Betances, Haití y la Confederación Antillana (Parte II)
Afectividad y política
Ramón Emeterio Betances desembarcó en Nueva York en 1869, solo meses después de la fundación de la Junta Central Republicana de Cuba y Puerto Rico, la cual contaba con el cubano José Morales Lemus como presidente y el puertorriqueño José Francisco Basora como secretario. Durante su exilio en Nueva York, Betances se dedicó a la escritura, traducción y publicación de varios textos, con la intención de comunicar su visión política. En esta época, la traducción y diseminación de textos de propaganda eran un registro crucial de la articulación política de los afectos asociados al carisma. Al mismo tiempo, el desarrollo de los medios visuales comenzaban a transformar la cultura política y las tecnologías del discurso, tanto en la oratoria como el panfleto político. Las destrezas de Betances en estas tecnologías se reflejan en sus panfletos más conocidos, por ejemplo, en los documentos que publicó desde su exilio en la isla de Saint Thomas. Entre estos se destaca su célebre panfleto “Los diez mandamientos de los hombres libres”, la cual fue publicada originalmente en noviembre de 1867. En este panfleto, Betances usa las tecnologías visuales de la imprenta —distintos tipos de tipografía, letras mayúsculas y en negrita, y signos de exclamación— con el fin de expresar su mensaje político (Ver la Figura 3.1).
Figura 3.1 “Los diez mandamientos de los hombres libres”, propaganda radical escrita por Betances (Reproducción del original por cortesía de Dr. Félix Ojeda Reyes, El desterrado de París).
Mientras vivía en Nueva York, Betances tradujo los discursos abolicionistas de Wendell Phillips y varios textos políticos del intelectual y educador francés Édouard de Laboulaye, en particular El partido liberal, su progreso y su porvenir (1869).[1] Algunas de estas traducciones se publicaron en periódicos o circularon de manera informal entre las comunidades de exiliados.
En el periódico La Revolución aparece una reseña de la traducción que hizo Betances del discurso de Wendell Phillips sobre Toussaint L’Ouverture: “la traducción se ha publicado en un elegantísimo folleto, que se distribuirá gratis entre los cubanos y puertorriqueños…es lectura fortificante la de los actos, pensamientos y sentimientos del grande hombre de la raza etiópica”.[2] Aquí se registra la idea de que las políticas afectivas requieren de actos performativos para poder crear una experiencia “fortificante”, es decir, enriquecedora. Betances entendía que la lectura y la escucha activa eran actos cruciales para la formación de comunidades, y se veía a sí mismo como un medio, una herramienta para la emisión de un mensaje político. Betances pensaba que Toussaint, “el gran hombre de la raza etiópica”, podía ser un símbolo de grandeza política para los cubanos y los puertorriqueños. Al encarnar un modelo de unidad entre los negros, la vida de Toussaint cifraba no solo el empoderamiento de los líderes militares afrodescendientes, sino la unificación de los elementos discordantes de la sociedad, para propiciar de este modo la lucha por la independencia.[3] Betances fue creando así política afectiva que se manifestaba en la lectura pública, lo cual era claramente su intención en el proceso de redacción.
Cuando Betances trabajaba en un ensayo sobre Alejandro Petión en 1869, su mayor aspiración era avanzar la lucha por la independencia cubana. En efecto, además de estar dedicado a “Cuba Libre”, el ensayo utiliza un lenguaje pragmático en el que se registra el deseo de obtener apoyo para la abolición de la esclavitud en Cuba y Puerto Rico, la soberanía política, y a la vez se intenta convencer a aquellos reformistas cubanos y puertorriqueños que aún no se identificaban con la causa revolucionaria. El ensayo tenía igualmente otro objetivo: criticar al sector reformista del parlamento español, y proponer la reestructuración económica de Puerto Rico mediante una reforma agraria y una política de inclusión racial.
