Antielogio
La tristeza no merecería tanto elogio
tampoco el derrumbe.
Habría que pedirles a los corales
que no se extingan;
el mar suele tragarse los intentos.
Habría que perseguir una voz
hasta un restaurante,
observar cuánta gente se sienta
con su soledad a beberse un trago
de nostalgia.
A veces quisiera saber qué recuerdan
cuando las sonrisas de cortesía se agotan
y queda el café y su desafío
con cada sorbo,
como si se tragaran algo de esa vida
y les tejiera la historia en la garganta.
Ahí uno sabe que no hay soledades solas,
que esos cafés,
están atestados
de las mismas historias.
Que allí están todos
esos cuerpos,
pero sin estar;
como fingir que no se mira
al lente,
para darle algo de drama a la foto.
No hay homenaje
para los tristes,
tampoco hay canciones
para la rabia,
y no estamos tan solos
para bebernos
un café, tú y yo,
ahora que nos despedimos.
Habría que regresar
a ese lugar en donde nos
quedamos solos,
y pedirle
a los peces
que nos
devuelvan
las agallas.