Sobre una Moraleja en Tiempos de Contagio
Mientras hojeaba Facebook, me topé con un artículo de El País sobre el nuevo libro del escritor y físico italiano Paolo Giordano, compartido por el colega y amigo Manuel Valdés Pizzini. El artículo es un adelanto al nuevo libro de este escritor, titulado En Tiempos de Contagio, a publicarse en los próximos días. El libro se trata, por supuesto, de vivir en estos tiempos de gran vulnerabilidad al coronavirus y la enfermedad que produce. El título del artículo es una cita del libro: “No tengo miedo al contagio, sino a que la civilización se derrumbe.” Yo, desconfiado de lo supuestamente civilizado, pensé inicialmente que se trataba de un europeo más suponiendo que vive en un mundo tremendamente avanzado. Pero Giordano aunque presupone que la civilización teme que su andamiaje no sea más que un frágil castillo de naipes, que como secuela a la pandemia sufra un precipitoso derrumbe.
Giordano no está sólo. En tiempos en que abundan los augurios de catástrofes son muchos los que temen que la pandemia sea el principio de un apocalipsis, hecatombe virulenta de la civilización. Entre los más angustiados están los capitalistas y los gobernantes. A estos, que confunden el modo capitalista con la civilización misma, le aterra el síncope de los mercados. Mientras muchos sufren, convalecen y mueren, la gran preocupación de los capitalistas, gobernantes y demás defensores de ese modo económico, es la recesión económica y la desaceleración del crecimiento económico o la acumulación de capital. Como ya es costumbre, estos les achacan el virus a los chinos, a los comunistas, a los paganos y a los pecadores. Mientras a algunos de estos les preocupa el efecto de la epidemia sobre la producción de bienes a otros le preocupa el golpe al consumo, y no sólo por la falta de jabones antisépticos, máscaras y papel higiénico, sino porque la gente compre mucho menos. La respuesta ha sido la expansión e intensificación en los servicios de entrega al domicilio y el crecimiento en las ventas en línea.
Todos estos actores juntos ofuscan el hecho de que las actividades económicas de esa modalidad, inclusive hasta en el capitalismo de estado chino, han contribuido grandemente a la expansión de las circunstancias ambientales y sociales que hacen posible la rápida difusión del virus y el contagio pandémico con la enfermedad del coronavirus. El neoliberalismo y sus prácticas tienen mucho que ver con esa expansión, como señala Rubén Colón Morales en su artículo “El Amor en los Tiempos del Coronavirus.”
Mientras tanto, son muchas las personas que como los amigos de Giordano ansían imponerle, con sus meros deseos, un final a la epidemia. Estos añoran un glorioso regreso a la normalidad. Pero como nos lo recuerda el propio autor, la solución no es tan simple: “Pero el Cov-2 cuenta con la suerte del principiante: nos ha pillado por sorpresa y vírgenes, sin anticuerpos ni vacunas. Es demasiado nuevo para nosotros. Trasladado al modelo SIR [Susceptibles, Infectados, Removidos], este componente de novedad significa que todos somos Susceptibles.” Desear lo mejor es sencillamente ilusorio. Sólo nos queda lo que Giordano describe como “una forma bastante incómoda de prudencia”, la que implica adaptarnos a una cotidianidad de forzadas separaciones y acostumbrarnos a relacionarnos en la Internet, constantemente en línea y a distancia. Ahora no nos queda sino integrarnos intensamente al colosal complejo socio tecnológico de la Internet y sus cosas.
Para Giordano todo esto trae consigo mucha soledad. Al mismo tiempo, las nuevas circunstancias, afirma el conocido físico, nos captura y libera a la vez: “Durante el contagio todos estamos al mismo tiempo en libertad y bajo arresto domiciliario.” En los tiempos de contagio nos atrapa una paradoja difícil de superar, una que, al final, se reduce a la compleja relación entre individuo y sociedad, una vieja preocupación sociológica. El adelanto de En Tiempos de Contagio revela precisamente las inquietudes y cavilaciones sociológicas de un físico. Recordé, de hecho, la “física social” de los primeros sociólogos como Henri de Saint Simon, August Marie François-Xavier Comte, y Lambert Adolphe Jacques Quételet.
Las reflexiones sociológicas del autor de La Soledad de los Números Primos parten de un postulado acerca de la naturaleza humana. Se trata de nuestra necesidad de relacionarnos con otros humanos. Para Giordano: “Tenemos una necesidad terrible de estar con los demás, entre los demás, a menos de un metro de las personas que nos importan: nos parece tan necesario como respirar.” Ahora, forzados a separarnos y relativamente aislados nos encontramos pensando, valorando y añorando nuestros vínculos sociales, quizás como hacía mucho que no lo hacíamos. El autor observa que una de las consecuencias de la epidemia es precisamente que esta nos obliga a pensarnos como miembros de una colectividad, “reconocernos inextricablemente conectados a los demás y tenerlos en cuenta en nuestras decisiones.” Y en un lenguaje también reminiscente del antiguo organicismo afirma que: “En tiempos de contagio somos parte de un único organismo; en tiempos de contagio volvemos a ser una comunidad.”
