Vendas y vendavales: ¿teatreros bajo ley?
[Esta reflexión se publicó originalmente hace más de veinte años como respuesta a la ley que establecía la colegiación compulsoria de los actores. Sólo hay que cambiar algunos nombres para hacerla vigente. La ley sigue funcionando como un mecanismo represor. Si no están afiliados, la ley limita la libre expresión de los actores que se definen como tales, temporera o permanentemente, profesionales o no. Sigo reclamando el derecho a hacer teatro sin definiciones excluyentes ni clubes privados.]
Del huracán Hugo para acá están soplando nuevos aires y si fuera cuestión de causas y azares diríamos que los vientos huracanados que tumbaron las casas de Vieques, Culebra y la Isla Grande, que comienzan a auparse con dificultad; que rompieron los ventanales del Condado ya reparados y que pelaron los árboles del patio de atrás de casa que han reverdecido asombrosamente, derrumbaron también el Muro de Berlín y las rejas de una cárcel en Checoslovaquia para que un dramaturgo del teatro del absurdo pudiera instalarse en la escena gubernamental a iniciar un proyecto de creación colectiva.
Pero Hugo también trajo su virazón cargando y contaminando la atmósfera con legislacion federal sobre el contenido de las obras de arte y el control de las actividades que subvenciona, dizque para proteger lo que él mismo establece como el bien común. Por eso un liberal norteamericano como el productor y director de teatro Joseph Papp se niega a aceptar fondos del National Endowment for the Arts para no someterse a la censura, mientras otros aquí y allá le dan la vuelta aprovechando el dinero mientras tratan de que no los cojan con las manos en la masa de lo que algunos definen como arte erótico o pornografía en las artes. Y truenan rayos y centellas en la premiación de los videos musicales a favor de la libertad de expresión de los músicos, y contra el racismo. Noche en la cual se combatió militantemente la censura premiando en tres ocasiones a la cantante irlandesa Sidead O’Connor quien explicó por qué se negó a cantar recientemente en un estadio lleno a capacidod si la precedía el himno norteamericano o cualquier otro himno, acción que le costó contratos y conciertos.
Y aquí, mientras mantenemos viva la memoria de Hugo en medio de otra temporada de huracanes, se inicia una pugna sobre la colegiación compulsoria de los actores de teatro que provoca esta reflexión ante las implicaciones de una ley que determina quien se puede parar en la escena para decir o actuar lo que quiera y quien no.
Y en el fondo hablamos de la libertad de expresión en el arte. El Colegio de Actores de Teatro, aunque pretenda ofrecerle un lugar de prestigio al actor, protegerle y brindarle beneficios, lo que hace en realidad es reducir aún más las limitadas posibilidades de expresión teatral en el país. Si no, cómo se explican los numerosos actos de intimidación a actores y productores bajo la amenaza de cerrar el espectáculo si los participantes no se colegian. Y los menos conocidos efectos de auto-censura que llevan a algunos a colegiarse por miedo a perder fuentes de trabajo en una profesión con un altísimo grado de desempleo. Han logrado, lo que ningún organismo previo de censura había logrado en Puerto Rico: cobijados por el peso de la ley intentan impedir que los actores nos expresemos libremente en los pocos espacios de representación que tenemos.
¿Qué es pues un actor, nos preguntamos?
El maestro Bertolt Brecht nos habla sobre el actor callejero en su poema Sobre el teatro de lo cotidiano:
…Pero, no digan ustedes que ese hombre no es un artista.
Al establecer esa barrera entre ustedes y el mundo,
simplemente ustedes se excluyen del mundo.
Si considerasen que no es un artista
el podría no considerarlos humanos a ustedes
y ese sería un peor reproche.
Y si, basándonos en la lógica brechtiana, colegiásemos a ese hombre, tendríamos que colegiar al país entero. ¿Porque sino, qué sería de nuestras bodas y velorios sin el actor que hace el brindis para unos y despide a los otros? ¿Qué aburridas serían nuestras clases de francés intensivo sin los actores que diseñan el curso y hacen posible que aprendamos un segundo idioma en un año sin el recurso del teatro? ¿A qué tendría que recurrir Rubén Berríos para relatar sus anécdotas sobre sus abuelos de Aibonito sino dramatizara su narración cambiando magistralmente de matices y ritmo hasta lograr conmover a su auditorio? ¿Cómo lograría Jorge Rashke ahogar en el miedo divino a sus feligreses sin recurrir a sus dotes histriónicas como orador? ¿Qué vehículo de expresión tendría que utilizar el grupo de concientización sobre el SIDA, Act Up, para presentar sus actos de protesta?
Y sigo preguntando. ¿Cuál es el propósito de una colegiación compulsoria? ¿Qué beneficio trae a sus miembros? ¿Los defiende a la hora de buscar empleo? ¿Establece salarios fijos para salas comerciales? ¿Qué la distingue de un gremio, de un sindicato, de una cooperativa, organizaciones en las cuales todos los que trabajan en determinada profesión participan? ¿Por qué sólo a los actores de teatro, los únicos que pueden expresarse abiertamente en su medio, se los obliga colegiarse? ¿En qué se diferenciancia la actuación de Los Gamma en Bellas Artes o en las fiestas patronales de la que hacen en un estudio de televisión lleno de gente? ¿No son actores todos? ¿Por qué la ley obliga a unos y a otros no? ¿En el Teatro-foro de Augusto Boal, en el cual el espectador entra a escena a resolver el conflicto planteado, en qué preciso instante tiene éste que colegiarse para intervenir dramáticamente? ¿En cuanto cruza el arco del proscenio? ¿Y si no hay arco de proscenio?
