Seis aforismos sobre un país que cada vez se despide mejor…
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
-Augusto Monterroso
1
La nación puertorriqueña cada vez se despide mejor, como diría José Liboy… y sin embargo cuando se sueña o se despierta (da igual), ella reaparece ahí, sin saludar, como si siempre hubiera estado. Y de hecho, es difícil refutar que siempre ha estado, pues su principal ademán desde inicios del siglo veinte ha sido estar a pesar de que no se percibe o no se supone que todavía esté. La cultura puertorriqueña no deja de ser, como todas, una manera de estar, pero es también una manera de transitar por la visibilidad y la invisibilidad, por la ausencia y la presencia. Han sido muy citadas las expresiones de aquel funcionario del régimen de ocupación norteamericano recién instalado, que describió a los “nativos coloniales” como una masa extremadamente plástica y maleable con la cual se podría hacer lo que se quisiera, léase, fabricar “buenos ciudadanos” en el sentido desarrollado por la ideología norteamericana de la colonialidad, de limar toda arista colectiva propensa a entrar en composición de sujeto autónomo. Pero es gracias a la maleabilidad, a la capacidad de desaparecer y reaparecer en perpetuo proteísmo, mostrada por los sujetos puertorriqueños, que esa operación de limadura, de higienización o castración colonizadora ha fallado en producir los subalternos felizmente gobernables que ambicionó. El sistema no ha logrado sujetar a este pueblo oscuro y sonriente que Pedro Juan Soto leyó en el poema de Nicolás Guillén: las “dark and smiling people” que confunden y desordenan al colonizador, gente tan feliz e ingobernable en su tragedia que al poder blanco le da rabia.
2 – Fuera de la dicotomía real/fantástico.
La tradición crítica occidental distingue literaturas realistas de literaturas fantásticas, al punto que en algunos casos enmarca un género de lo fantástico, opuesto a las corrientes realistas. Esta tradición se articula a poéticas que, de hecho, asumen ese distingo. Pero vemos en la literatura puertorriqueña más innovadora de los últimos años una tendencia a pasar de lado dicha oposición y aún la distinción misma entre modos, rasgos o estilos literarios realistas y fantásticos (o no realistas o menos realistas). Surgen modos de construcción del espacio literario y de sus personajes, acciones y expresiones en los que no se puede contraponer unas zonas o elementos pertenecientes a la realidad a otros que no pertenecerían a ella y que vendrían de alguna dimensión no real, sobrenatural, imaginaria en el sentido limitado… En lugar de esa contraposición lo que impera es una articulación compenetrada de múltiples realidades y zonas de la experiencia donde nada deja de ser real. Cohabitan dimensiones de una realidad múltiple en la que cabe la vigilia sobria, la ebriedad, el sueño, el ensueño, el delirio, la alucinación, el vuelo imaginario, la imagen, los mundos alternos y las así llamadas fantasías. Cada instancia es tan real, concreta e impactante como cualquier otra. No hay realismo ni fantasía, ni espacio real o espacio mágico, sino realismo múltiple. Esta literatura le da la bienvenida a lo real-múltiple; le pasa de lado al supuesto realismo mágico.
3 – Fuera de la dicotomía ajeno/autóctono
“He ahí la suprema definición: O yanquis o puertorriqueños” proclamó el dirigente nacionalista Pedro Albizu Campos desde la década del treinta, dictum que mejor expresó el eje organizador de la cultura isleña como cultura de resistencia anticolonial. Todavía lo que Albizu llamó “la suprema definición” actúa sostenidamente como eje articulador, pero ha trazado desde entonces un curso anfractuoso, recogido mejor que nadie por Aravind Enrique Adyanthaya en el relato Ourumaru: “…la Nación ha sido siempre, desde su transplante, un organismo permeable (y permeante), permeado, de estabilidades flujo, fenotipos fuga, de mutaciones base…”. Es decir, el deseo colectivo de nación que arma las oposiciones identitarias corresponde a la demanda infinita generada por un organismo en continua fuga mutante. Es un organismo cuyo metabolismo consiste en producir una diferencia incesante con respecto al poder colonizador de los Estados Unidos. El torrente de captaciones colonizadoras es tan intenso y masivo que arrastra consigo, anula o coopta casi cualquier gesto de conservación de formas dadas de la identidad, por lo que la afirmación de una identidad autónoma, contestataria, sólo se sostiene para los puertorriqueños mediante la agresiva producción de nuevas formas de diferencia y singularidad que muchas veces deben ser tomadas de ese mismo torrente colonizador dada su exclusividad monopólica sobre la isla. Entonces resulta que sólo se puede producir identidad produciendo diferencia, sólo se puede afirmar lo propio engendrándolo sin pausa a partir de lo ajeno. Y tenemos así una cultura nacional cuya única posibilidad de autoctonía radica en la alteridad de la que continuamente debe alimentarse, deviniendo siempre otra que sí para ser sí misma. La autoctonía se viabiliza entonces como ajenidad reapropiada, como performance devorador, canibalizador y rearticulador.
