Transformaciones ineludibles tras las elecciones
El afianzamiento del bipartidismo cerrado PPD-PNP
Si el Gobernador Fortuño y el PNP hubieran podido repetir su victoria del 2008, aunque hubiese sido con una ventaja menor respecto del PPD, el debilitamiento del segundo partido (PPD) se habría podido reafirmar y profundizar. Si tal cosa hubiese acontecido entrábamos en una nueva situación: que el PPD no pudiera ya derrotar de ninguna manera al PNP, en cuyo caso el sistema bipartidista habría desembocado en una larga época de hegemonía PNP. Otros partidos podrían tener una presencia “virtual”, pero sólo el PNP podría ganar en cada elección el control de las ramas ejecutiva y legislativa de nuestro gobierno. Nuestra propia historia demuestra que para que nuevos partidos puedan entrar al juego de verdad, a ganar unas elecciones, tiene que haber una división mayor en alguno o varios de los partidos principales. Si tal circunstancia no ocurre, a cualquier tercer partido le puede tomar mucho tiempo sustituir a un segundo que ha venido a menos.
Por lo que vimos de la Administración Fortuño y de la legislatura PNP en el cuatrienio que acaba de terminar, creo que podríamos concluir que el voto mayoritario por Alejandro García Padilla, por muchos nuevos alcaldes PPD, sobre todo por Carmen Yulín Cruz en San juan, y el control de ambas cámaras legislativas por el PPD benefició al país porque ahuyentó, o pospuso —habrá que ver qué ocurre para los cuatrienios que comienzan en 2017 y 2021— semejante escenario de un PNP todopoderoso, en total control del gobierno por largo tiempo.
Es verdad que con el resultado de 2012 quedó incólume el mismo sistema de partidos, el bipartidismo, y la misma alternación PPD-PNP de la cual muchos nos hemos quejado. Pero la verdad a aceptar es que mientras no transformemos el marco constitucional-legal de las elecciones legislativas en Puerto Rico, la alternativa viable al bipartidismo no es algo mejor: el multipartidismo, sino algo peor, el cuasi-monopartidismo, o como le llama Giovanni Sartori: el régimen de partido hegemónico. Ya es bastante “totalitarismo” tener dos partidos ubicuos que, no sólo controlan los cargos electivos que ganan en las elecciones sino que hasta polarizan muchísimas de las agencias de la administración pública —cosa que no se supone que ocurra en una democracia ya que dichas entidades no debieran estar politizadas en el sentido partidista— sino también instituciones de la sociedad civil, incluso los medios de comunicación de masas. Imaginen qué ocurriría con el partido hegemónico. Por lo tanto, que en 2012 se haya reafirmado el bipartidismo no es lo peor que habría podido ocurrir.
Una posibilidad de alianza para los partidos pequeños: por su principal interés común
La afamada Ley de Duverger operó muy significativamente en estas elecciones para reducir las probabilidades de supervivencia de los partidos pequeños. Para dichos partidos se minimizaron aún más sus posibilidades de quedar inscritos y de obtener escaños legislativos porque la polarización PPD-PNP se tornó particularmente aguda. Pero hablemos de esto con sinceridad: conscientes o no de lo que les podría pasar en términos de un exiguo, casi imperceptible apoyo electoral, los partidos pequeños se convirtieron, sin proponérselo, en promotores del engaño, de una ilusión. ¿De cuál engaño? Pues de la ilusión que nos provee el sistema vigente —que controlan muy bien ciertos intereses políticos muy concretos— para que nos creamos que hay una verdadera democracia representativa en la cual basta fundar un partido político para, además de tener acceso a dineros del fondo electoral, jugar al juego de “podemos ganar”, o por lo menos, al de “hacer un papel electoral honroso” con el objetivo expreso de “debilitar” al bipartidismo. No hay que olvidar que el entonces partido de gobierno, el PNP, legisló cambios a la ley electoral para facilitar la inscripción de más partidos novatos con la esperanza de que significaran pérdidas en votos potenciales para el PPD. ¿Quién usó a quién? Esa cuestión prefiero dejarla a la interpretación de cada uno de los lectores. El pueblo, sin embargo, resultó más listo y no se dejó engatusar.
La verdad —la cruda y cruel realidad— es que al bipartidismo cerrado no se le debilita poniendo unos cuantos partidos más de adorno en la papeleta. El reclamo de que un voto por el PPT sería “abrir paso” a una presencia significativa de un “partido de los trabajadores” en nuestro sistema político, o un “abrir paso” al debilitamiento del sistema bipartidista imperante, fue tan engañoso y tan ilusorio como el creer que nuestro sistema político realmente opera una “democracia representativa”, aunque excluye automática y sistemáticamente de la representación legislativa a todo partido que no sea uno de los dos grandes del bipartidismo. Habrá quien dirá que este fue un “engaño benigno” una ilusión de fantasía tan inocente como la que se les sirve a los niños por Navidad con Santa Claus o los Reyes Magos. Pues no. Ni tan benigno. No es una ilusión benigna por cuanto entretiene a mucha gente con mil actividades políticas, con mil esfuerzos y trabajos agotadores para inscribir el partido, mantener una organización, buscar funcionarios de colegio, hacer campaña, todas ellas actividades que no conducen a ninguna cuota real de poder democrático para el Pueblo pero tienen un enorme costo de oportunidad. ¿Cuál costo? Pues que aleja a cientos de militantes talentosos de esos partidos del tipo de esfuerzo que sí podría transformar nuestro sistema electoral en uno verdaderamente representativo y multipartidista. Y es que el “multipartidismo de engaño” que lleva a resultados como los vistos en estas elecciones: 96% de los votos para los dos partidos grandes, para el bipartidismo, y 4% para los partidos pequeños, descuenta a toda esa gente de un esfuerzo real para desbancar el bipartidismo y para educar a nuestro pueblo sobre por qué debemos enmendar nuestra Constitución para tener un sistema más realmente representativo. La prioridad debiera ser esa, ya que a lo menos que deberíamos aspirar es a que nuestra Asamblea Legislativa —que es el cuerpo representativo principal de la democracia— tenga en su seno una representación real de otros sectores de opinión más allá del PPD y del PNP. Esos sectores existen, pero su entrada a la Asamblea Legislativa, su aporte potencial a nuestra democracia continúa vedada por nuestra propia Constitución y las leyes electorales.
