Dama con sombrero: un retrato de Nilita Vientós Gastón
Uno de los biógrafos de Henry James, el novelista preferido de Nilita, decía que había tres maneras de hacer biografía. La crónica documentada de una vida; la novelística, que recrea una vida; y la pictórica, en la que se resaltan los rasgos que encapsulan esa vida. A medio camino entre el distanciamiento que propone el relato documentado y que haría de Nilita un objeto de estudio, y la intimidad sentimental e ideológica que sustenta a la biografía novelada –que en modo alguno puedo reclamar– opto por el pincel, que distingue sobre todo su convicción y expresión críticas. Me cuelo en un taller excepcional, porque Nilita ha sido una de las figuras femeninas más representadas por la plástica y la gráfica puertorriqueñas y los artistas han sabido destacar su aguijón inteligente y performático.
Ahí está la Nilita, siempre joven y ensoñada, en cuyo regazo descansa la artista que siempre fue; también está la Nilita moruna con mantón de Manila y guitarra; la grand dame de encaje en su trono de mimbre, captada por Margarita Fernández; la toda cabeza a la Atenea de José Rosa y la pelo cerrero de Antonio Martorell. Toño también la trepa en una escalera letrada y, en una serigrafía inolvidable y mordiente, Nelson Sambolín la distingue en medio del masculino recinto del Colegio de Abogados. Francisco Rodón la pintó de negro en 1965 con su boina de abogada, un verdadero tour de force porque no se quedaba quieta en el posado.
Me animo, pues, a esbozar un retrato. Me valgo de los juegos de luz y sombra, de las líneas de definición y de fuga, de la pátina de una vida que se me brinda a través de sus textos y de sus gestos públicos. La ubico frente a un paisaje que guarda intensidades fáusticas, desafíos gloriosos y apuestas fallidas. Es el Puerto Rico de la mitad del siglo XX, que transita con vértigo al desarrollo, que eleva puentes a la modernidad que liberaron a muchos de la desesperanza, con profundo sentido democrático y social pero que empujaron a otros a abismos del espíritu. Es el Puerto Rico que reinventa subalternidades, que se desgaja de la esclavitud del ciclo agrario para labrar otras esclavitudes y desarraigos. Es el Puerto Rico de la posguerra que expulsó a cerca de una cuarta parte de su población mientras se constituyó a sí mismo como pueblo dotado con emblemática y una espléndida carta constitucional.
Este año se cumplen setenta años de la fundación del Estado Libre Asociado y sentimos aún que nos falta un entendimiento cabal de esos tiempos, una recalibración que supere tanto nuestras miopías como nuestras obsesiones. ¿Cómo pintar sobre ese paisaje tan satanizado como sacralizado y ya, por muchos, irrelevante? Precisamente, lo que nos permiten los varios rostros de Nilita es insertar en ese abigarrado tablado, el contrapunto, un pinchazo que produce molestia pero desamodorra, cual brochazo insumiso que irrumpe sinuosamente en la pieza que se pensaba finalizada o embalada en la nave del olvido.
La emprendió a menudo Nilita contra el grano de muchas complacencias de la modernización pero nunca se refugió en los lamentos de los paraísos perdidos, como mucha de la intelectualidad de entonces; más bien, radicalizó las propuestas y agendas que se quedaron timoratas. En el lienzo poblado de acción, desaceleró las pulsiones que hicieron de la época una de desmonte y sustituciones, se sentó en su sofá isleño, e inició una conversación de acicate que no descansó.
En su conversación y sus textos, no fue Nilita distante, ni en su tono, ni en su léxico. Hay una cercanía, una diafanidad ejemplar, del que quiere ser oído, del que aprecia, –no empece la mediación de sus referentes y de la propia tupidez de la letra impresa, o de su voz chillona y Nilita la tenía–, el contacto que crea la palabra. Tampoco, y esto ha sido una absoluta revelación, hay envejecimiento. Por supuesto, hay calendario, pero pasada la anécdota y los eventos puntuales, hay una voz de absoluta vigencia.
