Filosofía de la tecnología desde la periferia
I. Anecdóticamente
Aún soy de esa generación que no “nació” con el Internet y a cuya casa Super Mario Brothers llegó tardíamente y sin mayor fanfarria. Mi hermano mayor, convencido de que los botones en el control remoto no podrían –¡¿a quién se le ocurre?!– controlar con exactitud los movimientos del héroe en pantalla, giraba el control entero, aún conectado por un cable a la caja donde se introducía el cassette del juego, en función de sus deseos y la caja, por supuesto, iba a tener aparatosamente al suelo a cada momento. Yo, convencida siempre de la proeza deportiva de mi hermano, seguía su ejemplo. Como podrán imaginar, la caja no duró mucho con vida electrónica. De parte nuestra, todo aquello se trataba, concluyo hoy, de un desesperado llamado a que la “realidad” permaneciera “real.”
Ya en mi adolescencia apareció el curiosísimo “ICQ” que tenía por logo una infantil, y aparentemente inocente, florecita de colores. Yo no necesitaba “seek” a nadie; tenía bastante entre manos con las cuitas propias de la adolescencia relacionadas con gente muy próxima en mi vida. Pero el poder de la “presión de grupo,” como ha venido a llamarse ese fenómeno misterioso de interconexión a veces trágica y a veces feliz entre el individuo y el colectivo, surtió su efecto y metida en ICQ estuve. Allí, quién sabe cómo, me topé con un chico turco residente en Puerto Rico que quiso que nos conociéramos. Entonces, se desató el pánico y me desaparecí de ICQ para siempre. Fue mi primer contacto con la alteración de la “realidad” o de la “fisicalidad” de que es capaz la virtualidad. En vez de mandarse cartas luego de conocerse; en los tiempos que corrían una intercambiaba mensajes con alguien que, quizá, alguna vez conocería.
Al día de hoy, no tengo cuenta en Facebook, aunque la “presión de grupo” respecto a ello, manifestada de mil maneras, es por mucho superior a la que experimentaba con el ICQ. Hemos vuelto a Facebook casi capaz de cifrar toda posibilidad de relaciones interpersonales y sociales. En Facebook, entre muchas otras cosas, se hace y se acaba “la amistad.” Sin embargo, creo, con Héctor Huyke-Souffront, autor del libro Tras otro progreso: filosofía de la tecnología desde la periferia, que “la virtualidad no significa otra cosa que virtualidad” (148).
Como ven, padezco de ancianidad crónica desde el nacimiento. Por tanto, cuando llegó a mis manos Tras otro progreso, un sostenido y lúcido cuestionamiento de las premisas dominantes del “progreso” en cuanto se relaciona con eso que llamamos “tecnología,” fui feliz. Hoy lo soy aún más porque llega a muchas más manos. Creo que celebramos un texto fundamental, y a continuación comparto algunas notas de por qué.
II. Cercana y lentamente
Como en Tras otro progreso, la anterior fabulación biográfica no constituye una diatriba sin cuartel contra los fenómenos, equipos, aparatos, que nombro. Mucho menos contra la tecnología, cuya definición, nos recuerda hábilmente el autor, es muchísimo más amplia que la que utilizamos popularmente: “cualquier tipo de cosa, conocimiento o actividad que, en un contexto político, económico y cultural particular, muestra un marcado esfuerzo en el logro de la optimización” (18).
Concebida como tal, la tecnología ha sido y puede seguir siendo una gran aliada, teniendo la conciencia de que, como con los seres humanos: (1) para establecer, y mantener, alianzas, se requieren constantes procesos de negociación en igualdad de condiciones, en lugar de dominación y explotación; y, (2) nunca hay total garantía de que los aliados no puedan llegar a ser, a ratos, adversarios, y que con eso, en lenguaje boricua, habrá que bregar. Pero dado el modo en que está organizada y dirigida la vida humana del presente, en lo que concierne a “la tecnología” son precisamente la negociación y la brega las grandes ausentes. Sobre esas profundamente peligrosas ausencias es que Tras otro progreso pone el acento. Lo que imaginamos equivale a “progreso” ha venido a significar la imposición sin previa negociación y el carácter adversario de la tecnología, bajo la aun así persistente ilusión de su, de facto, benigna alianza.
Se trata de una gran perversión de los términos de relación social. Es “el mundo al revés” de Eduardo Galeano cuando describe los resultados de la tenaz colonización de Latinoamérica, por virtud de la cual “el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno.” En semejante estado de cuestión, no se vale estar juntxs, próximxs, ni tampoco explorar nuevas y diferentes posibilidades para otra humanidad y para otro mundo. Cada cual va en su carro, con radio, televisión y bluetooth. Cada cual se extasía con sus cuatro televisores en casa, cada vez más grandes y arrolladores. Cada cual va enchufado a su celular y a toda hora hay llamadas que hacer y recibir, mensajes que enviar y leer. Cada cual va inmerso en el inmenso videojuego en el que se han convertido nuestros cerebros. A ello se refiere el primer principio de la lógica dominante del progreso identificado por el autor como “la sustitución de las cercanías por la lejanía.”
Pero todos los esfuerzos de los de abajo a nivel global, atestiguados en años recientes, por construir un mundo menos cruento e injusto se han beneficiado de las redes sociales, me dirán muchxs. Por supuesto, respondo. Ahí reside justamente el argumento que puede destilarse de Tras otro progreso: los programas virtuales han sido aliados de múltiples movimientos, pero en algún momento, la gente tuvo que verse a la cara y tirarse a la calle, condiciones en las que se fraguó una nueva vida política y social. Al interior del televisor, de la computadora o del celular no fue.
