Ramón E. Betances Alacán literato: la complejidad de lo moderno
Historia de una exclusión
Situar a Ramón E. Betances Alacán (1827-1898) en el escenario de la historia literaria de Puerto Rico no debería ser, a altura del siglo 21, un problema mayor. El esfuerzo de recuperar una obra olvidada ha sido superado por el trabajo de investigadores como Paul Estrade y Félix Ojeda Reyes. La impresión que deja la lectura de su colección de textos publicada en 2008 es que como médico y literato, además de sintetizar la imagen del revolucionario político que posee un proyecto social que mira hacia el abajo social, el caborrojeño representa los valores del científico y el escritor modernos. Como escritor de poesía y narrativa, Betances recoge algunas de las corrientes más ricas y complejas de su tiempo. Se trata de un intelectual lleno de complejidades que escribe en castellano y en francés, traduce de este idioma y del latín, a la vez que reinvierte los valores de la vieja Europa en el marco de la antillanidad / caribeñidad en la cual se mueve. El resultado es un pensador y un artista híbrido lleno de contrastes.
El hecho de que su obra literaria no sea muy voluminosa no lo convierte en un caso excepcional ni justifica su olvido. La bibliografía puertorriqueña del siglo 19, si tomo en cuenta las anotaciones bibliográficas de Manuel María Sama (1850-1913) publicadas en 1887, y las quejas de los productores culturales del canon como Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882) o Lola Rodríguez de Tió (1843-1924), no fue mucha y la industria del libro fue en realidad pobre. La vida literaria de Betances no difiere de otros casos del siglo 19 al menos en ese aspecto cuantificable.
Un asunto a considerar es el vehículo de lenguaje en el cual Betances prefería expresarse. No se puede pasar por alto que el castellano o el español de las Antillas fueron utilizados pocas veces por Betances en sus textos literarios: para la escritura creativa el caborrojeño prefería el francés, idioma literario del siglo. Todo parece indicar que escribía para el público europeo. Es bien probable que por ello no haya sido considerado parte de la tradición hispánica de la literatura puertorriqueña que la crítica toma como fundamento de la literatura nacional. Betances no es hispanófilo y mira con cautela la cultura criolla y sus representantes a los cuales, en numerosas ocasiones, reclamó su ausencia de compromiso con la independencia y su sumisión a España. El debate no era en una sola dirección: también aquellos desdecían y criticaban su manifiesto antiespañolismo. Los investigadores de Betances han insistido desde 1980 en el proceso de “desolidarización” con respecto de España y en el interés que ponía en la “desespañolización” de Puerto Rico. La evaluación del alcance de ese proyecto de ruptura resulta comprensible en el ámbito de la política. Sin embargo su impacto en el ámbito de la cultura no ha sido investigado con calma.
Es probable que el hecho de que el discurso de la identidad puertorriqueña durante el siglo 20 fuese hispanófilo esté en la base de la supresión de esta figura del canon. La exclusión también es comprensible a la luz de otras de sus prácticas. Betances produjo parte de su obra literaria firmando con pseudónimos. Los más conocidos, “Bin Tah” y “Louis Raymond”, no tienen el sabor tropical manifiesto en “El Antillano”, alias utilizado para su producción política que, en efecto, estaba dirigida al público de las islas.
Por último, la crítica convencional nunca ha visto en la correspondencia personal y política del rebelde una expresión literaria sujeta a la crítica textual y discursiva. Una excepción comprensible a esta limitación ha sido la lectura del llamado “epistolario íntimo” vinculado a la incómoda situación de la muerte de su sobrina y prometida María del Henry en 1859 en Francia. El género epistolar apropiado como una expresión literaria, ampliaría el registro creativo de Betances dramáticamente si la crítica literaria estuviese más dispuesta a ello. El cambio de óptica -ampliar el concepto de lo literario- podría producir un efecto distinto al que la tradición ha impuesto a la elucidación de esta figura central de la cultura del siglo 19.
La exclusión de Betances, en última instancia no puede ser comprendida solo en el contexto de los (pre)juicios culturales que minan el discurso de la identidad puertorriqueña. Su exclusión del canon es más compleja que eso. Su condición de separatista independentista y confederacionista, su histórica vinculación con sectores abiertamente antisistémicos como los socialistas y los anarquistas, justificó su supresión de un panteón político diseñado por intelectuales liberales reformistas, autonomistas y conservadores integristas. Todos aquellos sectores integristas, que se oponían a la separación de Puerto Rico, confluyeron en el proyecto de “invisibilizar” a Betances sobre la base común del respeto a la hispanidad considerada “madre” de la expresión local. A la altura del siglo 21, cuando la hispanidad y la hispanofilia ya no significan mucho en un mundo de identidades fluidas o líquidas, ya no debería representar un problema.
