Babel
“El universo (que otros llaman la Biblioteca)”
–Jorge Luis Borges
La matemática, la ciencia más exacta, es una ciencia humana no perfectamente aplicable a la naturaleza, insinúa Borges. La circunferencia terrestre rebasa por 75 kilómetros los 40 mil; y se demora un poco más de 365 días para darle la vuelta al sol. Si la ciencia más exacta no cuadra con el orden universal: a pesar de su fantástica capacidad técnica hay un algo más en la naturaleza irreducible a la decena más cercana. Por su parte, la biblioteca —el archivo del conocimiento humano— por más clasificados que estén sus anaqueles, dicha organización no alcanza a dar una explicación correcta, exacta, porque si así lo fuera, no habría diferencia de opinión: todo el mundo —reducido a todos los hombres en el cuento— poco a poco cederían ante su absoluta verdad.
“Tlön”, en cambio, es un universo urdido por humanos, cuyo orden y exactitud fascinaba a la humanidad. “Encantada por su rigor”, nos dice un personaje llamado Borges, qiuen se refugia en la literatura en medio de la Segunda Guerra Mundial.
Cuadrar la caja es la orden del día en una isla endeudada hasta las teleras. Para ello, “descifradores” de la deuda e “inventores” de su solución encajan presupuestos gubernamentales, pensiones de retiro, planes de salud y días festivos. Para pagarle a los bonistas —y de paso enriquecer a una bandada de buitres— como una bomba de napalm imponen presupuestos desoladores de hogares, cierran escuelas, reducen beneficios laborales y encarecen los estudios universitarios. El servicio público y sus trabajadores sentirán sobre sus hombros el peso de la deuda como si fueran los culpables o únicos responsables de pagar la deuda. Mientras un ex gobernador —cuya pensión no se verá afectada en nada— vela ahora por los intereses de a quienes les vendió bonos chatarra a nombre del pueblo de Puerto Rico.
La Torre ha perdido su aura de humanismo y sus espíritus arielianos que comenzaban a entenderse con los tambores de Calibán pagarán tres veces lo que ayer pagaron para tener la misma universidad. El conocimiento parece limitarse a una planilla y que los pobres que quieran ser profesionales vean su educación como una inversión para la cual hay que asumir el riesgo de endeudarse. Y maestras y maestros tendrán que buscarse un part-time después de la escuela para pagar el préstamo por su preparación para servir al pueblo de Puerto Rico
No me asombra que para calculadores del negocio —no hay ni un universitario profesional en esa Junta que impone órdenes a la Universidad— las instituciones educativas se midan por cifras. Así la han medido gran parte de sus administradores por décadas y décadas y de paso estableciendo el sal pa’ fuera como la norma de continuidad universitaria. Desde Jaime Benítez en la UPR no ha habido ninguna transición de un Presidente en propiedad a; norma repetida ad nauseam por el sistema; impidiendo así la continuidad de planes aprobados, muchos de ellos tras arduas discusiones. Aquello que decía Noam Chomsky sobre la ruina del bien para venderlo barato, aquí se hace desde hace más de medio siglo con la educación. Como en la Salud Pública, el cambia y cambia de finquitas ha lacerado la confianza, exprimido presupuestos, asegurado puestos a amiguitxs, enriquecido a abogados y educadores privados y de paso desprestigiado la educación. Uno de estos educadores fungía de Secretario y a lo viejo vaquero escondía tres millones debajo de su mattress. No sé de los otros ocho igualmente desviados y que estaban destinados a la educación de los estudiantes bajo su Departamento. Tampoco sé, nadie investiga porque este robo fue legal, con cuánto se enriqueció el que vendió computadoras a maestros, para que no las usaran y que de todos modos no tendrían repuesta ni update para sus programas. Así, legalmente, se invirtió diez veces más de lo necesario en un tren con estaciones de lujo, estacionamientos pequeños y la tela más cara para sus asientos. “Te convido a creer cuando digo futuro”, parecía que decía Pedro, el padre, cuando aprobaba el presupuesto de lo que quizás será el tiesto urbano menos visitado del Caribe. Como también están legalmente gastados los $3.3 millones de la oficina del Senado en Washington, mientras se anuncia que no hay presupuesto para carreteras.
