De parejeras y cimarronas: racialización y género
La portada de Bajo la sombra del texto, La crítica y el silencio en el discurso racial en Puerto Rico (Editorial Terranova, 2016) asume, sin recato, la paradoja de su argumentación y estrategias retóricas. En el cuadro de Samuel Lind la puesta en escena de la promesa de un bodegón tropical en el cual se ofrece, como manjar, el cuerpo abundante de la mujer negra está contrariado por el desenfoque de la imagen, la caída y el recorte de las frutas, la tensión de los brazos que, en alzada, desfiguran el torso vuelto cuchilla cruzada, así como el rostro en el cual la intensidad del gesto parece desatenderse del conjunto y reclamar otro lugar: más allá del cuadro costumbrista, más acá de la sombra del texto. En efecto, el desafío inteligente de ese rostro, recortado del resto y terco en su mirar sesgado, es el encabezado de cada uno de las seis secciones que componen esta colección la cual desafía el silencio desde una impertinencia crítica que se pregunta sobre el discurso racial en Puerto Rico en textos escritos sobre todo por, o sobre mujeres, a la vez que ensaya lenguajes y acercamientos teóricos que suplementan los ya conocidos o proponen otros emergentes. El bodegón tropical al que invita Rivera Casellas deviene otro, pues. Gustoso, sin duda; pero incorporada la pulpa dura, la semilla ingesta, la espina que no cesa, así como el gesto insolente de quien lo recoje, aún en cosecha ajena. Raza, género, clase y cultura son sus aderezos y el trasero, el don regresado por Isabelo Zenón, la mesa de su convite.
Cómplice del complot anterior es el libro de la historiadora María del Carmen Baerga, Negociaciones de sangre: dinámicas racializantes en el Puerto Rico decimonónico (Ediciones Iberoamericana Vervuet / Callejón, 2015). Su diseño de portada opone al de Zaira Rivera la estampa de Dama a caballo del pintor José Campeche de 1885 en el cual la pose evidencia el señorío privilegiado de una criolla blanca a finales del siglo XIX. Son notables los índices genealógicos diferenciales de ambas portadas. Ataviada en tonos mediterráneos, discreto el cuerpo en los atavíos que la abarcan desde el sombrero a los botines, su fina figura se completa en la elegancia del paso fino del corcel y en el descanso del fuete que no precisa de ejercitarse para subrayar su dominio, un conjunto armónico que desentona con los matices terráqueos de la que bien pudo ser descendiente de su partida de esclavos, aquella cuyos pechos desnudos desbordan el ajuste geométrico de su figura. Sin perturbarse, ambos, ama y bestia, miran frontalmente al espectador con el aplomo y licencias otorgados por aquella sociedad. No cede, sin embargo, la ensayista a cederle el protagonismo a las pretensiones idílicas del cuadro de Campeche. El mismo es relegado, esquineado, por el anuncio de que es otra trama la que se confabula: esto es, negociaciones de sangre, filiaciones y afiliaciones que desmontan el pacto biológico esencialista y social sobre el cual se sustentaron procesos de racialización en las colonias peninsulares de ultramar.
Nadie mira en la portada de PR 3 Aguirre de Marta Aponte Alsina (Sopa de Letras 2018). Solo se insinúan rostros vedados y sudorosos en la inclinación a la que obliga el trabajo del cañaveral en aquella tierra madrastra, seca y estéril, de la cual escribió Luis Palés Matos. Y es que, si hay un solar patriarcal por excelencia en estas islas del mar, ninguno otro como fueron la hacienda y la Central ya fuera de capital criollo o extranjero. Porto Rico: Hosing Sugar Cane compite en la portada con la de Frank Vélez la cual muestra el exquisito encaje de un ventanal cuyo interior apenas sería entrevisto o adivinado por las dos negras de la foto superpuesta. Irrumpe incómoda en el bordado artesanal en el recordatorio que ese mundo solo fue posible por las manos callosas y el estruendo de las máquinas procesadoras, una simbiosis anudada en el tono sepia de la portada. Entre ambas mujeres, la silueta del espantapájaro, paja investida de humano, insiste sobre las sombras siniestras de estas vidas precarias y descartables en la lógica trituradora del capital económico y simbólico. Sin embargo, son precisamente esas sombras las que anima Aponte Alsina en Las islas, la segunda parte de Aguirre. Delegadas en el testimonio de testigos ficcionalizados o sobrevivientes reales, las negras del litoral del sur cuentan relatos de fundaciones, sobrevivencias, batallas y legados. En el traspaso de un imperio a otro, Aponte las incita alzar el rostro, levantar la voz, apuntar las azadas.