Literatura de Betances: un contexto abierto
En la obra literaria de Betances conviven diversas tradiciones culturales. Los valores del Racionalismo y la Ilustración francesas de la segunda parte del siglo 18, han sido señalados a la luz de la lectura de su relato satírico “Viajes de Escaldado” (1888), traducido y comentado por Carmen Lugo Filippi en 1982. En el mismo la retórica betanciana se desplaza con fluidez por la ruta de la interpretación social y la crítica anticlerical en el estilo de Voltaire. La presencia de esa actitud acrimoniosa volteriana, uno de los fundadores de la mirada moderna del mundo social, es innegable en el texto aludido el cual ha sido tratado como una reescritura creativa del texto del autor francés. La crítica incisiva a los iconos del liberalismo decimonónico, en especial Inglaterra y Estados Unidos y su equiparación con la España de los compontes, confirma el desengaño del revolucionario puertorriqueño con numerosos aspectos de la modernidad. Betances, como Eugenio María de Hostos (1839-1903), no se llaman a engaño respecto al iluso progresismo optimista que caracteriza la retórica del capital en el poder.
De igual modo, los valores del Romanticismo alemán y británico de fines del siglo 18 y principios del siglo 19 (1820), han sido apuntados por dos investigadores. Por un lado, en las traducciones que hizo de algunos poemas suyos la profesora e investigadora de la Generación del 1930, Concha Meléndez. Por otro lado, en el volumen precursor Betances, poeta (1986), antología recopilada y comentada por el lírico trascendentalista, novelista, historiador de la literatura y crítico literario, Luis Hernández Aquino.
Ese es el Betances de la historia literaria canónica: el que oscila entre el Neoclasicismo y el Romanticismo con suma comodidad, producto de una concepción de la historia literaria que concibe la creatividad puertorriqueña como una emanación o reflejo mecánico de la europea occidental. No hay que olvidar que el bautismo de la literatura regional o criolla, según ha sido conceptualizada en el pensamiento académico, maduró en medio de aquel contencioso europeo. Esa imagen de Betances literato es producto indirecto de la muestra de poemas recogidos por su primer antólogo y comentarista, Luis Bonafoux Quintero, en su clásico volumen Betances (1903). El antólogo y el antologado curiosamente, estaban de acuerdo en dos cosas. Ambos eran rechazados por la clase culta criolla, y ambos resentían de la pusilanimidad de la clase culta criolla desde una perspectiva muy europea pero, ciertamente, dispar. En Betances lo que se lamenta es la cobardía política que impone el integrismo en la forma de que “todo” se conseguirá “con España”. Pero Betances nunca despreció intelectualmente a sus coterráneos. Su correspondencia con Rodríguez de Tió o sus elogiosos comentarios sobre Tapia y Rivera en su muerte así lo demuestran.
El Betances que se forma entre Tolosa y París, fluye en aquellos espacios de debate entre los valores neoclásicos y los románticos, sin duda, pero sería inapropiado reducirlo a ellos. El autor puertorriqueño se encuentra más allá de aquel dualismo en el cual la crítica canónica ha encontrado los fundamentos de la literatura europea moderna y los de la literatura regional o criolla emergente. En todo caso, servirá para comprender el Betances literato de las décadas de 1850 al 1889. Pero será poco lo que diga del Betances literato de la década de 1890 quien, del relato y el poema de ocasión, emigra al periodismo creativo y a la reflexión crítica en el significativo registro que es su correspondencia personal.
La pasión por la extrañeza
El entusiasmo por lo fantástico parece dominar a Betances. Hay en la narrativa creativa y periodística de este escritor una manifiesta atracción por esa discursividad que indaga en torno a la oposición cotidianidad / extrañeza (heimlich / umheimlich) que sugiere una genuina necesidad de evadirse. Se trata de una de las notas características de numerosos escritores románticos que se movían en medio de la discursividad que se hundía en los territorios de la sicología prefreudiana. Aquel procedimiento desemboca en una textualidad que huye de la realidad sensorial y conduce al escritor las esferas de lo fantástico y el ludismo.
