Laboratorios Frankenstein: el bilingüismo del PNP
La imposición del inglés en las escuelas, que instrumenta el Partido Nuevo Progresista (PNP), echa luz sobre ‘la cuestión puertorriqueña’. No sólo la foma burda y torpe en que el PNP intenta instrumentar la llamada educación bilingüe en las escuelas, sino el concepto que le guía, ponen de manifiesto una contradicción respecto al ideal de la ‘estadidad’, y además peculiaridades del entramado sociopolítico isleño.
El PNP incurre en una contradicción al reclamar la estadidad y a la vez querer imponer el inglés, ya que un valor principal de la anexión de Puerto Rico a Estados Unidos radicaría en que la nación norteamericana admita como estado a un país hispano.
Las simpatías de las clases populares con la anexión desde principios del siglo 20, como hoy, han residido en que la potencia estadounidense reafirmaría su carácter presuntamente igualitario e inclusivo al admitir a esta antilla hispana.
Pero las simpatías anexionistas entre las clases populares y la necesidad que sienten las familias trabajadoras y pobres puertorriqueñas, a veces con gran ansiedad, de que sus hijos aprendan inglés a la perfección, no implican –en términos generales– un abandono o menosprecio del vernáculo castellano ni de la cultura que se ha creado en la Isla a través de los siglos.
Tratar de empujar a la fuerza la fantasía de que la Isla conquistará la estadidad empobreciendo el español y atosigándose el inglés lesiona, pues, la relativa legitimidad del anexionismo, a saber, la añoranza de las clases populares de que un ‘estado’ hispano, y el precedente de que logre ser admitido, contribuirán a un cambio sociocultural en Estados Unidos a favor de los hispanos y quizá –por asociación o extensión– de los sectores oprimidos en general.
Pues el ángulo revolucionario del mito de la estadidad boricua es que ésta empezará a transformar a Estados Unidos; que así la nación norteamericana agrandará su democracia social y su sensibilidad hacia los latinos y otras etnias. La estadidad de Puerto Rico sería la punta de lanza de esta inclusión de los otros, de este acceso de tantos pobres al país más rico, este modo de los chiquitos participar en la grandeza.
Pero la añoranza acariciada por no pocos puertorriqueños pobres y trabajadores desde principios del siglo 20 se ve frustrada por un lado por el carácter reaccionario, atrasado y antipopular de los burgueses que dirigen el partido anexionista y, por otro lado, por el racismo y la xenofobia típicos de la sociedad norteamericana. Es una utopía, entre otras utopías que pueblan la vida criolla.
Por otro lado, no parece que, en realidad, haya tal cosa como un pueblo bilingüe. La estructura de la psiquis y el orden necesario para vivir la vida social se forman con una lengua –‘materna’–, pues esa lengua provee el orden en que el sujeto crea su pensamiento y dialoga con su estructura individual y social.
En el mundo hay millones de individuos –pero no pueblos– bilingües, multilingües y políglotas. Quizá cada vez haya más con la expansión y progreso de los sistemas educativos. Sin embargo, un pueblo se remite a una lengua, y a veces es un pueblo a causa de su lengua.
Por tanto, difícilmente puede arrancársele la lengua a un pueblo moderno. Serán persistentes sus resistencias a una agresión de esta magnitud, aunque no siempre sean verbalizadas o racionalizadas. Aún sin letra escrita, digamos, los kurdos persisten y se afirman como realidad y como lucha política. El mismo mundo moderno estimula su resistencia y su protagonismo.
El inglés ha avanzado grandemente en la cultura popular puertorriqueña –y en el planeta– en los últimos decenios, en el mismo periodo en que se ha delatado el fracaso de la estrategia de crecimiento económico colonial que inició en los 40 el Partido Popular Democrático (PPD).
La inercia empobrecedora en que se mueve la Isla desde los años 80 coincide a su vez con que a escala global se han disparado la pobreza y la miseria, y con ellas la migración masiva de los países pobres a los ricos. Este crecimiento de la pobreza se ha acompañado, por cierto, del surgimiento de economías ilegales a nivel transnacional, sobre todo de drogas y armas.
El capital se expande con ganancias fabulosas poniendo a trabajar una porción relativamente pequeña de la clase obrera, dadas las tecnologías nuevas con que se produce más velozmente con menos trabajadores. En consecuencia crecen la inseguridad y el desempleo, y bajan los salarios.
