After After María
Parecería una señal del mundo contemporáneo eso de sacar del tiempo de uno para decir que algo que no es un tuit le consume demasiado de su tiempo. Le ruego al lector que piense en esto por un segundo: sacar del tiempo de uno para escribir que un texto le consume demasiado de su tiempo. También está quien comparte un artículo noticioso habiendo leído solo el titular. En el siglo XXI queremos comentar sobre algo que no conocemos, pero que, irónicamente, tenemos de frente. Y queremos comentar en tono de burla. Esa misma mierda es lo que pasó con After María. Esa. Misma. Mierda. Y de esa chapucería terrible no solo participan los cibernautas, sino gente que, a falta de mejor palabra, habrá que llamar “periodistas”.
Aquí voy.
El documental de Nadia Hallgren ambula por lo tradicional, para ser honestos: cámara handheld y fotografía con contrastes marcados en un recuadro casi siempre congestionado de tereques y guindalejos baratos. Puede que esto último acuse una mirada desde la alteridad; pongo por caso el gusto por lo pintoresco. La propuesta política también raya en lo otreico (y militante del centrismo del Partido Demócrata gringo): Trump es Goliat, Rosselló es David y la onda de la victoria es la estadidad. Está bien: se vale toh, I guess…. Aunque no sea un documental indispensable, me pareció bien hecho. No trata sobre el huracán, como ha explicado la directora, sino sobre una de tantas historias de vidas humanas afectadas por el paso del huracán.
Ahora, entiendo que la película debe verse junto con las reacciones que provoca, recogidas (en tono de estúpida celebración) por la prensa local. Es el “companion piece” moral para vernos en el espejo e ir más allá del tono tristón del documental.
Sencillamente los boricuas tenemos las coordenadas mentales formadas por la estética del Banco Popular y la ética de Dagmar y su Break de la Esperanza. Es eso. Somos, en términos generales, el producto del ñeñeñé y una mezcla extraña de complejo de superioridad y complejo de inferioridad. Eso, y también nos gusta ser bullies; pero nuestro bullying es del necio, como de esos niños de octavo grado que gritan “pato” con una sonrisa cretina. Consúltense los navajazos de cuchillo de plástico que recopilaron Noticel y los periódicos de GFR.
Parece que quienes sacaron de su preciado tiempo para burlarse de la película (muchos de ellos aceptando no haberla visto y jurando nunca verla) aprendieron lo siguiente:
- Existen mujeres pobres gordas.
- Hay una cosa que se llama El Bronx.
- Hay personas que son tan pobres que dependen de ayudas económicas federales.
- Los pobres deberían ser más pobres; no deberían tener hijos, ni celulares, ni cosas así.
- Las historias tristes de los pobres deberían hacer un esfuercito por ser más trágicas.
Yo, en cambio, aprendí (y desearía desaprender) lo siguiente:
- El puertorriqueño es generalmente idiota, bully y clasista.
- Por más que se cante por ahí, casi nadie entiende el poema “Boricua en la luna”.
- Para muchos puertorriqueños, la campaña “Yo no me quito”, una basura de propaganda política, es como la Biblia. Este punto está relacionado con el punto #1.
- A un puertorriqueño le molesta que se usen fondos federales para darles vivienda a los damnificados por una catástrofe natural, pero a ese mismo puertorriqueño se le hincha el pecho cuando se usan fondos federales para llevar a cabo una guerra en la que participan los puertorriqueños.
- El puertorriqueño está preocupado por “la imagen de los puertorriqueños”. De alguna manera piensa que los ciudadanos del mundo sacan tiempo para pensar en “la imagen de los puertorriqueños”. Esto no es lo más grave, pero sí lo más ridículo.
El malestar se debe a que las víctimas del huracán que retrata After María no sufrieron correctamente. La niña Kenya, por ejemplo, perdió su casa y a su padre y hasta el día de hoy carece de una vivienda fija (esto sale en letras muy chiquitas y quizás se excede del límite de palabras que puede tener un film, según algunos espectadores). En el documental se cuenta que, además, Kenya es víctima de bullying por parte de los estadounidenses. Y ahora también es víctima de bullying por parte de sus compatriotas, si uno ojea esos catálogos de odio que son la sección de comentarios de El Nuevo Día y la página de Facebook de Jay Fonseca. Pero es odio pendejo, es ese bullying pendejo de estudiante de octavo grado; igual de pendejo que el chiste de “qué largo, no lo voy a terminar”.
