Carne cultivada fuera del cuerpo
Cultivar carne fuera del cuerpo es uno de los retos más impresionantes y debatibles de la ciencia. La simple idea de ser invitados a degustar carne desarrollada en una placa de Petri por individuos ataviados con batas blancas puede hacernos fruncir el ceño. No sólo sería un cambio radical en las maneras de alimentarnos, sino que suena descabellado y contranatural. La producción de carne in vitro es un acontecimiento posmoderno de la ciencia –para algunos es una visionaria obsesión– que podría beneficiar a múltiples sectores de la sociedad. De su elaboración tecnológica surgen una batería de interrogantes, entre ellas la cuestión práctica: ¿comerías carne hecha en un laboratorio?
Cómo cultivamos, preparamos y comemos nuestra comida es un tema muy emotivo. Lo es cada día más. Reconocemos –con suerte y esmero– las implicaciones que tienen los alimentos en nuestra salud. No obstante en las esferas política y tecnológica se opera a un ritmo más sigiloso, sin que sepamos bien cuándo y cómo nos afectan las políticas de los alimentos. (El documental Food Inc., da una muestra de este asunto de manera amplia). Mientras tanto, proliferan los defensores del slow food, del go raw!, o del 100% orgánico, como otras modalidades de estrategias para comer digno. Pero, ¿qué es eso en estos días? Porque comer animales recrecidos, en estados prematuros o atiborrados de hormonas y antibióticos, y que además fueron maltratados, no suena digno ni saludable para nadie, de ninguna especie.
Tampoco se comenta con frecuencia qué es el proyecto de la carne producida en laboratorios, un asunto que pone sobre la mesa interesantes cuestionamientos en torno a los límites de lo que se percibe como natural. ¿Podemos llamarle carne de pollo, oveja o cerdo a algo que se engendró en un frasco y fue producido en una tinaja? ¿Por qué no? ¿Se está atentando contra la definición básica de la vida? Preguntas como éstas raras veces han sido formuladas, y mucho menos contestadas, de acuerdo con un reportaje elaborado por Michael Specter para la revista The New Yorker. En él se expone la amalgama de opiniones con respecto al tema. La investigación realizada el pasado mayo de 2011 funciona como curso introductorio a lo que se perfila como una nueva revolución de los alimentos.
Ver crecer carne fresca a partir de células animales sin la necesidad de matarlos es un proyecto que al presente está más inclinado a la teoría e investigación científica que a lo que implica el consumo a corto plazo. Primero se hace y luego se prueba. Lo que está claro es que dejó de ser un cuento futurista. Aunque nos evoque el género de la ciencia ficción, ahora mismo tanto en Europa como en Estados Unidos hay biólogos especializados en células madres, ingenieros de tejidos, activistas de derechos de los animales, ambientalistas y otros investigadores que tienen entre sus manos este objetivo. Los detalles sobre el tema han sido publicados en revistas académicas de biotecnología en las que se describe la novedosa técnica que serviría como “posible” respuesta a la escasez de alimentos en el mundo.
El procedimiento
A grandes rasgos la carne in vitro se desarrolla haciéndole una biopsia al animal en cuestión y extrayéndole las células miosatélites –células madre adultas encargadas del mantenimiento y crecimiento muscular– que luego pasan a un caldo constituido de los nutrientes necesarios para su multiplicación y crecimiento. Toda vez que las células proliferan y crecen se forman tejidos musculares que, por medio de nuevas técnicas, son capaces de ser estirados y moldeados como comida. Similares –¿por qué no?– a cualquier comida procesada, como nuggets, hamburgers o embutidos. Según reseña The New Yorker, debido a que las células miosatélite sólo se pueden multiplicar un determinado número de veces, se ha estado investigando el uso de células progenitoras de alta capacidad para multiplicarse. No obstante, se va con cuidado porque también se sabe que la proliferación descontrolada de células en un organismo puede tener como resultado a largo plazo el surgimiento de tumores cancerígenos.