La descripción anterior no es, de ninguna manera, una alegación de que los partidos pequeños no aportaron nada positivo al debate público o al proceso democrático. Concurro plenamente con mi colega el Dr. Raúl Cotto Serrano cuando señaló que si esos cuatro partidos no hubiesen existido, y no hubieran traído al debate público ciertos temas, los partidos principales no los habrían atendido en sus respectivas campañas y compromisos con el Pueblo. De modo que nadie puede decir con justicia que los pequeños partidos fueron totalmente intrascendentes. Tuvieron su importancia en el sentido que acabo de mencionar y además, porque con su acceso al fondo electoral, pudieron —no todos con la misma intensidad y sentido de responsabilidad con que lo hizo el PPT— pero, en fin, pudieron diseminar ideas que ameritaban difusión por los medios, a pesar de que mucho del dinero de la campaña, otra vez por mandato de las propias leyes electorales, se gastó en promover la imagen protagónica de sus candidatos a la Gobernación: en imágenes más que en ideas.
No es ese, sin embargo, el argumento principal de este escrito respecto de los partidos pequeños. No se trata de criticar lo que hicieron y cómo lo hicieron ni el que hayan obtenido tan pocos votos, cosa que ya sabíamos que habría de ocurrirles inexorablemente. Además, nadie tiene derecho a dictarles pautas a los partidos pequeños. Eso lo debe decidir cada uno de ellos con su militancia, de modo que lo que sigue, no es una pauta que deban seguir sino la sugerencia más lógica si realmente quieren poner el interés común que tienen todos ellos en su propia existencia y en “abrirse paso” dentro de nuestro sistema político como una prioridad. Algunos han propuesto que se unan todos en una coalición o alianza, a pesar de las diferencias ideológicas, de enfoques y de prioridades que puedan tener. Tampoco eso es una solución real. Podría llevar a un nuevo engaño, a una nueva ilusión. Cuatro partidos que se unen en uno solo y obtienen el mismo 4% de los votos —o 6 ó 7% y ninguna representación legislativa— no nos aleja ni un centímetro del bipartidismo ni nos acerca al multipartidismo.
La única forma de lograrlo y la única alianza que realmente tiene sentido para esos partidos, si su objetivo es realmente “abrirse paso” se cae de la mata: es la de armar un gran movimiento cívico que reclame, como una de esas mejoras democráticas que el PPD ha dicho que está dispuesto a considerar, la de enmendar nuestra Constitución y la ley electoral para facilitar la representación legislativa de los partidos pequeños. Esa sí es la alianza política que todos pueden concertar sin necesidad de dejar de ser lo que cada uno es, sin necesidad de imponerse ideas, criterios o prioridades los unos a los otros. Se trataría pues de una alianza para incidir juntos en el espacio público, buscando además la colaboración de diversos grupos de la sociedad civil interesados en el mejoramiento de nuestra democracia. No es otra cosa que aprovechar la apertura del PPD a propuestas sobre mejoras o ampliaciones a nuestra democracia para pedir lo que es el interés principal común de todos ellos: que se cambien las reglas del juego de modo que en el futuro fundar un partido pequeño no sea ya más un divertimento, un desvío de esfuerzos, ni un ejercicio en futilidad, ni una ilusión… ni un autoengaño.
Quienes creemos que el país y nuestra vida democrática ascenderían en calidad si tuviéramos un genuino multipartidismo logramos corroborar en la práctica en estas elecciones que tal multipartidismo real no lo hace viable el propio sistema de representación legislativa que dicta nuestra Constitución. No obstante, dicha situación es superable si enmendamos el marco constitucional-legal y la oportunidad de transformar ese sistema está servida. ¿O no es cierto que líderes importantes del PPD se han manifestado favorables a la concertación con otros sectores del Pueblo y que tienen como objetivo ampliar la democracia? ¿Acaso no es cierto que el próximo Presidente del Senado, Eduardo Bhatia ha dicho incluso que quiere un senado “abierto al pueblo”, a mayor democracia participativa, e incluso ha hablado de legislar la “iniciativa” para que ciudadanos y grupos puedan presentar directamente proyectos de ley en la Asamblea Legislativa? ¿Y qué es lo que impide que los partidos pequeños tomen juntos tal iniciativa, a la cual habrían de sumarse diversos sectores de no afiliados que reconocen la necesidad de una ampliación en la representatividad democrática?