De vez en cuando, el espectador de un performance se da cuenta de que algo maravilloso está ocurriendo. Así me pasó con la segunda puesta de Augur, de Karen Langevin, que llevó el apellido cibernético de 2.0
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De vez en cuando, el espectador de un performance se da cuenta de que algo maravilloso está ocurriendo. Así me pasó con la segunda puesta de Augur, de Karen Langevin, que llevó el apellido cibernético de 2.0