Por un lado, la salida de la realidad y la apropiación de una pararealidad posible y ansiada, es notable en “La Virgen de Borinquen” (1859), relato que puntualiza la tragedia del duelo por la muerte de su sobrina, protegida y prometida. En este caso, la fuga se apoya en el saber de los alienistas y en el recurso de la locura. El escritor juega además con el recurso de la doble personalidad (doppelganger) a fin de aclarar su posición ante la tragedia que le arropa. El personaje se libera de la realidad apabullante mediante el suicidio: nada más revolucionario en una cultura como la cristiana que condenaba ese pecado mayor. El suicidio no es un simple recurso literario: Betances pensó recurrir en algún momento a ello, según se desprende de las tensiones expuestas en su “Epistolario íntimo”, una de las colecciones de correspondencia literariamente más ricas acreditadas a este autor.
Es cierto que “La Virgen de Borinquen” recuerda al Edgar Allan Poe (1809-1849) de “William Wilson” (1839) y “The Oval Portrait” (1842). La pasión por Poe es un elemento común que Betances comparte, por ejemplo, con Charles Baudelaire (1821-1867) el “poeta maldito”, quien encontraba en este escritor estadounidense uno de los signos más poderosos de la llamada cultura gótica. Pero el relato del autor de Cabo Rojo también puede ubicarse en medio de una tradición criolla con la cual guarda alguna relación temática y que tiene en el cuadro costumbrista de Manuel Alonso Pacheco “Los sabios y los locos en mi cuarto” (1849), un antecedente legítimo. El tema del loco en Betances también adelanta la refrescante narración crítica “El loco de Sanjuanópolis” (1880) de Alejandro Tapia y Rivera. La diferencia entra una las otras es el tono, trágico y sepulcral en Betances, y cómico satírico en Alonso Pacheco, y Tapia y Rivera. La alienación y la perturbación, es decir, la irracionalidad y la intuición emocional, se convierten en el sostén ideal para que este exponga la furia ante una tragedia que no se pudo evitar o la crítica y la inconformidad más cruda ante una situación que le resulta incomprensible.
El arte de la evasión
Pero la obra literaria de Betances refleja también el impacto de las vertientes creativas innovadoras de la última parte del siglo 19. Los veinte y tantos años vividos en Francia no fueron en vano. Betances no fue ajeno al Parnasianismo (1870), el Simbolismo (1880) y el Decadentismo (1890) franceses durante el periodo finisecular. Todas aquellas expresiones del posromanticismo europeo representaban una reacción visceral ante los denominados valores materialistas, entiéndase deshumanizadores, y la artificialidad de la cultura capitalista burguesa que afloraba por todas partes. Dominados por la inconformidad, aquellos intelectuales se opusieron de diversos modos lo mismo a los excesos del Romanticismo y su subjetivismo individualista, que a los excesos de Racionalismo propio del Realismo y el Naturalismo que, entendían, podían conducir a un objetivismo obcecado y limitante.
Entre la crítica sociopolítica y la evasión de la sordidez del mundo burgués, aquellas voces disidentes ponían en entredicho la solidez de los argumentos que afirmaban la universalidad de los valores occidentales. El propósito era minar la pretendida legitimidad universal de los mismos. La morigeración y la templanza liberal eran barridas de la mano de los excesos, fuesen estos calculados o no. Aquella actitud atrevida y experimentalista colocaba a quienes la compartían en un terreno común al conjunto de las ideologías antisistémicas que socavaban la presumida estabilidad de la sociedad liberal y del capitalismo avanzado que, en las décadas de 1880 y 1890, entraba en su fase imperialista. Con aquel discurso reafirmaban los valores anticlericales y seculares que habían ido madurando, con sus altas y sus bajas, en el pensamiento antisistémico desde la histórica revolución de 1789. La crisis de los valores occidentales se expresaba con diafanidad en aquel contexto finisecular y Betances, al final de sus días, era parte de aquel fenómeno.
