Ramón E. Betances Alacán literato: las heterodoxias
Ramón E. Betances Alacán (1827-1898) es un pensador poroso y abierto. El estudio cuidadoso de sus documentos demuestra que siempre estuvo dispuesto a apropiar y amoldar las innovaciones y los atrevimientos de su siglo. Esa permeabilidad se manifiesta en su obra científica como médico, cirujano y farmacólogo; pero también se descubre en su carácter de intelectual creativo y pensador político. No me cabe la menor duda de que en esa predisposición juiciosa a comprender, experimentar y reformular el cambio se expresa su más radical modernidad. Las circunstancias en que vive y su, en ocasiones, atropellada biografía así lo justifican.
La pasión por la diversidad de los mundos habitados
En el escenario de la crisis y el duelo por la muerte de su sobrina y prometida, María del Carmen Henry, el puertorriqueño se sintió atraído por el denominado espiritismo científico. La confrontación con la muerte de la prometida lo agobia de un modo inusitado según se desprende de la correspondencia recopilada en la colección titulada Epistolario íntimo. La “intimidad” o vida “privada” de estos héroes políticos mitificados representa un interesante contrapunto a su condición de figuras “públicas”. Lo mismo puede decirse de los registros “íntimos” de Eugenio María de Hostos Bonilla dispersos en su monumental obra. Lo cierto es que durante las décadas de 1850 a 1880, las figuras de Allan Kardec (1804-1869), Camilo Flammarion (1842-1925) y León Denis (1846- 1927) dominaban el panorama de aquel proyecto ideológico que se movía en las fronteras de la ciencia, la ideología y la religión en Francia a la vez que salían de sus fronteras para impactar buena parte del occidente. Un espiritismo filtrado por medio del sistema kardeciano, parece llamar la atención de Betances ante el choque emocional de la muerte de Carmelita.
El espiritismo o la experimentación con la “pluralidad de los mundos habitados”, una frase acuñada por Flammarion para un libro de 1862 tenía, sin embargo, un punto de partida más remoto. La experiencia espírita ya había llamado la atención de uno de los modelos literarios del médico de Cabo Rojo: Edgar Allan Poe (1809-1849). El escritor gótico bostoniano se había aficionado a las actividades paranormales ejecutadas por las hermanas Leah, Catherine y Margaret Fox en Nueva York compartiendo con ello una curiosidad común a muchos otros intelectuales de su tiempo. El romanticismo literario, movimiento que surgió como una reacción al racionalismo exigente y frío de una cultura que parecía aspirar a volcarse sobre la realidad material, fue una de las primeras formas de resistencia a aquel pilar de la cultura occidental.
En el relato “La Virgen de Borinquen” (1859), la muerte de Carmelita le deja ante el problema de la relación de la vida y la muerte, por lo que en el proceso, comienza el puertorriqueño a cuestionar la legitimidad de las fronteras entre la una y la otra, es decir, entre lo vivo y lo no vivo. No hay que olvidar que ese es el mismo problema que se planteaba el vitalismo científico de fines del siglo 18 y principios del siglo 19, escuela interpretativa en la cual se había formado el médico en la Universidad de París. En el tenso relato de Betances, el personaje del “loco suicida”, figura literaria imposible de separar del amante doliente ante la pérdida del amor no consumado, se aproxima al espiritismo a la luz de las enseñanzas de Kardec. El libro de los espíritus, pieza clave de la arquitectura ideológica de aquella teoría, acababa de ser publicado en 1857 con algún éxito. El relato de Betances consigue emborronar la frontera entre la vida y la muerte con el propósito de facultar la comunicación entre el más acá y más allá, de un modo análogo en el cual las hermanas Fox afirmaban haberlo hecho en su casa de Nueva York. Las pistas ofrecidas sobre este asunto en la narración de Betances son numerosas: el amante doliente “se dedicará, como yo, al estudio de las ciencias que revelan los mundos del más allá”, dice, para luego insistir en que “todavía debo estudiar ciencias desconocidas y descubrir el mundo que ELLA habita”.