A pesar de que cualquier disquisición sobre el cultivo de carne es especulativa –porque en los laboratorios holandeses de la ciudad de Eindhoven se ha producido “carne” de tan solo ocho milímetros de largo, dos milímetros de ancho y 400 micrones de espesor– es un hecho que los patrones de consumo de carne animal hoy día mantienen su alzada, y en ésta radica su peligro. Tanto para los consumidores como para el planeta. Las cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura revelan que la industria global de ganado es la responsable de cerca del 20 % de las emisiones de gases de efecto invernadero, cantidad que es análoga a todos los carros, trenes, barcos y aviones combinados y en función.
A esto sumamos que los animales de ganado consumen cerca del 10% de los recursos de agua fresca y el 80% de todas las tierras que son destinadas a granjas son de carne, exclusivamente. Se espera que para el 2030 el consumo mundial de carne aumentará un 70%, en comparación con los números reportados en el año 2000. Las consecuencias ecológicas son deprimentes y el bienestar de buena parte de los animales es casi nulo. Hay billones de vacas, pollos, cerdos, corderos, pavos y otros que son creados, empacados, vendidos y consumidos en condiciones repulsivas. Y lo lamentable es que fueron “confeccionados” para ser matados únicamente, y entre ambos eventos se les trata como meras partes intercambiables.
¿La carne hace falta?
La respuesta definitiva a esta pregunta es compleja y depende de gustos y ciertos principios (entre ellos los religiosos). Los animales siempre han sido esenciales para el desarrollo humano. Los humanos llevamos aproximadamente dos millones de años consumiendo carnes y sería ingenuo negar que es el alimento que con mayor consistencia ha proporcionado las fuentes proteínicas a lo largo de nuestra evolución. Asimismo los beneficios hallados en el crecimiento y consumo de ganado son indiscutibles para el sector económico, social y de salud de los países avanzados. Comer carne animal tal parece que beneficia a todos. El biólogo Richard Wrangham, especialista en evolución, explica en su libro Catching Fire: How Cooking Made Us Human que el cerebro “se desarrolla de un modo considerablemente eficiente” si recibe proteínas de carne cocida y que “el consumo de carne es una de las características más definitorias de nuestra especie sobre las demás”.
A partir de las aseveraciones acerca de las bondades de la carne, los datos esbozados sobre el impacto ambiental de dicho cultivo, y al ruedo con la discusión de la escasez de alimentos, surgen otra cantidad de interrogantes. Porque por un lado carne es un término muy vago, y puede referirse a varias partes de un animal, incluyendo los órganos internos, la piel y los músculos. Pero también es sabido que se diseñan genéticamente animales para suplir la demanda de carne –sin entrar en los detalles aducidos por las cadenas de comida rápida para estos fines.
En la referida investigación se dice que la Agencia de Drogas y Alimentos (FDA, por sus siglas en inglés) es objeto de agitados debates a nivel internacional pues tiene entre sus planes diseñar genéticamente salmón, supliéndole hormonas que forzarán el crecimiento del pescado dos veces su tamaño. Dicho esto, los planes de producir carne comestible sin necesidad del animal parecen sólo una cuestión diferencial en cuanto a cuáles de las técnicas que ya existen son aprobadas por los organismos reguladores de alimentos.
Aunque el cultivo exitoso de carne en laboratorios es reciente, ya en la década del 30 el biólogo ganador del Nobel, Alexis Carrel, había demostrado que sí era posible mantener un tejido muscular vivo fuera del cuerpo por un prolongado periodo de tiempo. El experimento original se remonta a 17 de enero de 1912 cuando Carrel colocó en un cultivo de nutrientes el tejido embrionario del corazón de un pollo, logrando al cabo de 20 años que fuera posible mantener el tejido muscular vivo fuera del cuerpo por periodos extensos de tiempo.
Una idea en el tiempo
En el año 1932 Winston Churchill plasmó en su libro Thoughts and Adventures: “Fifty years hence we shall escape the absurdity of growing a whole chicken in order to eat the breast or wing by growing these parts separately under a suitable medium”. Casi una década antes, en 1923, y al otro lado del Atlántico, estaba Willem van Eelen entusiasmado con una idea similar. El holandés, sobreviviente de los campamentos de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial padeció hambre y presenció con particular preocupación el maltrato de animales durante los embates de la guerra. Tanto que se juró a sí mismo que haría algo en el futuro para compensar su trauma. Acudió a la Universidad de Amsterdam a estudiar medicina y propuso la extravagante idea de cultivar carne fuera del cuerpo. Pero los biólogos de la época lo que le aconsejaron fue que buscara fondos y lo siguiera intentando. Desde entonces y hasta hoy van Eelen ha estado persiguiendo su sueño. Eso sí, han tenido que pasar varias décadas para que la ciencia se pusiera al día con su imaginación.
