80grados se hace eco de ese homenaje al publicar los textos allí leídos y agradece que podamos utilizar, previa autorización, las imágenes aquí incluidas.
***
LA GRAN PINTORA PUERTORRIQUEÑA DEL SIGLO XX
por Mari Carmen Ramírez
(Puertorriqueña, Curadora Wortham de arte latinoamericano y directora del International Center for the Arts of the Americas del Museum of Fine Arts de Houston, Texas.)
***
UNA GRAN MAESTRA DE LA PINTURA LATINOAMERICANA
por Edward J. Sullivan
(Reconocido crítico internacional de arte y profesor en el Departamento de Historia del Arte en New York University.)
A lo largo de los años —durante mis muchos viajes a la isla— me encontré felizmente con Myrna, a veces en su casa de la calle Jamaica (junto con su hermana Doris) o en casas de otros amigos. Sus amistades y colegas, sus queridos amigos, como Maud Duquella, el recién fallecido y muy añorado Enrique García Gutiérrez, Tony Hambleton, Susana Espinosa, Margarita Fernández, Bernardo Hogan, Jaime Suárez y muchos otros, siempre me acogieron con cariño y ternura…lo cual agradecía profundamente.
Me sentí enormemente privilegiado de poder participar en la exposición-homenaje dedicada a Myrna en septiembre de 2001 en el Museo de Arte de Puerto Rico (MAPR). Mi contribución a ese proyecto, que llevaba el título de “Myrna Báez, una artista ante su espejo”, fue un ensayo de catálogo que pretendía enfocar la obra de Myrna dentro de un amplio contexto latinoamericano. La inauguración de la muestra, producida apenas dos semanas después de los ataques al World Trade Center en mi ciudad natal, sirvió como catarsis y alivio para nosotros, los visitantes desde Nueva York. Pasar unos momentos de festejo y de alegría con Myrna nos hizo olvidar —aunque fuese sólo por un corto rato— los traumas de ese mes tan melancólico.
Como historiador de arte, le tenía a Myrna un gran aprecio y una admiración especial por su trabajo editorial en la preparación —junto con José Antonio Torres Martinó— del libro Puerto Rico: Arte e identidad, que constituye referencia esencial al ser una antología de textos sobre la historia de las artes en Puerto Rico, publicado con auspicio de la Hermandad de Artistas Gráficos de Puerto Rico, institución de la cual fue Myrna una de los fundadores.
Igual amistad trabó Myrna con mi pareja, Clayton Kirking, curador y bibliotecario y gran admirador de nuestra querida amiga, que tanto echamos de menos. Clayton me cuenta que la experiencia más memorable que vivió con Myrna fue la de haber pasado toda una tarde con ella — los dos a solas— comiendo lechón en una playa medio olvidada y lejos del centro de San Juan. riéndose a carcajadas todo el tiempo.
Una de las últimas veces que ví a Myrna fue en ocasión de la presentación de un libro mío titulado De San Juan a Paris: Francisco Oller y el Impresionismo en el Caribe, que tuvo lugar en el MAPR, gracias a la generosidad entonces de la directora y el equipo curatorial de dicha institución. Myrna, Maud y Enrique estaban sentados en la segunda fila del mismo anfiteatro donde, años atrás, habíamos festejado la inauguración de la gran retrospectiva del arte de Myrna, una de las máximas joyas del arte puertorriqueño y caribeño. Su presencia en ese momento me llenó de alegría. Pensaba —como pienso ahora al escribir estas palabras— en el don y el privilegio que siempre me habían brindado la inteligencia, la agudeza, el humor y, sobre todo, la amistad de Myrna Báez… Que en paz descanse, aunque siempre está y estará con nosotros, los que tanto la hemos querido.
***
LOS DOCUMENTALES, LA PROFESORA, LA AMIGA
por Sonia Fritz
Myrna Báez estuvo ligada a la Universidad del Sagrado Corazón (USC) por más de 40 años. Fue quien inició el Programa de Arte cuando las madres de la Orden del Sagrado Corazón le pidieron que diera una clase porque querían estimular la formación intelectual y la creatividad de las estudiantes. Ella sembró una semilla que ha germinado en generaciones de estudiantes que pasaron por sus manos. Comenzó con una clase de pintura y luego llamó a José Antonio Torres Martinó para que diera teoría del color y diseño; Rafael Márquez enseñaba historia del arte y Mary Ann McKinnon era la coordinadora y enseñaba dibujo.En 1988, la USC la nombró artista residente cuando era presidente José Alberto Morales. Entonces hizo muchos proyectos culturales dirigidos a la comunidad universitaria y al público, y organizó ciclos sobre distintos temas con reconocidos críticos de arte como Enrique García Gutiérrez y Margarita Fernández Zavala, entre otros.