En el ensayo, la vida de Pétion toma la forma de un relato masónico, es decir, un relato que manifiesta la visión del self-made man. Además de representarlo como un buen hijo, el Pétion que se describe en el texto es un artesano humilde y virtuoso que se une a la rebelión y se convierte no solo en un formidable líder militar, sino en un pensador independiente, a través de los distintos acontecimientos que conducen a la formación de Haití. En un pasaje notable, se comparan las poses inútiles del parlamento español[4] con el activismo de Vincent Ogé[5] en las sesiones de la asamblea francesa de 1789. El ejemplo de Ogé funciona por ende como una táctica geopolítica para criticar la política reformista en Cuba y Puerto Rico. Según Betances, las palabras vacías del reformismo “anunciaban el vértigo de la tiranía y el nacimiento de un pueblo libre”(45).[6] Betances leyó el ensayo por primera vez en una logia masónica en Port au Prince, Haití, en 1870, pero su intención principal era explicarle a los rebeldes cubanos las similitudes positivas entre la Revolución Haitiana y la guerra en Cuba, y, al mismo tiempo, promover la independencia y la abolición de la esclavitud en Cuba and Puerto Rico. El texto es, en definitiva, un espacio donde se articula el arte de la traducción y un mundo bicultural y bilingüe, así como la identificación pan-étnica y los discursos sobre la cuestión racial. Betances dio el discurso en francés ante un público compuesto de masones francófonos y hablantes de kréyol, pero el texto se publicó igualmente en español un año después, en 1871, en la Ciudad de Nueva York.
En su totalidad, el ensayo representa una respuesta crítica a la concepción de que la historia haitiana sólo ofrece ejemplos negativos de abusos de poder de parte del liderato negro y mulato. Betances no solo desmiente esta idea, sino que propone que la trayectoria radical de Haití ha producido un modelo de fortaleza y liderazgo revolucionario para todo el Caribe y América Latina. El ensayo hace mención de los excesos perpetrados por Christophe y Dessalines, entre otros líderes, pero se indica también la trascendencia de Alexandre Pétion como estadista; para Betances, un modelo ideal de los valores republicanos. Por ello, la instauración del Estado constitucional en Haití cumple un papel fundamental en el argumento de Betances sobre cómo gobernar las naciones caribeñas del futuro. Además de considerar la Revolución Haitiana como un ejemplo político para el avance de la independencia de Cuba y Puerto Rico, el ensayo identifica a Pétion como la figura que mejor encarna la voluntad del pueblo. El cuerpo racializado de Pétion se concibe así de forma simbólica, a la vez que se engrandecen las raíces africanas y la mezcla racial como significantes de sacrificio y emancipación:
que la sangre africana por esos descendientes de los hijos del desierto, vino, como la sangre latina de los franceses, a fecundar, en el suelo americano, la libertad que durante tantos años, ha negado los Estados Unidos i que niega aún España a aquella raza capaz de tantos sacrificios. Es que mientras más oprimido ha sido, más sangre necesita verter un pueblo para conquistar la libertad.[7]
Betances examina más adelante un sinnúmero de episodios dentro de la historia de la Revolución Haitiana. En conjunto, estos detalles constituyen la historia de lo que Michel Rolph-Trouillot llama “la guerra dentro de la guerra”.[8] Dentro de esta historia, el ensayo resalta la sabiduría política de Pétion en vez de su reconocido genio militar. Para Betances, el verdadero genio del prócer haitiano residía en la capacidad de crear, como estadista, un sentido de unidad entre las diversas facciones revolucionarias: “la política pura, humana, democrática, pacificadora, la que forma por fortuna, tradición en Haití y cuyo glorioso representante es Pétion”.[9]
Al hacer alusión a la famosa reunión entre Bolívar y Pétion, Betances incluso establece una equivalencia entre este último —y la propia nación haitiana— y las luchas revolucionarias de América Latina y el Caribe. Es necesario señalar, por otro lado, que a pesar de que Betances y otros radicales puertorriqueños sí se llegaron a expresar a favor de la reforma agraria de Pétion y sus otros proyectos de justicia social, la mayoría de los criollos blancos no apoyaba este tipo de visión, ni tampoco todos los revolucionarios cubanos, muchos de los cuales no deseaban la independencia para Cuba, sino la anexión bajo Estados Unidos. Los abolicionistas puertorriqueños tendían a ser más radicales que las élites hacendadas de la parte occidental de Cuba, y por lo tanto consideraban que dichas reformas constituían un modelo destacado para la causa revolucionaria:
La ley agraria de Pétion; la distribución de tierras así entre los más distinguidos como entre los más humildes soldados y fundadores de la independencia, fijó en Haití la república democrática, e hizo de una horda ensangrentada, y aturdida por el estruendo de tantas batallas, un pueblo de apacibles propietarios que todos ven en sus hogares la patria, su interés en el orden, la libertad y la gloria en la salvación de su nacionalidad.[10]
