José Gómez Sicre o la creación de un canon panamericano
Claire F. Fox, profesora de la Universidad de Iowa, acaba de publicar un magnífico libro, Making Art Panamerican: Cultural Policy and the Cold War (Minneapolis, Minnesota University Press, 2013). Éste es un estudio sobre la creación del canon del arte latinoamericano que se construyó en los Estados Unidos a partir de la Segunda Guerra Mundial, canon marcado por las tensiones políticas de la Guerra Fría. Por muchas razones el libro de Fox me hizo pensar en otro muy importante que estudia la canonización del arte estadounidense durante el mismo periodo. Me refiero al de Serge Guilbaut que en su versión al inglés lleva el sugerente título de How New York Stole the Idea of Modern Art: Abstract Expressionism, Freedom, and the Cold War (1983). Aunque Fox conoce y cita el libro de Guilbaut, sus argumentos son en verdad distintos de los expuestos en ese libro que se publicó ya hace treinta años. En otras palabras, el libro de Fox es parecido pero independiente del de Guilbaut; ambos coinciden, sobre todo, en ver el gran impacto de la Guerra Fría en la construcción de un canon artístico, estadounidense en un caso, latinoamericano en otro.
Leí el libro de Fox con el de Guilbaut en mente, pero mi lectura estuvo aún más marcada por mi interés en José Gómez Sicre (Matanzas, Cuba, 1916- Washington, D.C., 1991), un intelectual y crítico de arte cubano que desempeñó un papel central en la creación del canon del arte latinoamericano de este momento. En otras palabras, leí el libro de Fox como si fuera casi una biografía de Gómez Sicre. Pero para entender por qué me acerqué al libro de esa forma hay que explicar en qué consiste el mismo.
Making Art Panamerican… se compone de un prefacio, una introducción, cuatro capítulos y un epílogo. En el prefacio Fox plantea el tema general de su obra y nos presenta el impacto que el arte latinoamericano, especialmente el mexicano, tuvo en los Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial.
En la introducción se nos presenta la historia de la sección de arte y cultura de la Unión Panamericana en Washington y el papel que desempeñó en la misma Gómez Sicre, a quien algunos llaman el inventor del arte latinoamericano. Esta es una afirmación muy controvertible que amerita más investigación. Pero no cabe duda de que este intelectual cubano fue una figura central en la discusión sobre el tema desde la década de 1940. Tampoco cabe duda alguna que este concibió su visión del arte latinoamericano a partir de un fuerte desprecio y un ataque frontal al muralismo mexicano y el arte comprometido en general.
El primer capítulo se centra en los cambios que Gómez Sicre introdujo en la Unión Panamericana cuyas actividades culturales habían estado bajo la dirección de una intelectual mexicana, Concha Romero James. En este capítulo se estudia el gran impacto de Alfred H. Barr, Jr., el fundador y primer director del Museo de Arte Moderno de Nueva York, tuvo sobre Gómez Sicre quien había sido consultor y lazarillo de Barr cuando este organizaba una exposición sobre arte moderno cubano para el MoMA (1944-1945). Fox establece que “[i]n his own curatorial projects. Gómez Sicre would strive to fuse Romero James’s latinoamericanismo with Barr’s emphasis on universal aesthetic values” (59).
En el segundo capítulo Fox presenta como Gómez Sicre impactó los movimientos artísticos latinoamericanos a través de exposiciones de arte que viajaron por América Latina, como la titulada “32 artistas” (1949-1950), exhibición que trataba de establecer un nuevo canon en el arte latinoamericano, canon que negaba la obra de los muralistas y que favorecía la abstracción y el expresionismo.
El tercer capítulo se concentra en la relación de Gómez Sicre y el joven José Luis Cuevas, quien asumió el liderato del ataque contra el muralismo en México, con sus manifiestos y con su obra misma. Ante la grandiosidad épica de los murales de Rivera, Orozco y Siqueiros, el joven Cuevas proponía la intimidad de sus pequeños dibujos a plumilla en los que figuras estilizadas y de tonos grotescos parecían encarnar la angustia típica del existencialismo que en el momento ocupaba el centro del pensamiento europeo y estadounidense. Con sus exposiciones de obras de Cuevas y sus ensayos sobre éste, Gómez Sicre creó una imagen canónica del artista y estableció con él una problemática relación que no dejaba de tener tonos homoeróticos. El estudio de la correspondencia entre el crítico cubano y el artista mexicano lleva a Fox a decir que muchos de los textos contra los muralistas firmados por Cuevas fueron redactados por Gómez Sicre. La relación entre ambos se enfrió cuando el mexicano comenzó a defender la Revolución Cubana y decidió casarse en contra de los consejos de su mentor y protector.