Mario Cardona, egresado del programa y hoy profesor de artes visuales, comenzó su práctica profesional junto a Myrna.
Hoy Marilyn Torrech, quien también fue estudiante de Myrna, está a cargo de que el programa siga sólido y productivo, tal como ella le enseñó.
Myrna fue generosa con su tiempo y con sus críticas a los estudiantes. Tenía un afán por instruirlos en todos los sentidos. Siempre les recomendaba que viajaran, que fueran a los museos; los exhortaba a indagar y a seguirse preparando tal como ella lo hizo siempre, investigando y retándose en nuevos territorios formales.
Cuando la 8va Bienal del Grabado Latinoamericano, organizada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, le dedicó una exposición retrospectiva, allí fue que me encontré, en sus grabados, con el Puerto Rico que yo estaba buscando, ya que andaba un poco desenraizada a 3 años de vivir en la isla.
Era principios del 1989 y fui a verla a su taller en lo que hoy es la Escuela de Artes Plásticas y Diseño. Yo casi con miedo frente a la monumental figura de Myrna, le pedí permiso para hacer un documental sobre ella y su obra. Ella me miró y contestó: “¿Tienes los chavos?” Yo le dije que no todavía, pero que los iba a conseguir, a lo que respondió: “Cuando los consigas, vuelves”. Me di vuelta y me fui aceptando el reto; así de directa era ella. De ahí fui a la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y pedí los formularios para hacer la propuesta, mi primera propuesta.
Cuando aprobaron los fondos —un presupuesto apretado, pero viable— volví donde Myrna y me abrió la puerta de su taller, de su casa y de su amistad. Buscamos pinturas suyas que estaban en varias casas de coleccionistas privados y ella con mucha paciencia las envolvía. Entre las dos las montábamos en el techo de su guagua para llevarlas a su casa en Hato Rey y así maximizar los pocos días de filmación. Durante el rodaje, ella demostró con detalle las etapas de su proceso creativo, que a mí me interesaba mucho. Luego sacó su álbum de fotos y nos contó en cámara su historia personal desde su infancia hasta sus estudios en Río Piedras y luego en España, su regreso, su etapa de grabadora en el taller de Lorenzo Homar y sus amistades, tan importantes para ella.
Un día la vi mirar una pintura en un espejo pequeño, que ella sostenía dando la espalda al cuadro, para constatar que todo estuviera bien. Ese momento fue revelador y me dio la inspiración para filmar el final del documental que, a la vez, me ayudó a reafirmarme como artista y me dio el peso definitivo para seguir mi rumbo. El documental se llama Los espejos del silencio.
Estrenamos el documental en 1989 y recuerdo que me dijo “no te quedó tan mal”. Yo me quedé perpleja, pero ya conocía su inteligencia filosa y poco complaciente.
Dos años después, en 1991, hice otro documental para la Hermandad de Artistas Gráficos de Puerto Rico, organización que había fundado Myrna junto con Torres Martinó. Dura 60 minutos y recoge mucha historia del arte puertorriqueño desde Campeche y Oller hasta ese momento, incluida una secuencia dedicada a la Asociación de Mujeres Artistas, en la que también participaban varias de las artistas más jóvenes que ella impulsaba, entre ellas Margarita Fernández, María Antonia Ordóñez, Mari Mater O’Neill, Dessie Martínez, Nora Rodríguez, Martita Pérez.
Seguimos siendo amigas Myrna y yo. Compartíamos desayunos en el campo en casa de Toni y Bob Hambleton, a donde llegaban también los “Candinos” —Susana Espinosa, Bernardo Hogan, Jaime Suárez y la propia Toni—, Enrique García Gutiérrez, importante crítico de arte, Maud Duquella, de Galería Botello, y la infaltable Pilar Reguero. Otras veces ella reunía al grupo en su casa, donde se encargaba de que hubiera buen vino y buena mesa, mientras seguíamos el acontecer cultural del país.