El otro maestro teatrero Peter Brook inicia su libro El espacio vacío con estas palabras:
“Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por este espacio vacío mientras otro lo observa y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral.”
¿Qué es pues el teatro? Grotowski, y sigo enumerando maestros, nos da una definición negativa en Hacia un teatro pobre:
“¿Qué es teatro? ¿Por qué es único? …No puede existir sin la relación actor-espectador en la que se establece la comunión perceptual, directa y viva.”
Y más adelante añade:
“ ¿Por qué nos interesa el arte? Para cruzar fronteras, sobrepasar nuestras limitaciones, colmar nuestro vacío, colmarnos nosotros mismos. No es una condición, es un proceso en el que lo oscuro dentro de nosotros se vuelve de pronto transparente. En esa lucha con la verdad íntima de cada uno, en este esfuerzo por desenmascarar el disfraz vital, el teatro, con su perceptividad carnal, siempre me ha parecido un lugar de provocación. Es capaz de desfiarse a sí mismo y a su público, violando estereotipos de visión, juicio y sentimiento; sacando más porque es el reflejo del hálito, cuerpo e impulsos internos del organismo humano. Este desafío al tabú, esta transgresión, proporciona el choque que arranca la máscara y que nos permite ofrecernos desnudos a algo imposible de definir …”
Sin la pretensión de ser una actriz grotowskiana, yo reclamo para mí, el derecho a ser lo que siempre he sido, con todas sus implicaciones, aunque signifique, luego de la nueva terminología, una transgresión; reclamo el derecho a decir y hacer en escena lo que piense y sienta, sin que un tribunal, ni el estado definan mi rol de actriz, teatrera o artista y reclamo también la misma libertad que tiene el público de reunirse para apreciar y compartir el arte sin que se controle o condicione su participación. Pienso que si algún día alguien, por decreto de ley, determina que no somos puertorriqueños, a menos que así se nos certificara por un organismo estatal, no dejaría de serlo; por eso es tan fundamental este asunto para mí. Estoy dispuesta a ayudar a concebir y respaldo una organización a la cual pague mis cuotas, si por mi trabajo en el arte recibo remuneración económica; pero a una organización que luche por mis derechos, que me defienda en la búsqueda de salarios y reivindicaciones justas por ensayos y representaciones y que no se constituya en un censor de mis posibilidades de expresión contra la cual me tenga que defender.
Por siglos los teatreros han sido perseguidos por las instituciones más conservadoras de la sociedad. A muchos dramaturgos y actores, incluyendo a Moliere, se les negó cristiana sepultura; aún hoy sufren persecuciones: los actores del Grupo la Candelaria en Colombia están en listas negras de organizaciones paramilitares de derecha y en ocasiones actúan con chalecos anti-balas para expresar su sentir y pensar. Nuestra historia tiene también innumerables ejemplos: hacer teatro afectó a estudiantes-actores de la Universidad de Puerto Rico que fueron expulsados por hacer representaciones durante las manifestaciones en contra de la guerra de Viet Nam, aunque las virtudes del teatro también sirvieron para disfrazar la entrada de estudiantes al recinto en medio de las prohibiciones durante las huelgas del 47 y del 81.
El teatro puertorriqueño ha tenido que luchar para encontrar su espacio en la escena nacional y es triste que ahora sea una agrupación de actores, algunos de los cuales militaron activamente en esas luchas, la que esté impidiendo la libre manifestación artística en Puerto Rico. Si esta ley, que alega proteger a los artistas, se extendiese a las demás ramas del arte, no se podría publicar ni un poema, ni un cuento, ni una novela sin estar colegiado; no se podría exhibir ni una fotografía, ni un cuadro sin la colegiación compulsoria de su creador. ¿Y quién determina quién es poeta o no, quién es pintor o no, quién es o no artista? ¿Una junta de acreditación? ¿No tenemos todos la necesidad de expresarnos en el arte?
Cierro con un pensamiento del teatrólogo brasileño Augusto Boal que se hace eco del poema de Brecht:
Todos pueden hacer teatro, inclusive los actores. Se puede hacer teatro en todas partes, inclusive en los teatros.
Y vuelvo a cerrar, por que el debate no acaba:
en el primer aniversario de Hugo, o los 3 y medio millones de puertorros de aquí nos colegiamos por que todos somos actores, o nos inventamos una nueva terminología para definir lo que hacemos y no lo llamamos teatro, o nos organizamos para facilitar la acción teatral protegiendo a los creadores, de leyes y organismos que aunque bien intencionados intentan imponer vendaje y mordaza a nuestros cuerpos que hablan, escriben, cantan y danzan en el espacio.
(Publicado originalmente en Claridad, sept. 1990 y El Nuevo Día, oct. 1990)