Al indagar sobre la “ley agraria de Pétion”, Betances coloca a las poblaciones esclavas y libertas de Puerto Rico y Cuba en el centro de la discusión. La tierra y el campesino —la figura del jíbaro en Puerto Rico y del montero en la República Dominicana— ocupan una posición prominente en el imaginario de Betances, particularmente en sus ideas sobre el régimen nacional-agrario. Esta idea de nación se relaciona a su vez con un discurso particular de masculinidad que se aproxima a las imágenes del sujeto masculino en la novela El montero (1856), del dominicano Pedro Francisco Bonó. En este texto, la figura del montero se identifica directamente con la naturaleza y la tierra dominicana, y deviene así en símbolo de la cultura nacional. Por otro lado, para muchos de los escritores cubanos de la época, este tipo de imaginario correspondía al guajiro, el campesino de las provincias orientales de la colonia, en donde se originó el Grito de Yara (1868).[11]
Otro elemento que se destaca en el ensayo es la referencia al profundo conocimiento de Pétion sobre los peligros de la política imperialista para las naciones del Caribe. En otro discurso leído en Port-au-Prince ante un grupo de masones, Betances advierte sobre la nueva amenaza en la región: el imperialismo emergente de Estados Unidos y la posibilidad de una invasión militar. Uno de los ejemplos que menciona es el hecho de que, tras las negociaciones fallidas entre el gobierno estadounidense y el dictador dominicano Buenaventura Báez para la venta de la bahía de Samaná, se pasó a discutir la compra de una extensa región del este del Caribe, incluyendo la isla puertorriqueña de Culebra, y la bahía de San Nicolás, en el noreste de Haití. Betances explica que:
Las Antillas atraviesan hoy por un momento que jamás han atravesado en la historia: se les plantea ahora la cuestión de ser o no ser. Rechazamos este dilema. Es este el instante preciso de obrar en una defensa unida. Unámonos los unos con los otros para nuestra propia conservación. Será en vano que un mandatario impío intente traficar con el país, como en Santo Domingo, sacrificando a sus conciudadanos; será inútil para España que trate de acabar con la insurrección de Cuba vendiendo la isla a los Estados Unidos y dar comienzo así a la absorción de todas las Antillas por la raza anglosajona. Unámonos. Amémonos. Formemos todos un pueblo de verdaderos masones, y entonces podremos elevar un templo sobre bases tan sólidas que todas las fuerzas de la raza sajona y la española reunidas no podrán sacudirlo; templo que dedicaremos a la independencia, y en cuyo frontispicio grabaremos la inscripción imperecedera como la Patria…“las Antillas para los Antillanos.”[12]
Betances enuncia aquí una nueva ética masónica, fundamentada en la fraternidad radical, el amor y la unión transnacional. En el llamado a sus compañeros antillanos en contra de “la absorción de todas las Antillas por la raza anglosajona”, se destaca también la exhortación de construir un templo “sobre bases tan sólidas que todas las fuerzas de la raza sajona y la española reunidas no podrán sacudirlo”. La entrada del templo estaría inscrita con el lema “Las Antillas para los antillanos”, una frase que aún resuena en la historia contemporánea del Caribe y el impacto actual del imperialismo estadounidense y europeo en la región. Años después, Betances retomará el tema de las Antillas desde su exilio en París, en una serie de cinco artículos publicados en el periódico masónico francés La Chaîne d’union. Uno de los asuntos que se trata en estos textos es la disputa entre los masones cubanos del Gran Oriente de Colón y la Gran Logia Nacional de Cuba, en la cual participó Andrés Cassard: “Dos sectas masónicas se alzan en Cuba; ellas se desarrollarán paralelamente; pero llegará sin duda para ambas el día de la unión. La mayor gloria será entonces para la que haya contribuido más a propagar la instrucción y dar así parte de la humanidad que se mueve en los límites de su jurisdicción.”[13]. De forma similar a la obra masónica de Cassard, Betances discute en estos artículos la cuestión cubana y la revolución, así como la abolición de la esclavitud en Brasil y el Caribe. Paul Estrade sugiere que Betances dejó de escribir para La Chaîne porque el periódico adoptó una ideología católica y conservadora. Estrade enfatiza, sin embargo, que la idea de humanidad y fraternidad pasó a cumplir una función determinante en la visión política de Betances, bajo el patrocinio de las alianzas y los saberes del mundo masónico.[14]
Fraternidad antillana, radicalismo mulato
“…su política franca, como la fuerza, perseverante como la razón, paciente como la justicia, parece dominada constantemente por un sentimiento; la humanidad, basada en una convicción: la humanidad.” —Ramón E. Betances, “A Cuba Libre: Ensayo sobre Alejandro Petión”[15]
