Atontarse, proteínas para la realidad
Esa sensibilidad –dirían algunos atontada– que se funde con levedad, con la abstracción del tiempo; detenerse a observar la cotidianidad, cual soplo y recreo que en los mejores casos resulta en Arte y sus múltiples formas y facturas, es lo que me llama la atención. La extracción de lo aparentemente nimio o casi inapreciable a la mirada de muchos.
No voy a referirme a los pep talks de sonreírle a la vida ni de dar Gracias, (a)Dios por todo lo que nos (con)forma hoy. A los consejitos walterisianos que inundan las distintas plataformas mediáticas, de que si la sabiduría de tus emociones dependen de ese gran maestro(a) que alberga en ti, etc. No hablo de la blandenguería de recibir y aceptar, lo que te acontece de buen agrado porque “todo tiene un propósito”. Francamente eso está manido. Aunque reconozco que por más consuelo de tontos que sea, sigue siendo una porción de la realidad.
A lo que deseo apuntar es a que existe un lado frágil, inmaterial a lo que nos ocurre. Un éter instransmisible. Como un suspiro audible a solas, ese parlamento que dialogamos con una (o varias) figuras hipotéticas y que cada vez enriquecemos en fantasías, esperando la ocasión de ejecutarlo.
En la marcha imparable del pensamiento convertimos las intenciones en parte de nuestra realidad, aún cuando tales reflexiones estén en la de categoría pajaritos preña’os. Sin irnos muy lejos, es precisamente cuando estamos “en blanco”, el afamado soñar despierto, que nuestro cerebro consume tanta o más energía que cuando se realiza un actividad que requiere razonamiento, por ejemplo un complejo ejercicio matemático.
Cuando nos abstraemos y tonteamos, el hipocampo y la corteza prefrontal del cerebro dialogan. Esto se conoce como red neuronal por defecto (Marcus Raichle, 2001). En esta comunicación entre las memorias (pasado) y las motivaciones (futuro) tomamos importantes decisiones y se llega a menudo a conclusiones reveladoras. Todo esto sin percatarnos. Es un estado interno que tiene que ver con “crear el mundo en que vivimos”, pero paradójicamente lo hacemos prescindiendo de la información que recibimos a través de los sentidos. De acuerdo con Raichle, la mayor parte de lo que vemos lo construye el cerebro. La vida privada del cerebro
Hablo de que en cualquiera de los casos, existe una valuable fragilidad en nuestro aparente divagar -en quedarse espaceá(o)– que exige ser respetada. Porque algo aprendemos cuando observamos las nubes ¿o no?
Apreciar lo efímero es hacer tributo a lo que pudo ser pero no. Es darle vuelta de hoja a las posibilidades y hacer con el mismo pedazo de papel un origami en donde cada superficie contiene su propio orden y valor. El orden justifica los propósitos. Me explico mejor, no creo que son mejores personas, ni más compasivas, aquellas que “luchan” y accionan por los derechos y el bienestar de los animales e intentan convencer a los demás que su corazón es grande porque sufren mucho cuando ven atropellos contra estos indefensos. O que aquellos seres que sienten ternura por un bebé en un coche son más propensos al bien humanitario.
A este (des)orden es al que me refiero. Cada finalidad tiene su principio y valorar la eutanasia, el aborto, las pruebas científicas en animales y esas prácticas “antihumanas” son igualmente maneras de apreciar lo frágil, lo perecedero y enaltecer la mortalidad. Con frecuencia cuando pienso en este tipo de cosas viene a mi recuerdo una señora que conozco, respingona y sonriente, que le compra empanadillas a los perros realengos de mi vecindario, pero pasa de largo e ignora el reclamo del sincasa de la esquina aledaña. Como aquellas personas que sí bajan el vidrio y compran pudines a quienes los venden en los semáforos pero cuando los aborda un enfermo -entiéndase adicto(a)- justifican su hipocrecía y avaricia con, Si fuera para comer ¡yo sería el primero que le compraría una oferta de burger king o una mallorca con mantequilla! Pero ese lo que quiere es meterse drogas. Como si un enfermo eligiera en todos los casos enfermarse. De modo que el cáncer del pulmón –digamos que, por fumar – es menos entrañable que el cáncer de mama. ¿Lo es?
Ese orden y otros desórdenes me merecen cuestionamiento. ¿Porqué la dignidad de un pez en la pecera al borde del suicidio es tema frívolo frente a la (in)utilidad de las monísimas capas de lluvia que se les compran a los perritos? (onerosas por cierto). Comparaciones como éstas abundan hasta aburrir. Por eso me detengo, no quiero pecar de lo que critico.
Lo leve, lo aparentemente simple e infantil
En los pasados días otoñales, que estoy confinada a una butaca cómoda y amamanto a mi hija recién nacida 19 de las 24 horas cada día, me ha dado con pensar en la fragilidad, en tales desórdenes, en las rutas bifurcadas de la vida interior, la mía y la de los demás.
Veo fragilidad en todas partes. Es probable que sea porque el acontecimiento tan (extra)ordinario de parir traiga consigo esa f(r)actura o tal vez porque mi pequeña es una maravillosa metáfora palpable de esto que trato de apalabrar. El caso es que para mí la extracción de lo hermoso de la vida ocurre a diario mientras hago las mismas tareas -que no por eso son tareas fáciles ni la mar de divertidas-: amamantar, cambiar pañales, acunar e ir forjando, en un entorno respetuoso, el carácter de mi bebé desde el día que nació. Es decir que esta plenitud caótica de llantos, desvelos y ansiedades; el ir conociéndonos una a la otra no es cosa que me tomo a la ligera. Ella pareciera que no habla, porque su vocabulario es más sofisticado y energético que el de aquellos y aquellas que tanto me aconsejan, por ser madre primeriza. ¡Pero qué mucho me va diciendo! Y cada día es una magnífica oportunidad para valorarme y reflejarlo ante sus ojos. Como me dijo una amiga -refiriendo a que sus ojitos tienen parecido a los míos-: Tus ojos, Dalila, ¡te miran!
Las más de las veces desde el lugar-tiempo más pueril suceden situaciones que nos remiten a observar todos los lados del origami. No hay que tomar como trivialidades los humores, las inconsistencias ni las contradicciones de lo que advertimos en un pensamiento fugaz. Hasta el aburrimiento tiene su ritmo, que si aprendemos a escucharlo nos dirá mucho más de lo que creemos oír. Allí donde se descarta reside otra forma. Lo favorable es aprovechar cada ánimo -hasta la pereza.