Es precisamente por el bien de ese “organismo,” de esa comunidad, por lo que para este físico italiano debemos pensar en los demás, evitando contagiarnos. Para él, debemos ser prudentes, no exponernos ni exponer a otros al coronavirus y el COVID-19. Giordano nos suministra entonces una moraleja: “Así pues, lo que hacemos o dejamos de hacer durante el contagio no nos afecta únicamente a nosotros: ésa es una de las cosas que me gustaría recordar cuando todo esto haya acabado.” Para él, citando a John Donne, “nadie es una isla.” Así que, y dado que estamos vinculados a otros, exponernos al contagio es exponer a la vez a los demás. Para el físico debemos evitar el contagio por dos razones principales. La primera es cuantitativa. Debemos evitarlo porque a medida que el número de contagiados aumenta disminuye la cantidad de recursos necesarios para tratarlos, como los medicamentos, las camas y las máscaras. La segunda es humanitaria. Debemos evitar contagiarnos para así prevenir contagiar a los más susceptibles al COVID 19, como, por ejemplo, a los envejecientes.
Giordano, admitiendo nuestra enorme vulnerabilidad al COVID 19, no sólo teme el colapso de esa civilización construida sobre una quebradiza montura. Este también teme que, si esta no colapsa, entonces el miedo al contagio y a las secuelas de la pandemia pase en vano, que el miedo, proscrito al desván de los olvidos, no deje cambios precisos y necesarios tras de sí. A él le gustaría que uno de esos cambios sea que no olvidemos a los demás, a la comunidad.
Como sociólogo, y cónsono con Giordano, no puedo sino afirmar nuestra sociabilidad y subrayar la necesidad de cavilar la pandemia desde sus dimensiones sociales. Al hacerlo podemos recurrir a lo que Theodor Adorno llamó la perspicacia sociológica y orientarnos a lo colectivo, hacia esas conexiones sociales relativamente estructuradas que llamamos sociedad. Esta perspicacia discierne las acciones humanas, como respetar o no el distanciamiento social, no como acciones puramente individuales, sino como elementos de lo que Zygmunt Bauman y Tim May llaman las configuraciones sociales más amplias. Estas acciones son para los sociólogos realizadas por sujetos que son parte de un conjunto no aleatorio de actores sociales interdependientes y concatenados en una red de vínculos y relaciones más o menos estructuradas u organizadas.
Si admitimos la interdependencia que esas configuraciones sociales implican no podemos sino estar de acuerdo con Giordano, es decir, recurrir a la sensatez y alejarnos hasta donde sea posible de los demás, prevenir el contagio. Pero realizar esa acción no es tan sencillo. No sólo no podemos evitar todas las interacciones sociales, sino que además no todas las personas pueden simplemente optar por el distanciamiento social, al menos no sin que esto tenga consecuencias también adversas. La interdependencia de las personas conforma unas circunstancias en el que la probabilidad de que el distanciamiento social se realice, así como su posibilidad de éxito o fracaso evitando el contagio, estriba de lo que los actores sociales son, hacen o pueden hacer en el tejido de las relaciones sociales. Esas “configuraciones más amplias” son tejidos o estructuras sociales cuya conformación posibilita las acciones sociales e individuales, pero que simultáneamente también las circunscriben. Ser prudentes, y acatarse al distanciamiento social, depende de ese sistema de relaciones, de lo que las persona pueden o no hacer en este. Más aun, las posibilidades y límites de esa acción, como la de muchas otras, son regidas también por las diversas formaciones de desigualdad social. Hasta el uso de las máscaras para no contagiarse refleja esa desigualdad, como demuestra Rima Brusi en su artículo “El Virus Enmascarado.” Así, la trabajadora negra en la urbe de un país pobre y explotado, empleada a tiempo parcial, jefa de familia y madre de dos hijos, y sin conexión a la Internet y con máscaras baratas, no puede simplemente quedarse en su casa rentada a esperar que se disipe la epidemia para entonces sustentar a su familia. Quedarse en casa significa agravar enormemente su precariedad y pobreza. Muchos otros, aunque quisieran quedarse en casa, son obligados a trabajar, y lo hacen para no perder sus precarios empleos. Y ya muchos están perdiendo sus empleos. A estos tampoco podemos olvidarlos. Sin embargo, y como concluyó Shahra Razavi para Social Europe, en todo el mundo, los sistemas de protección social están fallando miserablemente en salvaguardar la vidas y medios de vida de los grupos más vulnerables.
En fin, el coronavirus y el COVID 19, como muchas otras epidemias y desastres recientes, nos ofrece, como observa Giordano, una oportunidad para pensarnos como miembros de una colectividad. Pero, actuar contra el coronavirus requiere también de acciones sociales. Puesto que somos parte, como plantea Giordano, de una comunidad, la respuesta a la pandemia no puede ser individualizada o relegada a decisiones puramente personales. La respuesta requiere de acciones sociales que enfrenten no sólo el potencial de contagio y la mitigación de la epidemia sino también las configuraciones y desigualdades sociales. En efecto, la pandemia nos provee una oportunidad más para imaginar y concretar una sociedad alternativa, una fundamentada en la solidaridad, la cooperación y la justicia. Pero mi temor es que al enfrentar el contagio y sus secuelas las desigualdades pasen una vez más desapercibidas o que sean evadidas, que dejemos intactos los regímenes de poder y desigualdad. Temo que nos olvidemos no sólo de los más susceptibles a la enfermedad, sino además de los más vulnerables a las consecuencias sociales y económicas más adversas de la epidemia. Yo, algo pesimista, me temo que así será, que muy poco cambiará en el andamiaje injusto de nuestra barbarie.