El entusiasmo por lo fantástico en Betances se expresó también de otro modo. En el texto periodístico “El Perú en París” (1891), lo fantástico se sostiene sobre el atractivo producido por los “paraísos artificiales”. El texto describe la participación del narrador en una bohemia extravagante. El escenario elaborado por el escritor se transforma en el más franco retrato del decadentismo finisecular. Las pararealidades que se visitan en el citado relato de Betances son generadas por los efectos alucinógenos del popular “Vin Mariani” que degustan los invitados a aquella interesante “fiesta de la coca”. La imagen del Betances y el Segundo Ruiz Belvis (1829-1867) decadentes, desordenados e incorregibles que había elaborado sobre la base de testimonios por José Pérez Moris (1840-1881) se concreta de manera dramática. El Betances de aquel periodista e historiador integrista era un “dandy” inmoral sin remedio, diametralmente opuesto al “apóstol” mesiánico inventado por un fragmento del nacionalismo del siglo 20.
El “Vin Mariani” fue un producto elaborado desde 1863 por Angelo Mariani (1838-1914) un contertulio y amigo de la familia de Betances. La bebida poseía un componente de cocaína que junto con el alcohol, lo convertía en un licor tan fuerte como el láudano o absenta. El láudano es un opiáceo con el que numerosos intelectuales decimonónicos enfrentaron el problema colectivo de la “crisis del siglo” o el problema individual de la melancolía, la depresión, el agotamiento o la ausencia de inspiración. La evasión producida por la bebida de opio o la de coca según fuese el caso, estimulaba la creatividad en la medida en que ponía al artista en contacto con aquellos ansiados y retadores “paraísos artificiales” racionalmente inalcanzables.
La tradición de Thomas de Quincey, autor de las famosas Confesiones de un comedor de opio (1821), había superado la ruta del opio en el camino de la coca a mediados del siglo 19. La cocaína había sido aislada de la hoja de la coca en 1859 por el científico Albert Niemann (1834-1861), hecho que representó uno de los logros farmacológicos más importantes de su tiempo. Su uso comercial por Mariani en su conocida bebida embriagante, era la expresión más acabada no solo del espíritu y la creatividad empresarial sino del alma misma de lo que significaba la bohemia en una cultura altamente desarrollada como aquella. Betances celebra no solo en “El Perú en París”. Con posterioridad vuelve sobre el tema en su interesante texto “Tradición y ciencia” publicado en 1894, artículo que dedicara al también investigador Antonio de María Gordon y Acosta, autor a su vez del folleto científico Medicina indígena de Cuba: Su valor histórico. Trabajo leído en la sesión celebrada el día 28 de octubre de 1894, publicado en La Habana por los editores Sarachaga y H. Miyares.
Se trata de dos momentos de lo fantástico: uno en el cual el acercamiento se elabora desde el lugar del romanticismo lacrimoso cargado de tragedia; y otro desde el decadentismo pleno que se posiciona en las fronteras mismas de un sano cinismo. El decadentismo, me parece necesario recordarlo, fue una de las expresiones más radicales del horror producido por las derivas del capitalismo moderno en aquel periodo finisecular. Cuando se le ubica en un contexto histórico más o menos preciso, resulta evidente que madura en el escenario del desarrollo del imperialismo europeo en África, la rapiña, cuando occidente imagina su proyecto colonial como la expresión genuina del cumplimiento de un deber civilizador impuesto por la Providencia o el Destino.
Resulta innegable que el 1898 puertorriqueño y cubano fue parte integrante de aquel fenómeno que agarrotó el imaginario occidental en las décadas previas a la Gran Guerra (1914-1918). Los decadentistas imaginaban a la civilización occidental como una sombra del Imperio Romano decadente según lo había retratado Torcuato Tácito (55-120 DC) en De Germania, y auguraban su pronta disolución. En cierto modo, aquella intuición reproduce el argumento de Tácito y anticipa el de Oswald Spengler (1880-1936).
Aquel pesimismo, sin duda, poseía numerosas convergencias con el vitalismo filosófico y el materialismo histórico que se difundían en ciertos sectores del ámbito intelectual en el cual Betances se movía. Pero el puertorriqueño, atento marginalmente a todas aquellas tendencias, nunca se hizo acólito de ninguna de aquellas. Es un vitalista científico por su condición de médico y entra en contacto con socialistas, anarquistas y marxistas a la luz de su mirada revolucionaria y las necesidades impuestas por la campaña de liberación de las Antillas reiniciada por José Martí a principios de la década de 1890. Pero sigue siendo, nadie lo dude, un separatista independentista y confederacionista antillano partidario del republicanismo radical y un pensador producto de las particularidades y de la experiencia de la década de 1860. Esa, me parece, es la “complejidad” de lo “moderno” en esta figura.