En 1981 cuando se logró dividir –prácticamente al infinito– las células madres de una rata se pudo también desarrollar distintos tipos de tejidos. El experimento entusiasmó a van Eelen pues reconoció que su idea era posible y que cada vez estaba más cerca de materializarla, a pesar de que en la comunidad científica en general existía muy poco interés por convertir células de músculos en carne. Pasaron muchos años y varios rechazos hasta que en 1999 recibió la Patente Internacional para la producción de carne utilizando células cultivadas. Era la primera vez que lo tomaban en serio tanto a él como su obcecado proyecto.
De su obsesión y la de otros colegas entusiastas, localizados en los extremos del Océano Atlántico, emergió una intrépida disciplina, un movimiento que comenzó concretamente a partir de 2001, cuando la NASA fundó un experimento liderado por Morris Benjaminson, enfocado en producir carne fresca para vuelos al espacio. El ingeniero en biología del Touro College, en Nueva York, experimentó con tiritas de carne de goldfish vivos que fueron sumergidas en un cultivo extraído de la sangre de vacas que aún no nacían. En una semana los pedazos de pescado habían crecido un 15 porciento; y aunque el resultado no fue carne, el experimento demostró que crecer comida fuera del cuerpo sí es posible.
En 2004, tras el persistente cabildeo de van Eelen, el gobierno holandés asignó dos millones de euros al consorcio de universidades y diversas entidades investigadoras en Amsterdam, Utrecht y Eindhoven. A pesar de que la beca ha sido catalogada como pequeña, esto ha permitido que los Países Bajos se posicionen como los pioneros en la creación de la carne in vitro.
Investigaciones y grupos
Los grupúsculos interesados alrededor del mundo se han aglomerado en universidades. Algunos están interesados primeramente en el bienestar de los animales, otros en la medicina regenerativa; algunos aún ven la carne de laboratorio como solución potencial a la crisis medioambiental. Pero todos están de acuerdo en que el objetivo es desarrollar carne sin la necesidad del animal; y algunos de los implicados prefieren que se produzca lo suficiente para que pueda ser vendida en tiendas de comestibles. De hecho, hace cuatro años una organización de animales ofreció un estipendio de un millón de dólares en relaciones públicas al consorcio que pudiera crear carne de pollo crecida in vitro, y que su textura y sabor, fueran similares a la del producto real.
Beneficio del cultivo
Los investigadores de primera línea argumentan que la carne creada al vacío sería “ambientalmente más amistosa” y podría ser hecha a la medida, resultando más sana que la carne proveniente de granjas. Además se investigaría el control del contenido alimenticio y nutricional y se avanzaría en la exploración de las enfermedades que provienen de los alimentos. Se dice que hasta es posible que algunos vegetarianos se entusiasmen y den el salto a la carne, pues las células que se necesitan para estos fines serían desarrolladas sin hacer daño al animal donante.
Otra de las virtudes del avance científico es que existe la posibilidad de controlar de manera muy precisa la cantidad de grasa de la carne, es decir, la proporción adecuada de ácidos grasos, con lo cual se obtendría un alimento saludable. También que la tecnología reduciría de manera significativa enfermedades como la provocada por el mal de las vacas locas o la salmonelosis. Para los expertos, el riesgo de contaminación en el laboratorio es mucho menor que en las granjas y otros puntos de producción, porque las condiciones de esterilidad son distintas a la de los mataderos convencionales. Además, elaborar carne según la demanda supone un mejor rendimiento.
A fin de cuentas es muy difícil concluir si será beneficioso. Los pasos siguientes deben dirigirse a descartar efectos secundarios, a realizar pruebas de salubridad a largo plazo, constatar si en efecto esta carne tendrá todas las vitaminas, minerales y componentes que posee la carne natural, si se eliminarán los patógenos en las carnes, si sería capaz de aplacar el hambre del mundo, si reduciría el maltrato y desaprovechamiento de animales y muchas otras interrogantes. Lo genial es que el tema está servido. Es sin duda food for thought.