Para Betances, la fraternidad masónica cumplía un propósito político y civil. Las políticas del secreto masónico le proporcionaron un espacio desde donde podía crear y fomentar un sinnúmero de nexos a nivel transnacional y transatlántico. El discurso de estas afiliaciones secretas se caracterizaba por la construcción de una “política afectiva”, un modelo abierto basado en la afirmación de solidaridades revolucionarias ante el espectro de la guerra, pero también recurría a un lenguaje exclusivista que se limitaba solamente a los miembros del templo. Sin duda, la creciente preponderancia de los soldados negros y mulatos dentro de los ejércitos revolucionarios llevó a una mayor integración racial en las logias criollas, pero aún así las diferencias de clase imperaban en la composición social de la membresía masónica. Como se verá en la discusión del próximo capítulo en torno a Arturo Schomburg y sus afiliaciones con la orden masónica de Prince Hall, el ser miembro de una logia en particular estaba directamente ligado al origen nacional y a la condición social del individuo. En el caso de las relaciones masónicas de Betances, éstas tomaron forma, en términos generales, en el contexto de la lucha en contra de los imperios, específicamente España y Estados Unidos. El desarrollo de su posición y estatus dentro del mundo masónico, sus afiliaciones políticas y sus alianzas en el exilio se vinculaban de manera distintiva con la causa revolucionaria en contra del imperio español, y con su subjetividad colonial y caribeña. En Betances, el lugar donde comienza esta lucha histórica —en nombre de toda la humanidad— es Haití. El futuro humano dependía, según Betances, de la comprensión colectiva de las realidades históricas y políticas del colonialismo.
A pesar de su crítica al colonialismo, es cierto que, las alianzas masónicas funcionan dentro de las estructuras teleológicas, masculinas y clasistas que se desprendían de los proyectos liberales de construcción nacional en el siglo XIX. Esto se debía en parte al hecho de que este tipo de lazo, entendido como una construcción social, seguía los modelos burgueses de “camaradería y fraternidad” y sus limitaciones en términos de raza, género y clase. Es evidente, sin embargo, que el carácter transnacional de la masonería constituyó una de las bases del lenguaje político moderno en las Américas.[16] Los sujetos afrodescendientes que formaron parte de las milicias y ejércitos en el Caribe tuvieron un papel central en la creación del lenguaje masónico, un discurso a través del cual se llegaron a forjar y facilitar un sinnúmero de relaciones de solidaridad —más allá de las diferencias de raza y clase— entre distintos grupos caribeños, como en el acontecimiento de la Revolución Haitiana y la conspiración de Aponte.[17]
Para líderes como Betances, Firmin y Martí, la masonería y el modelo liberal de construcción nacional se vinculaban a través de la adhesión a los principios republicanos y democráticos de igualdad racial y justicia social. Resulta claro, sin embargo, que dicho modelo fracasó en el contexto cubano. En su análisis de la célebre reunión entre Martí y Firmin en Monte Cristi, Brenda Gayle Plummer ha destacado los límites del imaginario de la nación liberal. Al privilegiar las luchas a favor de la soberanía nacional y la unidad panamericana, ambos intelectuales relegaron a un segundo plano el llamado de los cubanos negros a la igualdad racial: “Si el panafricanismo fue una forma de desvincularse de los discursos que no privilegiaban la negritud, el panamericanismo fue una forma de subordinar éste y otros tipos de particularismos de modo que permaneciera intacto el estado-nación”.[18] En su defensa de la independencia cubana en la prensa estadounidense durante los años 1890, Martí recurrió al discurso de la fraternidad para articular la idea de un futuro de igualdad, una “nación para todos” y una “Cuba sin razas”. Para Martí y otros pensadores liberales, incluyendo a aquellos líderes negros que atacaban el racismo institucional (como en el caso de Firmin), la educación era la única solución para poder trascender la desigualdad racial y así honrar las comunidades afrodescendientes. Por muchas décadas, las contradicciones de este modelo de ciudadanía liberal y pertenencia nacional provocaron una profunda división en la política republicana de Cuba, mientras que el ideal del blanqueamiento definió el imaginario nacional puertorriqueño y dominicano (a través de las figuras del jíbaro y el indio, respectivamente). En ese sentido, los intelectuales negros como Arturo A. Schomburg y Rafael Serra entendieron que la lucha contra el racismo tendría que hacerse con un gesto de doble conciencia; que negociara sus críticas al discurso liberal, y al mismo tiempo se acomodara a las inflexiones del nacionalismo criollo.