El último capítulo se centra en el fracaso de la exposición de arte latinoamericano para la “HemisFair”, una feria que debía reunir en San Antonio, Tejas, durante el verano de 1968 muestras económicas y culturales de América Latina y los Estados Unidos. Gómez Sicre y Rafael Squiru, crítico argentino que más tarde se convertirá en exégeta de la obra del puertorriqueño Francisco Rodón, fueron consultores artísticos de los organizadores de esta feria que nunca alcanzó sus objetivos, ni económicos ni culturales. En el epílogo que cierra su libro Fox apunta brévemente al tema del arte latinoamericano visto desde los Estados Unidos hasta nuestros días.
No me cabe duda de que Making Art Panamerican… es un trabajo de excelencia. Su autora usa la historia de los proyectos culturales de la Organización de Estados Americanos (OEA) para ofrecernos una explicación de la construcción del concepto de arte latinoamericano moderno. Como ya he dicho, éste es un concepto problemático que todavía no ha sido estudiado con el detenimiento que requiere y amerita. Por ello no podemos aseverar con absoluta certeza que fuera Gómez Sicre quien lo inventó. Pero no cabe duda de que fue uno de los impulsores del mismo y que su visión estuvo fuertemente teñida por sus prejuicios ideológicos y por los accidentes vitales. Es por ello que leí el libro de Fox casi como si fuera una biografía suya.
Miembro de una distinguida familia que estuvo ligada directamente a la formación de la nación en el siglo XIX, Gómez Sicre tenía profundas raíces cubanas. Su salida del país estuvo marcada por un escándalo sexual y sus primeros años en los Estados Unidos, por su contacto con Alfred H. Barr, Jr., quien lo encaminó para que estudiara con los mejores historiadores del arte estadounidense, particularmente con Meyer Shapiro, el insigne profesor de Columbia University quien, tras años de aceptación de ideas marxistas, intentó ver el arte desde una perspectiva formalista, aunque en el fondo nunca negó sus orígenes ideológicos. Algo parecido le ocurrió a Gómez Sicre quien, a pesar de su violento ataque a los muralistas mexicanos y, más tarde, a la Revolución Cubana, no dejó de verse como una persona de izquierda o, al menos, como liberal. Fox apunta que “[i]n the long run, it was Gómez Sicre’s sexuality, rather tan his leftist connections, that proved enduring grist for defamatory rumor” (103). Hay que recordar que en los Estados Unidos durante el periodo de la Guerra Fría y el macartismo la persecución de izquierdistas y homosexuales fue casi la norma y que muchas veces fue dirigida por homosexuales homofóbicos. J. Edgar Hoover, el director del FBI, encarnó mejor que nadie esa actitud de odio a sí mismo. En las acciones de Gómez Sicre, como claramente prueba Fox, también se haya esa paradójica actitud.
Si dejamos a un lado las reveladoras contradicciones vitales de Gómez Sicre y nos centramos en sus ideas sobre el arte podemos entender mejor sus contribuciones. Es evidente que Gómez Sicre dirigió en el momento el ataque a los muralistas mexicanos, quienes dominaron el contexto cultural latinoamericano hasta la década de 1950 y que se convirtieron en la muestra representativa del arte de ese momento fuera de nuestros países. Fox establece que los orígenes de este ataque se hallan en un incidente entre el cubano y Siqueiros que ocurrió cuando el mexicano se hallaba de paso por Cuba. Lo que tenía base personal se convirtió en una campaña política y estética. Más tarde, la posición anti-muralista marcó a otros historiadores del arte, especialmente la argentina Marta Traba, quien tanto impacto tuvo en Puerto Rico.
Aunque no compartamos con Gómez Sicre su polémica posición contra los maestros mexicanos y otros artistas comprometidos, hay que reconocer que, sin lugar a dudas, este desempeñó un papel importantísimo en la construcción de una imagen del arte de nuestros países como unidad y que fue central, con exposiciones como “32 artistas” y su trabajo en las competencias auspiciada por Esso, compañía de la familia Rockefeller, para hacer que conociéramos mejor nuestro arte en toda América Latina. En otras palabras, aunque no le otorguemos el título de fundador del arte latinoamericano y aunque estemos en contra de sus posiciones políticas y de sus actitudes personales, hay que reconocer que Gómez Sicre creó un nuevo canon latinoamericano y que ayudó a que el arte de muchos de nuestros países se conociera en los Estados Unidos y en América Latina misma.
