¡IndigNación!
[Para el miércoles 15 de junio se ha convocado una actividad multitudiaria en el Viejo San Juan, Plaza de Armas, para demostrar la INDIGNACIÓN frente al gobierno y las políticas dominantes].
No me importa quién convoque, no me importa quién acuda. Con uno o una más me voy a sentir bien acompañada el Día de la Indignación. Porque eso quiere decir que al menos alguien más siente el mismo ‘enfado vehemente’ que siento yo.
“Un boxeador invicto asesinado, un capitán de yates también baleado, dos velatorios, muchos lutos, una mujer lanzándose a la muerte en la autopista, dos jóvenes asesinados por equivocación, mientras el gobierno de los dóciles sirvientes se esmera en limpiarle la casa de huéspedes al emperador del norte que viene a recoger su mesada y a dejarse retratar por unos miserables dólares.”
Así lee uno de los tantos comentarios que a diario circulan por las páginas boricuas de la Red, en especial Facebook. Es el enfado vehemente y necesario para salir del marasmo en que está sumida la mayoría de los habitantes del país. Molestia, dolor, encono, desesperanza, colapso, frustración, impotencia, son algunas de las sensaciones comunes a muchos puertorriqueños por la actual calidad de vida en el país. Pero en Puerto Rico todavía no se traduce en indignación, o al menos, no en ‘esa’ que mueve a las masas, las comunidades y a los países a cambiar su historia.
Un viaje por la red virtual o por la ruta de la AMA demuestra cuán vigente es todavía la histórica pregunta que se hizo Ramón Emeterio Betances: ¿Qué hacen los puertorriqueños que no se rebelan? La dependencia, las miles de crisis individuales que tejen el tapiz roto que tenemos como país, las deudas, las quiebras económicas y emocionales, el desempleo o el empleo diezmado, los lutos colectivos en un país con una criminalidad y un suicidio rampante unido a las fracasadas experiencias de alianzas y eventos electorales, de luchas y marchas sin agenda, los protagonismos, son respuestas suficientes para entender porqué los puertorriqueños no nos rebelamos.
Hay quienes dicen que se trata de que los boricuas se han alojado en una zona de confort, una zona cómoda de indiferencia y pasividad. Embuste. No hay zona cómoda en este paisito nuestro. Lo que hay son pequeñas guaridas, nuestras propias cuevas donde escondemos nuestros propios miedos e inseguridades. Vivimos asustados. Tiene que vivir asustado el habitante de un país que mata 13 jóvenes en un fin de semana, 500 en seis meses.
Un país que maltrata a sus niños, a sus mujeres y sus ancianos es un país que no se quiere a sí mismo. Tal vez sea esa falta de cariño y auto estima lo que lo hace insensible a la indignación. Cómo se va a indignar quien está acostumbrado a la indignidad, a la subordinación política, a que le falten el respeto, a que le vulneren su capacidad para hacer lo mejor de sí y de su circunstancia. Para indignarse hay que tener dignidad y ese concepto no está tan entendido como pretendemos.
La dignidad es un concepto elevado de valoración que presume la capacidad y el poder creativo para ser dueños de nosotros mismos y respetarnos como punto de partida. Cuando algo vulnera esa capacidad inherente de nuestro yo a procurar la mejor calidad de vida para mí y mi circunstancia –hasta llegar al colectivo-, se produce lo que el diccionario llama enfado vehemente y el corazón llama indignación.
Desde la indignidad como norma no nos podemos re-indignar. Por eso no podemos esperar que los más se nos unan de golpe y porrazo. Hay que trabajar esa dignidad. Y tenemos que empezar por nosotros, los poquitos, aunque todavía seamos los menos.
Por eso repito, a mí no me importa quién carajo convoque ni a nombre de quién convoquen pero yo voy a acudir a la Plaza de Armas este miércoles 15. Con uno o una más que esté conmigo allí me voy a sentir acompañada. Porque esto ya esto no pare más. O nos tiramos a la calle o nos acabamos de joder.
* Vea nota informativa de NOTICEL.