El descontento del público consiste en que las familias que documenta After María perdieron sus casas y se tuvieron que desplazar a albergues provisionales en Estados Unidos y, por lo tanto, no tuvieron que bañarse con cubos de agua. Esos albergues provisionales se pagan con fondos federales que sangran el Departamento del Tesoro, cosa que intranquiliza a cierto tipo de espectador, preocupado de qué van a pensar los ciudadanos del mundo de nosotros los puertorriqueños.
El documental (por mi madre que he visto a gente llamarlo “serie”) generó tanto odio clasista, que una persona súper original creó una página en Change.org para que se removiese de Netflix. Tiene que haber sido una payasería, ya que obviamente las peticiones de ese tipo no componen absolutamente nada. Allá fue un periodista del GFR y entrevistó a Monsieur le Créateur, quien además de sostener que ese documental “no es lo que vivió el pueblo de Puerto Rico”, recrimina “el tono de celebración que, en su opinión, dominó durante todo el trabajo fílmico”. Le aflige, sobre todo, cómo el documental afecta “la imagen de los puertorriqueños” que se facturan los ciudadanos del mundo. Bajo otras circunstancias, estaríamos ante otro idiota de la vida dando “su opinión personal”, pero vale la pena asomarse por los comentarios de la petición para darse cuenta de lo puerquitos que podemos llegar a ser los seres humanos.
Benjamín Torres Gotay compara la reacción a este documental con la de otro titulado Candlelight. Para el periodista, Candlelight “presenta al puertorriqueño post-María a la luz del heroísmo que ha demostrado a lo largo de su historia por mantenerse en pie a pesar de interminables embates políticos y atmosféricos”, whatever the fuck that means, mientras que After María “presenta al puertorriqueño paralizado por la desgracia, dependiente y vulnerable”.
Sin restarle méritos a Candlelight (está bastante bien), cabría preguntarse por qué sentimos que ese es “el que de verdad retrata lo que pasó en Puerto Rico”. De un lado, hay falta de cultura fílmica: After María es un documental de corte humanista y no pretende ser enciclopédico, como Candlelight, que en ocho minutos presenta a Trump, Yulín, Lin Manuel, Begnaud, Whitefish, el ejército, las carreteras, los indios taínos, el cañaveral, el tratado de París, la Masacre de Ponce, Albizu, la salsa, el béisbol, e, irónicamente, las víctimas del huracán María que debieron desplazarse a Estados Unidos. De otro lado, Candlelight incluye una dramatización con una actriz bonita que tiene un semidesnudo en el que se baña con cubos de agua a la luz de las velas, aquello de lo que “se salvaron” las dichosas mujeres del otro documental, que solo perdieron su casa y a sus familiares. También concluye que “juntos hemos construido un futuro”, que apela a la sensibilidad Break de la Esperanza y al “heroísmo puertorriqueño”.
After María es, además, un “bodrio”, como lo llama el periodista Carlos Weber, quien se queja de la ausencia de apellidos hispánicos en la producción (la ironía de que su apellido sea “Weber” le pasa por alto al maestrazo). Es un “bodrio” porque carece de la dramatización con la actriz bonita y el echapalantismo ese que tanto nos encanta; en su lugar nos enfrentamos a unas señoras obesas que desgastan la Hacienda federal. El bodrio de After María trata de las historias reales de seres humanos reales que no solo perdieron lo que tenían, sino que ahora son objeto de burla por su manicura, la forma en la que hablan, el hecho de que usen celulares y su sobrepeso.