Hoy, que ha partido físicamente, siento una profunda tristeza, pero también la necesidad de difundir su trabajo, su figura, su importancia para el país. Por eso subí a You Tube Los espejos del silencio y el lunes subiré Myrna ante sus espectadores, del 2002, y Puerto Rico, arte e identidad, del 1992, para compartirlo con el mundo y para que futuras generaciones la conozcan y aprendan de ella como maestra, artista y mujer consecuente y comprometida, fuerte y generosa.
***
GENIO Y FIGURA HASTA LA SEPULTURA
por Vanessa Droz
“El mundo le debe a mi mundo más de lo que yo le debo al mundo.”
Manuel Ramos Otero
No se puede.
De mi boca salen palabras que pretenden ser de aliento, de esas casi “new age”, casi hasta de esperanza, y Myrna me mira con cara de “no digas sandeces, que estás hablando conmigo”. Pero no dice nada. Es la mirada dura y regañona —y, al mismo tiempo, tiernamente burlona— de la misma persona cuyo leitmotif era “No te juntes con gente idiota, que te atrasa(n)…”.
Myrna representa muchas y diferentes instancias para muchas y diferentes personas… Yo quiero recordarla con las características que se sintetizan en esa poderosa fotografía que le tomó Johnny Betancourt a principios de este siglo y en la que ella, frontal como era, aparece con un antifaz que ella misma diseñó.
En la parte inferior del rostro: la severidad y rigurosidad que la hacían única, junto con el eterno gesto altivo y desafiante de la boca, ejemplar desde ese autorretrato de 1963 que ha acompañado sus cenizas en estos dos días. En la parte superior, el antifaz violentado, subvertido, con 7 ojos, como si Myrna nos quisiera decir que no era el suyo un afán de ocultarse, sino todo lo contrario, de develarse. Los ojos del antifaz le caen vacíos sobre la frente, se convierten en ojos ciegos, inútiles, pero los otros 5 permanecen deslumbrantemente abiertos, aludiendo, además, a otras culturas y tradiciones espirituales y místicas, resultado, como todo en Myrna, de su constante afán viajero e investigativo. Anti-rostro ancestral, máscara ritual, con esa farsa pareciera que Myrna nos dice: “Yo no miro el mundo del mismo modo que el resto de la gente mira el mundo. Por donde se supone que se mire, yo no miro… Me han sido dadas más opciones… Por eso ustedes también tienen que mirarme de una forma distinta…”. El rostro de Myrna Báez, en esa foto, se transforma en una potente señal que yo creo que descifro, pero que en realidad permanece abierta para que sigamos pensándola.
Ese aparente disfraz es elocuente sobre esa Myrna que, además de creadora de belleza y conocimiento a través de su obra plástica, era una embelequera fabulosa, esa criatura distinta que ella era… irreverente, divertida, inteligente, provocadora, valiente, descreída, escéptica, mordaz, atrevida vitalmente y en su obra… soberana que ansiaba soberanía para su patria… reina y señora cuando convocaba… la Myrna que ponía un tabla’o en su casa, se vestía como si la Feria de Sevilla estuviera a la vuelta de la esquina e invitaba a sus amistades a bailar sevillanas. La Myrna a la que, en alguna exposición le comenté los méritos del cuadro de un pintor muy reconocido y… Ella lo miró de cerca, muy cuidadosa y detenidamente, y concluyó “pero está mal pintado”; con esa sabiduría y dominio que dan los años y años de estudios, de experimentación e intensidad técnica, trabajo incansable, disciplina e inmersión en las complejidades de la pintura.
Ayer repasaba las piezas que tengo de Myrna, todas ellas con la figura femenina como eje definitorio, y pensaba, como si alguien lo dijera con grandilocuencia… “Myrna se fue, pero nos queeeeeda su obra.” Ahhh… pero eso no consuela nuestra inteligencia, la de ustedes ni la mía.
Cierto, nos queda su obra, pero… Ya no tenemos a Myrna Báez.
