Ante la huelga universitaria… Desahogo en tres tiempos

Ante la pregunta que nos hemos hecho frente a un horizonte opaco y el pesimismo que nos provoca
No me toca hablar por los estudiantes, aunque sí me importa escuchar y hablar con ellos y con otros universitarios (una vez iupi, se es a eternidad). Lo hice como tal en el momento en que me correspondió. También lo hice como docente, investigadora y en funciones de servicio institucional. Ahora lo hago como exalumna y profesora retirada. Además, como madre de dos universitarios, una de ellas, exalumna ya.I.
Noviembre 5. Las demandas del estado y el capital son injustas, arbitrarias y devastadoras para el país. Las de los estudiantes universitarios, en su mayoría son justas e imperativas. Detener el alza en matricula, cursos presenciales que puedan tener un componente híbrido de ser necesario, reconocimiento y protección de sus componentes (cada vez más mujeres o la comunidad LGTB) y abrir plazas docentes y no docentes basadas en un balance entre méritos y potencial de los candidatos y necesidad y proyecciones académicas de las unidades es asegurar la educación meritoria y accesible que promete la Misión de la Universidad. El servicio institucional es uno de los deberes del docente. No debe ser el primordial. La docencia y la investigación, sí. Un administrador que no tenga experiencia en ello decide sin conocimiento ni causa sobre aquello que es pertinente en la comunidad universitaria. O, colegas que obtuvieron plaza bajo acuerdos de docencia y/o investigación, se dedican exclusivamente a la administración sin liberar el espacio académico, aún cuando sean especializados en trámites educativos de docencia, administración o evaluación.
Hace tiempo que a esa Misión se la tragó la incompetencia, la falta de fiscalización y el cambia/cambia político. Ni hablar de los gobiernos que han ignorado y penalizado el enorme capital que ofrece la UPR y han privilegiado las universidades privadas. Total, la gran mayoría de ellos, ni sus hijos, han estudiado en ella. Los docentes perdieron derechos como sabáticos y otros incentivos de docencia. Los colegas por contrato tienen que hacer de todo por un mísero sueldo sin oportunidades casi de desarrollo académico. Las actividades extracurriculares cuentan con presupuestos ínfimos mientras se han malgastado fondos cambiando, constantemente, de sistemas de comunicación o, por ejemplo, en el avalúo, un ejercicio menor y relativamente sencillo, aunque necesario, que convirtieron en un misterio impenetrable y cuyo efecto es más de acreditación si no se tiene la voluntad y los recursos de atender sus señalamientos o, cuando lo hace, ha pasado tanto tiempo que son tardíos o inefectivos. O, en talleres y sustituciones de tareas para embrollos tecnocráticos que terminan en su mayoría en gavetas o informes anuales a falta de implantación, y sobre todo, de fiscalización. Reuniones tras reuniones, informes tras informes, propuestas tras propuestas que desgastan la vida universitaria. Mientras, miles de docentes, no docentes y estudiantes (ojalá fueran todos, pero son suficientes) siguen comprometidos y activados en la tarea diaria de hacer universidad en sus diversos espacios –docencia, investigación y servicio institucional, y por ende, país.
Le debemos a los estudiantes y al resto de la comunidad universitaria dar una y mil batallas. En alianzas y por separados. Pero es imperdonable negarle a una generación de estudiantes la experiencia universitaria que le prometimos y en la cual muchos nos formamos. También fuimos estudiantes alguna vez, y cerramos portones con docentes y no docentes apoyándonos. Incluso administradores que son, en principio, también docentes. Ahora ellos tienen su agenda, lenguajes y acciones, entre ellas la imperecedera tarea de empujar los límites, dejarse oir, exigir sin culpa ni verguenza. La pandemia exigió un estado de excepción. Pero ya es hora de regresar la universidad que socializa, enseña, produce artes y ciencias y saberes nuevos, que convive, comparte y da espacio para ejercer derechos, entre ellos protestar.
La convocatoria del Presidente a un Comité de Diálogo es encomiable. Pero sabemos que muchos de esos esfuerzos, o son parchos para domesticar el malestar, o se agotan en el proceso, o sus recomendaciones terminan sin ejecutarse por falta de voluntad o condiciones. Por eso hay que asediar desde todos los flancos, ensayar estrategias varias y comprobadas, y otras no ya contempladas por los secuestradores de la UPR.
