Adolfo Salazar, Palés Matos y Alejo Carpentier
Hagamos un poco de historia.[2] A mediados de la década de 1920-1930, ocurre una verdadera revolución cultural en lo que toca a los ritmos afrocubanos y caribeños, fenómeno que llegaría hasta Europa y Estados Unidos. No es que estos ritmos se originaran en esa época. Desde antaño, eran parte de la cultura popular en lugares como Puerto Rico y Cuba. Lo que pasa es que entre 1925 y 1930 la negritud florece como nunca antes en las artes y la literatura. Alguna gente dice que esto se debió al efecto mágico de los huracanes de 1926 y 1928. Otra gente, sin negar por completo el efecto de lo anterior, pone el énfasis en el advenimiento de la radio comercial en la tercera década del siglo XX. Los cambios tecnológicos ocurridos en la radio difusión y la fonografía ayudaron a crear un gran mercado para los ritmos y géneros musicales que, como consecuencia del racismo, apenas tenían difusión dentro de las islas y a nivel internacional. La Habana, Madrid, París y Harlem fueron parte de esa revolución. Un momento importante fue la compra en 1929 de la Victor Talking Machine por la Radio Corporation of America.
Junto a la radio y las modernas grabaciones, surge un fenómeno que tomaría por asalto el ambiente cultural de habla hispana: las revistas musicales. En 1928 se funda en Cuba la revista Musicalía. También aparece en 1927 la revista cultural de vanguardia Avance. En México comienza a publicarse La Gaceta Musical. En España, Salazar escribe sobre música afrocubana, principalmente, desde las páginas del periódico El Sol. Aunque se considera que Salazar inspiró los estudios de Fernando Ortiz sobre la musicalidad afrocubana, su verdadera pasión era la presencia de los ritmos del Caribe negro en la música de concierto.
En 1925 se estrenó la Obertura sobre temas cubanos, de Amadeo Roldán. Según los conocedores del tema, con esta obra del genio musical cubano se inicia en Cuba un periodo de nacionalismo cultural en la música, que duraría hasta 1937. Es interesante que entre 1925 y 1927 se da en esa hermana isla un debate similar al que ocurre en Puerto Rico con relación a la poesía negrista del guayamés Luis Palés Matos. En 1927 el debate se zanja con el estreno en La Habana de la zarzuela La niña Rita o La Habana en 1830. Ernesto Lecuona, quien compuso la música de la zarzuela junto a Eliseo Grenet, incluyó el tango-congo ¡Mama Inés!, para que lo interpretara Rita Montaner. Nada más con el testigo. La revolución cultural afrocubana se torna imparable. Moisés Simons compuso al año siguiente el son-pregón más famoso de Cuba, que pronto llegaría a Madrid, París y Nueva York: El manisero. Como si fuera poco, Amadeo Roldán estrenó el exquisito ballet afrocubano La rebambaramba. En París se funda en 1929 la revista Gaceta Musical, para dar a conocer los ritmos afrocaribeños. Allí se estrena también la Danza negra, de Amadeo Roldán. Por todas partes, desde Cuba a Nueva York y desde España a Turquía (lugar en que se llega a conocer la rumba y el son) se hablaba con entusiasmo de los ritmos afrocaribeños. En 1930, la Havana Casino Orchestra lleva la pieza El Manisero a la ciudad de Nueva York. Este número de son-pregón cautiva las audiencias en la Gran Manzana, particularmente, en Harlem, lo que conectaría a Cuba con lo más avanzado de la cultura afroamericana de la época. Langston Hughes, el afamado poeta negro de Estados Unidos, decide ir a Cuba, entre otras razones, para conocer a Nicolás Guillén.
Para esos años, además hay otro compositor cubano que vendría a ocupar considerablemente la atención de Salazar, por sus intentos de llevar con pureza los ritmos afrocubanos a la música de concierto. Nos referimos a Alejandro García Cartula. Salazar y García Cartula se conocieron en 1929 en Barcelona, durante los Festivales Iberoamericanos de la ciudad. Salazar les dedicó numerosos artículos de crítica musical a Cartula y a Roldán, así como a Gilberto Valdés y a Pedro Sanjuán. Este último, autor de Liturgia Negra (Premio Nacional de Música de España en 1934), era un compositor español radicado en Cuba.