***
MYRNA BÁEZ Y EL COMPORTAMIENTO DEL ARTISTA
por Margarita FernándeZ Zavala
Explorar la mente de una artista como Myrna Báez fue mi privilegio. Ahora que no está con nosotros de modo tangible, nos quedan los datos personales y profesionales, sus memorias y las explicaciones ideológicas y técnicas recogidas a lo largo de varias décadas para entender sus magníficas obras de arte así como los principios que la guiaron. Las investigaciones realizadas me dejan unas lecciones personales de grandísimo valor.Myrna Báez siempre enfatizó la importancia que suponía para los artistas desarrollar un “comportamiento de artista”. Afirmaba, sin falsa modestia, que en Puerto Rico la mayoría de los artistas tiene más talento que ella, pero no lo logran desarrollar plenamente porque les falta el comportamiento de artista requerido para ello.
Entiendo que su definición de “compromiso de artista” implicaba una serie de principios ineludibles para ella. El primero es un compromiso total con su trabajo artístico. Trabajar sin prisa, sin cortapisas. Trabajar diariamente sin responder a mandatos ajenos. El verdadero artista debe desplegar no solamente disciplina, sino también una estricta ética de trabajo De hecho, la artista siempre evitó las comisiones. Decía que no las sabía hacer; que le salían mal. Siempre supe que no era cierto. Las comisiones requieren algún tipo de compromiso y ella no estaba dispuesta a sacrificar sus principios. Rechazaba las comisiones vinieran de quien vinieran.[1]
Segundo: Los contenidos de las obras pueden ser un atractivo para el espectador, pero un verdadero artista responde a las indagaciones técnicas. La belleza de una obra de arte radica en méritos hermanados entre la técnica y el contenido. ¡Cuántas veces le escuché decir: “eso no está bien pintado”! El rigor con que enfrentaba cada obra la llevó a forjar innovaciones importantes tanto en su pintura como en su grabado.
Tercero: los artistas deben enriquecer y fortalecer su bagaje intelectual con visitas frecuentes a los museos para estudiar sus colecciones y exponer la mirada a sus exposiciones, a ejemplos de buena pintura. Todos los viajes de Myrna Báez, varios al año, tenían tal intención. Por la misma razón, era una lectora voraz. En estos últimos años, cuando ya no se lo permitía la salud, Dessie Martínez acudía a su casa diariamente para, durante un par de horas, leerle buenos libros.
Cuarto: proteger la sinceridad e integridad con la que se trabajan las obras de arte. La sinceridad con la que Báez trabajó su obra le permitió alcanzar altos vuelos y conectarse, sin ideologías externas, a las ideas progresistas de su tiempo. Esta profunda sinceridad de trabajo es la que nos permite comprender que una artista, en la cumbre de su reconocimiento público, se atreviera a pintarse desnuda.[2]
Quinto: el compromiso incuestionable con su país. Myrna Báez estuvo dispuesta a prestar su prestigio al apoyo de las causas culturales y a la lucha por la independencia nacional. Ello no implicó nunca que su arte fuera un panfleto político. Hubiera, entonces, sacrificado varios de los principios que guiaban su producción plástica. El/la artista para ella debía ser un ente político por fuerza por las circunstancias coloniales en las que viven. Precisamente, guiada por esta idea, hace apenas unos meses levantó su voz y con una última carta a un periódico protestó la mutilación del mural Río grande de Loíza de su querido colega y amigo, José Antonio Torres Martinó.
En entrevista suya que publicó el periódico El Mundo en 1982, Báez resume este compromiso como artista puertorriqueña:
“Nosotros tenemos muchos problemas que resolver como entes sociales para poder ser tranquilamente artistas nada más. Los artistas por su sensibilidad están muy atentos a los problemas políticos y a los problemas sociales. En Puerto Rico estas condiciones son graves y pesan mucho sobre el ánimo de los artistas. Los artistas representan la idiosincrasia de un país… pero siempre se trabaja aquí bajo la amenaza de que un día puedes amanecer norteamericano. Eso le causa tanta angustia que se envuelve en los problemas políticos y sociales del país. Eso es inherente a la obra porque nosotros casi estamos construyendo una personalidad. Estamos construyéndonos a nosotros mismos, y en la medida en que tú logras una comunicación con la gente te sientes apoyado o no apoyado en tu ser, en lo que tú crees.” [3]
___________
[1] Nilita Vientós Gastón le pidió que ilustrara las memorias de infancia que se disponía a publicar. Myrna Báez rechazó la encomienda, aunque leyó con gusto el manuscrito. Como la artista había visto la serie de dibujos que yo estaba terminando y que exhibiría en 1993 en el Museo de Historia, Antropología y Arte de la UPR, me llevó a casa de Nilita y le dijo: “ya sus ilustraciones está hechas”. Así fue que mis dibujos llegaron a ilustrar el libro de Nilita.
