Compartir un cigarrillo: Félix Jiménez y el regalo incalculable
Hace muchísimos años, Félix Jiménez me obsequió sin saberlo una de las alegrías más grandes que puede regalársele a un joven escritor. En el 2004 Jiménez publicó su libro de crítica cultural y literaria “Las prácticas de la carne”. He gugleado el dato mientras la guagua se bambolea, porque de esos años mi memoria es un territorio de desastre por causa de mi alcoholismo. Ha de haber sido ese año o uno o dos después que yo leí ese libro como leí tantos otros, acostado en un sillón grande que había en La Tertulia, gracias a la generosidad de su dueño. Pero nada podía haberme preparado para encontrar lo que hallé en el libro. Allí, Félix Jiménez realizó el primer comentario crítico sobre un texto mío.
Debo aclarar que su comentario no pasó de algunas líneas. Aún así, quien no haya dedicado su vida a escribir literatura difícilmente podrá comprender el tamaño de la emoción que uno siente al ver su trabajo comentado por un crítico literario de esa altura. Recibir ese espaldarazo crítico a poco tiempo de yo haber publicado mi primer libro fue y sigue siendo una de las más memorables felicidades que este oficio me ha brindado. No llevo cuenta de las menciones bibliográficas que ha recibido mi trabajo, y eso es una vagancia de mi parte, ya que no creo que lleguen a la decena. Por diversas razones que no creo que tengan nada que ver con la calidad de mi trabajo, este ha sido más bien ignorado por la crítica. Creo que soy un escritor de pocos lectores, y esto no me apena en lo absoluto. Recordar, cómo hago hoy, que tuve por lector a un escritor de la talla de Félix Jiménez me hace sentir más que satisfecho con el saldo actual de mi carrera que continúa sin agite, sin que nadie me esté persiguiendo. Su lectura generosa entonces, hace ya tanto tiempo, me marcó indeleblemente convenciéndome de que yo era bueno en este arte y valía la pena continuar. Su gesto entonces, hecho en el momento preciso de la vida de un joven escritor, como el ladear de su cabeza, fue único.
Hoy siento profundamente su muerte, y siento no haberle podido agradecer ese regalo incalculable, por más que le haya agradecido el joseo ocasional de cigarrillos. Gracias a Félix (lo llegué a llamar por su nombre) y a la memoria de su gesto, hace tiempo aprendí que no importa la cantidad de lectores que tenga la propia obra, sino la calidad y la bondad de sus intelectos y sus almas. Quien escribe y ama apasionadamente la literatura sabe lo que significa ese regalo. Félix ha muerto, y hoy yo sigo escribiendo y no fumo y no bebo y vivo triste y agradecido.