguramente algunos recordarán, el mismo día que se transmitió el programa, todos los noticieros en Puerto Rico incluyeron las expresiones presidenciales como su noticia de primera plana. Al siguiente día, fue el titular de los principales periódicos. El presidente HABÍA HABLADO de Puerto Rico y la mayoría de los líderes políticos de la Isla estaban tratando de explicar lo que en realidad había dicho el Presidente, si es que dijo algo.
Pues bien. La histeria, como todos sabemos, más que una enfermedad o un diagnóstico fenomenológico, se entiende en el psicoanálisis como una estructura psíquica. Es una posición desde la cual ciertos sujetos se relacionan con el Otro. Más aún, y como Lacan nos ha mostrado en su seminario «L’envers de la psychanalyse», es un discurso que, como tal, permite la articulación de la exigencia al Otro –una exigencia que le pide al Otro una producción discursiva determinada. Esa misma producción que se le exige al Otro es un intento del histérico de resolver el enigma del deseo del Otro, para obtener una respuesta clara al Che vuoi?
¿Por qué es importante para el histérico obtener una respuesta del Otro? ¿Es importante solamente entender la manera histérica de exigirle al Otro o también está vinculada al deseo histérico? Esto es fundamental porque el histérico –o la histérica- se coloca en relación al Otro como una manera de resolver el enigma de lo que el Otro quiere, más concretamente, encontrar una respuesta a la pregunta de qué es lo que el Otro quiere de él o de ella. Es decir, obtener una respuesta le dará al histérico la coherencia que le falta, que le resuelva su enigma estructural. Es ésa su ilusión y su apuesta: que el Otro hable y diga que me ama y cómo me ama. Si obtiene una respuesta del Otro, el histérico obtendrá una ‘solución’ al vacío qe le habita y una consistencia que no ha logrado.
En la medida en que el Otro siempre es un enigma en sí mismo, el neurótico -y la histeria es una de las modalidades de la neurosis- simplemente imagina quién es el Otro y ése, de acuerdo con Willy Apollon, es su error: «El Otro al que nos referimos, no sabemos quién es. Y el psicoanálisis tiene que ocuparse de ello. ¿Qué le decimos al Otro? ¿Qué arriesga el Sujeto cuando aborda al Otro? Le está dando al Otro la oportunidad de abusar. Le damos al Otro el poder de responder, de negarse a responder. A decir sí o no».
Sin duda el histérico no acepta pasivamente la negativa del Otro a responder. Esa incertidumbre es en realidad lo que parece insoportable. Él -o ella- debe encontrar una respuesta al enigma del deseo del Otro. Y la respuesta, según argumenta Bruce Fink, “es provista por el fantasma fundamental”. ¿Cómo se aplica esto a la situación de Puerto Rico? Si, como he propuesto, ciertos líderes puertorriqueños se colocan en una posición histérica en relación al Otro Imperial, y ese Otro básicamente ha permanecido en silencio durante casi un siglo, los líderes puertorriqueños deben haber construido, a nivel del fantasma fundamental, una respuesta al Che vuoi? Se trata de una construcción inconsciente que intenta solucionar el enigma y organiza su modo de relación con el Otro, precisándole qué objeto de deseo debe ser, cómo debe ofrecerse al Otro. Mi propuesta es que ciertas élites políticas puertorriqueñas construyeron un fantasma fundamental que nos ha atrapado, como formación política, en un posicionamiento histérico en relación con el Otro y que es, todavía hoy, la ficha del tranque en ciertos grupos políticos, que no nos permite avanzar en un proceso descolonizador. Me refiero al fantasma fundamental de la unión permanente. Desde la década de 1950, esta fórmula se ha utilizado para caracterizar la relación entre Puerto Rico y los Estados Unidos, y ha funcionado como un fantasma que interpreta el deseo del Otro.
El 26 de diciembre de 1951, el líder del PPD y gobernador electo de Puerto Rico, don Luis Muñoz Marín, se opuso a una propuesta del delegado pro-estadidad Paz Granela para incluir la palabra “permanente” al hablar de la relación política entre Puerto Rico y los Estados Unidos. En su intervención contra la enmienda de Paz Granela, Muñoz Marín sostuvo que “ha sido claramente expresado frente al pueblo… que no es nuestra intención cerrarle las puertas a ningún desarrollo político posible en el futuro”.
Sin embargo, el 14 de febrero de 1958, Día de San Valentín, siete años después de la Asamblea Constituyente de Puerto Rico, seis años después de la inauguración de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, y cuatro años después de que un ataque por parte de un grupo de nacionalistas puertorriqueños en la Cámara de Representantes en Washington, D.C., el gobernador Muñoz Marín pronunció un importante discurso ante la Cámara de Comercio de Puerto Rico, en el que ya parecía instalada la fantasía fundamental de la unión permanente.