[2] Myrna Báez crea dos grandes autorretratos, desnuda, a pocos años de la fundación de Mujeres Artistas de Puerto Rico (1983).
[3] Fernández Zavala, Margarita, “Myrna Báez y la presencia de Puerto Rico en su arte”, El Mundo, 28 de noviembre de 1982, pág. 20-A.
***
LA OTRA MYRNA BÁEZ
por Teresa Brigantti
Myrna Báez asumió sin titubeos y de por vida su rol de artista: Artista Mujer, Artista Puertorriqueña. Fue disciplinada, metódica, estudiosa, y audaz. Fue independiente e independentista; esto muy a pesar de su crianza. Su amor patrio era irreductible y lo pregonaba con fuerza. De esa Myrna muchos ya han hablado.
Hoy quiero compartir con ustedes la Myrna sarcástica, jocosa, tierna e, incluso, maternal que tal vez pocos conocieron. La amiga fiel… esa de la amistad para toda la vida.
Myrna tuvo dos familias. Su familia de sangre que tanto quiso y atesoró. Y la familia de los escogidos; la de su mundo del arte, a la que ella misma adjudicaba roles:
Su hermano: Toño Torres Martinó
Sus hermanas: Mary Ann Mackinnon y Maud Duquella.
Los Candinos, como ella bautizó a Tony Hambleton, Susana Espinosa, Bernardo Hogan, Aileen Castañeda y Jaime Súarez, también eran parte de esta familia extendida.
Y, por último, la prole postiza: Margarita Fernández (nuestra hermana mayor), Dessie Martínez, María Antonia Ordóñez, Vanessa Droz, Marilyn Torrech, Nora Rodríguez, José David Miranda, Martita Pérez y yo, que completábamos la ganga. Todos gozamos en diferentes momentos de su chispeante sabiduría popular.
Myrna tenía tres preceptos básicos por los que regía su vida y así nos los inculcó con esa vehemencia con que las madres imponen su criterio sobre sus hijos. Con el humor negro que siempre la caracterizó, nos decía con picardía: “Recuerda… no te juntes con idiotas porque te retrasas”…bien lo sabía ella. También nos advertía: “Cuídate de los mediocres con iniciativa… esos son los peores”, y, por último, el más importante de todos: “Yo no quiero que me quieran; quiero que me respeten”. Con estos mandatos, el resto del clan y yo nos formamos.
La Myrna Báez que conocí tampoco se olvidaba de sus enemigos. Para todos tenía un lugar muy especial a donde mandarlos: SU infierno, que, contrario al de la Divina Comedia, que se dividía en círculos, estaba compuesto de pailas enumeradas. Sin vacilar y con gozo, allí enviaba directamente a sus detractores. Ahora bien, era en la “Paila número 9” donde reunía a todos los que verdaderamente detestaba. Pobre de ellos, pues esa era la paila más terrible, aún para las almas más pecaminosas de Dante.
Sobre arte, Myrna también acostumbraba a bromear satíricamente. Decía que algún día iba a escribir la verdadera historia del arte puertorriqueño y, a carcajadas, auguraba que muchos iban a palidecer y llorar. Para acompañar el escrito, decía, iba a hacer un video que se titularía “Puro veneno”…
Ésa era la Myrna sagaz e intensamente graciosa con la que compartí por 30 años.
Al comienzo de su enfermedad, Myrna me pidió que la sacara a pasear. Así, ella y yo, de tiempo en tiempo, visitamos varios de los paisajes que pintó. Gurabo encabezó la lista. Allí visitamos la finca de su infancia y los bambús en la carretera. Fuimos a Barrazas, pasando por la finca de vacas de don Toño. Llegamos hasta la cascada del Yunque, que vio desde la ventana del carro porque ya no podía bajarse. Myrna sabía que eso le causaba ansiedad, pero quería hacerlo. Al final de cada viaje, me tomaba con dulzura la mano y me daba las gracias. Sé que lo disfrutaba.