La sociedad tiene menos poder sobre el capital. El capital se concentra en las empresas capitalistas más poderosas. Aumenta el poder de los ricos. Como el capital deja de aportar al erario como antes, el gobierno tiene pocos fondos para el sistema escolar. En Puerto Rico, habida cuenta del deterioro de la escuela pública, cada vez más las familias de las clases populares vienen colocando a sus hijos en escuelas privadas, las cuales realizan la enseñanza en inglés o privilegian el inglés.
El auge del inglés va de la mano con el aumento de la pobreza y la escasez de puestos de trabajo. El inglés se hace necesario para estudiar y trabajar en Estados Unidos y en las empresas y mercados estadounidenses que dominan la economía de Puerto Rico. Se ha hecho sentido común que para progresar –individualmente– los jóvenes deben emigrar a Estados Unidos, o al menos estar preparados para una mayor americanización de la economía. De ahí las simpatías hacia el llamado bilingüismo.
No es difícil sospechar que el programa presuntamente bilingüista fracasará, pero el debate que ha provocado es sugerente de variados problemas. Intelectuales patrióticos de clase media, autonomistas e independentistas, tienden a menospreciar el probable respaldo que tiene el plan de anglificación, pues han sido generalmente educados en buenas escuelas y saben inglés. Pero este no es el caso de los pobres.
La sugerencia de algunos independentistas y autonomistas de que los políticos del PNP hacen el ridículo al reclamar la imposición del inglés sin saber inglés sugiere un prejuicio clasista, tal vez insensible hacia el significado que le dan los pobres a poder acceder al inglés. Precisamente porque anexionistas de mayor edad no saben inglés es que desean que sus hijos lo aprendan. Su ignorancia no les resta autenticidad, sino que en cierto modo la expresa.
La obsesión por el inglés delata inseguridad. Es claro que se han ido disolviendo los efectos del crecimiento económico y la ética de trabajo que legó el programa de Manos a la Obra del PPD.
En el presente la Isla recuerda otras partes del mundo donde una vez hubo productividad y dinamismo del mercado y después se convirtieron en sitios marginales, meras imitaciones, barrios malos con industrias fantasmas y pueblos desolados y atestados de desocupación, adicciones y patología. Los trabajadores más educados y productivos se van a los lugares donde abundan, por ahora, la productividad y el salario.
Desde un punto de vista industrial y laboral, parece muy probable que el dominio de metalenguajes complejos, como ciencias y matemáticas, sería mayor mediante el vernáculo y textos escritos en atención al ambiente, la historia y demás condiciones naturales y sociales del país en que viven los estudiantes. Aprender estas materias en otro idioma coloca al puertorriqueño en desventaja. El menosprecio por el vernáculo, pues, empeora la crisis, o más bien reproduce un sistema de atraso permanente.
Conviene examinar si las ciencias y matemáticas aprendidas en el vernáculo y con textos insertados en la cultura de los jóvenes no redundarían en una mayor productividad intelectual, es decir en nuevas tecnologías y adelantos científicos (usos nuevos de los recursos naturales, la energía y el espacio; diseño de maquinaria y software, etc.) útiles al país y sus necesidades socioeconómicas; y, por otro lado, si aprender ciencias y matemáticas en inglés sirve más bien para seguir instrucciones de quienes, en otro país, han producido las innovaciones como parte de grandes operaciones capitalistas norteamericanas.
Parte central de la cultura boricua es el idioma español, según se habla y escribe en la Isla y en la comunidad puertorriqueña en Estados Unidos. Sin embargo, el castellano no es exclusivamente ‘lo distintivo’ del pueblo puertorriqueño, pues aunque sea su lengua, la relación diaria y específica con el inglés es también algo distintivo suyo.
El inglés se ha hecho parte de la ‘puertorriqueñidad’ en la Isla y más aún en la comunidad boricua en Estados Unidos. También lo es la relación plebeyizada entre ambas lenguas, relación asentada en el habla y cultivada menos en sentido literario que en músicas y otras formas.
Como otras experiencias de migración, la comunidad puertorriqueña en Estados Unidos experimenta la mezcla de ambos idiomas y la tendencia a que, a partir de la segunda o tercera generación inmigrante, el idioma del país al que se ha emigrado, el inglés, se haga el vernáculo que aprenden los niños para integrarse a la vida social.
Cuestión central es si es deseable tener dos lenguas. Es decir, si sería bueno que el derecho de echar a un lado la propia lengua y hacerse de otra –un derecho vinculado a la libre movilidad en el mercado, que en principio tiene cualquier individuo– se transformara en una ofensiva del estado para producir una mutación neurológico-cultural colectiva a partir de la escuela.
