Bingo
La reedición de La novelabingo es un bienvenido regalo. Un texto injustamente olvidado de Manuel Ramos Otero, muy poco leído en su momento, relegado mayormente a los anaqueles de alguna que otra biblioteca universitaria, reaparece gracias al auspicio del Instituto de Cultura Puertorriqueña, y al trabajo diligente de Vanessa Droz y Juan Gelpí. Esta edición conserva el arte gráfico de la versión original, corrige los deslices tipográficos típicos de los libros hechos con prisa y poco dinero, le añade un prólogo inédito del autor, que resulta ser un verdadero hallazgo para los estudiosos de su obra, y cuenta además con una nota explicativa de Droz que nos pone al tanto de las peripecias de la edición y un valioso estudio crítico de Gelpí que inserta la obra en sus contextos.
Me gustaría pensar que la cuasi desaparición de este texto por más de tres décadas le debe menos al olvido que a las artimañas del azar. La ventaja de haber dormido el sueño de los justos durante treinta y cinco años es que ahora, además de ser un texto que reclama, por fin, insertarse en su momento correspondiente, a mediados de los setenta, junto con los grandes éxitos taquilleros de Luis Rafael Sánchez y Rosario Ferré, exige también ser leído como si hubiese salido este año y fuese contemporáneo de José Liboy, Lina Nieves, Luis Negrón, Francisco Font, o AravindAdyantaya. De cierto modo estos autores son, al mismo tiempo herederos y coetáneos de esta extraña y fascinante novela de Manuel Ramos Otero, uno de los escritores más audaces de la última mitad del siglo pasado.
Para los que creen en el poderío del azar, de hecho, no hay olvido. Lo dice de un modo muy platónico Borges en dos versiones de un mismo poema: Sólo una cosa no hay. Es el olvido. Y La novelabingo es curiosamente una novela sobre la suerte, sobre los juegos de azar, sobre la posibilidad de ejercer alguna precaria soberanía ante el dominio de la incertidumbre y la amenaza del olvido.
Todos los personajes de esta novela, incluyendo hasta la misma máquina de escribir, y la figura del autor, que aparece como un tal Manuelo, son bolas dentro de un candungo, círculos moviéndose en el interior de una concavidad, el Mamutcandungo, de la que una mano extrae, al azar, el número que se canta en el momento y que constituye el capítulo específico que estamos leyendo.
Cualquiera que haya asistido a un juego de Bingo o Lotería en cualquier barrio, iglesia, centro comunal, o urbanización reconoce el modus operandi de la novela. En el Bingo los números se cantan a viva voz, y desde tiempos remotos los números tienen nombre. No se canta el número, sino el nombre del número. Esta es una antigua tradición española y distintas regiones a lo largo del mundo hispano tienen distintos nombres para los números de su lotería. La novelabingo se ampara en esa tradición y la lleva al límite, inventando nombres alucinantes para los números del sorteo. Esta novela, más que leída, exige ser oída, como el que oye a alguien, desde el origen del tiempo, cantar los números de la suerte.
La Unión de Bingueras Desafortunadas, que es como se llaman aquí las cantadoras de la suerte, no dicen 50, sino el mediopaquete, El número 66 se convierte en las comadres, como si las barriguitas de cada seis fuesen los vientres de dos mujeres encintas. El 11 se convierte en las patitas de Monse. Con sus dos patitas, el número se descompone, deja de ser meramente un 11, y echa piernas, las de alguien que corre desesperada, y que ya no es meramente once, sino Monse o Monserrate, una de las Bingueras Desafortunadas. El 88 se convierte en “los espejuelos de Mahoma”. Si miramos la figura del ocho y la viramos horizontalmente, se aparece un par de anteojos, y también el símbolo del infinito. Son los espejuelos con los que Mahoma mira el infinito como un desdoblamiento especular de un par de anteojos frente a otro par de anteojos, con los que el mundo se multiplica, convirtiéndose en un espejismo de sí mismo. El narrador nos dice: “los espejuelos de Mahoma tenían la particularidad de anticipar todas las cosas que nunca sucederán”.
La novelabingo empalma con la antigua tradición del cuento oral, y por eso está escrita como si estuviese dicha por una secuela de mujeres o de locas vestidas, con sus frases acomodadas, no de acuerdo al orden de la oración sino de acuerdo al ritmo incantatorio de una perorata infinita, con algo de chisme, de secreto y de injuria, donde la notoria ley del sentido es empujada y disciplinada por el impertinente cacareo del puro sonido.
El arte de contar se desplaza de oriente hacia occidente como un intento de exorcizar el número. La palabra cuento proviene del latín, computum, que significa cuenta. El cuento es un primo hermano de la cuenta, la otra cara del cómputo. Tradicionalmente, las narraciones aspiran a transformar la serialidad inclemente de la mera enumeración en el ritmo de un acontecer hilvanado, en una cadencia. Uno de los cuentos de Ramos Otero se titula, por cierto, Vivir del cuento, que en español puertorriqueño significa no trabajar. Pero esta frase adquiere para este escritor una compleja connotación. El que “vive del cuento” vive porque logra arrebatarle a la lógica implacable del número, que es la lógica del tiempo, un ritmo, una minúscula inmortalidad. ¿Qué sería, entonces, un cuento? Un acontecer que se opone o que lucha contra la inexorabilidad del deterioro y la caducidad de la muerte. El número impone una serie, pero el cuento añade un ritmo.
La novelabingo es una novela sobre la capacidad del arte de darle sentido al número. Habría que decir que no pudo re-aparecer en un mejor momento. En estos tiempos de tanta incertidumbre económica necesitamos libros que nos ayuden a soportar los números. Vivimos aplastados por el falso prestigio de las estadísticas, más llenas de insolencia que de ciencia. Los gobiernos apuestan por controlar las cifras: las cifras del desempleo, la cuenta de la luz, el número de muertos en las calles, la temperatura del calentamiento global, el número de robos y escalamientos, las libras que se aparecen en la balanza, las calorías, las pulgadas, los días que faltan para las elecciones. El estado y los medios de difusión, todo parece conspirar para aliarse con la demagogia del control de los números. Quién tiene la última encuesta, cuáles son las cifras fidedignas, cuál es el peso correcto, a qué tamaño debemos reducir la legislatura.
La literatura desconfía de las cuentas del estado y de los números de las encuestas. Apuesta por el rencuentro de los números con las palabras. En La novelabingo los números tienen historia, sexo, seña, saña, cuerpo, edad, raza, humor, pinta, raja, hambre y nombre. Su nombre ya nos dice de la pata que cojean. A lo mejor, si la suerte nos acompaña, La novelabingo se nos ha aparecido de nuevo para eso, para apalabrar las cuentas y redescubrir la entrañable deuda de los números con los cuentos, porque cómo se puede vivir hoy día, si no es del cuento.