Al enumerar las “normas definitivas, sencillas y claras para orientarnos en nuestro desarrollo”, Muñoz Marín menciona nuestra unión permanente con los Estados Unidos; la gran unión americana con la que estamos asociados en condiciones de igualdad, con orgullo y con espíritu inquebrantable”. Y termina su discurso ante la Cámara de Comercio con unas palabras que demuestran el papel fundamental del fantasma de la unión permanente en su discurso: «En lo que a mí respecta, ustedes y todos en Puerto Rico tienen mi visión y mi palabra: El Estado Libre Asociado, en mi juicio más ponderado y en mi convicción más irrevocable, es la mejor y más segura garantía posible de nuestros lazos permanentes con la Gran Unión Americana, con la que estamos asociados a través de dos nobles y poderosas fuerzas morales: nuestra ciudadanía y nuestro deseo libremente expresado de permanecer en esa unión por siempre».
Muñoz Marín, al afirmar que “hemos estado” y “siempre estaremos” permanentemente unidos a Estados Unidos, está asumiendo un posicionamiento muy específico en relación al Otro, que es cónsono con nuestro fantasma fundamental. ¿Qué quiere el Otro de mí? Quiere la unión permanente. Pero lo que el discurso de Muñoz revela es que se trata de la aspiración del uno, no del deseo del Otro, y eso es justamente lo que el fantasma fundamental busca encubrir. Según Slavoj Žižek, «lo que encontramos en el meollo del fantasma fundamental es la relación con el deseo del Otro, su opacidad; el deseo que se pone en escena en el fantasma no es el propio, sino el deseo del Otro. El fantasma fndamental es la manera en que el sujeto se responde a sí mismo la pregunta de: ¿qué objeto soy para la mirada del Otro, para el deseo del Otro?- esto es, ¿qué ve el Otro en mí? ¿Qué papel juego en el deseo del Otro?»
Es claro que como dice Fink “los histéricos adoptan una determinada postura como objetos”, pero la pregunta es ¿qué está simbólicamente en juego en esta postura, en esta manera de tratar el enigma del deseo del Otro? ¿Qué relación puede establecerse entre el deseo del Otro y el deseo del histérico? Y, por último, ¿qué significaría para los puertorriqueños atravesar el fantasma de la unión permanente?
Si uno explora etimológicamente la trampa del fantasma fundamental de la unión permanente, ¿qué encuentra? Primero el significante unión: uno. Uno solo. Hecho de ser uno. Juntar dos o más cosas para formar un todo. Un todo grande y fuerte. Y luego permanente: fijo. Que no cambia. Destinado a durar eternamente. A quedarse. Pero permanente lleva en su etimología además, el manan, que brota cual manantial. Y el Maná, ese alimento que según el Éxodo cayó del cielo para alimentar a los israelitas en el desierto cuando huían de Egipto.
Atravesar el fantasma de la unión permanente requeriría, en primer lugar, aceptar el hecho de que el fantasma fundamental está allí a fin de encubrir un hecho insoportable: el deseo del Otro es enigmático, o mejor aún, ni siquiera tenemos una verdadera idea de quién es el Otro. El problema de la histeria es que el Otro siempre es un enigma. Pensemos en el caso de ciertas élites puertorriqueñas cuando hablan de Estados Unidos o de «el americano». ¿De quién hablan? ¿Del Presidente? ¿Del Congreso? ¿Del gobierno? ¿Del Estado? ¿Del llamado gobierno permanente? ¿De los estadounidenses? ¿De los grandes intereses? No hay claridad de quién es ese Otro del que hablamos.
Para Žižek «el cambio fundamental que debe lograr el psicoanálisis es inducirlo a darse cuenta de cómo él mismo es este otro para quien ha estado representando un papel- cómo su “favorecer al otro” es “favorecerse a sí mismo”, porque simbólicamente está identificado con la mirada para la cual él está interpretando un papel».
Por lo tanto, el problema tiene que ver con una identificación del histérico con la mirada del Otro -el histérico desea, dice Fink, como si fuera el Otro. Si aún persiste y opera el fantasma de la unión permanente, como los debates políticos de los últimos años lo han mostrado, y dicho fantasma es posible debido a una identificación simbólica con la mirada del Otro, se puede decir que Puerto Rico está obsesionado, abrochado, fijado a la fórmula de la unión permanente y que dicha fijación impide la articulación y el movimiento de un deseo más allá de su identificación.
Así pues, ¿cómo atravesar y lograr trascender ese fantasma fundamental de la unión permanente? El psicoanálisis nos aporta una pista importante: el fantasma fundamental opera como un velo, como un telón que encubre otra escena. Atravesar nuestro fantasma fundamental supone reconocer que detrás de ese velo se oculta un enigma con el que tenemos que vérnoslas de frente: que ese Otro no es más que una construcción; que ese Otro no soluciona nuestro enigma estructural; que ese Otro no resuelve nuestras carencias y nuestros vacíos. Es por eso que el miedo y la angustia emergen cuando el fantasma se tambalea y la consistencia imaginaria del Otro Imperial se ve amenazada. El uso insistente del miedo como recurso movilizador en las campañas políticas deja constancia de ello. De ahí que la ausencia del Otro nos enfrente al reto ético de asumir nuestro destino subjetivo como nación caribeña y latinoamericana.
