Crisis ambiental y soluciones tecnológicas: invitación a la cautela

eiko ojala
Desde 1751 el mundo ha emitido más de 1.5 billones de toneladas de dióxido de carbono. Al ritmo actual de las emisiones a escala global, se prevé que la emisión de este gas continúe aumentando y alcance cantidades sumamente peligrosas para la vida en el planeta. Esto marcaría el inicio de un período de variaciones climáticas peligrosas que bien podría resultar irreversibles, afectando al clima durante siglos. Incluso si toda la economía mundial dejará de emitir dióxido de carbono en este momento, la cantidad de este gas ya acumulada en la atmósfera prácticamente asegura que las variaciones climáticas afectarán perjudicialmente a la humanidad, así como a otros organismos, por mucho tiempo. En fin, no lograr limitar el calentamiento a 2°C en la temperatura media global, como proponen diversas políticas y acuerdos internacionales, sería desastroso. No lograrlo, implica que podríamos escalar la temperatura media global a 3°C o 4°C por encima de los niveles preindustriales, valores peligrosísimos, que la continua emisión de otros gases de efecto invernadero, como el metano y óxido nitroso, de seguro aumentarían.
Los enormes peligros que el rápido cambio climático representa para la humanidad en su conjunto, aunque afectando a unos grupos más que a otros, y la incapacidad de la estructura político-económica capitalista existente para abordarlos, han generado una búsqueda desesperada de soluciones tecnológicas, en la forma de complejos esquemas de geoingeniería, definidas como intervenciones humanas masivas e intencionales para manipular todo el clima o el planeta en su conjunto. Pero, aparte de esos megaproyectos, la tecnología ha desempeñado un rol importante en diversas propuestas para enfrentar la diversa gama de problemas ambientales que nos afectan. En efecto, las soluciones tecnológicas a los problemas ambientales, muchas ciertamente tecnocráticas, no son nuevas. Estas han sido un componente básico de numerosas reformas y políticas ambientales, incluyendo el llamado Global Marshall Plan y el Green New Deal, así como numerosas propuestas para el desarrollo sustentable. Esta también desempeña un papel importante en las propuestas eco-capitalistas y en diversas corrientes del capitalismo verde. La tecnología, aunque desde una perspectiva algo distinta, es también importante para los ecosocialistas y eco-marxistas. Desde los ochenta ha sido un componente primordial de la llamada teoría de la modernización ecológica, excelente ejemplar de la fuerza dada a la tecnología en los esfuerzos para enfrentar y manejar los problemas ambientales.
El concepto de la modernización ecológica es usado en dos niveles, como teoría social y como programa político. En ambos casos se trata de una perspectiva ecológica fundamentada en la racionalidad científica y el optimismo tecnológico. Como teoría de cambio social esta explica la relación entre la modernización y los problemas ecológicos en las sociedades industriales de la tardo-modernidad, examinando los desarrollos institucionales y tecnológicos para enfrentar esos problemas. Como programa político es una vertiente de la planificación y gestión ambiental que plantea que un ambiente más limpio, el uso de tecnologías eficientes, el consumo verde y el manejo ambiental, entre otras prácticas similares, son beneficiosos para el crecimiento económico. Se trata de un esfuerzo para convertir la modernización en un proyecto eco-amigable, sin que esto afecte el desarrollo y crecimiento económico.
El programa político de la modernización ecológica fomenta la transformación de los procesos de producción y consumo mediante cambios institucionales y tecnológicos que incluyen: el uso de tecnologías verdes; la valuación económica de recursos ambientales; cambios en los patrones y estilos de producción y consumo; la prevención de daños ambientales; y el monitoreo de los ciclos de producción y consumo. En términos tecnológicos, este programa político requiere la realización y simbiosis de tres metas interrelacionadas: el uso de tecnologías verdes; cambios organizacionales que envuelve técnicas de manejo y ordenación eco-amigables; y la optimización de las operaciones, regulaciones y toma de decisiones. Aunque la modernización ecológica no se limita al cambio tecnológico, en la práctica es eso exactamente lo que enfatizan los eco-modernos. En diversos círculos políticos y económicos la modernización ecológica es equiparada a una revolución tecnológica de la eficiencia, imaginada como un aumento en la producción con el menor uso de materia y energía posible. Todo esto se fundamenta en el concepto de la industria ecológica, que concibe la tecnología como la introductora de cambios radicales en el metabolismo industrial, es decir, en los flujos de uso de la energía y los materiales de tal modo que sea cónsono con el metabolismo de la naturaleza.