Si en el contexto del progreso hegemónico no se vale estar juntxs, mucho menos se vale, por otra parte, parar, o al menos desacelerar –condiciones sine qua non para dialogar, pensar, debatir, deliberar, evaluar (lo que Huyke llama “el concierto participativo”). El progreso dominante es una siempre acelerante “carrera en competencia” asociada con el intoxicante consumo de mercancías que creemos diversas y para el cual nos imaginamos infinitamente capaces de “escoger.” He aquí el segundo principio de la lógica prevaleciente de progreso que Huyke describe como “la multiplicación de las opciones y la agilización de la elección.” Pero en la eterna velocidad, ¿quién puede pensar? ¿Cómo puede pensar? ¿Qué puede pensar? En la aparente diversidad de mercancía, ¿encontramos diferencia real? ¿Hay diversidad de televisores, qua televisores, porque haya mil marcas? ¿Adónde nos dirigimos tan a prisa? Si no nos hartamos de la ruta, siempre exorable por virtud de ser histórica, que actualmente seguimos, ¿qué mundo nos quedará cuando “lleguemos”?
III. Periféricamente
Tras otro progreso –libro híbrido que, repleto de ejemplos, recorre registros de tratado filosófico, ensayo crítico, análisis antropológico y anecdotario, y que, quizá precisamente por lo mismo, se desdobla para multiplicidad de lectorxs– nos hace preguntas incisivas, incluso dolorosas, que adquieren mayor nitidez y relevancia cuando se formulan, como lo hace el libro, desde la periferia, donde los resultados del progreso hegemónico han sido siempre más encarnizados: “[…] la historia del subdesarrollo de América Latina integra […] la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre implícita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos” (Eduardo Galeano, Las venas abiertas de América Latina).
En el caso que nos ocupa, anclado también en América Latina, pero más específicamente en el Caribe, en Puerto Rico y en Mayagüez, las evidencias del subdesarrollo como requisito para el desarrollo de otros no pueden ser más sobrecogedoras. Nuestra región ha sido desde hace siglos un gran entramado de globalizaciones, manera a la moda de decir que ha funcionado como espacio de experimentación de múltiples catástrofes. Proveo solo tres ejemplos: (1) explotación, e incluso genocidio, por virtud de jerarquías étnicas y raciales con desigual potencia en tecnologías de violencia, en particular, el demoledor sistema agro-industrial de la plantación azucarera; (2) tecnologías de control poblacional (piénsese, por ejemplo, en las mujeres puertorriqueñas como ratas de laboratorio para píldoras anticonceptivas cinco veces más potentes que las que conocemos hoy); y (3) las petroquímicas (plantaciones más recientes y cuya era coincide también con la del cáncer) abandonadas y enmohecidas como silentes y trágicos “monumentos al fracaso,” como las llamó Rafael Trelles.
Desde la periferia, el progreso dominante coincide, pues, con la muerte. Este libro postula la perentoria necesidad de construir una versión que coincida con la vida.
IV. Económicamente
La confianza de Tras otro progreso, como puede apreciarse en su primer capítulo, está puesta en que el panorama dominante –que ha venido fraguándose, añado yo, al menos por los últimos 500 años– puede transformarse al interior del sistema económico capitalista, pues se trata de cambiar un paradigma cultural y no propiamente uno económico. Huyke escribe: “el capitalismo, sin embargo, siempre de despliega en un contexto cultural cambiante o, dicho de otro modo, el cambio en dirección en la cultura tecnológica es siempre posible” (37). Como muchos otros ángulos del texto, este será, anticipo y espero, materia de intensos y fértiles debates.
En lo que a mí respecta, no estoy tan segura que puedo albergar dicha esperanza, pero tampoco lo estoy de que no puedo hacerlo. Me explico. Albergarla presupone que los paradigmas culturales anteceden al capitalismo. Pero el progreso dominante que el libro hábilmente desmantela funciona como el ala ideológica del pacto económico capitalista, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial. Del avance acelerado y carente de auto-reflexividad de la tecnología, entre otras cosas por supuesto, ha dependido la reproducción, perpetuación, concentración y aumento en las riquezas globales cada vez en menos manos. La opresión, explotación y desventaja del Sur global, así como de las periferias internas en los llamados países desarrollados son condiciones sine qua non –en lugar de resultados lamentables pero excéntricos– para la concentración de progreso, en su versión dominante, en algunas zonas del mundo. No obstante, la otra opción –que el capitalismo antecede y determina todo paradigma cultural– resulta igualmente intolerable, y contamos con amplia evidencia histórica que la refuta. Entre muchos otros asuntos, pensemos en la recurrencia de formaciones sociales solidarias y sistemas económicos no-capitalistas en el sentido estricto (por ejemplo, economías de trueque y del regalo que aún perviven), bajo el dominio global del capital.
Por tanto, creo que el otro progreso tras el cual se posiciona este libro puede comenzar a construirse bajo el régimen capitalista, pero requerirá, a la vez, imaginar y construir otro sistema económico, basado en la cooperación, la equidad y la solidaridad, en lugar de en la competencia, la desigualdad y la opresión. Como en todo, por algo hay que empezar. Gracias a Héctor por hacerlo con su trabajo, y por ser, para una editora, un autor de ensueño: carente de pavoneo y atiborrado de energía, compromiso y apertura.