Al son del Caribe
–Rubén Blades
Casi como refugiados del tenue embate de Irene, un considerable grupo de profesores asistimos el martes 23 de agosto al Seminario Challenges and Future of Graduate Studies: International Perspectives. Resultaba un aliciente y un privilegio que, mientras el país aún se estresaba con el descomunal azote de la cola del huracán, nosotros reflexionábamos sobre los retos y el futuro de los estudios graduados alrededor del mundo bajo el amparo del aire acondicionado de un hotel de Isla Verde.
Allí, decanos, directores, coordinadores y senadores académicos discutimos sobre los retos que enfrenta el Recinto de Río Piedras, considerando la crisis económica y las experiencias de profesores de Canadá, España y Estados Unidos.
Era todo como un leve tripeo que Irene había simultáneamente facilitado y entorpecido. Por un lado, la discusión programada para dos días se redujo a uno y, por el otro, muchos pudimos asistir al seminario en su totalidad. Esto último es algo que nuestras agendas de trabajo no hubieran permitido de haberse celebrado el encuentro, como estaba planificado, durante dos días en el recinto. Al menos esa hubiera sido mi situación.
La Rectora nos despidió con palabras de aliento para construir el futuro en el presente, reinventando nuestros programas para agilizarlos, ponerlos en mayor contacto y diversificar las oportunidades de empleo de nuestros egresados. Lucía algo emocionada, entusiasmada con apretar el botón que nos impulsara por el camino de construir lo que quizás se piense imposible, precisamente por el manto de la crisis económica muy poco discutida durante el día. Era como si quisiera impregnarnos la ilusión de estar a tono con las mejores universidades de todo el mundo. A pie seguido nos dijo algo así: “Para mañana está programado el reinicio de clases en el recinto. Hay tres facultades aún sin luz así que estén pendientes de los anuncios que hagan sus decanos. Y vayan con cuidado a sus hogares, pues ha llovido fuerte y hay seis ríos desbordados…”
Es como si todo fuera parte de una gran broma: pensar en retos abstractos sobre el futuro de la educación cuando nuestra infraestructura no parece comprender nuestra geografía. No tuve que esperar ningún puente: el parking era una piscina; luego observé cómo el agua se acumulaba precisamente frente a lugares de reciente construcción como el Choliseo y el tren urbano. Entonces, ¿de qué estamos hablando? Es cierto, un huracán no pasa todos los días, pero sí son bastante cotidianos los charcos en las carreteras y los semáforos dañados con el primer chubasco. ¿Por qué la tecnología aún no se ajusta a nuestro clima lluvioso? Y ni hablar de los esfuerzos que los estorbos de las burocracias han truncado y engavetado, como la mil veces discutida Maestría en Estudios del Caribe que aún espera sabe ¿Dios, Yemayá o Changó? qué.
Tanto Irene como el Seminario me provocan la reflexión sobre cómo pensar la inserción de nuestra universidad en el mundo, como sugería Martí hacer con “nuestra América”, desde el contraste huracanado que interrumpe el anhelo de la modernidad. Tal pareciera que ése sigue siendo nuestro principal dilema: el de aceptar el contrapunto entre este Caribe —“raíz de sueños”, como lo calificaría Rubén Blades— y la universalidad del pensamiento global: el de hacer de “nuestras repúblicas el mundo», [manteniendo] el tronco siempre en nuestras repúblicas.
Integrado por países de raíces más rizomáticas que lo que pensó Martí en su ensayo, el Caribe parece estar obstinado en superar sus incesantes contrapunteos entre lo moderno y lo tradicional, entre sus diversas tradiciones, entre lo ajeno y lo propio. Aunque muchísimos pensadores caribeños han resaltado que este contrapunto es la característica esencial del Caribe, sobre todo de las Antillas, bien se pudiera pensar que también nos caracterizamos por resistirlo y hasta combatirlo: cuando hablamos de progreso y desarrollo económico, social y cultural, en cierta medida proponemos apartarnos de los “signos” de premodernidad que, “de cierta manera”, aún nos caracterizan.
Ya en 1788, Fray Iñigo Abad refería cómo, por un lado, los huracanes dejaban a los colonizadores “sin esperanza”, “pero [viviendo] gustosos por el poco trabajo con que se mantienen”.
La universidad hay que pensarla sin pretensiones gigantistas ni conformismos tradicionalistas. Por eso, concuerdo con las voces que en el Seminario una tras otra hablaron de programas graduados más dinámicos. Y añado: atemperados a un Caribe turbulento y a veces resignado a las catástrofes y a las limitaciones. Hay que pensar tanto en los retos para el futuro de los estudios graduados como en los huracanes que marcan nuestro ritmo, interrumpiendo lo que Gilles Deleuze y Felix Guattari llamaron la “máquina” de la constante producción. Sólo bailando al son del Caribe podremos formar estudios graduados a tono con nuestros cuerpos.