Colín colando en el Supremo
Yo trato una vez, dos veces, tres y sigo sin entender. ¿Por qué se ha formado tan grande alharaca con la iniciativa de los cuatro jueces estadoístas del Tribunal Supremo para que se aumente la cantidad a nueves jueces?
Lo que pasa, me dicen mis amigos, es que es innecesario aumentar la cantidad porque el PNP tiene ya mayoría de 4 a 3 en ese tribunal.
Contesto: Pero es que estamos en una circunstancia particular en que cuatro jueces a duras penas hacen uno, de manera que el Partido Popular sigue en mayoría: dos –que es a lo más que da la suma de los tres Populares–, a uno –que es a lo más que da la suma de los cuatro «penepés». De manera, explico a mis amigos, que el PNP lo que busca no es controlar el Supremo, sino empatar el juego. Los padrinos del aumento en la cantidad de jueces hicieron sus cálculos, sencillos por demás. Dos jueces estadoístas más, cuando junten sus talentos, a lo sumo resultan en uno. A éste se le añade el que ya tienen los estadoístas, como se ha explicado, y el resultado es dos jueces fieles al PNP sobre cualquier otra consideración. Y como el PPD tiene, como se ha visto, dos, pues ahí se empató la chapucería jurídica que aquí llaman Tribunal Supremo.
El asunto no se puede reducir solamente a sumas y restas, a aritmética social. Porque lo que está en juego, y es lo que quiere controlar el PNP, es la redistribución electoral para gobernar al País por la vía electorera o por la vía judicial por tres décadas, por lo menos. Es lo que mis amigos me aclaran, en afán de ilustrarme.
Y yo les riposto: ¿Qué son tres décadas o cuatro en la vida de un pueblo que ha visto pasar siglos de dominio extranjero, español primero y yanqui luego, sin inmutarse, como quien ve llover en Aguada en agosto de cada año? Además, ¿desde cuándo el Tribunal Supremo de esta colonia es tan determinante? ¿No es verdad que sus decisiones son apelables al verdadero Supremo, que es el de Estados Unidos? O sea, que el de aquí no es Supremo nada. Entonces, ¿qué importa si lo domina el PNP o su igual, el PPD?
Por esa vía, me advierten estos amigos míos, podrías proponer abolir el Supremo de Puerto Rico.
Es exactamente lo que corresponde hacer, les contesto. Para acabar la engañifa de un Supremo que no es tal, lo mejor es abolirlo, sacarlo del panorama, tenga siete, tenga nueve o tenga veinte espantapájaros allí. Y con ello el pueblo se ahorraría un montón de dinero y quizá cobraría algo de conciencia sobre la estupidez de estar gobernado por un país extranjero cuyos conquistadores llegaron a nuestras playas prometiendo libertades y terminaron ahogándolas y condenando a nuestra gente a una dependencia abyecta.
Aunque con limitaciones, el Supremo puertorriqueño ha hecho contribuciones importantes a la jurisprudencia y a la justicia, me orientan estos amiguitos míos que tanto me quieren.
Cuéntenme. Arrojen luz sobre mi escasez de conocimientos. ¿Dónde están, cuáles han sido esas contribuciones importantes?, pregunto.
Te advertimos que dichas contribuciones no tienen que ver con el estatus político de Puerto Rico, me atajan.
Entonces se entiende menos el afán estadoísta por ser mayoría absolutísima. Si sus supremas decisiones no tienen relación con el bendito estatus político, las aportaciones del Supremo tendrán que ver con litigios, reclamos, demandas, pleitos y peleas entre un par de paisanos o un par de corporaciones o un par de necedades o un par de puerilidades… nada trascendente, contesto.
Admitamos que nuestros jueces supremos no han tratado de poner la pica en Flandes, pero que tampoco se han limitado a analizar cómo es correcto que se unte la mantequilla a una rebanada de pan, casi balbucean mis panas.
Y les digo: Amigos míos, sobre pan y mantequilla sí que han sabido tomar supremas decisiones inapelables nuestros jueces. Sabedores que fueron de que los quesos y los productos lácteos habrían de aumentar de precio, un buen día se reunieron –cuando los del PPD eran mayoría y dueños del Supremo– para acordar lo siguiente: Al salir por cualquier motivo de dicho foro, un juez supremo conservaría su salario completo por el resto de su mala o buena vida. Si Zeus, dios supremo igual que ellos, decidía que uno de ellos debía morir antes que su viuda o viudo, entonces los cónyuges sobrevivientes gozarían de igual privilegio por el resto de sus vidas, largas o cortas. Y no quedó ahí la sardina, sino que la arrimaron más a su brasa con el acuerdo de que si el salario de los jueces actuantes aumentase en cualquier momento, a los retirados jueces vivientes o a los viudos o viudas de ex-jueces se les extendería ese aumento salarial. ¡Qué manera de untar mantequilla en esta rebanada de pan viviente y en la próxima por tostar!
Si te empeñas en buscarle siete rabos al gato, los encuentras ahora o dentro de un ratito. Eso que cuentas pasó. Pero nada de eso justifica asaltar al Supremo por razones político-partidistas, como se pretende con el aumento de la cantidad de jueces, razonan mis cuates, quienes poco falta para gritarme ¡terco, terco!
¿Cómo les explico?, me pregunto. Y les explico así: El Supremo nació, ha vivido y seguirá viviendo asaltado por la politiquería. Estamos ante un pasito más en la comparsa fraudulenta de que la tercera rama de Gobierno tiene autonomía para actuar. Lo saben los Populares, que han bailado ese bolero y lo han cultivado con el mismo amor que, según se dice, Agustín Lara le tenía a María Félix. Lo sabe el PNP, que está dispuesto a borrar las apariencias y jugárselas a lo bruto en todos los frentes. Y lo sabemos todos nosotros. El Supremo boricua es un fraude, como es fraude todo lo que han hecho o permitido hacer los dominadores desde que Miles llegó por Guánica pregonando embustes.
Mira, por lo menos tienes que reconocer que el aumento a nueve jueces resulta en un costo económico de no poca monta que este País en crisis fiscal debe evitarse, apuntan mis enemigos (ya los tengo por tales, porque en Borinquen y en materia política dar un brinco así es tan cotidiano y sencillo como pelar un guineo maduro).
Si es cuestión de dinero, entonces sí que me convencen. ¿Hay crisis? Pues atajemos el derroche. Que renuncien los siete jueces actuantes y se cierre el casi Supremo, y ahorramos más. Echamos manos a nuestra jaibería, cogemos a los yanquis de bobos, y los obligamos a decidir todo asunto jurídico con ribetes supremos. Algún día se cansarán de tanto brete tropical y caribeño y nos dirán adiós. Entonces, quizá, podamos constituir un Tribunal Supremo con tres o cinco o siete personas decentes dispuestas a tomar decisiones basadas en criterios jurídicos, de derecho, y no en vulgares consideraciones politiqueras. Para ese entonces, nadie recordará que en algún momento se formó una grande alharaca por culpa de cuatro mentecatos que se sintieron huérfanos y procuraron el auxilio de dos más a ver si Colín colaba. Amén.