*** Muchísimas gracias al Dr. Kahlil Chaar-Pérez por la traducción de este ensayo y por su trabajo de edición y revisión de notas históricas de Writing Secrecy in Caribbean Freemasonry. La edición en español aparecerá próximamente por la editorial Almenara en España
[1]1Édouard René Lefèbvre Laboulaye (1811–1883) fue un jurista y escritor francés. Además de enseñar legislación comparada en el Collège de France y participar en la Sociedad Abolicionista Francesa, Laboulaye fue elegido como senador de por vida en 1875; un año después se desempeñó como administrador en la misma universidad, y en el 1877 regresó a la enseñanza. Se le recuerda más por ser el creador intelectual de la Estatua de la Libertad. Una variedad de letrados latinoamericanos, incluyendo al chileno Vicuña Mackenna y los argentinos Domingo Faustino Sarmiento y Lucio Mansilla, se hicieron no solo amigos de Laboulaye, sino partidarios de sus ideales. Mansilla, por ejemplo, tradujo un libro suyo, París y América (1863).
[2]2 Ver Díaz, El Antillano, 163.
[3]3 Betances fue el primer puertorriqueño en publicar un texto dedicado a la vida y obra de Toussaint L’Ouverture, pero no fue el único. En 1887, el político y comerciante autonomista Antonio Cortón escribió desde Barcelona una serie de nueve artículos dedicados a la figura de Toussaint L’Ouverture para La Revista de Puerto Rico, editada por Francisco Cepeda (II. vol. 34, julio 22-agosto 6, 1887). Esta revista fue censurada por el gobernador Palacios el 6 de octubre de 1887, junto a otras publicaciones liberales y autonomistas. Ver Pedreira, El año terrible del 1887, y Monclova, Historia del año del 1887.
[4]4 Jacques Vincent Ogé (Dondon, 1750–Port-au Prince, 1791) era un hombre libre afrodescendiente que pertenecía a la sociedad abolicionista “Les Amis de Noirs.” En 1971, Ogé encabezó una rebelión de 250 personas contra el gobierno colonial de Saint Domingue; fue capturado y ejecutado brutalmente el mismo año. (www.famousamericans.net/jacquesvincentogé).
[5]5 Suárez Díaz, El Doctor Ramón Emeterio Betances y la abolición de la esclavitud, 84.
[6]6 Rama, Las Antillas para los Antillanos, (45).
[7]7 Íbid., 82.
[8]8 Michel Rolph Trouillot, Silencing the Past: Power and the Production of History, 31–70.
[9]9 Suárez-Díaz, El Doctor Ramón Emeterio Betances y la abolición de la esclavitud, 97.
[10]10 Íbid., 103.
[11]11 Agradezco a mi colega Robyn L. Derby por esta importante referencia sobre los escritos de Pedro Bonó.
[12]12“Amérique du Sud,” La Chaîne d’union no. 8, agosto, 1877, 424–428; Estrade, “Betances, masón inconforme,” 562.
[13]13 Ver Estrade, “Betances, masón inconforme,” 570
[14]14 Suárez-Díaz, El Doctor Ramón Emeterio Betances y la abolición de la esclavitud, 97.
[15]15 Ojeda Reyes, El desterrado de París, 192–193.
[16]16 Esto se percibe también en el contexto de las logias afroestadounidenses de Prince Hall: su membresía era por lo general de clase media. Ver Maurice Wallace, “Are We Men? Prince Hall, Martin Delaney and the Masculine Ideal in Black Freemasonry 1775–1865,” American Literary History, 396–424.
[17]17 Ver Eugene Genovese, From Rebellion to Revolution: Afro-American Slave Revolts in the Making of the Modern World; Stephan Palmié, Wizards and Scientists. Explorations in Afro-Cuban Modernity and Tradition; y Childs, The 1812 Aponte Rebellion in Cuba and the Struggle against Slavery.
[18]18 Brenda Gayle Plummer, “Firmin and Martí at the Intersection of Pan-Americanism and José Martí’s “Our America” From National to Hemispheric Cultural Studies, 233.