Puedo no coincidir con el movimiento estudiantil en muchos aspectos, pero le han quitado tanto que saludo su resistencia a ser atropellados o ignorados.
A la alta gerencia universitaria le toca el trabajo de hacer funcionar administrativamente, al menos, la Universidad. A los docentes y no docentes asegurar que, hasta en tareas menores, se honra la profesión.
A profesores retiradas, como yo, reiterar con esperanza renovada nuestro amor y agradecimiento a la mejor institución del país. Aunque sea en misivas tan truculentas como ésta.
II.
15 de noviembre. Pienso que es hora de ensayar otras estrategias que fortalezcan la urgente agenda de la comunidad universitaria más allá de pronunciamientos, marchas, piquetes y huelgas o de comentarios serios y críticos, pero mayormente (algunos han sido muy puntuales) sin propuestas específicas. Los estudiantes han emplazado a su modo y, –quizás me equivoco–, pero lo cierto es que veo menos respuestas creativas, alternas o eficaces de docentes, facultades, programas, senados académicos y unidades académicas, ni de asociaciones (solo puedo hablar de mi gremio) ante la mayor crisis que la institución ha tenido desde su fundación en el 1903 (sobre su historia centenaria ver los ensayos reunidos en Ante La Torre, Editorial de la Universidad de Puerto Rico). Quizás, y a diferencia de la comunidad estudiantil, porque nuestra relación cotidiana con la institución es de mayor duración y hoy nos toman agotados, abrumados, desconfiados y desarticulados en medio de una crisis sistémica fiscal, económica, política, social y cultural agravada por huracanes, terremotos y virus (tal pareciera que la naturaleza escoge sus momentos). Ni hablar de los docentes y no docentes por contratos que tienen que medir con extrema prudencia sus acciones. Menos he sabido de gerenciales con verdadera vocación universitaria (de los otros ni hablar), inhabilitados por condición o por decisión de tomar decisiones difíciles como presidencia, rectores, decanos y directores (como hizo Carmen Haydee Rivera como rectora en su momento al renunciar a implantar directivas punitivas y de entrada policíaca al recinto de Río Piedras) o de alianzas o abiertas y puntuales protestas y acciones ante el desmantelamiento de la UPR (Mayagüez, la Rectora de Ponce y algunos programas serían excepción notable, asumo que otros pocos, también).
Me extraña que docentes e investigadores de todos los recintos no se hayan convocado. La vacuna podría ser una exigencia para ello, pero se puede buscar la vuelta si hay voluntad e imaginación. Sobre todo con el peso oneroso del Plan Fiscal, la derrota de la Reforma Universitaria, el aplazamiento en la otorgación de plazas docentes y no docentes y de incentivos de investigación a docentes y estudiantes, sobre todo graduados. Quizás toque ahora a otros sectores repensarse retomando lo mejor de la experiencia universitaria y exigir renuncias, cerrar portones, negarse a la explotación de algunos, (incluyendo a los profesores por contratos) y desactivar la dejadez de otros porque es más cómodo y, total, la iupi ya no da más. O el distanciamiento de aquellos cansados de subir la piedra y que vuelva a rodar. O por la sincera convicción de que alguien debe hacer el trabajo y evitar que el techo se desplome por completo, en espera de tiempos mejores. Certificaciones y tibias expresiones o marchas sectoriales son equivalentes a extender una huelga que debe generar otras formas de demanda y divulgación. Por ejemplo, de preferir estrategias más sosegadas, qué tal una estrategia concertada de recabar fondos y publicar en la prensa comercial del país o mediante intervenciones en otros medios de comunicación masiva sobre todas las ganancias que produce la Universidad y de cómo, aún sin estudiar en ella, todos somos beneficiarios de un modo u otro. Recordar lo que fue, por mucho tiempo, función de la Universidad: contar con ella en vez de tanto asesor o compañías fatulas. Hace unos años se levantaron unas listas de posibles aportaciones y enlaces que se trago la burocracia, la inacción y los cambios constantes en mandos administrativos.
Los estudiantes, además de demandas justas y razonadas en su mayoría, molestan, incomodan al menos, hacen ruido, no permiten la total invisibilización y han logrado que se mueva el próximo semestre a mayoritariamente presencial y se atienda el asunto de las residencias estudiantiles, entre obstáculos evidentes y otros menos. Ojalá y pasen ya de la huelga a portones abiertos y a múltiples actividades en y fuera de los recintos en conjunto con otras alianzas con grupos ya establecidos y otros que han surgido en estos turbulentos años.