La cuestión hace recordar la película española La piel que habito (P. Almodóvar, 2011). Aprovechando tecnologías desarrolladas para cambiar de sexo, alguien somete a otro por la fuerza para cambiarle el sexo. La conquista de un derecho, el cambio de sexo, crea condiciones para que alguien conciba formas monstruosas de dominación. Una nueva libertad individual se tergiversa y sirve de pretexto para una maquinación perversa.
Haciendo de la necesidad virtud y yendo más lejos que el mismo gobierno estadounidense, el PNP ha decidido que es conveniente y generalizable la marginación de la lengua propia y que puede hacerse un sistema masivo para ello, un laboratorio social, y lanza su directriz para forzar las generaciones jóvenes a que supongan que el inglés es tan vernáculo suyo como el español.
¿Cuánto la gente es forzada a salirse de su cultura y asumir otra, y cuánto lo desea? ¿Cuánto ha sido obligada ‘objetivamente’ a hacerse diferente y cuánto ‘subjetivamente’ lo ha querido? Difícilmente ofrece respuestas satisfactorias una política gubernamental impuesta por clases altas y un puñado de burócratas. Habría que remitirse a otras interrogantes: cuánto participan las clases populares en el régimen económico, cultural y político en que viven; si han ejercido su derecho a la autodeterminación como pueblo; cuán real es la democracia electoral o social que se les predica; cuánto han participado en moldear su vida en su país de origen y en el país al que emigran.
El tema se refiere a la violencia en que se funda el poder político, al hecho de que la sociedad está dividida en clases, que hay países dominantes y ricos y una mayoría de países pobres y subordinados, así como culturas dominantes y culturas oprimidas.
El intento brutalmente pertinaz del gobierno de Estados Unidos en sus primeros cuarenta años desde 1898 de anglificar a los puertorriqueños exhibió la ignorancia notable y la incultura característica de Washington en cuestiones de historia y geografía que hace poco ha vuelto a mostrar respecto a Irak, Afganistán y otros sitios.
Cierto romanticismo patriótico suele señalar que desde 1898 el pueblo puertorriqueño ha defendido heroicamente el español y resistido el inglés. Pero no es cuestión de heroismo, basta ser lo que se es y seguir viviendo con los otros.
Las Memorias de Bernardo Vega es uno de los textos que mejor ayudan a apreciar la peculiar ambivalencia puertorriqueña, la atracción y resistencia simultáneas a integrarse a Estados Unidos.
Puerto Rico ha carecido de burguesía, o clase dirigente alguna, que produzca un sistema de alianzas que impulsen en alguna forma de independencia o autonomía; en fin, de estado-nación.
Las clases populares lograron acceso a la modernidad gracias al colonialismo de una potencia relativamente progresista en sentido individualista y de mercado. A la vez, han afirmado su patria y han estado dispuestas a radicalizarse si percibiesen posibilidades reales de una ruta anticolonial. Pero se vienen resistiendo a respaldar un proyecto independentista, a menos que significara una sociedad más justa y progresista que la que ofrece el capitalismo estadounidense.
Como el independentismo ha sido incapaz de producir tal opción, progresivamente las clases populares se han ido adaptando al hecho que la vida les ha impuesto, de una integración paulatina a una economía enorme y succionante –un inmenso polo que atrae lo que ve como pequeños satélites de la región– y perciben esta integración como un modo de progreso, al menos personal.
El potencial de desarrollo del pueblo puertorriqueño ha sido violentamente frustrado, hasta el presente, por la dictadura colonial de Estados Unidos. Es en este marco en que se verifican las fantasías, ansiedades y condiciones de posibilidad de la gente.
No parece, por cierto, que en ámbitos diversos Puerto Rico sea ya un país latinoamericano, a juzgar por la forma de vivir que exhibe en términos generales, más allá de que se hable español. La cultura no es simplemente bellas artes, músicas y letras, sino además la materialidad, las prácticas y las soluciones vividas. Tal vez la experiencia puertorriqueña represente el proceso de hibridez del hemisferio. Si lo representa lo hace en un punto extremo, a favor del polo estadounidense, al menos hasta ahora.
Desde las décadas de 1920 y 1930 el anexionismo de las clases populares viene coexistiendo con el anexionismo de clases altas reaccionarias. A partir de los años 40 el PPD atrajo a las mayorías obreras y populares y eventualmente marginó la actividad azucarera, a los grupos burgueses ligados a ella y a sus concepciones de mundo racistas, antiobreras, antidemocráticas, antipopulares, antinacionales y sexistas.
