2020
“Si me pego en el pool,
Adelaida, yo me caso contigo”
–Marcial Reyes
¿Qué significa este rebasamiento del límite del azar en postrimerías de un año electoral y tras el verano del #Rickyrenuncia? No sé si sucede todos los años, pero hay algo atractivo en la redondez del algoritmo que seduce mis neuronas. La tentación de las apuestas parece ser uno de los actos fundacionales de las sociedades caribeñas y latinoamericanas, si nos dejamos llevar por las aseveraciones de Bartolomé de las Casas, quien aseguraba que los soldados españoles: “hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el [indio] por el medio…” (81). Aunque de mucho menor bestialismo, Manuel Alonso apunta hacia los efectos nocivos de las apuestas, no solo en los bolsillos de los campesinos, sino en la agitación que conduce a finales violentos en las galleras. Según insinúa Alonso, estos locales —que anteceden a las iglesias— despiertan tales pasiones entre los campesinos que los llevan a confundirse con la pugna gallística. Manuel Zeno Gandía lo asemeja al mundo de la trampa en la pulpería de Andújar, quien invertirá en la banca, las ganancias obtenidas por la complicidad de la “vara” y la “balanza”. Y en el Casino se decide la suerte de las hijas de las buenas familias, según Ramón Caballero en La juega de gallos.
“Y una de ellas se rió, se rió, se rió: as karakatis ki taska tiski táskara katis”, frasea Mon Rivera en referencia a la burla familiar sobre el padre que gasta su salario “jugando al topo”. En apuestas se juegan la vida gente como Héctor Lavoe, Willie Colón y Rubén Blades; los primeros, en reclamo de ser “El titán” y el segundo para advertir que “por tu mala maña de irte sin pagar … la esquina del barrio está tan caliente que uno no se puede ni parar”.
Apuestas hay desde los inicios de la humanidad si nos dejamos llevar por la Biblia y otros libros, pero no es hasta el capitalismo, pienso yo, que se convirtió en norma de la economía. Una mirada a la bolsa y los bienes raíces confirman mi hipótesis si notamos su similitud al perseguido esquema de las pirámides, en el que el ascenso de uno siempre es poner en riesgo al otro. Hoy el país invierte desfrenadamente en atraer inversionistas cuyos valores en la bolsa han dejado ciudades con edificios vacíos; semi desiertos en el Caribe y otros tristes trópicos.
A pesar de condenarlas moralmente y advertir sobre su peligrosidad, los gobiernos se han aprovechado del incesante deseo por el cambio repentino de las vidas que posibilita pegarse en la lotería. Paraíso de hoteles y casinos, Puerto Rico deposita también esperanza en las apuestas de sus ciudadanos. Para estos, la lotería resulta más atractiva cuando la inversión segura del retiro se viene al piso. Quizás eso explique un poco la euforia 2020. Claro, esto sin abandonar la advertencia moralista del cartel que reglamentariamente tienen los establecimientos de venta de lotería: “Los juegos de azar pueden crear adicción”.
Tras el verano del 19, el 2020 promete ser un año particularmente interesante. ¿Cómo se traducirá electoralmente el empoderamiento popular de las protestas de julio? ¿quién canalizará los reclamos y los votos de las asambleas de pueblo, las agrupaciones feministas y de las comunidades de barrio y LGBTT? ¿Cuál de los partidos tradicionales aprovechará mejor esta nueva manifestación de la pluralidad democrática? ¿Dependen ciudadanos y ciudadanas de la suerte, de la amabilidad de los candidatos o de su capacidad de discernir entre estos? ¿Cómo quedarán los partidos tradicionales en noviembre? ¿Podrán los demócratas residenciar a su Payaso Presidente?
Y mientras hay quien deposita su suerte en el algoritmo, hay quienes llaman a unas “Navidades combativas”. Seguramente no son opuestos y muchos y muchas participan de ambas opciones, depositando en el sueño de un alivio de $5,000 y en el trabajo, el compromiso y el esfuerzo su seguridad económica, personal y social. Precisamente pintábamos un mural comunitario en Castañer cuando jugando loto nos enteramos del 2020. ¿Qué tal si un acto misericordioso arrojara la dicha del 2020 en el sorteo de la tarde para repetirla en el de la noche? ¡Cuánta felicidad compartida y extendida! ¿Qué significaría para el 2020 de quienes no se pegaron? ¿Qué ganaríamos como país si el milagro se repitiera diariamente hasta el 31?
¿Qué cambia socialmente de la comunidad de residentes del Barrio Castañer que pintásemos una memoria de María? ¿Será más pleno para su comunidad el 2020 porque, gracias al auspicio de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y de la Universidad de Puerto Rico, sus historias estarán plasmadas en pintura y tinta? Sobre desplazamientos y memorias comunitarias trabaja la propuesta que Malena Rodríguez Castro, junto a Jorge Lizardi y yo, presentamos a la FPH que nos llevó a Castañer y al Embalse San José, en San Juan. Nunca sabré cuál será el impacto definitivo de estas gestiones, pero allí volveremos en febrero con Puchi, Paloma y Lilliana Rivera —la artista—, tras la tormenta que parece resistir su pintura; a intentarlo nuevamente con Negra y Sherley, y todo quien brocha en mano quiera celebrar una nueva octavita, nos haya tocado la Loto o no.
Obras citadas en orden de aparición
Fray Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las indias. Madrid, Ediciones Cátedra, 1996 [1552].
Manuel Alonso, “Una pelea de gallos”, El jíbaro, edición de Félix Córdova Iturregui, San Juan, Ediciones Huracán, 2001 [1849].
Manuel Zeno Gandía, La charca. San Juan, Ediciones Huracán, 1999 [1895].
Ramón C. F. Caballero Requena, La juega de gallos o el negro bozal 1851, en Ramón Luis Acevedo, Antología crítica de la literatura puertorriqueña. San Juan, Editorial Cultural, 2005, 195-219.
Mon Rivera, “Karakatis-ki”, Karakatis-ki. Ansonia Records 1356, 1964.
Willie Colón & Héctor Lavoe, “El titán”, Guisando. Fania Records SLP 370, 1969.
Rubén Blades, “Te andan buscando”, Rubén Blades & Willie Colón, Canciones el solar de los aburridos. Fania Records JM 597, 1981.
Mensaje del DACO y de la Lotería Electrónica.