MediaWatch: Periodistas sin fronteras
Fue doloroso decirle adiós brevemente el primer día de agosto a los siete canales de Direct TV que transmiten los Juegos Olímpicos y apostar por unos momentos al Junte Constitucional de Univisión, un Junte de seis candidatos en busca de verbo y votos, gracias. Los candidatos no importaban –nunca importan. En los días en que se debate la prensa y sus misterios y sus abogados/analistas y sus muñecas y sus titiriteros y sus supuestas estrellas, era el performance de los periodistas involucrados lo que importaba, y su fracaso total en ese Junte evidencia todo lo que está mal en el periodismo puertorriqueño, que es casi todo.
No hay estructuras, no hay secuencias, no hay producción, no hay inventiva, no hay astucia. Sólo una dosis de agresión y mal utilizada «voz de autoridad imparcial» que pretende llenar el vacío de las mentes que la utilizan. La receta fue sólidamente imberbe: a tema complejo, como lo es cualquier enmienda constitucional, periodistas que emperifollados y sin pericia se dedican a posar y a ser la barrera, en vez de la ruta, entre el público y los invitados de ocasión.
Errores, muchos, en esa noche en que los seis candidatos a la gobernación de Puerto Rico se encontraban sin encontrarse: Caras largas, actitudes indeseables. Y los periodistas desenfundando y disparando sin acertar. Cyd Marie Fleming errando en fechas y nombres (19 de septiembre como el día de la consulta en vez de 19 de agosto, un error que volvió a cometer el día siguiente en Las Noticias del mediodía; llamando «gobernador» a Alejandro García Padilla). Rubén Sánchez, quien se ha querido vender como un Instagram intellectual recientemente, analizando –ja ja ja– la «competencia», preguntando si fue la corbata naranja de Rogelio Figueroa la que le logró mejores calificaciones en la encuesta relámpago que se llevó a cabo (de nuevo: tratar a los habitantes de un país como jueces de gimnasia Olímpica, otro Instagram moment). Felipe Gómez Martínez tuteando a sus entrevistados, con esa familiaridad entre periodistas y políticos que se cuela por la pantalla sin querer queriendo y que causa hastío y preocupación. Mariliana Torres llamando a Juan Dalmau, candidadto a la gobernación por el PIP, por el nombre del primo, José Luis Dalmau, senador del PPD, y prosiguiendo en su intento de pregunta como si nada la hubiera perturbado.
El canal promete «la cobertura más poderosa» de las elecciones, incitando a sus televidentes a «seguirlos». Nada mencionan de profesionalismo y veracidad. No pueden. Pero quieren seguidores, fans, aduladores, gente que les compre café y le lleven desayuno a las entrevistas. Como escribió el recientemente fallecido Gore Vidal en «Myra Breckenridge», cualquier personalidad televisiva podría de la noche a la mañana convertirse en dictador. Parece que a eso se dedican: a ser ficticios dictadores de la nada.
Eso fue esa noche, una nada. La producción de escuela superior y la utilización de las víctimas de la violencia que estaban sentadas allí al frente, relegadas, más para ser enfocadas por las cámaras y presentadas como almas en pena, pero sin que sus voces fueran escuchadas como se supone que fueran. Y la arrogancia de los periodistas de creerse que son a la vez, en el mismo segundo, todo lo posible: periodistas y analistas y narradores de un combate boxístico que no existió, salvo en sus (in)fértiles imaginaciones.
Querer abarcar, esa es la consigna que se imponen. Pero no pueden. Son «periodistas sin fronteras» que se tropiezan con todos los marcos de las puertas que desean abrir para sostener y avanzar sus carreras y que –por sentencia de un país que ya está sentenciado– se evocan y se ven y se escuchan diariamente como si fueran Dioses o Musas de una antigua civilización intelectualmente apta para dirigir al «pueblo» al que realmente no sienten que pertenecen, aunque lo nieguen. Después de esto –y antes, también– por favor, que a nadie se le ocurra criticar a otros porque prefieran su dosis de Comay o Candela a las 6 de la tarde.