Pero la cobardía de ciertas élites políticas, afanadas por seguir instaladas en el lugar de hijos y no de adultos, han recurrido a la trampa de la seducción para evitar el tener que enfrentar ese desafío ético de asumir un destino y una responsabilidad política. En una estrategia colonial por excelencia y movidos por cierto afán de supervivencia, estas élites han renunciado al proyecto de convertirse en actores y actrices principales de su propio destino y han quedado atrapadas en el juego imaginario de la seducción del amo. Mi propuesta es que el fantasma fundamental de la unión permanente ha organizado ese juego imaginario de seducción de un amo ausente. Y ese juego de seducción de un amo que no es más que nuestra propia construcción, nos ha privado de la posibilidad de ser arquitectos de nuestro propio proyecto político. En palabras de Willy Apollon, «el colonizado no es el actor principal de su propio destino; no es el sujeto de su propia historia, sino que se construye como objeto en la historia del Otro, del amo».
En ese juego de seducción, el discurso del máximo de autonomía posible dentro de la unión permamente con Estados Unidos no es más que una ilusión. Ilusión de poder y autonomía dentro de los límites impuestos por el ejercicio del poder del Amo. Ilusión de poder y autonomía dentro de los límites impuestos por los juegos de seducción que organiza el fantasma fundamental de la unión permanente. Algunos, como Albizu y Oscar López, han pagado con su vida y con su libertad, la transgresión de los límites impuestos por ese mundo imaginario y por el dominio del Otro imperial. Algunos, como los soberanistas, corremos el riesgo de ser constantemente excluidos o destituidos por «moverle el tapete» (como dicen los mexicanos) a los límites impuestos por ese mundo ilusorio y por la trampa de la unión permamente. ¿Quién olvida las reacciones viscerales de tantos al uso que William Miranda Marín hiciera del significante «ruptura»?
El problema es que, como muy bien ha señalado Willy Apollon, esa trampa y las ilusiones de autonomía en escenarios donde no somos sujetos de nuestra propia historia, se vienen abajo en momentos como éste. Es decir, se vienen abajo cuando el régimen pierde su viabilidad; cuando las instituciones pierden su fuerza; cuando los niveles de corrupción amenazan con deshacerlo todo. Para Apollon, la corrupción es el síntoma de la represión de todo orgullo nacional, y de la represión del deseo de ser actores de la propia historia y no objetos de la historia del Amo. La corrupción, no lo perdamos de vista, es una falta de respeto radical a la ley del Amo. La corrupción es el fracaso del colonialismo en la autonomía. Y la corrupción -¿recuerdan al alcalde Buzo?- es el corolario de la seducción.
Pero, agrega Apollon, «junto a este aumento creciente de la corrupción… una nueva demanda política por una verdad histórica emerge entre los sujetos en búsqueda de su verdadera identidad, que vuelve nula y vacía de contenido la puesta en escena de los regentes del poder colonial». Es por eso muy interesante pensar en el surgimiento, durante años recientes, de numerosos grupos políticos e iniciativas ciudadanas al margen y al interior de los partidos políticos tradicionales, para articular propuestas en ruta a ese proyecto.
En momentos de crisis e interregno como el actual, señala Apollon, los sujetos coloniales capaces de interrogar la trampa y atravesar sus fantasmas, buscan liberarse de un espacio que carece ya de sentido y buscar articular otra modalidad de consistencia discursiva que sea capaz de construir un espacio en el que la relación con el Otro no esté controlada por la seducción y sus avatares, ni por la corrupción y por los simulacros de autonomía. Una ruta digna -la dignidad es fundamental aquí, como supo atisbarlo al final de su vida William Miranda Marín- para organizar un nuevo espacio simbólico y jurídico capaz de fundar un nuevo proyecto de país, un proyecto político sobre una base creíble, factible y viable.
De modo que, ¿cuál es el reto? Termino estas reflexiones diciendo que el reto que tenemos de frente es el de ser capaces de articular una nueva ética política. Una ética política que depende de, por lo menos, siete actos fundamentales: Primero, renunciar al miedo y convivir con la angustia. Segundo, articular un proyecto democrático. Tercero, rechazar la teatralidad y las trampas de los juegos seductores del colonialismo. Cuarto, atravesar el fantasma de la unión permanente. Quinto, mostrar la voluntad política de luchar contra, y poner límites a, la corrupción. Sexto, apelar a la responsabilidad implícita en hacernos actores de nuestra propia historia sin depender de otro, ni esperar que sea Otro quien resuelva. Y séptimo, abrazar la dignidad en un escenario de riesgos e incertidumbre, sin seguir jugando a construir un Otro que nos proteja de lo incierto.