Carta providencial para una amiga adolorida
and I confess it”
–Derek Walcott, The Bounty
Proviana:
Tampoco comprendo cómo es posible que haya amanecido hoy. No entiendo cómo hay tantas reinitas que siguen en lo suyo, buscando ramas secas para hacer sus nidos, cómo no dejan de cantar los coquíes y los grillos trasnochados, ni qué hacen las palomas sabaneras cuando vuelan con tanto esmero.
Digo estas cosas porque quería que el mundo no hubiese amanecido esta mañana, que nos hubiéramos sumido en las tinieblas de la nada y que flotáramos felices en la dicha de ser siempre jóvenes, con una risa perpetua entre la mirada y las voces de eterna dulzura.
Digo estas cosas porque el dolor que tengo en el pecho es muy severo y quisiera que fuera sólo mío para que ni tú ni tu compañero sufrieran la abominable pena por la que pasan. Porque no entiendo cómo es posible que hayas perdido a tu hija y porque quisiera hacer que tu sufrimiento fuera una masa de agua irredenta, que muriera ante el primer peñón que saliera a su encuentro y que luego nos mojara un poco, a todos los que te queremos y apreciamos, para poder así repartir esta miseria entre muchos. Que sea pasajero como esta lluvia que en algún momento, terminará.
Anoche me acosté pensando en ti, en Eric, en el abuelo que despertó a una pesadilla, y yo no sabía qué hacer –aún no sé, por eso escribo- ni hacia dónde mirar. No bastó la tequila, ni los vasos de vino o enviar la mirada al vacío. Esta impotencia es tal, amiga, que me encantaría agarrar un maso y comenzar a destruir todo lo que me rodea, porque esta vida es hermosamente injusta, para recomponer la realidad y dártela en las manos, sin mácula.
Entonces, hace unos minutos, mirando la lluvia, recordaba que cuando yo era niño creía que siempre que moría alguien querido, llovía. Y sí, es cierto. Llueve porque no podemos llorar más por ti, Proviana. Vamos a salir todos a la intemperie para mojarnos de tristeza, primero un poco, luego un mucho. A ver si se va.
Se me ocurren pocas cosas o tengo tantas que decirte que las voy desordenando en esta carta. No permitas que tu sonrisa te abandone porque es sinónimo de luz y preludio del abrazo y saludo sincero que siempre compartes.
Somos lo que hemos perdido. Ya lo dijo alguien y yo lo repito, por si de algo te vale. Permíteme regalarte lo único que atesoro. El cariño por las palabras y la literatura, tan querido como el amor de mis hijos, para que este exceso de providencia, tan mío, comience a sanar esa brutal ausencia que mancilla tu felicidad.
¿Recuerdas cuando éramos más jóvenes y compartíamos nuestro mutuo descubrimiento de la literatura inglesa, en aquel salón sotanero, con la profesora Berquist? No se me ocurre nada más que darte o recordarte. Así que me fui al baúl de mis libros, al fondo de mi casa, un cuartito retirado, y busqué este poema para regalártelo.
Se trata de un fragmento de The Bounty, un poema elegiaco de Derek Walcott ante la muerte de su madre. Nada que ver con lo que pasas ahora porque esto es tan espeluznante, como contra natura: todo se ha invertido, se fue primero la que debía irse después que nosotros. Sobrevive un viejito adolorido. Y el mundo sigue con lo suyo, sin descanso.
Esta es nuestra providencia, amiga: seguir. No sé explicarte el porqué, tampoco le encuentro razones. Así que leo al poeta:
[…] as much as I love her, poor rain-beaten wretch,
redeemer of mice, earl of the doomed protectorate
of cavalry under your cloack; come on now, enough!
Bounty!
In the bells of tree-frogs with their steady clamour
In the indigo dark before dawn, the fading morse
Of fireflies and crickets, then light on the beetle’s armour,
and the toad’s too-late presages, nettles of remorse
that shall spring from her grave from the spade’s heartbreak.
And yet not to have loved her enough is to love more,
if I confess it, and I confess it. The trickle of underground
springs, the babble of swollen gulches under drenched ferns,
loosening the grip of their roots, till their hairy clods
like unclenching fists swirl wherever the gulch turns
them, and the shuddering aftermath bends the rods
of wild cane. Bounty in the ant’s waking fury,
in the snail’s chapel stirring under wild yams,
praise in decay and process, awe in the ordinary
in wind that reads the lines of the breadfruit’s palms […]
Proviana, tú sabes que yo no soy muy creyente, pero sí creo que algún día estaremos todos sentados en la misma mesa, desayunados, todos, como lo quería César Vallejo. Entonces sobrarán las explicaciones para tanta sufrida providencia y no hurgaremos en los porqués. Sobrarán las razones, porque esta vida, Proviana, la única que nos ha tocado vivir, es maravillosa.
Recibe mi abrazo sin fin,
Marcos