¿De qué habla Nilita? ¿En sus columnas periodísticas, en la dirección de sus revistas, en la presidencia del Ateneo, en sus libros, en esos años de normalización moderna que discurren de 1948 a 1964? ¿De qué conversa a la sombra del caudillo?
Conversa sobre el valor de la individualidad: Es el populismo siempre una convocatoria épica. En los mitos movilizadores de la justicia social, la redención de la tierra y la gestión política propia, encontró el Puerto Rico de mediados del siglo XX, aliento redentor. Sin embargo, le cupo a la voz épica un destino incongruente: aunque instrumento de liberación, terminó por someter y encandilar; produjo, quizás a pesar suyo, demasiados incondicionalismos y domesticaciones. De igual manera, pasado su momento emancipador, promovió conformismos y asordinó muchas voces discrepantes. En su admiración por los que resistieron, por los incomprendidos, por el exiliado, por aquéllos que remaron contra corriente, sin abjurar de sus creencias aunque pecaran de arrogantes y soberbios, Nilita estampó un modelo de actuación personal en medio de los achatamientos intelectuales y de voluntad a los que se plegó mucha de nuestra modernidad. Lo plasmó en numerosas columnas que publicó bajo el título de Índice Cultural y en las afamadas revistas que dirigió (Asomante y Sin Nombre) y en sus posturas públicas, incluyendo sus apariciones en el cine-club de la Universidad de Puerto Rico, donde siempre iniciaba el debate o lo interrumpía, como bomba de anarquista.
De Andre Malraux, el autor de La condición humana, celebraba el actuar de acuerdo a sus convicciones, el haber vivido, como sus personajes novelescos, en continuo riesgo. En su admirado Henry James, el reto de la integridad, cómo conservar la individualidad dentro del marco de una sociedad; en Albert Camus, a quien llora en su muerte prematura, haber encarnado al hombre absurdo, aquél que exalta la vida sin esperanza de otra ulterior, el que renuncia al sueño de la inmortalidad y a la comprensión total del mundo, el que mira al hombre como lo único que importa y tiene sentido; en Madame de Stael, el hecho de haber vivido en absoluta libertad el amor, la política y la literatura. En más de un sentido, ella es su alter ego: Vivió
conversando, haciendo conversar a los demás. Se dijo que desde que aprendió a hablar, no volvió nunca a callar.
Conversa sobre el valor del estilo: No me refiero aquí a esa propuesta iconoclasta de diseño que siempre fue la propia Nilita en su casa, en sus vestidos y sombreros, sus accesorios, su biblioteca, que revelaba su apuesta –simultáneamente reverencial y subversiva–, por la forma. En varias ocasiones instó a que el libro fuera siempre un conjunto armonioso, cuyo ropaje no demeritara su contenido, aún cuando su utilización popular propusiera otras urgencias. Frente al avance de la estandarización y de lo masivo, Nilita, como Oscar Wilde, rescató siempre el valor formal.
Pues el estilo es también un discurso de lo auténtico. Fue implacable en su crítica a Frederic Leighton, el pintor inglés elevado a alturas estéticas insospechadas por los puertorriqueños. De él decía Nilita: Tenía una vestimenta para cada función social y una moral para cada vestimenta. Estaba siempre tan imperturbable como un actor que se sabe a pie juntillas su papel, nunca en la vida tuvo necesidad de apuntador, hasta sus torpezas habían sido ensayadas.
También, el estilo era para Nilita un discurso de lo decoroso. Cuando los jueces del Tribunal Supremo de Puerto Rico aparecieron en tres publicaciones norteamericanas en anuncios para fomentar el turismo alabando el diseño de su nuevo edificio a la entrada de la isleta de San Juan, Nilita escribió en una de sus columnas más contundentes palabras que tienen absoluta actualidad: No es el estilo del edificio, ni la disposición de sus salas, lo que hace al tribunal: es la persona de los jueces que lo integran.
El estilo se ocupa de las consistencias y las medidas; de fronteras que se respetan no por antiguas sino porque su revocación esfuma lo esencial, que es el carácter. Cuando se enteró que Hollywood iba a adaptar al cine a Platero y yo, se preguntó: ¿Qué director, qué guión, qué actor de carne y hueso, que burrito real pueden revelar al mirarlos el vasto e impreciso mundo de la poesía…?