Pecaría de injusto si no mencionara, aunque de pasada, que Salazar fue de los primeros musicólogos en alabar el baile y la actuación de la una de las artistas afroamericanas más importantes del siglo XX. Me refiero a la maravillosa Josephine Baker.[3] En 1927 ella era la gran atracción en los teatros parisinos, con sus coreografías vanguardistas. Original de St. Louis, Missouri, era hija de una mujer negra pobre y un hombre blanco (alemán o español), que ella nunca conoció. Pasó su adolescencia en las calles de St. Louis prostituyéndose. Después de una breve carrera en Broadway, emigra a Francia, donde provoca una gran sensación al bailar semidesnuda su famoso «baile de las bananas». Los parisinos querían familiarizarse con la supuesta cultura de los «pueblos primitivos», pero lo que ella lleva a la ciudad de las luces es un baile que rompe con las visiones estereotipadas, no solo de lo negro, sino también de lo blanco. Su arte era blanco y negro, como era ella. Josefina, como la llamaba Salazar, se rehusaba a la separación de la humanidad por criterios raciales. Era una mujer hermosísima, sensual como pocas, que no se ajustaba en nada, a las visiones machistas sobre las mujeres, en particular en lo que toca a vestimenta. Usaba el pelo bien corto, a veces casi a ras. Una gran feminista, retaba los estereotipos. Para los tiempos en que Salazar reseña sus presentaciones en París, ella actúa en su primera película internacional titulada La Sirène des tropiques (1927), una cinta sonora (que no es lo mismo que muda) de una exquisitez alucinante. Rechazada en Estados Unidos por su condición de mujer negra y defensora de los derechos civiles, renuncia a la ciudadanía estadounidense y naturaliza en Francia en 1937. Allí se convirtió poco después en una agente secreta de la resistencia antifascista, terminando en Casablanca en 1942. Viéndola bailar en La Sirène des tropiques y en Princesse Tam-Tam (cinta en que ejecuta su famoso baile titulado: ¡Ahé! La conga), no puede uno sino preguntarse si Palés no se refería a ella cuando, en la segunda versión de Mulata-Antilla (1949), nos habla de la «prieta walkiria».[4]
Invitado por la Institución Hispanocubana de Cultura, que presidía Fernando Ortiz, Salazar viaja a Cuba en mayo de 1930. Allí conoce a Federico García Lorca, con quien entablaría una amistad cercana. García Lorca, pueblerino y carismático como pocas personas, se enamora de la música afrocubana y de los barrios negros de La Habana. Ambos se dedican a conocer de primera mano los ritos y ceremonias de las sociedades ñáñigas de Cuba. Además, se amanecen en las famosas “fritas” de Marianao, el lugar perfecto para escuchar sin filtros el son y la rumba cubana. Salazar veía en el son y la rumba popular la base legítima de la presencia del ingrediente afrocubano en la música clásica. Pero esto se extiende también a la poesía de Lorca, quien publica en abril de 1930 el poema Son. Carpentier se encontraba para entonces en Francia, lugar en que se dedicaba a escribir poemas negros y desarrollar argumentos para ballets y óperas afrocubanas de García Cartula y Roldán. También colaboraba con revistas y periódicos musicales en Francia, como Bifur y Documents. Los títulos de sus artículos lo dicen todo: Lettre de Antilles, La musique cubaine, y así por el estilo. De esa fecha datan algunos de los artículos de Fernando Ortiz acerca de la música negra de Cuba que aparecieron en Musicalía. Poco después, Nicolás Guillén publica los Motivos de son, que Cartula y los hermanos Grenet (Emilio y Eliseo) musicalizan. Salazar y Lorca regresan a España en junio de 1930.
Después de su regreso a España, Adolfo Salazar mantiene una vigorosa actividad como crítico musical desde las páginas de El Sol. En 1934 se encuentra con Carpentier en Madrid durante el estreno de la obra de García Lorca, Yerma. Ese mismo año, el crítico español asiste a una de las presentaciones del gran recitador español José González Marín en esa ciudad. La noche estaba dedicada a Nicolás Guillén. Pero González Marín decidió incluir algunos poemas del guayamés Luis Palés Matos. Las musicalidad de los versos de Palés cautivaron a Salazar, en particular, «con sus aliteraciones, sus onomatopeyas, sus ruidos silábicos, que corresponden prodigiosamente a la percusión de bongoes y cencerros, al raspar de los güiros, a la ‘gota de madera’, ‘yunque de plata’ de las claves y el rumor de semillas secas de las maracas».[5] La recitación de Ñam-Ñam, por Marín, provocó la ovación y entusiasmo desbordante de todo el auditorio, pues es un poema, según Salazar, «feroz, tremendo, rojo de llama y negro de noche tropical».[6]
A principios de 1936, España era todavía un gran centro de florecimiento de las artes y el pensamiento liberal progresista. En mayo de 1936, Salazar publica su libro El siglo romántico, dedicado a Cuba. Trabaja, además, en su libro La música en el siglo XX: Ensayo de crítica y de estética desde el punto de vista de su función social, que saldría a la luz en julio de 1936. Mientras tanto, en Madrid continúa su amistad cercana con García Lorca, a quien apoda el «señorito musiquillo». Eran vecinos; uno residía en la calle Goya y el otro en Alcalá. Ya en junio de 1936 el poeta granadino le expresa privadamente su preocupación con el fascismo y la necesidad de ser discretos. Ante la situación política que vivía el país, Salazar declaró: «Soy republicano por convicción, liberal por inclinación y demócrata por extracción: soy hijo del pueblo y al pueblo pertenezco».[7] En julio de 1936 firma el Manifiesto Fundacional de Intelectuales Antifascistas. También firma un documento dirigido a Los intelectuales antifascistas del mundo entero. Por esos días, Salazar pasa una noche de fiesta y despedida con Lorca en una verbena en Madrid. Lorca saldría para Granada el 13 de julio de 1936. Pocos días después ocurre la sublevación militar en que está envuelto el terrible Francisco Franco. Entre el 18 y el 19 de agosto, Lorca fue arrestado y asesinado. Los días de Salazar en España estaban contados.
