Contra Lebron James
“Sensación de incomodidad.”
R. Akutagawa
La fidelidad de abuelo de compartir con su nieto –la verdad sea dicha– era intermitente, porque si el juego estaba muy cerrado se ponía nervioso, se levantaba y se encerraba en el cuarto; ocasionalmente, yo iba a su escondite y le decía cómo estaba el marcador a través de la puerta cerrada. Pero si estábamos ganando por mucho, igual se levantaba y se iba molesto diciendo que “deben perder pa’ que no se le suban los humos a la cabeza”.
Así llegué a la adolescencia y Aibonito campeonó y subcampeonó en el 1986 y en el 1987 y abuelo y yo nos quedamos pegados al televisor viendo cada juego; bueno, yo más que él. Recuerdo partidos entre Aibonito e Isabela o Morovis como particularmente reñidos o intensos. Un día bajamos al pueblo y vimos a Rolando Frazer que se mezclaba con la gente.
Un poco más adelante se desarrolló mi interés por la NBA. Cuando llegué a este universo, Michael Jordan, jugando para los Chicago Bulls, era el rey (aunque nunca se tatuó nada que así lo indicara) y mucho se ha dicho para comparar a Lebron James con Jordan. En términos estadísticos, James ha superado a Jordan en muchas áreas del juego (o lo superará al concluir su carrera) y su dominio del tablero es sin duda contundente y arrollador. El único récord de Jordan que ya es inalcanzable para James es que el armador de los Bulls fue campeón de la NBA en todas las finales en las que participó. Ahora bien –y este argumento quizá tenga un componente subjetivo– el estilo y la técnica de Jordan era sin duda una delicia observar, y a mi juicio muy superior a James quien cuando juega parece que no se divierte sino que trabaja. Para James jugar baloncesto es una tarea, para Jordan una meditación. Jordan llevó al basket la máxima de Muhammad Ali: float like a butterfly, sting like a bee.
James es protestante, Jordan es budista.
Sin embargo, a pesar de esa presencia que fue Jordan, nunca fui fanático de los Bulls, sino primero de los Knicks y luego, mientras maduraba mi apreciación del deporte, de los Celtics. En ese primer lustro de los noventa, la dupla Starks-Ewing era digna de observar, y la pasión e intuición de Starks incuestionable. Es la historia del casi-casi, es verdad, con frecuencia eran eliminados de la Conferencia o por los Pacers o por los Bulls, pero la tenacidad y la sinergía entre los componentes del equipo siempre fue evidente para mí.
Estas notas que siguen no intentan tener rigurosidad de escritura deportiva, no quiero que el fantasma de Fufi se me empiece a aparecer o a jalarme por las patas (que, de hecho, dudo que estuviera de acuerdo con la opinión que voy a expresar aquí). Son solo una sensación de incomodidad, según anota mi epígrafe. Se dice que esa fue la nota que dejó el maestro japonés antes de quitarse la vida. Y como este escrito es básicamente un suicidio social –harakiri verbal para estos tiempos anémicos– me parece óptima la cita de Akutagawa. Solo quiero ilustrar eso, una incomodidad con el presente estado profesional del baloncesto, una desviación que percibo hacia acciones súper heroicas a expensas de la acción grupal coherente que el baloncesto está llamado a ilustrar.
James no es Jordan y nunca lo será, pero esto no es porque James no sea mejor jugador que Jordan (como ya dije, estadísticamente ha superado muchos de los rubros de Jordan), sino porque Jordan nunca estuvo solo sino que potenció la coherencia sistémica del equipo. James en cambio está solo, sólo hay que colocar en su entorno una serie de peones que desempeñen unas funciones más o menos estáticas. James es parte de la sed narrativa heroica que nuestros tiempos explotan: el superhéroe que resuelve todos los conflictos de la cancha. Quizá no sea coincidencia que la final de la NBA ocurra a comienzos de junio cuando la nueva camada de superhero movies está invadiendo las salas de cine.
No estoy diciendo que con James desaparece el equipo, sino que el equipo adquiere un matiz secundario, como un telón de fondo al que James –el maestro utilero- va a colocar bombillas. A veces es necesario hablar de esencias no para construir argumentos impenetrables como bunkers subterráneos, sino porque hay esencias cuyos principios son ya inclusivos y generan campos de alusión que hacen crecer los disfrutes y los diálogos. El baloncesto es un deporte cuya acción ideal se expresa en la energía colectiva del equipo y que supedita la acción individual al plan general de las operaciones ofensivas y defensivas.
No he hecho un trabajo de arqueología periodística (alguien debería hacerlo), pero es solo de un tiempo a esta parte que se ha comenzado a escuchar o leer en el pensamiento deportivo el concepto de building around para referirse a un jugador extraordinario en torno al cual las franquicias deben conformar equipos y estrategias. Sospecho que este concepto si no surgió con James, la figura de James lo consolidó como escenario discursivo óptimo. Se utiliza ese marco cuando se quiere hablar de talento sobre sistema, de supremacía individual sobre ecosistema grupal deportivo. Es un concepto nocivo para el espíritu del baloncesto y por eso, James, en tanto que paradigma que lo representa, debe rechazarse.
Es importante señalar que, salvando el teatro que se armó cuando se mudó a Miami, no tengo ningún problema con Lebron James el ser humano. Al contrario, viéndolo de cierta distancia me parece alguien con las ideas políticas correctas, muy protector de los suyos y de su familia, un empresario con consciencia que está al tanto de lo que genera su figura y sus palabras. Sin embargo, las biografías casi nunca son amigas fieles de los análisis. Aquí no estoy hablando de su persona, estoy hablando de la figura deportiva que se ha construido con él y que el presente estado del deporte con gusto explota.