Conversa sobre el valor de la crítica: Es la crítica una salvaguarda frente a las tiranías de las mayorías que pasan por sabias y de la tiranía de las minorías que abusan de sus capitales simbólicos y económicos. Cuando una burocratizada Universidad de Puerto Rico prohibió que se celebrara un debate en torno a la presencia de armamentos nucleares en nuestro territorio aduciendo que era una actividad político-partidista y que a la Universidad se venía a estudiar, Nilita replicó: Una Universidad es una casa de estudios. Pero es también mucho más. El saber que enseña debe ser un saber vivo que ayude al estudiante a ver con más claridad los problemas de su país y de su tiempo para que pueda lidiar mejor con ellos cuando le llegue el momento de intervenir de modo activo en la vida pública.
“Nilita Vientós Gastón, una mujer letrada”, Antonio Martorell (sin fecha). Museo de Historia, Antropología y Arte, Universidad de Puerto Rico.Tampoco le asustaban las mitras. Cuando se organizó el Partido Acción Cristiana para las elecciones de 1964, no niega que les asista el derecho a sus fundadores, pero advierte sobre los dilemas éticos que suscita el colapso de lo religioso y lo político. Cuando la política adopta el ropaje dogmático de la religión, cesa en su función constructiva y se convierte en tiranía; cuando la religión adopta las técnicas de la política pierde su más valiosa esencia y pone en peligro su función espiritual. Al escalar el enfrentamiento a crisis constitucional, no vaciló en defender la base secular del estado puertorriqueño, sin menoscabo de los derechos de opinión y pensamiento: Nadie censura a los señores obispos porque expresen su criterio, ni porque aconsejen a sus fieles. Lo primero es un derecho que le concede la democracia que tratan de lesionar. Lo segundo, una obligación que les impone su ministerio. Lo que censura la opinión pública es que aprovechen su posición oficial para hacer propaganda en contra de determinado partido. Lo que censura es que tomen ventaja de sus cargos para intimidar y atemorizar al votante y que bajen a la arena política y reclamen la doble ventaja de organización política y organización religiosa. La actitud de la iglesia es totalitaria –el que no está conmigo está en contra mía–; es un ataque a la libertad de expresión, un pronunciamiento contra la tolerancia religiosa.
En el ejercicio de la crítica, hubo en Nilita una demanda igualmente categórica por la disciplina propia. No hay libertad ni derecho que no la exija. En 1958 se celebró a instancias de la Alcaldesa de San Juan, Felisa Rincón de Gautier, una asamblea para discutir el fenómeno de la delincuencia juvenil que comenzaba a agobiar el país. En su participación, Nilita le pidió a la prensa mesura en la presentación de la criminalidad: la relación minuciosa y complaciente del delito, las entrevistas con los violadores de la ley, el relato de su vida y milagros, las fotografías, todos los medios que utilizan para recalcar el delito y dar a conocer el delincuente, constituyen serios y graves obstáculos para combatirlo. La prensa le pidió explicaciones. Y Nilita las dio:
Soy enemiga declarada de la censura. Al imponerla se corre siempre el peligro de incurrir en un mal mayor que el que se intenta corregir; es un ataque a la libertad de expresión. Pero creo en la censura que por convencimiento de la necesidad de sus fines nos imponemos nosotros mismos. Es la única válida y provechosa. La vida entera de una comunidad, la del individuo, se apoya en un sinnúmero de restricciones. Es el pago obligatorio para que perdure una sociedad, para que puedan convivir sus componentes. La mayor libertad exige siempre el mayor rigor.