En marzo de 1937, Salazar se muda para Valencia y comienza los preparativos para emigrar del país. De Valencia llega a París a fines de ese mes. Viaja de conferenciante por Europa. El 1 de octubre de 1937 llega a Cuba y permanece allí hasta febrero de 1938. Su objetivo era llegar a México. El 28 de febrero sale de La Habana con destino a Estados Unidos. Según sus cartas, estuvo en Puerto Rico en marzo y abril de 1938, período en que logró «recorrer varias sociedades de la isla».[8] De nuestra isla va a Nueva York. En marzo de 1939, sale de Estados Unidos para establecerse en México, a invitación del presidente Lázaro Cárdenas. Hace escala en Cuba, y de ahí va a México.
En México, Salazar ejerce cátedra en la Universidad Autónoma de México, en el Ateneo, La Casa de España y la Escuela Superior de Música. Además de escribir críticas musicales para El Universal, Excélsior y Novedades, colabora con la Orquesta Sinfónica de México y escribe sobre filosofía y letras en las principales revistas de habla hispana. En 1944 publica su libro La música moderna, considerado como una de las «más esplendidas y documentadas historias de la música que se han publicado».[9] A partir de esa fecha, y hasta que se enferma a mediados de la década de los cincuenta, Salazar dedicó su pluma a la crítica artística; entre estos, ensayos sobre la música, las artes plásticas, el cine y la literatura. También reseña los libros de Fernando Ortiz, incluido Los Instrumentos de la música afrocubana, la gran obra musicológica que sale a la luz pública en cinco volúmenes entre 1952 y 1955.
Adolfo Salazar murió el 27 de septiembre de 1958 en la Ciudad de México. Carpentier sufrió mucho su partida. Había muerto un genio de las artes y las lenguas. El escritor cubano siempre tuvo en alta estima a Salazar, desde que este reseñara favorablemente la novela ¡Écue-Yamba-Ó!, en 1933. Salazar también reseñó con loas el magnífico libro La música de Cuba, escrito por Carpentier en 1946. Fue precisamente Carpentier, el genio cubano de lo real maravilloso, quien distinguió a Salazar con el título de «español de espíritu universal».[10] Y es que lo era…
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[1] Fernando Ortiz habla de su viaje a Puerto Rico a principios de la década de 1940-1950, en su libro El huracán: Su mitología y sus símbolos, México, Fondo de Cultura Económica, 1947, p. 68.
[2] Los datos biográficos de Salazar están tomados de: Cañete Ochoa, Jesús: Adolfo Salazar en la manigua de las músicas negras, introducción al libro Cuba y las músicas negras, de Adolfo Salazar, España, Fondo de Cultura Económica, 2017, pp. 9-36.
[3] Salazar, Adolfo: Cuba y las músicas negras, España, Fondo de cultura Económica, p. 63-66.
[4] Las valquirias son diosas de la mitología nórdica, hijas de Odín y poderosos espectros guerreros. Tienen el aspecto de una joven y bella guerrera nórdica; alta, con marcada musculatura, ojos grandes y azules, cabello rubio, largo y trenzado. Les gusta ir ataviadas con cascos de guerra con cuernos. En España les llaman walkiria a las mujeres altas y fuertes, probablemente a eso se refería Palés. En realidad, walkiria prieta es un oxímoron. La w alemana evoluciona a v española. Esto hace pensar también en Walkiria Terradura, la gran guerrillera antifascista italiana experta en volar puentes y tanques nazis.
[5] Salazar, Adolfo: Op. Cit., p. 147.
[6] Ibídem.
[7] Ibíd., p. 273.
[8] Ibíd., p. 31.
[9] Ibíd., p. 33.
[10] Ibíd., p. 36