Lo cierto es, que entre 2016 y 2018, estos textos de Aponte, Baerga y Rivera suponen una cimarronería en el archivo cultural e histórico puertorriqueño. Y, si bien la cuestión racial ya había sido problematizada por ensayistas como José Luis González, Angel Quintero, Arcadio Díaz Quiñones y, recientemente, Jossianna Arroyo y Juan Otero, entre otros, los que me ocupan la adensan en la vertiente de género, y en los debates sobre racialización, hibridizando el archivo al incorporar tanto lo interdisciplinario como al invitar (recurro a la cita de Zaira Rivera de Michel Foucault): “…hacer entrar en juego saberes locales, discontinuos, deslocalizados, no legitimados, contra la instancia unitaria que pretendería filtrarlos, jerarquizarlos, ordenarlos en nombre de un conocimiento verdadero y de los derechos de una ciencia”(9). Desde la historia y la cultura, Baerga y Rivera asedian su objeto de estudio desde la ley y la letra mientras Aponte ensaya la crónica, ese género poroso donde ambas disciplinas se funden y su narradora es otro personaje en una escritura de vocación performativa exhibiendo sus enunciados así como los modos y trampas de la enunciación.
Vinculado a la teoría decolonial en ensayos pioneros de Walter Mignolo y Aníbal Quijano sobre América Latina y, yo añadiría, trasladado al Caribe en la relectura de Césaire y Fanon que efectúa Nelson Torres Maldonado, Baerga resignifica dichos debates en el siglo XVIII y XIX al tensarlos en un proceso que impone, acepta, impugna, acomoda y subvierte categorías nominativas como raza e identidad nacional. Análogo a la inestabilidad y a la contextualización debida que informan los estudios contemporáneos de género, la racialización, y cito de Baerga, “…aparece cuando la etnicidad (cúmulo arbitrario de ancestros) se considera esencial y jerárquica, y se fragua en una relación dialéctica entre la inmutabilidad y mutabilidad de los atributos que la definen”(34). Clase, calidad y pureza relativizan, pues, grados de mulataje y mestizaje en espacios contenciosos de sociabilidad e intersubjetividad como son los matrimonios y otras alianzas de sexo y sangre midiendo legitimidad e ilegitimidades en documentos considerados menores: actas bautismales, de matrimonio, de herencia y, sobre todo, juicios de disenso. Los cuerpos saludables –limpiados de, sin mácula- son, en esta trama de negociaciones, los viables del buen legado: del nombre, de los bienes, de la reputación. El de la mujer, el más preciado, en tanto portadora de la calidad de sangre y de conductas privadas y públicas intachables; garantías de alianzas de blanqueamiento que habilitarían que la mulata de la acuarela de Lind se metamorfosee en la jinete de Campeche o que las negras del litoral entren a la casa de encajes y puntadas de la casa grande.