La fundación del PNP a fines de los años 60 representó una vigorización del estadoísmo. El PNP atrajo clases medias y sectores populares y obreros interesados en el progreso científico y tecnológico de la civilización americana significada por Estados Unidos. A partir de los 70 se ha nutrido también de crecientes masas de pobres dependientes de las ayudas federales, así como de grupos burgueses locales reaccionarios, aunque no ya azucareros sino vinculados especialmente a las finanzas, el comercio y los servicios. Estos burgueses siempre han estado al mando del partido.
La escolaridad y productividad que había administrado el PPD dejó una estela de sentimiento patriótico ligado al trabajo y a la cultura popular. La fe en la escuela y la universidad propulsó la idea de que podía construirse un país moderno diferente a Estados Unidos. En consecuencia, en los años 60 y 70 avanzó el independentismo, motorizado por su radicalización gracias al auge del socialismo.
Pero la debilidad en que cayó el independentismo a partir de los 80 facilitó que el PNP, intensificando su populismo, arrebatara a los socialistas independentistas la hegemonía sobre los temas sociales y económicos que afectan a la clase obrera y las mayorías populares. También el estadolibrismo empezó su declive; el PPD ha venido a ser el segundo partido.
La economía isleña se subordinó más aún a empresas multinacionales y monopólicas norteamericanas, creció la migración de puertorriqueños a Estados Unidos, aumentó la deuda pública y privada, el capital nativo se disolvió cada vez más.
Luce que más que una transformación del país, todo esto ha significado en cierto modo una creación del país mismo, si supusiéramos que Puerto Rico se empezó a formar como país moderno dentro del vientre de Estados Unidos, en vez de suponer que era una nación formada ya en el siglo 19.
Puerto Rico no tenía ni tiene reconocimiento político –de Estados Unidos ni de sus muchos aliados y allegados en la política internacional– ni estrategia de desarrollo social como país. Ha sido un mercado estupendo para Estados Unidos, en que sus ciudadanos con derechos norteamericanos, en tanto individuos, parecen comprar todo lo que se les ofrezca.
Se fue haciendo una isla con mucha gente educada –y salarios relativamente altos en algunos sectores– gracias a la ideología de fe en la educación, pero más aún por los fondos federales y su estímulo a la actividad universitaria (y a préstamos para estudios en el extranjero, etc.), pero con una pobre cultura, en tanto no ha formado instituciones que generen estrategias colectivas como país.
En la medida en que ha fracasado la falsa modernización, desde fines de los años 70, la Isla ha regresado a su proverbial miseria y marginación de un modo nuevo, preñado de pesimismo y desmoralización y ahora con fondos federales de ayuda social.
En el piso, deprimido y empobrecido, el pueblo recibe ahora el anzuelo del PNP para que se trague el inglés. En tanto anexionista, es una línea de acción insensible, mediocre, reaccionaria y antipopular; y en tanto estrategia política resulta desacertada pues bien puede serle contraproducente, por lo espinosa y contradictoria, dada la debilidad del PNP en el contexto eleccionario de 2012.
El mito de la estadidad crece en la medida en que la inercia integra gradualmente la Isla a Estados Unidos como cuestión de hecho, y se aleja la perspectiva de una estrategia independiente, soberana o autonómica, al menos a grandes rasgos.
Para una estrategia soberanista habría que empezar a sentar las bases de una nueva economía en que destaquen formas empresariales, de trabajo y de propiedad que trasciendan la estrechez de miras de la tradición capitalista usual. Sería ir contra la corriente predominante de integración de facto de la Isla a Estados Unidos. Pero tendría la ventaja de que la corriente pro-yanqui está fuertemente cuestionada, no sólo en Puerto Rico sino en América Latina, pues el saldo que ha dejado es de dependencia, adicción, violencia, inseguridad, atraso y pobreza.
El PNP persigue aprovechar el deterioro del país –la debilidad de lo social a causa de un aumento en la explotación– para introducir la inyección del inglés en un cuerpo anémico. Sin embargo, las condiciones son propicias también para no aprender inglés ni español y para que se estropee todo esfuerzo escolar: para que se destruya el lenguaje en su conjunto y no haya orden ni estructura.
Aprender estas materias en otro idioma coloca al puertorriqueño en desventaja. El menosprecio por el vernáculo, pues, empeora la crisis, o más bien reproduce un sistema de atraso permanente.