Código de vestimentas para universitarios
Por poco colapso en aquella reunión para profesores de nueva contratación en el Recinto Universitario de Mayagüez. Una profesora de la facultad de Administración de Empresas nos explicó que en sus prontuarios especificaba un código de vestimenta en el cual se catalogaba como inaceptable que las estudiantes utilizaran blusas o trajes con escote pronunciado. Primero me pareció una medida discriminatoria contra las estudiantes más voluptuosas. Luego me pareció indiscutible el discrimen de género, pues no hacía alusión a una regla similar para los estudiantes varones que exhiben sus rasurados pectorales de esteroides anabólicos.
En aquel momento no entendí por qué insistir en códigos de vestimenta en el lugar en que el criterio principal por excelencia debe ser la intelectualidad. Y es que al pensar en los profesores que me tocaron –a quienes les debo un mundo– y el poco cuidado que prestaban a sus atuendos, recordé un curioso detalle de la revista Details, me parece que puesto en boca de Donatella Versace: “perfection is not sexy”. Mi profunda admiración por mis profesores se debía precisamente a que ellos honraron su profesión con su IQ, lo que exigía al menos ignorar y en ocasiones despreciar la mera existencia del GQ.
Varios años después de aquella reunión y luego de haber visto toda una gama de indumentarias en el salón de clases, he cambiado mi posición y creo que exigir un código de vestimenta en la Universidad de Puerto Rico no es tan sólo necesario, sino también una exigencia moral. Si es que la cuota impuesta por la Junta de Síndicos de la UPR para el próximo semestre no vacía la universidad, y queda uno que otro estudiante, sugiero a los profesores que incluyan en los prontuarios de sus cursos, en tres oraciones, el siguiente código de vestimenta:
“Como estudiante universitario usted puede ejercer libremente su opinión y tomar la decisión que más le plazca en términos del estilo de ropa a utilizar, desde playero y tropical, hasta conservador, formal o señorial; puede escoger usted entre cualquier estilo que represente su etnia; puede vestirse de hippy queda’o, de gurú de la nueva era, al estilo ochentoso, como pentecostal, o al estilo urbano (ya sea de ghetto corporativo o metrosexual); venga peinado o sin peinar, con sereta, trencitas, surullitos (dreadlocks), con estilo gótico o punk o afeita’o a lo coco pela’o; preséntese con las diversas áreas de su piel tan rasuradas o sin rasurar como le parezca y la piquiña tolere; la tela de su ropa puede ser tan transparente, encubridora, gruesa o reforzada como el clima aconseje; use pantalones, faldas, blusas y camisas tan largos o tan cortos como el pudor le permita, mostrando las partes de su cuerpo que usted tenga a bien mostrar, ya sean las pantorrillas, los muslos, el escote, los pectoralis majors, o la desodorizada sobaquera, o el ombligo (o los ombligos, si acaso aplica, por esto de no ser excluyentes); de igual forma, los pantalones pueden ser tan holgados, como los de etapa pos-Jenny Craig, o tan pegados como los de macharrán de telenovela mexicana que golpea a su esposa en la vida real -tan ceñidos al cuerpo como esos que los gays clasistas llaman pantalones de loquitas de pueblo-; las mangas de camisa podrían ser tan anchas y vaporosas como las de las camisas indias de vendedores de sandwichitos vegetarianos en el recinto universitario, o tan corta, arremangada y apretujada, a punto de explotar botones o quebrar las costuras -como miembro de la fuerza de choque en las escaleras del capitolio (cuya masa muscular en los bíceps supera a la correspondiente sección de masa encefálica encargada de hacer las conexiones neurales que aconsejan prudencia, activan la templanza y encienden la compasión)-; el calzado a utilizar debería responder a la sensatez, sin embargo use el que usted desee ya sea por capricho, costumbre, anhelo o pretensión, lo cual incluye desde tacones lejanos al piso y botas de troquera, hasta tennis de volibolista, chancletas de surfer, zapatos blancos típicos de bolitero o zapatos italianos comprados a precio especial en algún outlet insular; no se cohíba en mostrar, si así lo desea, los múltiples aros, pantallas, perforaciones en sus orejas, labios, nariz, garganta, o en sus cejas, lengua, cachetes u otras partes visibles, así como tampoco se amilane al mostrar cualquier tatuaje permanente, o los tatuajes temporeros a base de hennapara timoratos, o cualquier otro emblema tribal.
Apariencias transgénero o polimorfas -ingenuas, perversas o adomingadas- son bienvenidas; los uniformes de fraternidades, sororidades, clubes, sociedades o asociaciones estudiantiles demuestran falta de originalidad, obsesión con la distinción, tendencia al elitismo y una predisposición cultural (y cerebral) a la autocracia, pero serán aceptados a pesar de que los mismos son vestigios de colegios ortodoxos de monjas franquistas y ropa de camuflaje militar; claro está, esta descripción no aplica a las piezas de ropa inspiradas en uniformes de los empleados de ambos sexos de diversas industrias, como los de la industria de la manufactura, los de los talleres automotrices o de mecánica, o los de la industria posfordista de servicios, pues esos uniformes resultan ser producto de las circunstancias de la división por clase y género de las indumentarias y no del empeño en distinguirse de las masas; el uso de la plancha, el almidón y la tabla de planchar no debería permitir discreción o criterio propio: es altamente recomendable planchar su ropa antes de entrar a la Universidad.
Lo único que será considerado como totalmente inaceptable son los uniformes militares, los del ROTC y el AFROTC (en adelante llamados simplemente ROTC), que por razones obvias de moralidad mínima ante un mundo en guerra y en hambre deberían estar prohibidos en tratados internacionales y de derechos humanos. Todo miembro de la comunidad universitaria debe estar consciente de que en el ROTC impera el discrimen por orientación sexual, con la bendición de las pasadas y presentes autoridades universitarias, quienes al permitir la política de Don’t ask, don’t tell le confieren el ROTC la facultad de rechazar a estudiantes gays, a menos que éstos encubran, disimulen o finjan su identidad como hombres y mujeres gays.” (Hasta aquí el Código de Vestimenta)
POSDATA PARA LA LUCHA DE CLASES
Aprovecho la oportunidad para reaccionar a los comentarios del abogado J. E. Fernández, autor del escrito Cómo vestirse bien para la lucha de clases (Diálogo, diciembre/enero 2008-09) quien habla de “ ‘la gloriosa revolución armada’ con la que tanto sueñan los académicos de extrema izquierda”, esgrimiendo argumentos sobre camisas Fred Perry, Rene Lacoste y botellas de Blue Label. Le sugiero a este escritor que observe los impecables trajes de tres piezas y un lazo de Don Pedro Albizu Campos, el glamour del traje con bufanda y sombrero de terciopelo de Lolita Lebrón en su arresto en el 1954 al tirotear el Congreso de Estados Unidos, la acicalada barba de trompetista de la Sonora Ponceña y la emblemática almidonada guayabera blanca de Filiberto Ojeda Ríos, asesinado por las fuerzas de F.B.I. con la colaboración del actual Superintendente de la Policía de Puerto Rico. Sepa el lector que ellos no tuvieron ningún reparo en intercambiar sus elegantes atuendos por ropas de persecución y cárcel, que son ropas de humillación y tortura. Quienes hoy se visten con el respeto y admiración de todo un pueblo, por años utilizaron en cárceles federales uniformes escupidos y ensangrentados. El mencionado escritor demuestra desconocer la historia de las luchas del país en el que escribe, intentando, fallidamente, trivializarlas.