La tecnología es, sin lugar a duda, considerada una alternativa importante para solucionar diversos problemas ambientales. De hecho, diversas tecnologías verdes ya son parte de numerosos proyectos para la protección del ambiente y la conservación de recursos. Las diversas tecnologías energéticamente eficientes y aquellas basadas en el uso de fuentes renovables de energía son buenos ejemplos. La tecnología digital es también progresivamente utilizada en la conservación de recursos naturales, dando paso a lo que algunos llaman la “conservación digital.” Esta se refiere a una amplia gama de desarrollos en la interfaz de la tecnología digital y las prácticas conservacionistas. Según Koens Arts, René van der Wal, y William M. Adams, la tecnología digital, combinando aplicaciones, cámaras, y diversos sensores de alta tecnología, hoy producidos en masa y difundidos por todo el planeta, hacen posible que haya una captura rápida y barata de datos sobre la naturaleza, así como de los usos de esta por los humanos. Además, estas tecnologías facilitan la integración y el análisis de estos datos y permiten que diversas personas compartan ideas, experiencias e imágenes de la naturaleza y sus usos de esta en las redes sociales y diversas aplicaciones. Por último, las tecnologías de conservación digital facilitan la gobernanza electrónica y los modelos participativos de gestión ambiental.
La tecnología, como demuestran los ejemplos mencionados, nos ayuda a resolver o manejar diversos problemas ambientales. Pero, la tecnología también ha contribuido a la formación y desarrollo de numerosos problemas socioambientales. En efecto, la innovación tecnológica es uno de los principales factores de cambio ambiental, vinculada a diversas formas de degradación ambiental, así como al agotamiento de diversos recursos. La tecnología es entonces una fuerza contradictoria. Si esta ha traído consigo incontables beneficios en lo que respecta nuestras relaciones con la naturaleza, también ha tenido consecuencias adversas. En muchas ocasiones hace ambas cosas simultáneamente. Por ejemplo, la tecnología energéticamente eficiente ha sido vinculada a la paradoja de Jevons, lo que implica que una tecnología diseñada para el uso eficiente de energía promueve eventualmente un mayor consumo de energía, evitando su conservación. La tecnología digital inteligente, muy usada en la conservación de recursos, requiere de artefactos dependientes de minerales raros, como el indio y el litio, cuya extracción es dañina para el ambiente, de paso produciendo y reproduciendo desigualdades e injusticias ambientales en los países pobres. Algo similar ocurre con los vehículos eléctricos. Estos tienen, por supuesto, una huella de carbono muchísimo más pequeña que los vehículos tradicionales. Sin embargo, sus baterías tienen costos ambientales. Estas contienen materiales raros y escasos cuya extracción requiere de procesos intensivos que hacen uso de mucha agua, la que contaminan, así como de mucha electricidad basada en combustibles fósiles. La extracción y minería de esos recursos también ha sido vinculada a la formación y reproducción de desigualdades e injusticias ambientales. Además, está la cuestión de cómo lidiar con las baterías al final de su vida útil y sus residuos tóxicos. Los vehículos eléctricos más grandes y potentes, que ahora incluyen sedanes medianos, los llamados “sport utility vehicles”, camiones y potentes carros deportivos, requieren de baterías más grandes y pesadas cuya producción genera emisiones significativamente altas. En fin, toda tecnología, aun si es ambientalmente amigable en algún aspecto, podría tener impactos adversos sobre el medioambiente.
