¡Ave María!
«Santa María líbranos de todo mal, ampáranos señora de ese terrible animal.» El marianismo popular del decir al canto de esta plena, ahora registrará a otra María, secular y demoledora.
Yo no nunca había vivido un huracán. Por esas cosas de la vida cuando los poderosos Hugo(1989) y Georges(1998) azotaron la Isla me encontraba fuera de Puerto Rico. Hasta que pasó María , Hugo y Georges eran en la memoria colectiva los peores ciclones de los últimos 30 años. Las plegarias y la bendición echada sobre la isla para que los huracanes se desviaran hacia el sur o el norte esta vez no fueron suficientes. El cambio de rumbo por los pasados 16 años, creó la convicción de la singularidad de nuestra Isla bendecida sobre las demás, pero esta vez y, a pesar de las plegarias, Irma causó muchos daños pero nada como María. Y no lo digo porque sea mi primer huracán, si no porque nunca antes había pasado por Puerto Rico nada parecido.
Me refugié en la casa de mis padres para hacernos compañía cuando los medios noticiosos de todas partes aseguraban el inminente azote de este monstruo de categoría 5 con vientos y ráfagas sostenidos de 180 a 200 millas. Pasó despacio a una velocidad de 10 a 12 millas por hora.
Los vientos estremecían las ventanas y las puertas ya desde las 1:00 de la madrugada del miércoles. Ráfagas que tumbaban ramas, árboles y el alumbrado de las calles. El ruido era ensordecedor. De la total y absoluta obscuridad surgía un silbido aterrador cada vez más agudo. Al mismo tiempo el sonido de las planchas metálicas de los techos y de las cortinas de las casas junto al de los troncos de los árboles partidos creaban un gran estruendo al chocar entre ellos, en su caída sobre los autos o al romper las ventanas. Fueron unas 6 horas de intensos vientos y ruidos. Esa madrugada sentí el movimiento furioso de María y me preguntaba cuándo los huracanes dejaron de llevar nombres de santos como los más conocidos de nuestra historia: San Ciriaco, San Felipe, San Ciprian, Santa Clara…
María en su paso destrozó a Puerto Rico. Al otro día del ciclón la isla más verde del Caribe era y es un enorme bosque seco. He visto la total destrucción de árboles, arbustos y pájaros. Aquí todo se ha caído y con la flora también las antenas, la telefonía y las telecomunicaciones. Nada es normal. Afortunadamente WAPA radio, una pequeña estación radial propiedad de un inmigrante cubano, sirvió para informar y alertar al país sobre los acontecimientos inmediatos pasado el huracán.
María nos ha sacado del confort y nos ha lanzado a la calle marcando en carne propia a la gente acostumbrada a ver estos y otros desastres a través de sus sofisticadas pantallas de ordenadores y televisores.
Porque la zona urbana se construyó para transitarse en automóviles, los servicios esenciales para obtener comestibles y medicamentos en esos centros comerciales distantes a nuestras áreas residenciales nos ha tirado sombrilla en mano a caminar por avenidas y calles vecinales. Como escasea la gasolina he visto a la gente despojada de sus autos caminando bajo el sol ardiente para llegar a los bancos y a los supermercados y hasta donde haya señal para el celular. El peinado, el blower, el maquillaje no son una prioridad. Tennis, gorras, sombreros y mochilas constituyen el atuendo más ligero para hacer las largas colas para comprar comida, gasolina y diésel. Lo mismo para retirar dinero de algún cajero que funcione porque comprar hielo y comestibles requiere dinero en efectivo.
María nos ha revelado la realidad de vivir en una isla y el verdadero significado de los puertos. El Puerto Rico depende de todo lo que entra por esos puertos hoy averiados sin los cuales aquí no llegan provisiones. Los robos y el vandalismo son la orden del día. De cara a los asaltos y a la inseguridad el gobierno ha declarado un toque de queda prohibiendo la circulación de la gente entre 9:00pm y 5:00 am. Al mismo tiempo también prohibió durante una semana, la venta y consumo de alcohol en barras y restaurantes.
María será recordada por la Ley seca: sin agua, ni luz, aire acondicionado y sin alcohol. Porque los centros comerciales como Plaza Las Américas, «el centro de todo», están cerrados, se carece de hielo, agua, gasolina o diésel, no beber, comprar ni salir por el Toque de queda, el castigo parece prolongarse.
A los diez días de María el país sigue apagado y se desconoce cuándo comenzará la reconstrucción. Hay miles de personas en los refugios o en las casas de familiares que como los míos todavia tienen un generador de electricidad con diésel. Al día de hoy se desconoce el número de muertos y cómo se encuentran cientos de familias en los pueblos de la montaña. Hay desolación y desesperación entre los pacientes porque apenas se ofrecen servicios medicos por la falta de electricidad. A los muertos no se les puede enterrar ni hacer los velatorios y hasta hay morgues donde han robado los generadores que mantienen las neveras frías. Por la crisis fiscal que atravesamos se sabía que nuestra infraestructura se estaba deteriorando, pero María ha desenmascarado aún más la pobreza oculta tras el velo del pasado progreso. Puerto Rico vuelve a ser la vitrina del Caribe y ahora se nos ve desnudos.
Esta mañana he visto un pitirre solitario sobre una rama seca de un árbol. Parecía extraviado pero también he visto un colibrí celebrando el néctar de las flores que milagrosamente resistieron a María. Resistiremos como esas Roelias, como el pitirre o ese alegre colibrí gracias al amoroso gesto y la generosidad de voluntarios y voluntarias que cuidan a cada paciente y les llevan hielo, agua, ropa y esperanzas a cada familia a quien María despojó de todo. Poco se dice y se discute sobre la Universidad, las escuelas, los títulos, las graduaciones, la deuda y la crisis fiscal. Salir huyendo de la Isla parece una alternativa pero ni el aeropuerto tiene electricidad en su totalidad. No hay remedio fácil y el calendario y los horarios ya no se marcan de la misma manera . Todo está en compas de espera y «hasta nuevo aviso».
Por ahora María nos ha convertido en otra isla y quizás en otra gente.