Privilegio revolucionario
Antes de hablar del resultado de la discusión, es necesario hablar acerca de la historia del concepto de privilegio social. En el 1988, la profesora en estudios de la mujer, Peggy McIntosh, publicó un artículo titulado White Privilege and Male Privilege: A Personal Account of Coming to See Correspondences Through Work in Women’s Studies. En este artículo la profesora realizó una reflexión acerca del privilegio de ser hombre y ser blanco en la sociedad estadounidense. Como mujer blanca, generó un lista de 46 privilegios que reconoció tenía a nivel social. Este artículo ha sido base para innumerables reflexiones y debates acerca del tema y para fomentar reformas al sistema educativo. El concepto privilegio se refiere a los beneficios sociales que tenemos que no nos hemos ganado y que generalmente no los reconocemos. A pesar de que en Estados Unidos, este concepto ha sido dialogado y debatido en las universidades y medios de prensa, en Puerto Rico es poco lo que se ha explorado. Sin embargo, los sucesos en nuestro país demandan una discusión abierta e incómoda acerca del mismo.
El que en Puerto Rico no hablemos de privilegio, más allá del que confiere la clase social, no debe sorprender a nadie. En un país que ha sido embestido con dos procesos de colonización y que ha experimentado el discrimen y el prejuicio por parte de su colonizador, pocos se consideran privilegiados. Además, el sector académico debe asumir responsabilidad de no elevar este tema fuera de las paredes universitarias, fuera de escasas excepciones. Sin embargo, dentro de nuestra estructura social existen grupos que por factores históricos, sociales, políticos y culturales gozan de ciertos privilegios que los posicionan favorablemente. Entre estos tenemos a las personas blancas, los hombres, los cristianos, las personas heterosexuales, y aquellos de clase socioeconómica alta. Estas categorías representan ideales de normalidad que en su práctica cotidiana ponen en desventaja a aquellos de grupos diferentes. La consecuencia de no ser parte de esta ‘normalidad’ ha sido la opresión y la marginación. Tradicionalmente, grupos como las personas negras, mujeres, homosexuales, pobres y aquellos que no son cristianos han experimentado las desventajas que le confiere su estatus.
Los pasados años han visto grandes adelantos en las causas de comunidades que han sido tradicionalmente oprimidas. Entre estas comunidades están las minorías sexuales, raciales y las mujeres. La reacción a estos adelantos ha sido una contra-revolución de aquellas personas en posiciones sociales de privilegio, que sienten que estos adelantos pervierten la naturaleza de los valores tradicionales de nuestra sociedad. La realidad es que los cambios suscitados amenazan la posición de privilegio de estos sectores. Y se preguntará usted, ¿por qué privilegio? ¿Qué tiene de privilegiado ser cristiano en nuestra sociedad? Le explico. Si usted es cristiano en Puerto Rico, 1) usted no tiene que pasar el tiempo explicándole a otros de qué se trata su religión; 2) se asume que usted es una persona con buena moral; 3) no se cuestiona que sus valores representan los de la mayoría de los puertorriqueños; 4) no se ve con malos ojos que usted celebre sus ritos religiosos frente a otro y en sus lugares de trabajo (ej. orar); 5) no paga impuestos por sus templos; 6) los candidatos políticos lo ven como un grupo de interés con poder decisional, y; 7) influye en políticas públicas que afectarán la vida de otras personas, incluyendo los que no piensan como usted.
A lo mejor todavía usted piensa: yo no me siento privilegiado. Esto puede ser por varias razones. Primero, generalmente el privilegio no se siente porque se asume como la ‘normalidad’. Es algo que no se cuestiona, que no se piensa, que solo se vive porque es la manera “tradicional” de hacer las cosas. Segundo, el privilegio es complejo porque todos tenemos muchas identidades (ej. sexo, raza, estatus social). Unas en las cuales experimentamos privilegio y otras no. Unas que son más relevantes para nosotros que otras. Tercero, el privilegio confiere poder. ¿Quién quiere renunciar a una posición de poder?; Cuarto, los grupos no son homogéneos y puede que usted no se identifique con las prácticas de su grupo que pueden ser opresivas.
Este último fue el punto de mis amigas. Ellas no se sienten privilegiadas porque por sus posiciones divergentes dentro del cristianismo son criticadas y marginadas. Incluso, algunos pueden pensar o comentar que no son verdaderas cristianas. Imagínese, pensar dentro de la estructura cristiana que el ser homosexual no es pecado o que las mujeres tienen el derecho de decidir acerca de sus cuerpos. Su posición es incómoda y hasta subversiva. A esto le sumamos que dentro del mundo profesional donde se desenvuelven, el ser cristiano no es bien visto porque para algunos representa la opresión y para otros ignorancia.
Empatizo con ellas y valoro el rol que tienen en el proceso de cambio. Mi única preocupación es que a pesar de que existen personas como ellas luchando día a día por hacer la diferencia en sus iglesias u otros lugares de congregación religiosas, son aquellas personas que predican la intolerancia y el discrimen los que dominan la voz cristiana en la política pública. Con la excepción de algunas iglesias, como la Metodista, la mayor parte de los pronunciamientos colectivos del sector cristiano son de grupos que cabildean en contra de asuntos como la perspectiva de género, el matrimonio igualitario, y la educación sexual comprensiva, entre otros temas. Así que mientras las voces divergentes de las iglesias trabajan en sus comunidades privadas para cambiar actitudes y conductas, la visión tradicional arropa las decisiones políticas porque aparentan ser más en número y son más vocales.
Nos encontramos en un momento histórico, donde muchas instituciones sociales deben replantearse su dirección y su propósito. Esto incluye al cristianismo. Para esto esas voces divergentes deben organizarse y generar acciones que transgredan el orden existente dentro del cristianismo. El privilegio del cristiano tiene que ser reflexionado, reconocido y utilizado para promover cambios profundos en el seno de las iglesias. Esto es necesario para que el cristianismo se convierta en un ente de transformación social enfocado en abogar por asuntos de gran relevancia social como la pobreza, los altos niveles de violencia y la corrupción y no en legislar las vidas privadas de las personas.
Al final, no creo que mis amigas y yo estemos de acuerdo en todo. En lo que sí estamos de acuerdo es en que la verdadera (in)moralidad está en los niveles críticos de pobreza y desigualdad que ha generado nuestra situación política. Además, estamos de acuerdo en que el cristianismo no debe ser un ente opresor en la sociedad, sino un promotor de amor verdadero y de apoyo a los marginados. Al final este era el evangelio de Jesús, quien vivió una vida de entrega al prójimo y no de privilegio a favor de unos pocos. Él fue un revolucionario. Él no se alió con aquellos que consideraba corruptos en la política y en la religión para adelantar su mensaje. Todo lo contrario; los rechazó y los señaló. Por ende, esta generación necesita cristianos revolucionarios que con valentía asuman este ejemplo y se interpongan a los que intentan dominar el discurso que desvirtúa el verdadero amor al prójimo.