Bogotá se tropicalizó
Pero en realidad los bogotanos se comportan, para mí, un boricua viviendo en el relativamente ártico norte, con un calor y una curiosidad que desmienten las críticas de los paisas de Medellín y los costeños de Cartagena y Barranquilla. Los bogotanos quieren ser salseros, quieren bailar la cumbia y cantar el vallenato, quieren moverse en un círculo tipo africano, quieren perderse en todo tipo de música. Por eso es que este año Bogotá fue nombrado como una Ciudad Creativa de la Música por UNESCO, y quieren que todo el mundo lo sepa: «tenemos mucho calor».
“Bogotá se tropicalizó», sigue Ruiz, hablando desde la tarima del Teatro Jorge Eliecer Gaitán, donde se dio un concierto en celebración de esta designación. “El mapa de la ciudad está tatuado con un pentagrama de circuitos sonoros que van desde el jazz y la salsa, los mariachis, el reggaetón y el hip hop, la chirimía y el rock». Colombia tiene géneros de música folklórica infinitos que se pueden encontrar en la costas dominados por estéticas africanas, o los valles y montañas donde predominan mestizos y criollos, un ritmo clave simbolizando la idea de una nación mestiza, la cumbia, y cantos pregoneros como el vallenato. Pero la ciudad principal de Colombia no es el puerto principal, como es en las islas caribeñas, es esta capital en las nubes que es gris y solemne, el imán que atrae migrantes en busca de trabajo, y más recientemente, desplazados de regiones victimizadas por los excesos de una guerra civil que ha durado más de 50 años.
Como muchos países de América, Colombia ha hecho del fenómeno de la naturaleza híbrida o sincrética de su música un proyecto con el que construyen su identidad nacional. Como hizo el compositor Lucho Bermúdez con ritmos como el porro, o Pacho Galán con la cumbia y su invención: el merecumbé, la industria de la música en Colombia en varias épocas se ha dedicado a fusionar varias tendencias de una manera que es una metáfora de la misma diversidad de carácter de la población.
Este ideal le provoca a los colombianos anunciar su devoción y su orgullo por géneros como el hiphop (presentado por grupos como Choc Quib Town, Midras Queen y MC Diana Avella), el jazz (la magnífica agrupación Big Band Bogotá), la salsa (Grupo Niche, Joe Arroyo), y el rock (los enigmáticos Aterciopelados). En el concierto del teatro Jorge Eliecer Gaitán (reconocida figura del partido Liberal que fue asesinado en 1948, al comienzo de la guerra civil) todos los bogotanos se pararon a bailar y festejar con los salseros posmodernos, La 33.
Aunque se puede debatir sobre si La 33 es de veras un conjunto de salsa, lo importante es que simbolizan el deseo del bogotano de participar en este experimento de identidad tropical, del mismo modo en que Big Band Bogotá crea una sensación de que de repente estuvimos en Nueva York o Nueva Orleans. El grupo que terminó el concierto, Onda Tropical, fundado por Mario Galeano, un visionario de la música híbrida en Colombia, me pareció una versión paralela a Los Pleneros de la 21, parecido en esencia y ejecución. Todo esto era un proyección muy ambiciosa, destinada a convencer al mundo de que Colombia hace una mezcla formidable y difícil de reproducir.
Los gustos del bogotano no se limitan a grupos locales tampoco. Un concierto con el pianista dominicano Michel Camilo y el incomparable percusionista Giovanni Hidalgo fue recibido con una sabiduría y sofisticación que hasta el mismo Camilo se encontraba cómodo, en casa y hablando en español con una fluidez que no se le escucha en Nueva York, donde quizás no es obvio que tiene influencias de Ernesto Lecuona, y que la relación entre Giovanni y él es directa, emocional, forjada por una especie de disciplina entre colegas e amigos.
En el Gaira Café de Carlos Vives y su hermano, hay una estructura que da un trasunto a El Hard Rock por su commodification de la identidad colombiana, pero la música servía para emocionar al público a un nivel que no vi en las demás funciones. Parece que la mayor parte del alma de los colombianos está ocupada por el ritmo de la cumbia y el canto del vallenato, un canto de un campo misterioso en el universo García Márquez. Aquí fue que los invitados europeos se salieron un poco de su seriedad.
Después del concierto de Big Band Bogotá, en un centro inmenso que también contenía una biblioteca grandota (La Biblioteca Pública y Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo, nombrado por la familia dueña de la cadena Caracol), pasamos a ver jóvenes estudiantes leyendo y nos encontramos con Diana Avella, que forma parte del Colectivo Distrital de Mujeres Hip Hoppers. Avella está orgullosa de poder practicar su arte y de participar de los demás elementos del género como breakdancing, graffiti y el manejo de los turntables de DJ.
“Cuando me enteré del reconocimiento de la UNESCO y me invitaron a ser parte del video que promociona este nombramiento en diferentes espacios culturales, fue como una recompensa esperada para mi ciudad,” comentó. “Yo soy orgullosamente bogotana, criada en el frío capitalino, y he visto cómo Bogotá se prepara cada día de una mejor manera para la diversidad y la cultura y ello me hace sentir muy orgullosa de saber que vivo en una ciudad en la cual en las instituciones educativas y en diferentes escenarios, puedo cantar libremente mis composiciones de Rap sin ningún tipo de exclusión”.
Me llegó esa noche una notita de Andrea Echeverri, cantante de los Aterciopelados, a quien conocí en un momento en que como nuyorriqueño no tenía idea de qué era el terciopelo. Desde sus principios como un grupo de rock con aires de hardcore, Andrea se salió un poco de la escena para tener a sus hijos, pero todavía colabora con el bajista Héctor Buitrago y sigue insistiendo en una agenda de paz y justicia. Me mandó un cantito de canción con estas letras, que para mí explican todo este proyecto de unidad de razas e intentos de preservar lo indígena:
Indios, campeches, negros y blancos
todos junticos, todos luchando
por la tierrita, por los derechos
por el respeto de los ancestros
Tú palabrera, yo cantaora
tú maltratada, yo dolorida
muchos con poco, pocos con mucho
Aida habla y yo la escucho
El último día fuimos al Parque Metropolitano El Country y vimos a los Screaming Headless Torsos y al gran saxofonista Joe Lovano. La cantidad de público era impresionante. Al ver cómo lo disfrutaban me pregunté si esto podría pasar en Puerto Rico. Tenemos una riqueza de géneros, música de las montañas, de la costa y una ciudad capital maravillosa. Y hasta hace calor. ¿Quién se apunta?