La actitud de Betances ante el deceso de la sobrina y prometida, tal y como se despliega en el Epistolario íntimo y se configura en su “leyenda mayagüezana” según la recoge el historiador Salvador Brau Asencio (1842-1912), presenta a un Betances ansioso por transformarse en un médium capaz de mantener una relación con la muerta. Se trata de un momento confuso y contradictorio en el cual las metáforas espiritistas cargadas de ese secularismo exigente propio del siglo de la burguesía y las religiosas o clericales se intersecan. La referencia a Carmelita como un “espíritu de luz” que personifica o expresa a la “Patria” es una de ellas. La voz del revolucionario secular, anticlerical y del volteriano sarcástico que se manifestará más tarde no está por ninguna parte. La fijación extrema de Betances con los ojos de la chica, los cuales resultan imposibles de reproducir en toda su vitalidad en una estatuilla de terracota o de mármol que pide que le elaboren, recuerdan la compulsión de Poe con ese lugar del rostro que muchos espiritistas consideraban el punto de acceso o el espejo del alma. En el caso de Betances la compulsión con los ojos de Carmelita y la imposibilidad del escultor de reproducir en ellos el brillo de la vida, extreman su encono. El escultor puede conseguir la arquitectura precisa del rostro en terracota o mármol. Pero sin los ojos, si veo el problema desde la perspectiva del vitalismo filosófico, el elán vital no estaría sugerido.
Betances, como se sabe, no se encontraba solo en el territorio de los entusiasmos espiritistas: Charles Dickens (1812-1870), Víctor Hugo (1802-1885), Charles Baudelaire (1821-1867) y Alejandro Tapia y Rivera (1826-1882), entre otros, también se sintieron atraídos por aquel proyecto interpretativo por una diversidad de razones. Del mismo modo que la crisis de los valores occidentales condujo a algunos intelectuales por el camino del pensamiento antisistémico de la mano del socialismo, la socialdemocracia y los anarquismos, a otros los llevó por el camino de los sistemas ideológicos y religiosos alternativos como es el caso del espiritismo científico. En Betances ambos extremos se encuentran: todo lo que sirve para cuestionar un orden tradicional también le resulta útil a este pensador atormentado y pasional para sobrevivir una tragedia personal y sanar emocionalmente su duelo.
La historia de esta figura con el espiritismo científico todavía está por escribirse. En 1921 se había fundado en Aguadilla un Club de Estudios Psicológicos Ramón Emeterio Betances; y en 1972 había una Cátedra Ciudadana Ramón Emeterio Betances en Carolina. La primera estaba asociada al espiritismo kardeciano y la segunda a la escuela interpretativa trincadista argentina. Betances nunca estuvo ausente del todo en la tradición a la cual arribó en medio de su crisis de 1858.
Fraternidad, heterodoxia y modernidad
La apertura de Betances no termina en el territorio del espiritismo científico: también fue masón activo en un siglo en el cual la oficialidad de la Iglesia Católica condenaba aquellas propuestas que, apoyadas en el manto del anticlericalismo, ponían en entredicho los fundamentos del cristianismo. Aquella fe, en sus diversas formulaciones, se había convertido al calor de la revolución burguesa, en uno de los pilares identitarios de la Europa Moderna. El activismo masónico en Betances, creo que se debe insistir en este hecho, es posterior a su compromiso político y lo complementa. No se trata de un masón que se transforma en revolucionario sino de un revolucionario que se hace masón sin que ello deba interpretarse como un menosprecio a los valores fraternales, filantrópicos y potencialmente progresistas intrínsecos del pensamiento masónico.
En 1857, Betances y Segundo Ruiz Belvis (1829-1867) organizan la “Sociedad Abolicionista Secreta” en la región oeste de Puerto Rico. Los comentaristas insisten en las similitudes organizacionales entre aquel club semi-clandestino y las sociedades masónicas. Sobre aquella base experimental diseñará en 1867 las “Sociedades Secretas” tipo “célula”, metáfora propia del vitalismo filosófico, que conducirán a la Insurrección de 1868 y en las cuáles las fuentes del siglo 19, José Pérez Moris, por ejemplo, sugerían paralelos organizativos con la masonería.