Mientras, aun desde el retiro, reniego de una universidad muerta en vida o resignada a la paz de los sepulcros, destinada a ser en un colegio de diplomas rápidos y de excelencia llevada a los mínimos requisitos o exigencias de una agencia acreditadora que desconoce nuestro historial y particular lealtad y amor a la UPR o de servicio a las modalidades de turno. Solo los STEM tendrán carta blanca y las ciencias y artes liberales serán adorno o exilio.
¡Qué circulen en ella nuevamente estudiantes, docentes, no docentes y administradores competentes, honestos y comprometidos! ¡Qué se oigan sus voces, sus pasos, sus dudas y sus quejas! ¡Qué experimenten el país en cursos, talleres, seminarios y foros virtuales y presenciales e híbridos, pero bien hechos e impartidos por profesionales en sus campos particulares e interdisciplinarios! ¡Qué se distingan en la investigación, en la creación y en la práctica profesional y tecnológica! ¡Qué aprendamos a socializar como comunidad pensante, actuante y gozosa en actividades curriculares y en los distintos espacios que provee la institución! ¡Qué su Teatro y auditorios abran y sus bibliotecas y centros de investigación crezcan en recursos y sean usados! En fin, que le devuelvan su alma con todo y sus heridas y cicatrices. Bregamos, diría Arcadio Díaz Quiñones.
Ni al gobierno ni al capital, ni a otras instituciones de educación pos secundaria, les interesa la universidad estatal ni están dispuestos a defenderla. Nos toca a nosotros. Hay que obligarlos y dejar saber a las diversas comunidades que sin universidad no hay país, así como de la ganancia material y simbólica inmensa que representa en todos los aspectos de la vida. Sobre todo, dejar saber que no estamos dispuestos a cederla ni a sacrificarla. No a buitres, incompetentes y corruptos de adentro y de afuera. ¡Viva la queremos!
III.
Cito a Rocío Zambrana, de Colonial Disaster, quien, a su vez, cita de Rafael Bernabe citando de Walter Benjamin quien, a su vez, cita del surrealista Pierre Naville «Hay que organizar el pesimismo». En ese intercambio citacionista que atenta sobre la idea de propiedad, de autoridad exclusiva, de palabras e ideas, se argumenta que lo contrario del pesimismo no es el optimismo que puede hacer espacio a las falsas promesas (añado). Organizar el pesimismo es trabajar en la hora y el espacio propicio, abrir brecha a lo que puede suceder aunque no sea ni lo que se ha pensado ni que lo que suceda cumpla con todas sus expectativas. Optimismo cruel le llamó Lauren Berlant. Jean Paul Sartre y Giorgio Agamben han escrito que todo tiempo es del presente, aún el pasado, y nos exige actuar en él: desde nuestra docencia e investigaciones, desde las intervenciones sociales, culturales y comunitarias. Desde nuestra inteligencia y entendimiento como desde nuestros afectos. El espacio público es público en tanto pertenencia y derecho común que nos invita a ocuparlo y compartirlo. Se trata, también, al menos para mí, de poner el cuerpo en cuanta marcha me convoque, de apoyar a los artistas, intelectuales, trabajadores, jóvenes desencantados y población no binaria, habitantes de las barriadas pobres y periféricas o hijos de la migración (me afilio a ello en tanto afrodescendiente que hizo su elemental en la II Unidad Sierra Brava del barrio Tortugo y su doctorado en la Universidad de Princeton porque la UPR me formó) y que marchan hoy, aquí y en todo el Caribe y el mundo, por una sociedad justa y en contra de regímenes militarizados o coloniales que le roban y niegan sus derechos mientras protegen los privilegios de sus élites. Aunque un enemigo monstruoso los aceche o los infiltre, y de eso sabemos los puertorriqueños tras la colonialidad de dos imperios, no hay que darle lugar al silencio o a la resignación o a la vagancia banal (hay vagancias productivas y necesarias) del alma, la mente, el cuerpo, los sentidos y las emociones. Menos al miedo. Como universitaria retirada (no distanciada) lo que sí prometo a título personal, es que seguiré incordiando y profesando mi amor y compromiso por el país y su Universidad, aunque sea en estas notas febriles y disonantes; de pie o en silla de ruedas; encamada o bajo tierra o agua.