Gómez Sicre hizo toda esta importante labor desde Washington. El hecho es muy revelador e importante, porque sus posiciones estuvieron marcadas por varios estadounidenses, especialmente por Alfred H. Barr, Jr., Meyer Shapiro y Nelson Rockefeller, como ya se ha apuntado. El impacto de Shapiro, el gran historiador de arte quien fue marcado también por la Guerra Fría y el macartismo, le sirvió para defender a artistas como Rufino Tamayo, Carlos Mérida y Alejandro Otero, entre otros. Pero su defensa de una visión formalista del arte estuvo marcada por incidentes en su vida, no sólo por la mera aceptación de criterios estéticos. Por ejemplo, Gómez Sicre nunca aceptó plenamente la obra de Wifredo Lam y mantuvo una actitud antagónica a los escritores del grupo Orígenes, aunque éstos mantenían principios estéticos parecidos o paralelos a los suyos. Fue que Gómez Sicre tuvo una relación fallida de noviazgo con Fina García Marruz, importante miembro de ese grupo, y se enemistó con José Rodríguez Feo, uno de los editores de Orígenes, la revista del grupo. Lo que pudo ser una alianza siempre fue un frente de resistencia a su labor en la isla. Por ello, el trabajo de Gómez Sicre por el arte cubano se dio esencialmente fuera de Cuba.
Alfred H. Barr, Jr. fue el estadounidense que más marcó sus perspectivas estéticas. Por décadas Barr fue el zar del arte moderno y desde su museo en Nueva York definía el canon del arte en casi todo el mundo. La colección del MoMA fue el modelo para muchos museos y pasearse por sus salas equivalía a leer la historia por él propuesta y por muchos aceptada de la modernidad en el arte mundial. Barr marcó profundamente a Gómez Sicre quien trató de hacer en el museo de arte latinoamericano de la Organización de Estados Americanos en Washington, museo que fundó y dirigió, lo que su mentor había hecho con el MoMA en Nueva York. A pesar de sus intenciones, el Museo de Arte Moderno de América Latina nunca ha llegado a crear una colección canónica ni representativa de nuestro arte y, en cierta medida, todavía refleja muchos de los gustos y prejuicios de su fundador. Vale la pena apuntar que la primera obra que entró a la colección de este museo fue un cuadro de Candido Portinari donado por el propio Gómez Sicre.
Nelson Rockefeller se interesó grandemente por el arte latinoamericano. Fomentó y subvencionó la colección del arte de América Latina en el MoMA, museo que había sido fundado por un grupo que incluía a su madre. Rockefeller formó una magnífica colección de arte folklórico y mantuvo contactos directos con importantes artistas de México. Pero más aún, además del MoMA, estaba directamente asociado a la Unión Panamericana y a la Oficina de Asuntos Inter-Americanos, instituciones que, a su vez, marcaron profundamente el trabajo de Gómez Sicre. El impacto recibido por el crítico cubano de esas tres organizaciones y por esos tres estadounidenses marcaron su visión estética y política y su propuesta de un canon de nuestro arte moderno.
Claire F. Fox estudia detalladamente toda esta compleja madeja de intereses personales, de influencias políticas y de juicios y prejuicios estéticos que conforman y definen todo este periodo. Su trabajo es ejemplar, lo que hace de Making Art Panamerican… una lectura indispensable para todo el que se interese por el arte latinoamericano moderno y hasta para los estudiosos de las relaciones políticas de América Latina y los Estados Unidos. Para mí los primeros tres capítulos de su libro fueron de mayor interés que el último porque se centraban directamente en Gómez Sicre. Este casi desaparece del cuarto capítulo. Y es que mi lectura del libro de Fox estuvo determinada por mi interés por el problemático crítico. No cabe duda que Gómez Sicre domina el libro; tampoco cabe duda de que se merece otro entero dedicado a su vida y a su impacto en el arte latinoamericano del siglo XX. Sus ideas marcaron profundamente a otros críticos más jóvenes, sobre todo a Rafael Squiru y Marta Traba, críticos que, a su vez, marcaron los rumbos de la crítica del arte latinoamericano tras la muerte de Gómez Sicre e influyeron directamente en la formación del canon de arte puertorriqueño.
Para los puertorriqueños el impacto de las ideas y los juicios estéticos de Gómez Sicre fueron de importancia por muchas razones. Entre ellas la más evidente fue que coleccionó obras de artistas boricuas para el museo de arte de la OEA, a pesar de que no somos miembros de esa organización y de que a veces hasta se nos niega nuestra identidad latinoamericana. Gómez Sicre, aunque no veía con buenos ojos a los artistas nuestros marcados por la escuela mexicana, pero sí, por ejemplo, a los que defendían la abstracción y el arte óptico y cinético al estilo venezolano, veía nuestro arte, al menos el que el aceptaba como representativo, como parte del gran canon latinoamericano y, por ello, incluyó piezas de nuestros artistas en su museo.
Sin negar sus ideas problemáticas y sus prejuicios, hay que reconocer la importancia de José Gómez Sicre en nuestra historia del arte. Hay que reconocer también el excelente trabajo de Claire F. Fox, quien nos ofrece un libro que nos ayuda a entender mejor a este importante intelectual y todo un momento que marcó profundamente nuestro arte.