El contacto con la masonería es un poco más tardío. Se sabe que su padre, Felipe Betances, fue masón y que el joven Betances debió estar en contacto con masones durante el periodo de estudios en Tolosa, Francia, según especulaba en un artículo investigativo Jacques Gilard. Pero lo cierto es que no fue hasta 1866 cuando se inició al lado de Ruiz Belvis en la orden de la Logia “Unión Germana No. 8”, cuyo templo ubicaba en San Germán. Es bien probable que quien los presentara fuese Francisco Mariano Quiñones (1830-1980), amigo de ambos y activista liberal, autonomista, luego estadoísta de San Germán, y autor de varias reflexiones históricas y novelas. Betances y Ruiz Belvis fundaron en 1867 la “Logia Yagüez No. 10” de Mayagüez. Los investigadores sugieren que aquellas logias eran de Oriente Dominicano y que “Yagüez 10” “nunca tuvo solar” por lo que se reunía en “templo abierto” y practicaba la “Masonería forestal”. Los paralelos entre esta descripción tentativa y el activismo clandestino son obvios.
El cariz político de aquellos hechos es evidente. República Dominicana acababa de librarse de la presencia española nuevamente tras la ocupación del territorio por invitación del presidente Pedro Santana durante los años 1861 al 1865. Las relaciones con masones dominicanos debieron madurar entre los años 1863 y 1864 cuando Betances y Ruiz Belvis preparaban un levantamiento, preámbulo del de 1868, en colaboración con agentes dominicanos, según lo documentó el periodista José Pérez Moris.
Es probable que para Betances y Ruiz Belvis las relaciones entre masonería y revolución fuesen evidentes, pero ello no significa que para todos los masones organizados en la “Unión Germana No. 8” y la “Logia Yagüez No. 10” lo fuese. Había masones integristas y separatistas, moderados y revolucionarios, que chocaban en el debate político. En el caso del Puerto Rico del siglo 19 la masonería y el separatismo independentista compartían, eso sí, un fuerte componente contracultural y anticlerical que los hacía ver como una amenaza mayor y una combinación de fuerzas peligrosa. La relación de Betances y Ruiz Belvis con la masonería resultó instrumental para sus proyectos políticos siempre. Ruiz Belvis dependió de sus contactos dentro de esa afiliación cuando realizó su viaje a Valparaíso, Chile, buscando apoyo para la causa antillana durante el año 1867. Fue ante los masones haitianos que en 1870 articuló su síntesis antianexionista “las Antillas para los antillanos”. En 1874, cuando Betances viajó a Europa con planes concretos de radicarse en París, fue invitado a integrar “El Templo de los Amigos del Honor Francés” (Temple des Amis de l’Honneur Français) como Miembro Honorario Grado 18. Durante la etapa masónica francesa, el caborrojeño escribió en los foros masónicos sobre temas de actualidad, a la vez que exigió de la orden un compromiso más concreto con los proyectos progresistas y de cambio que defendía. Todo indica que la masonería en Puerto Rico y en Francia no poseía una opinión homogénea ni unitaria con respecto a la solución idónea para los problemas que Betances y Ruiz Belvis encontraban en la relación de Puerto Rico con España.
El investigador francés Paul Estrade ha categorizado la labor de Betances como la de un “masón inconforme”: aún dentro del espacio de inconformidad que significaba la masonería en una Europa cristiana que se acomodaba al giro de sus tiempos, Betances desesperaba. Las causas de la “inconformidad” dentro de la “inconformidad” respondían a que el puertorriqueño era un filántropo radical y exigente que abogaba por la abolición de la esclavitud en las Antillas y favorecía abiertamente la separación de Cuba de la Monarquía Española durante la llamada Guerra Grande (1868-1874). No se podía esperar una opinión uniforme respecto a problemas tan complejos como aquellos que, por otro lado, no representaban una prioridad para los masones franceses. Las contradicciones afloraban porque muchos de los hermanos masones poseían esclavos o no sentían afinidad alguna por las luchas políticas de los antillanos. La táctica discursiva de Betances, no siempre exitosa, era apelar a los valores fundamentales de la masonería con el propósito expreso de politizarlos y moverlos en la dirección de un propósito que él considera legítimo.