A nosotros sí nos “llegó el futuro sangrado de ayer”, pero a diferencia de cómo Silvio Rodríguez contemplaba la Cuba tras el socialismo, nuestro sangrado fue a lo mexicano. La sangre se mide por tubos y “hay que pagar la cuenta”, como diría Rubén Blades. Como el sangrado fue mucho y los interesados por el cuerpo no son donantes, la sangre derramada en intestinos de unas sanguijuelas ahora hay que reponerla con horas de trabajo y sin llamarla “domingo rojo” como adornaran el trabajo voluntario en Cuba durante la revolución. Así lo recetan los justicieros de la Junta y sus secuaces.
Bien, pero asombra que viniendo de personas vestidas de cónsules imperiales, a nombre de cuentas claras y de la supremacía de la propiedad privada, impongan planes para los cuales no han hecho estudios. ¿Cuál es el impacto del aumento en costos de matrícula para las familias? Casi el 40% de los estudiantes de la UPR no reciben asistencia económica; ¿dónde está el estudio que asegure volverán a matricularse a esos costos? ¿Qué pasará con los programas graduados? ¿Contempla el aumento en costos un aumento correspondiente en asistencia económica? ¿Cuál es? ¿Consideraron cuáles fueron los impactos de los aumentos en universidades públicas en Estados Unidos? ¿Su relación con el endeudamiento de los nuevos profesionales? ¿Tomaron en consideración que hay cientos de familias que no se han recuperado de los huracanes? ¿Quién costea la transportación de las y los estudiantes a sus reubicadas escuelas? ¿Cuánto es el ahorro de los cierres; del reajuste de recintos universitarios?
Lo que asombra es que estos místicos matemáticos no hayan hecho el trabajo para el cual se les asigna $150 millones del presupuesto del pueblo de Puerto Rico: un estudio que justifique el cálculo. Con cínica mediocridad se basan meramente en datos matemáticos de una deuda y una ganancia que se negaron si quiera a reexaminar. “Claro, ¡bruto!”, me diría un pana de mi escuela. “¿Acaso uno de sus miembros no fue artífice de la deuda?”, me recordaría otra. Bien, pero ¡que estos ajustadores de cuenta no hayan hecho su trabajo y quieran pasar por eficientes administradores de bienes bancarios! Los debiera destituir la Corona, perdón, el gobierno que los nombró por ineficientes e irresponsables. Ninguno de ellos, no sé si de sus bien pagos ayudantes, puede contestar una de estas preguntas: ¿Cuál es el impacto universitario del aumento en costos de matrícula? ¿Cuál es el impacto humano del recorte en las pensiones? ¿Cómo la reducción de día festivos y de enfermedad aumenta la productividad? ¿Cómo impacta el tan deseado turismo interno? ¿Puede una familia puertorriqueña vivir con mil dólares al mes? Y para colmo, ¿acaso se creen capaces de imponer dicho ajuste sin que nadie se moleste? ¿Sin que haya quien desee contestar la agresión contra su economía familiar? ¿Cómo esperan que la gente reaccione? ¿Hasta dónde tuerce la tuerca?
No me asombra que haya habido pocas personas en el escudo de maestros por la educación. No solo el gobierno abandonó la educación pública al someterla al tirijala partidista; la clase media, incluyendo dirigentes independentistas, socialistas y sindicalistas ya habían descartado la educación pública para sus hijos, principalmente en las áreas metropolitanas. Además, la estadística a la que la prensa reduce la actividad no valora el esfuerzo de un estudiante del centro de la isla para quien el viaje a San Juan en guagua es una gran aventura. Y no lo hizo para ver monumentos de viejos imperios ni al presidente que en el Capitolio veneran, sino para que no cerraran su escuela. Como Bernardo Vega, quizás este sea el vaticinio de un viaje más largo en guagua aérea.
Además, no está fácil la brega y sin alguien que te busque los nenes a la escuela no puedes ir a la protesta, mucho menos a la reunión. Mejor la iglesia, allí los cuidan y le enseñan la Palabra y su valor. También está el que difiere, el que no cree en la protesta y otros que ni en los que protestan creen. Además, hay locutores que todavía azuzan con el miedo al comunismo y colegas que asignan trabajos para las fechas en que otros han llamado a la protesta. Mucho temor y desconfianza: no hay profetas, ni ángeles con trompeta o jinetes iluminados. Al menos, no visibles para mi ojo humano.