4 – Contra-identidad
Una identidad que se rehace continuamente en resistencia ante otras identidades impuestas por el proceso colonizador y que debe en todo momento contrarrestar el proceso de reabsorción, es decir de colonización a que se somete cada modalidad identitaria creada por el colonizado, se constituye como contra-identidad. Para comprender esto se debe tomar en cuenta que el proceso colonizador implantado en Puerto Rico por el Estado norteamericano nunca se ha propuesto seriamente convertir a los puertorriqueños en norteamericanos, ni social ni políticamente y mucho menos en un sentido étnico-cultural. Su único objetivo fehaciente y demostrable ha sido producir un subalterno colonizado a la medida de las necesidades de explotación del imperio. De acuerdo a ello, pese a las ilusiones propias de la democracia liberal de consumo compulsivo que opera bajo palio de una “igualdad” masiva puramente formal, cónsona con las estratificaciones del mercado, los puertorriqueños siempre han debido enfrentarse a identidades prefabricadas, estereotipadas de todo tipo, manejadas por la colonialidad del poder en todas las dimensiones de sus vidas. Las prácticas culturales puertorriqueñas, entonces, asumen la identidad como potencial y efectiva contra-identidad-en-resistencia. Asimismo, la identidad nacional se perfila también como contra-identidad nacional. Ello conlleva un proceso sumamente contradictorio y exige destrezas casi barrocas de performatividad en las que priman el simulacro, la parodia, la antítesis, el contraste, y la ironía. Ello implica, en fin, una estrategia de opacidad activa que invita a la interpretación incesante. El puertorriqueño no puede darse el lujo de ser transparente ante la mirada del colonizador, en cada acto de autoconstrucción simbólica siempre necesitará reconfigurar una opacidad estratégica frente a la fuerza colonizadora. El puertorriqueño, ese enigma “oscuro y sonriente”, siempre defiende un secreto, siempre debe proteger la contraseña de su resistencia anticolonial. Y esto se expresa en la literatura y otras formas culturales.
5 – Bilengua
En el ámbito literario, las señas de contra-identidad se articulan a la bilengua. No se trata de que los puertorriqueños hablen español e inglés y que vivan a caballo entre las dos lenguas. Algo de eso se experimenta en ciertos sectores de la población de la isla y de la diáspora, pero el hecho determinante, el exceso que rompe los esquemas, es que el español asumido por los puertorriqueños se origina, en cuanto sociolecto, en el intersticio entre las dos lenguas. Se ha exagerado el supuesto bilingüismo de la población puertorriqueña en la isla; éste no alcanza al 90% de la población, que sólo practica grados muy básicos, apenas funcionales de bilingüismo en su vida diaria. Lo importante es que frente a la relación de poder y colonialidad que permea el uso de la lengua en la isla y en el seno de la diáspora, las prácticas de la lengua-en-resistencia han debido emplazarse estratégicamente en el hiato de las dos normas, no para usar una lengua mixta, sino para crear un español insurgente, en tensión con la normatividad lingüística en general, incluida la normatividad no menos colonial del español dominante, letrado. Dada esta situación, es de esperar que los estilos literarios más creativos se nutran de este exceso lingüístico practicado por las comunidades puertorriqueñas. Y puesto que existe también una literatura puertorriqueña en inglés, vemos a la misma asumir similares posicionamientos insurgentes frente a las normas inglesas cultas y mediáticas.
6 – Fuera del espacio geocultural
Pese a todo lo que se ha dicho (y hemos dicho) sobre el ocaso de los estados nacionales y su progresiva impertinencia económica, política y cultural, uno de los lastres de la literatura y el arte puertorriqueños ha sido y continúa siendo la ausencia de un estado nacional puertorriqueño que promueva y represente la producción del país en el espacio geocultural que le corresponde. La cultura no se produce para exportación, pero sí se enriquece con los intercambios y proyecciones fuera de su ámbito inmediato. La carencia aguda de los mismos ha determinado que la literatura puertorriqueña exista en un excéntrico margen del margen. Se puede afirmar que, paradójicamente, dicha marginalidad, en principio, potencia su singularidad y su capacidad de innovar e interpelar a un público geocultural amplio, sin embargo se puede afirmar también que, dado el marco geopolítico actual, se trata de una potencialidad que sólo una instancia estatal nacional puede encauzar. Puede sonar paradójico, pero la cultura puertorriqueña necesita un Estado puertorriqueño, una institucionalidad nacional, para internacionalizarse. Los organismos del Estado norteamericano jamás asumirán esa tarea, pues su dinámica irrefragable es, al contrario, ghettoizar, provincializar e “higienizar” la diferencia a todos los niveles.