La presencia de la experiencia masónica en la discursividad literaria betancina me parece obvia. Como recurso literario la condición masónica los preparó para dominar un lenguaje hierático o esotérico complejo cargado de simbolismos y sugerencias de enorme plasticidad. Aquel lenguaje innovador del pensamiento alternativo masónico tenía su origen en la misma cultura ilustrada y neoclásica que desembocó en la experiencia de la Revolución de 1789. Se trata de una discursividad compartida por el pensamiento antisistémico del siglo 19 que, como el 1789, minaba la cultura y la canonicidad heredada. El renacer de los Estudios Clásicos y los Estudios Orientales durante el periodo final del siglo 18 y buena parte del siglo 19, y su capacidad para penetrar la discusión cultural que se ofrecía en la universidad europea moderna resultó determinante en aquel proceso. Betances se ha formado en esa universidad y en esa efervescencia cultural y es un buen discípulo de todo ello, sin duda. El efecto de aquel giro no se limita, en un contexto puertorriqueño, a la figura de Betances. También impactó al ya citado Maestro Masón y “Caballero Kadosh” de San Germán, Quiñones, autor de una compleja trilogía novelesca inacabada titulada Nadir Sha en la cual la cultura persa y la masónica le sirven de escudo protector para evaluar desde una perspectiva moderna el problema de la historia y el de la libertad.
Los estudios sobre este tema en la obra literaria de Betances no se han hecho todavía. Un modelo es la forma que este autor reinvierte el saber de la numerología del 12 y el 13, un asunto vital para la Astrología Fiduciaria, en el antes referido relato de “La Virgen de Borinquen” (1859). En el mismo el “loco suicida”, que ya he identificado con la figura de Betances, se imagina prisionero en una habitación de 13 pies y 13 paredes. De igual modo, en el relato satírico-político “Viajes de Escaldado” (1888), el viajero venezolano que en este caso representa la voz del autor, regresa después de su trágico periplo al “bosque” y en un interesante discurso significa en 12 animales las 12 virtudes humanas. En este caso Betances evade la 13 que es, la inalcanzable “justicia”: occidente no está preparado para la justicia. El carácter moderno de Betances no es un culto gratuito.
La numerología en los textos literarios de Betances es una aventura literaria no revisada del todo. Según el mitólogo Juan Eduardo Cirlot, el número 12 significa el orden cósmico y la salvación, mientras que el 13 sugiere la muerte y el renacimiento, el cambio y la reanudación, la revolución en su sentido más estricto. En alguna tradición masónica, el 13 recuerda la muerte del Caballero Templario el viernes 13 de octubre de 1307 a manos de la Santa Inquisición; y en la cristiana, los 13 comensales de la última cena significan en este la condición del traidor. La magia de este número no termina allí: en el capítulo 13 del “Apocalipsis” se manifiesta el Anticristo (666); y en la “Cábala” judía son 13 los espíritus malignos que amenazan a la humanidad y 13 son los años que marcan “Bar Mitzvah” o ceremonia de la adultez del varón y la edad casamentera de la hembra. El 12 y el 13 también fueron apropiados por los discursos antisistémicos del siglo 19, si es que se prefiere una interpretación mágica pero secular de este juego.
Charles Gide (1847-1922), uno de los padres franceses del cooperativismo y el asociacionismo, figura que está en base del filantropismo y los primeros socialismos decimonónicos con los cuales Betances estuvo en contacto, codificó las 12 virtudes del cooperativismo. El lenguaje simbólico de la literatura de Betances es complejo en extremo. Su reflexión sobre la modernidad es crítica y cuidadosa. Betances no es un antillano afrancesado cualquiera o ciego. El hecho de que la Europa que admira se aboca al imperialismo más agresivo de todos los tiempos en el marco de la “rapiña africana” y permanece a veces impasible ante el asunto colonial en las Antillas, le preocupa intensamente hasta el último momento de su vida. En algún momento habrá que volver a mirar a este bohemio, revolucionario antillano y aspirante a magus que tan bien representa la síntesis entre la intuición y la ciencia, entre la racionalidad y la emoción en aquel siglo 19 cambiante.