Boricua básket
Lo que oigo en la calle estos días es que en la isla ya no se juega el baloncesto, se juega el “básket,” algo que me cae muy bien porque me gusta manejar las cosas importantes en Spanglish. De hecho, llevo muchos años pronunciando en esa idioma, años que me pesan cuando salgo a la cancha con mi juego que mis amigos clasifican como “vieja escuela” para no insultarme. Aunque la mayoría de mi carrera en el básket se dio en las canchas de los parques de Nueva York y es allí que me siento en casa, tengo un afecto especial por un lugar al lado de la playa cerca de donde viven mis papás en Puerto Rico.
Me levanto temprano y me monto en la guagua sin aire hasta que llego al mar, y empiezo el ritual: los tiros libres, los canastos reboteando desde un salto, girando en al aire sin mirar el canasto hasta el último momento, el lay-up que nunca llegará a ser dunk. Siempre llega un joven–un chamaco twentysomething que se mudó a Río Grande desde Caguas con su novia porque es más barato. Caguas, me dijo en confianza, está en candela. Un día vino un nene acabado de bañarse, descalzo y sonriendo todo el tiempo, metiendo jumpers de 18, 20 pies, empujándome hasta que tuvo que tirarla desde casi detrás del backboard para terminar con el. “Tu vienes de afuera, eh?” me preguntó.
Pues sí, de afuera, soy natural de Nueva York, de donde vinieron, como cuenta el profesor Juan Flores en su libro The Diaspora Strikes Back, unos cuantos jugadores reclutados por el equipo nacional de la isla para cambiar la cultura del básket. “They had never seen our style,” cuenta “Johnny,” entrevistado en el capítulo “Tales of Learning and Turning.” “In those years, the early-to-mid ’70s, a whole bunch of the best Rican ballplayers from the streets of the City…were imported to the Puerto Rican league. There was Angelo Cruz and Georgie Torres, both great point guards from the Bronx, Neftalí Rivera who played for Quebradillas, there was Charlie Bermúdez, who I played with in high school, the legendary Héctor Blondet…and of course the Dalmau brothers.”
Puede ser que “Johnny” tiene una visión exagerada de la importancia de los nuyorriqueños, pero es claro que en los siguientes años la isla montó equipos formidables, propulsando la era de Arroyo y Barea, los dos alcanzando carreras en la NBA. La liga profesional de los Estados Unidos se ha convertido en una liga transnacional, donde juegan atletas de las Américas, Europa, África, y hasta Asia. Este fenómeno de transanacionalismo por fin ha llegado al equipo de Nueva York este año, que puede hablar de un curioso sabor latino.
Los Knicks cuentan con el novato escolta Pablo Prigioni, un Argentino que es novato solo en nombre porque ha jugado su carrera entera en España. Tiene un estilo brusco, robando el balón al otro equipo en maneras inesperadas. Prigioni se destacó hace dos semanas con su pase a J.R. Smith, que hizo un dunk-etazo espectacular en reverso que provocó que el resto del equipo que estaba sentado en el banco se levantara a celebrar algo que no podían creer. El mismo J.R. tiene su propia conexión con el Caribe, que demostró cuando celebró un tiro que ganó un juego en diciembre con un baile de salsa inspirado en su amigo futbolista boricua-dominicano Víctor Cruz.
Pero la estrella más grande del Boricua básket –pero no muy celebrado– es Carmelo Anthony, el del promedio de puntos siempre por 30 y pico, que nació de un padre puertorriqueño y ha construido dos canchas en dos comunidades de la isla, una en La Perla y la otra en Loíza. Subí una imagen del tatuaje de la bandera boricua en su mano a mi blog personal, y es el post más visitada en los últimos seis meses.
La semana pasada Anthony fue suspendido por un juego porque no pudo controlar sus emociones sobre su vida romántica. En un juego contra los rivales Boston Celtics, el centro poniente y maleante Kevin Garnett le dijo algo que lo enloqueció. Garnett ya es conocido como un experto en hablar basura, como dicen en el juego–en el pasado insultó al jugador dominicano Charlie Villanueva, diciéndole que se quitara porque era un paciente de cáncer, cuando en realidad Vaillanueva sufre de alopecia universalis, una enfermedad de la piel, y también le dijo a Tim Duncan, jugador de los Spurs de San Antonio, y natural de las Islas Vírgenes, “Happy Mother’s Day, motherf****r,” sabiendo que la mamá de Duncan se murió cuando tenía 15 años.
Esta noche contra los Knicks, aparentemente Garnett le dijo a Carmelo Anthony que su pareja, la puertorriqueña LaLa Vásquez, tiene un sabor como el cereal Honey Nut Cheerios. Se supone que la implicación fue que Garnett, sabiendo que la pareja ha tenido separaciones, conocía este sabor personalmente. Anthony estaba tan empantalonado que después del juego, esperó a Garnett cerca de la guagua que llevaba el equipo al hotel, en la presencia de varias guardias y policías.
En la conferencia de prensa después del juego Anthony dijo, “hay cosas que entre hombres no se dicen”. Aunque fue víctima del juego de Garnett, El Melo mostró que parece que fue el corazón partío, y no el contrato multimillonario, ni orgullo profesional lo que le guiaba. ESPN se convirtió en la estación de las telenovelas. Y aunque hay rastros de Freud en un juego que cuenta en meter un balón en un cilindro, hasta el bobo de Melo posee un espíritu de combate y se puede decir espiritualidad en sus movimientos dirigiéndose al gol que se debe de celebrar como el rey del Boricua básket. Es un deporte distinto del boxeo, en donde por la mayor parte se evita el contacto físico brutal. El básket es un baile de resolución de conflictos.
Por eso es que, en esa cancha al lado del mar, paso tanto tiempo tratando de capturar esos momentos, que cada vez son menos y menos, cuando estoy en el aire, flotando, volando, y despachando el balón al cielo. En el aire dulce y salado de la costa caribeña, me empujo hacia las nubes y me imagino como guerrero por la paz y el placer sutil de mis metafóricos Honey Nut Cheerios.