La documentalista Sonia Fritz también se armó de valor para atacar a las “tres mujeres totalmente dependientes de FEMA, que no las ves salir a buscar trabajo, salir a ver cómo resuelven, sino que están literalmente esperando que les digan ‘ah te puedes quedar más tiempo en el hotel’”. Fritz también se manifestó preocupada por la dichosa “imagen del puertorriqueño” en las mentes de los ciudadanos del mundo; imagen que ya no corresponderá con ese sujeto luchador “que se levanta” bandera en mano y supera el haber tenido que bañarse con cubos de agua (y que se limitó a perderlo todo). Una óptica más humana nos ofrece José Rodríguez, líder de la Iglesia Episcopal Jesús de Nazaret en Orlando: “Me da pena que el pueblo se deje confundir por esto. En vez de pelear por justicia y recursos se ponen a atacar a gente que son víctimas de descuido y abandono”. La cineasta Arleen Cruz, por su parte, reconoce “la sensación de mucha gente de pensar que esta pieza no necesariamente representa lo que pasó ‘after’ María, combinado a que se está exponiendo en una plataforma de alcance masivo como Netlflix”. Esa gente, debió añadir Cruz, tan solo necesitaba leer la descripción del documental que pone, precisamente, Netflix: una dilatadísima oración de 22 larguísimas palabras que explican de qué exactamente trata el documental.
Nuestra población ronda por 3,195,000 personas; las víctimas fatales del huracán fueron alrededor de 3,057, lo cual representa un 0.095%. De ese trágico y terrible 0.095% no trata After María, sino del amplio resto. Algunos de nosotros —como yo—tuvimos que sacarles las alitas de cucaracha al agua que herviríamos antes de beber; otros —como la actriz bonita de Candlelight, como usted y como yo— nos tuvimos que bañar con cubos a la luz de las velas; y otros —de esto me libré y puede que usted también— tuvieron que irse del país, vivir en albergues y perder a sus seres queridos. After María “no representa” al morón promedio porque el morón promedio se tuvo que bañar con cubos de agua y las protagonistas de After María tuvieron la dicha de perderlo todo y pasar unas semanas en un albergue en El Bronx.
La mezquindad torpe y el bullying, la falta de cultura fílmica, la necesidad de expresar “mi opinión personal” (que muchas veces se limita a “pienso que la película es una mierda” y ya), el clasismo tonto de definir pobreza como “alguien que no tiene celular”; todas esas cosas están más y mejor punteadas en el corazón del morón promedio que el significado literal de “Boricua en la luna”, que tanto se canta como el papagayo por estos lares.
Si usted, lector, no perdió tanto su casa como a un familiar, antes de burlarse pendejamente de las protagonistas de la película, debería tumbar el lloriqueo de que se tuvo que bañar con cubitos de agua y hacer largas filas, además de bajarle al heroísmo ese de que “Puerto Rico se levantó”, por eso de evitar la hipocresía. Y, en cambio, si usted, en efecto, perdió su casa y a un familiar, antes de burlarse de quien padeció como usted, convendría que se solidarizara con esta historia, tan similar a la suya. After María carece de perfección, pero las fallas narrativas no son lo que mueve el odio que recogen las redes, la observación irreflexiva de Weber y la obnubilada de Sonia Fritz.
Entiendo que por momentos se nos dificulta entender que no todo el mundo vive su vida exactamente como uno. También entiendo las ganas esas muy normales de ver la vida de uno retratada en la pantalla. A cada rato descubro lo provinciano e insularista que puedo llegar a ser yo también, que me las canto de cosmopolita. Pero, como decía Esteban Tollinchi, ya que el mundo es redondo, cualquier punto es su centro y se espera que del centro aspiremos a explorar la periferia. Lo que equivale a decir que no se puede ser tan fucking jíbaro en esta perra vida.
Algunos tics del documental se debieron evitar. Y sí: la pobreza es tan terrible que, entre otras cosas, convierte a quienes la padecen en seres ridículos. Pero la mezquindad tonta esa del vecino que tiene un Protegé del 2009 y se burla del vecino que tiene un Protegé del 2008 es cosa de puercos. No sean puercos.
2,203 palabras.
PD Me intrigaría saber la opinión del documental que se haría esa enorme parte de nuestra población que no tiene Netflix y vive en la pobreza real.
PD El Diablo debió llevarse a Molusco en vez de a Mi Pana Gillito, quien hubiese explicado todo esto mucho más elocuentemente que yo.