Apostar al olvido
En días recientes fue demolido el complejo de edificios que hasta hace pocos años albergó al Conservatorio de Música de Puerto Rico. Esa serie de edificios especializados, que funcionaban relativamente bien, en pocos años y gracias al abandono pasaron a ser un estorbo público que justificaba su demolición. Pero la historia de este lugar data de mucho antes. A partir del 1954, año en que llegó la televisión a Puerto Rico, ese mismo espacio albergó los estudios de Viguié Film Productions, la casa productora de cine local más importante de las décadas del 1950 y principio del 1960. Desde este estudio se le dio vida al Noticiero Kresto-Denia del Canal 4, al igual que a infinidad de anuncios comerciales de cine y televisión. Pero lo que más distinguió a este estudio, fue que desde allí se le dio vida al Noticiero Semanal de Viguié Film, programa desde el cual se le daba la bienvenida a la industrialización del país.
Viguié Film cesó operaciones a principios de la década de 1970 y en épocas más recientes el lugar fue utilizado para albergar al Conservatorio de Música de Puerto Rico. De este modo, el espacio se transformó de ser un sofisticado estudio de filmación a un lugar dedicado al estudio de la música. Con la mudanza a Miramar del Conservatorio de Música el espacio quedó inhabitado y a merced del paso del tiempo. Como era de esperarse, el abandono fue caldo de cultivo para que cualquier especialista disertara sobre lo costoso de reparar las estructuras y lo costoefectivo de demolerlas y hacer algo nuevo ahí. Nuevamente se apostó al olvido, a que las cosas cayeran por su peso; a una economía en donde al parecer los contratistas, ya no reparan cosas.
Ya no se puede hacer nada por estos edificios. En el lenguaje de los dólares y centavos no queda espacio para melancolías pasmadas que evoquen algún tipo de importancia histórica. Sin embargo, más allá de lo que le ocurrió a este complejo de edificios, vale preguntarnos si a las cientos de escuelas que ha cerrado y que pretende seguir cerrando el Gobierno de Puerto Rico se les piensa aplicar la misma receta. Obviamente no hay un plan para darles mantenimiento mientras permanezcan cerradas. Como es de esperarse las estructuras se deteriorarán y se tornarán inoperantes. Luego llegarán los expertos en bienes raíces, los ingenieros y la maquinaria de demolición. La historia se repetirá con nuevos protagonistas pero con los mismos resultados.
Sin embargo, esos resultados, y el costo político que acarrean, varían dependiendo el contexto. No es lo mismo demoler un edificio abandonado y sin aparente valor arquitectónico que socavar un entorno de actividad socioeconómica como los son las escuelas. La historia de cada uno de estos escenarios suele tomar un giro distinto.
Durante el proceso de desalojo de los residentes de los arrabales, el gobierno de Puerto Rico les advertía a las personas que esos terrenos no eran aptos para construir viviendas seguras. A excepción de casos obvios, como el del arrabal El Fanguito, este argumento no era del todo cierto. Muchas de esas comunidades, ya reubicadas en los caseríos, solían ver cómo al poco tiempo en los terrenos en los que un día ubicaron su comunidad, el gobierno permitía la construcción de fábricas y otras edificaciones del sector privado. El saldo político de estas acciones fue que la mayoría de esas personas “reubicadas”, en lugar de agradecer su nuevos apartamentos en el caserío, pasaron a ser militantes del partido de oposición. El valor social de ese espacio comunitario del que los habían sacado y los lazos humanos que ahí se posibilitaban iban por encima de las ventajas materiales o la salubridad de su nueva vivienda.
Los gobiernos apuestan al olvido y la realidad es que por lo general suelen ganar esa apuesta. El olvido y su implacable paso suele desdibujar edificios, industrias y hasta planes de país que en su momento enfebrecieron a las masas. Incluso a los próceres les aplica este destino cuando dejan de ostentar sus títulos y se reducen a ser el nombre de un complejo deportivo o de una calle. Edificios como el de Viguié Film se transforman o dejan de existir, y somos pocos los que nos damos cuenta. Sin embargo, en el caso de las comunidades y de los elementos que le dan coherencia a la vida que ahí se desarrolla, la historia suele ser otra. Los edificios en zonas industriales muy fácilmente se pueden demoler y sus empleados se pueden reubicar, pero las comunidades a las que se les quita un espacio como lo son las escuelas se quedan ahí, inconexas y preguntándose ¿por qué las cosas no funcionan como antes?, ¿por qué permitieron que la escuela se convierta en un basurero clandestino o en un hospitalillo de drogas?, ¿por qué el gobierno le regala nuestra escuela a entidades privadas?, ¡porqué dejaron perder la escuela! Los gobiernos pueden seguir apostando al olvido y de seguro lo seguirán haciendo, pero esta estrategia no suele dar resultados cuando día a día el entorno inmediato les recuerda a los ciudadanos por qué las cosas ya no funcionan como antes.