Esa era la Myrna compleja, pero tierna, que conocí.
Para el último recorrido que hicimos juntas, estaba frágil y apenas podía subirse al auto. La llevé a recorrer las calles de su vecindario en Floral Park. Hablamos hasta que el silencio se impuso. Pasó un largo rato y, al llegar a la calle Duarte de vuelta a su casa, rompió el silencio, levantó su mirada y me dijo, con la claridad y lucidez de antes: “Teresa, tu sí eres tonta, ¿no te has dado cuenta que estás en contra del tránsito?’’
Esa es la Myrna Báez que tanto quiero, que admiro, y con la que tantos recuerdos, conversaciones, secretos y alegrías compartimos.
Myrna Báez… hace poco que te fuiste y ya nos haces falta.
Que descanses en la paz que tanto anhelaste.
***
ACTOS DE AMISTAD Y DE UNIÓN
por Maud Duquella
En una ocasión, Myrna me pidió que la acompañara a visitar a su “hija adoptiva”, Rosario Ferré. Me dijo Myrna: “Hablarás francés y de literatura con gente inteligente”.
Así fue. A menudo nos reuníamos a leer a Baudelaire, a Rimbaud, Apollinaire, Supervielle y a Eluard mientras Myrna estudiaba las piezas que Rosario hacia bajo las instrucciones de Carmelo Sobrino. El trabajo de Rosario pasó el examen del ojo crítico de Myrna y varias de sus acuarelas son parte de la colección de Myrna.
En su poemario Venecianas, que publicó en edición limitada, Rosario intercaló sus poemas con reproducciones de Lucía Maya. Creo que la amistad genuina que Myrna le inspiraba motivó a Rosario a abrirse nuevos caminos de expresión creativa y de comunicación.
Para mí, esta es la Myrna perceptiva que nos regala actos genuinos de amistad y de unión.
Para Rosario, Venecia se percibe como lugar de paso y de despedida. Como despedida de Rosario y mía a Myrna, leo el poema ”Barcarola de Hoffman”, del libro Venecianas (también incluido en el libro Las dos venecias).
Barcarola de Hoffman
En Venecia todo es mudanza, todo es pasaje.
En su dintel se anticipa cotidianamente
la despedida definitiva de la muerte.
Imposible retroceder, imposible arrepentirse
por la calle inasible que transita
el agua. Navegar es un crónico
agitar de pañuelos, excluido el eco
reconfortante de los pasos,
mientras los senderos fundamentales
quedan, por lo general,
abandonados, ante el temor de que la anoche
nos sorprenda en ellos
antes de transitar
por otros.
(La reproducción aquí de este poema ha sido posible gracias a la autorización del Prof. Benigno Trigo.)
***
POR LA EXCELENCIA EN LA OBRA Y EN LA VIDA
por Toni Hambleton
Foto de Myrna con pintura de fondo
“Nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar,
que es el morir…”
Esta estrofa de las “Coplas a la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, tan conocidas por todos, ha estado rondando en mi cabeza desde el día en que Myrna nos dejó.
Y me sigo preguntando: ¿Qué es el morir? ¿Es la partida física del ser?
Mi corazón ha decidido que Myrna se fue de nuestro mundo, pero que se ha quedado aquí, con nosotros, con sus consejos, sus lecciones, su ternura y amistad incondicional.
Su gran legado será lo que nos permitirá seguir estando con nuestra querida amiga y luchando, como ella, por la excelencia en la obra y en la vida.
Maestra de maestras, grabadora, pintora, crítica, educadora, mujer artista comprometida con su país, esta isla maravillosa a la que quiso y defendió y disfrutó y me enseñó a querer…
Gracias Myrna por todo esto y, sobre todo, por ser tú.
Querida amiga, esto no es un adiós, sino un hasta luego. Descansa en Paz.
***
PRESENCIA
por Martita Pérez
Doña Myrna fue la primera persona a la cual llamé cuando supe que iba a tener a mi hijo Juan y fue a la primera persona que llamé cuando murió mi querida hermana Marvette. Gracias Doña Myrna por siempre estar a mi lado, por el tiempo tan valioso que compartió conmigo, por sus consejos y su gran cariño. Gracias por compartir conmigo su visión sobre el arte y la vida. Qué mucho aprendí de ellas. Que mucho quería esta maravillosa Isla.