Conversa sobre el valor de las minorías intelectuales: El populismo puertorriqueño acogió signos contrarios en su valoración y tratamiento de los intelectuales. Las sospechas hacia la casta intelectual inevitablemente recalaron en el terreno de las afiliaciones políticas pero también estuvieron intervenidas por nociones de clase y de raza. A su vez, con el advenimiento al poder del Partido Popular Democrático, la casa letrada se fragmentó en sus relaciones con un régimen que proponía la expansión de la gestión cultural desde coordenadas de mayor democratización y utilidad cívica. Proyectos como la División de Educación a la Comunidad intentaron disolver las tensiones entre democracia y cultura, entre el compromiso social y los rigores formales del arte y fueron avalados por muchos de los mejores talentos. Otros, sin embargo, recelaron de la legitimidad que podían otorgar a una propuesta política que se alejaba de las utopías soberanistas y que se sentía mejor con el intelectual convertido en funcionario. Debates sobre la occidentalización o puertorriqueñización de la cultura enredaron aún más un panorama cultural planteando fórmulas excluyentes de adhesión. Para Nilita, ninguno de los bandos tenía toda la razón. Los puertorriqueñistas estaban siempre al filo del chauvinismo; los occidentalistas, de un cosmpolitismo sin raíces. Faltos de confianza, a los puertorriqueños les daba o por exagerar su condición nativista o por presumir que no le daban importancia. Algo más peligroso, sin embargo, iba sedimentándose: un insidioso anti-intelectualismo que, hoy por hoy, representa una de las taras más enquistadas en los comportamientos y actitudes generales de muchos puertorriqueños.
Ya en 1949, y a propósito de la publicación de un libro de Lindsay Rogers sobre la formación de la opinión pública, cuestionaba Nilita la sabiduría de la opinión de las mayorías, fundamentada en informaciones distorsionadas y coloreadas por los medios de comunicación. Cabe preguntar, ¿cuál sería el destino de una nación cuyos dirigentes acataran siempre el sentir de la mayoría, aceptaran la norma de que ‘la voz del pueblo es la voz de Dios’? El verdadero líder es el que… tiene el valor, el talento y el instinto de ir en contra del criterio de la mayoría cuando así lo exigen las circunstancias. Al año siguiente, como escritora invitada por Eliseo Combas Guerra en su columna En torno a la Fortaleza, Nilita proclamaba que un país es lo que son sus minorías más concientes, el producto de los espíritus mejor orientados. Y al que me diga que esto es un concepto aristocrático de la cultura le replico que no confunda masa con pueblo. Para entonces advertía que: Conocemos de memoria la vida y milagros de los peloteros, los líos matrimoniales de los actores de Hollywood y los chismes insignificantes de la política local. Nos ocupamos muy poco, en cambio, del mundo de las ideas y del arte. No pretendía un país de filósofos, artistas y críticos pues sería inhabitable pero una minoría de estos chiflados es inevitable, decía.
Quizás sea su controversia con Roberto Rexach y Celeste Benítez en ocasión de la publicación por parte de los dos profesores universitarios del ensayo Puerto Rico, 1964. Un pueblo en la encrucijada la que anude con mayor ahínco su valoración del intelectual. Su punto de partida es el pensamiento de un viejo amigo, Albert Camus: el intelectual no puede hoy ponerse al servicio de los que hacen la historia, debe estar al servicio de los que la padecen. No hay tiempo fácil para el que como el intelectual vive realmente en él. En él se cifra la inconformidad, la disidencia, la protesta, innata a la condición del hombre, única criatura del universo que quiere ser siempre más de lo que es.
La responsabilidad del intelectual derrota tiempos y generaciones: En el futuro, cuando lo que ahora es se haya convertido en pasado, los espíritus curiosos que quieran saber cómo era Puerto Rico y cómo eran los puertorriqueños en el momento presente tendrán que hacer lo mismo que han hecho los espíritus curiosos de todas las épocas y de todos los países: recurrir a la obra de los escritores y los artistas. Un cuento, una novela, un poema, una canción, les dirá más que miles de informes y estadísticas. La imagen que de un pueblo tienen sus escritores y artistas es lo que pasa a la posteridad. Porque es la que está hecha con intuición, espíritu selectivo, conocimiento de lo vital y perdurable y, sobre todo, con amor.
Esta es una colaboración entre 80grados y la Academia Puertorriqueña de la Historia
en un afán compartido de estimular el debate plural y crítico sobre los procesos
que constituyen nuestra historia.