Nuevamente, la innovación tecnológica ha traído consigo incalculables beneficios para los humanos, pero también ha tenido secuelas sociales y ambientales desfavorables. Esto implica que es necesario, cuando consideremos soluciones tecnológicas a los problemas ambientales, advertir y evaluar sus límites y sus efectos ambientales, intencionados o no. Además, no podemos confiarnos en la idea de la continua innovación tecnológica como solución final a los problemas ambientales. Para empezar, los problemas ambientales no son causados por la tecnología solamente. Estos problemas son multicausales, producto de varios factores sociales, ambientales y tecnológicos que interactúan entre sí constantemente de formas muy complejas y dinámicas. Atender sólo la dimensión tecnológica de estos problemas, proponiendo el desarrollo de alguna tecnología particular, dejaría sin atender otras dimensiones, algunas veces más decisivas del problema que sus dimensiones tecnológicas. Puesto que los problemas ambientales no son sólo tecnológicos, la tecnología no representa la solución final, ni necesariamente, la más efectiva con respecto a estos. Los “technical fixes,” enmarañados en una perspectiva funcionalista, responden a una imagen parcial y profundamente descontextualizada de los problemas ambientales. Pero, la innovación tecnológica está más bien intrincada en contextos sociales sumamente complejos, dinámicos y confusos. Además, la trayectoria de una tecnología involucra diversos actores con diversas subjetividades, ideologías, intereses, motivaciones y actitudes, actores cuyas relaciones son muchas veces conflictivas, relaciones de poder. En efecto, el desarrollo y “estabilización” de una tecnología es el producto de luchas de poder, lo que niega su supuesta neutralidad. La tecnología es ideológica. La tecnología verde, como otras tecnologías, responde al llamado imperativo tecnológico, vinculado a la razón instrumental, la ideología del progreso y al determinismo tecnológico. Pero detrás de ese imperativo tecnológico maniobra otro fuerte e imperioso imperativo que lo subsume: la acumulación de capital. Hoy, la hegemonía capitalista está alojada en la innovación tecnológica como nunca.
A simple vista muchas tecnologías verdes parecerían estar vinculadas a lo que Andrew Feenberg, llama la “racionalización subversiva.” Pero, no lo están. La tecnología verde, aún cuando implica cierta responsabilidad ecológica, sigue atada a la racionalización hegemónica, una racionalización instrumental en la que la tecnología es un medio para el fin del poder y la acumulación de capital. Además, su desarrollo, lejos de ser democrático, es profundamente tecnocrático. Esta tecnología es moldeada y controlada por las relaciones sociales capitalistas, desde su diseño hasta su implementación, uso y desecho. La innovación tecnológica bajo el capitalismo se introduce abrumadoramente con el fin primordial de acumular más y más capital mientras suscita ciertas formas de reproducción social y reafirma las relaciones de poder existentes. Algunas de estas tecnologías internalizan algunas externalidades del capital, pero los mecanismos para regular los efectos de las «externalidades,» siguen siendo escasos. Lo único que puede lograrse, y sólo por la presión de los movimientos sociales, es una regulación limitada de las prácticas económicas que producen esas externalidades. Las innovaciones tecnológicas bajo el capitalismo vienen a costa del medio ambiente, incluso cuando algunas hacen posible una reducción en las adiciones y extracciones al ambiente, como las tecnologías energéticamente eficientes.
Al final, la solución no es tecnológica sino social, la transformación total de las relaciones sociales. Como propone Enrique Dussel, es necesario desligar la tecnología de la plusvalía. Se trata de evitar que la tecnología continúe siendo un componente del aumento de plustrabajo o plusvalor. Se trata de convertirla en un componente del aumento de satisfactores para las necesidades y bienestar de las mayorías, lo que requiere proteger el ambiente. Para Dussel, una vez demolida la relación formal de la tecnología con el capital ésta dejaría de ser un momento del proceso de valorización de capital, para la acumulación de capital, para ser un instrumento de trabajo en el proceso de producción. Me temo, sin embargo, que ese desligamiento o demolición tomará un largo tiempo. Mientras tanto, podemos al menos demandar e insistir en que las decisiones tecnológicas, así como el desarrollo tecnológico, aún el de las tecnologías eco amigables, estén basadas, como recomienda John Bellamy Foster, en el principio de la precaución. Es también importante exigir la democratización radical de las decisiones tecnológicas.