James en algún momento dejará de jugar pero todavía le queda porque tiene mucho talento y energía, y obviamente debe perseguir su pasión hasta que su cuerpo e interés le den. Sin embargo, aunque James juegue hasta que tenga 50 años y gane 10 campeonatos más nunca podrá representar la grandeza del baloncesto porque los entertainers que manipulan los hilos tras bastidores no lo entienden y no les importa, y así muchas nuevas generaciones (algunas de las mismas que se asombran de los logros de James) de baloncelistas y fanáticos jóvenes nunca sabrán lo que se ha perdido: La belleza del baloncesto es la potencia sinérgica que se oculta en el sistema. Como pocos deportes el basket subraya intensamente la importancia del equipo. Quizá se deba a que se juega en un campo relativamente pequeño con un número de jugadores pequeño; es un juego que requiere gran concentración y atletismo, y alta comunicación entre todos los jugadores. Esto genera un aspecto de juego con un factor aleatorio disminuido, o sea, menor espacio para errores (basta observar la gran importancia que comentaristas y entrenadores le dan a los turnover).
James es un jugador extremadamente versátil y sobrenaturalmente intuitivo. En cualquier situación ofensiva (porque una de sus debilidades es la defensa, aunque ahí también ha tenido buenos momentos), James sabe dónde están todos sus compañeros y de las decenas de opciones que hay en su cabeza por lo general selecciona la mejor. He ahí el detalle, James juega damas chinas cuando podría estar jugando ajedrez (que es el tablero abstracto en el que se debe pensar cuando se piensa en baloncesto). Lebron “player-coach” James organiza las acciones mientras está en la acciones, como quien mueve las fichas en damas para mejor acorralar al oponente; James es a la vez el interior y el exterior de la acción. Pero, y esta es mi convicción que me hace pensar que James es una figura objetable para este deporte, en el basket a veces eres alfil, a veces eres reina, a veces eres torre, a veces eres peón, pero NUNCA puedes ser jugador como si estuvieras fuera de las incidencias: para jugar basket siempre tienes que hacerlo desde adentro.
Muchos dirán en contra de este argumento que al fin y al cabo lo que importa es ganar y James lo consigue. Para los que sean adeptos a la visión de mundo “winners or losers” no tengo nada que decir y con ellos no puedo comunicarme. Ahora bien, si el baloncesto es la metáfora que utilizamos cuando queremos hablar de la potencia del equipo y la victoria de la que se habla ahora está representada SOLO por la singularidad, entonces esa victoria es inmoral y debe rechazarse. Quien diga que los jugadores que han jugado con James ahora son mejores jugadores no han observado objetivamente las incidencias de los “equipos” en los que ha estado James. Quizá la decisión de Kyrie Irving de mudarse a Boston tenga que ver con el conocimiento intuitivo de que jugando junto a James su potencia de jugador de equipo se vio disminuida, y los Celtics son un equipo con tradición sistémica. Lo cierto es que en torno a James los jugadores no crecen, sino que sirven para hacer viable ciertas facetas de la modalidad de juego de James. ¿No será que James escoge deliberadamente equipos donde el sistema no es fuerte para entonces halar los elementos hacia su estilo? Me encantaría ver a James jugando para Popovich o Rivers; si esa dinámica funcionara con gusto invalidaría todos los argumentos que aquí he expuesto.
Al James colocarse en el centro de todas las acciones ofensivas introduce un virus aleatorio en el tablero y logra deshacer lo que quizá sea el aspecto más significativo del baloncesto: el equipo es un organismo que aspira a una actividad homogénea. Cuando se observa desde afuera –porque de eso es de lo que se trata, el basket es para nosotros, el pueblo, entretenimiento inteligente para maximizar el disfrute- el goce se deriva de percibir la actividad colectiva como si fuera una sola entidad. Piénsese en los Bulls de la era de Jackson o en los Spurs de Popovich durante los años gloriosos de la trinidad Duncan, Ginobili y Parker. El baloncesto, desde luego, NO es homogéneo –hay demasiados factores– pero cuando el sistema está funcionando adecuadamente la percepción es homogénea. Con James esto se pierde, no es un equipo lo que se observa sino un jugador que hace girar a los demás actores a su alrededor.
Yo tengo gusto por el lenguaje y cómo se utiliza para investigar lo que uno piensa; así algunos regodeos me parecen útiles, pero en el fondo mi hipótesis es muy simple: el baloncesto no necesita de súper jugadores. Los grandes jugadores, en cambio, son los que reconocen la importancia de ser piezas claves. Los equipos no se vuelven excelentes porque tengan súper jugadores en sus filas, son los jugadores los que crecen y se vuelven legendarios cuando llevan a su máxima expresión la potencia de un sistema. Los mejores juegos de baloncesto son los que son menos aleatorios y jugadores como James crecen individualmente porque incrementan la aleatoriedad en el escenario del tablero. Para muchos eso es precisamente lo que lo hace un jugador extraordinario, yo, en cambio, creo la esencia del baloncesto sufre cuando se juega de esa manera. James hace ver el juego como si fuera una cosa rígida y solo él es el wild factor que dirige las acciones. Pero el baloncesto no es eso; el baloncesto te invita a que entres en el flow colectivo, a que flotes en el enjambre de abejas para que ocasionalmente sientas el calor de la picadura.