¡Qué breguen!, parece reclamar Rivera Casellas en Bajo la sombra del texto. Ese cuerpo merece un corpus crítico que, como su diseño de portada, implosione los marcos de un estrecho y disperso archivo al canibalizar textos canónicos y marginales, enfoques teóricos diversos así como literaturas que cruzan las Américas: caribeñas, norteamericanas y latinoamericanas. De la puesta en escena de los límites y la potencia de la negritud en Tuntún de pasa y grifería de Palés Matos y Narciso descubre su trasero de Isabelo Zenón a los retos a la masculinidad en Usmaíl de Pedro Juan Soto y La renuncia del héroe Baltasar de Edgardo Rodríguez Juliá, los cuatro ensayos de Rivera Casellas se urden entre sordas batallas y dramáticos efectos en la representación y conflictos entre criollas, mulatas y negras. De ellas, también, con las redes que cosen y descosen los múltiples posicionamientos consignados, negociados e inaugurados en el paso del siglo XIX y XX en el cual se trasunta, aún, el carimbo de la esclavitud y se acentúa la experiencia del exilio como zonas polémicas, intransitables, en la fallida tarea de designar un “alma nacional” criolla. Un temperamento que, en el desvío del paradigmático trauma del corte del ’98, silencia otro, marcado en la piel y en el cuerpo, en las asignaciones culturales y sociales y en los abismos espesos entre la ley y la justicia. En efecto, decolonizar la raza y el género, así como a su largo y prolífico linaje, supone un ejercicio crítico sostenido y estrábico que sortee las controversias y las interpretaciones desde otro tablero y reglas de juego, desde otros lenguajes y lugares de enunciación. Ello relaciona, por ejemplo, las líneas de fuga que proliferan en el segundo y tercer ensayo de Bajo la sombra del texto: “Exilio y delirio en la construcción de la ciudad letrada caribeña de Alejandro Tapia y Rivera” y “La poética de la esclavitud (silenciada) en la escritura de Carmen Colón Pellot, Beatriz Berrocal, Yolanda Arroyo Pizarro y Mayra Santos Febres”. En el primero, el delirio romántico y las alianzas matrimoniales como cimentación del pacto nacional, que atendiera Baerga desde la ley, encuentran las fronteras de su irresolución en la imposibilidad de lo justo en el estrecho marco insular colonial (una lectura distinta a la ya clásica de Doris Sommers). La constitución de la pareja solo es pensable allá, del otro lado del mar (una trama similar se encuentra en El negocio, la novela ponceña de Manuel Zeno Gandía). En el segundo ensayo la escritura autoficcional de afrodescendientes articula percepciones de raza y género que trazan otra genealogía en la cual el ruido de la mulata, su heteroglosia salvaje, no puede enquistarse ni aquietarse en las estrategias de silencio y pulcritud, de domesticación, de la lengua del amo. El solipsismo asociado a la autobiografía y otras escrituras del yo se descompone en el grito amplificado de la demanda de aquella sobre la cual se ha cometido una injusticia. El grito, contracción del cuerpo en la voz, revela, entonces, un daño o un olvido, una llamada al reconocimiento de una subjetividad singular y comunal.
En clave de aquelarre se inicia la segunda parte de Aguirre, la crónica de Aponte Alsina, su relato de una zona cuyas huellas concentran, y cito “En los llanos del Sur, a lo largo de un tramo de la carretera PR3, entre el barrio Jobos de Guayama y la entrada al pueblo de Salinas… (se concentra) la historia mundial de varios siglos, pero el mundo no lo sabe”(9). Sabíamos de su idilio con Cayey. Guayama, la ciudad bruja en la cual el espiritismo anglogermánico se funde con las creencias afroantillanas, convoca memorias de infancia en un desfile de cuenteras que, entre melaza y salitre, imantan fantasmas del Middle Passage, el infame cruce transatlántico que fue dejando una estela de cuerpos en el fondo del mar y en los campos de trabajo esclavo en las islas, con la gestora de un polvoriento museo del cabello y con la reposada farmacéutica cuya carrera favoreció el auge económico de la región en la gestión de los amos abyectos y de los amos benévolos de la Central. Contar un país, un pueblo, una comunidad, un sujeto no es tarea fácil. Contarlo desde su fundación a su presente, contarlo desde la otra cara de la moneda de sus propietarios y discursos hegemónicos, desde su cotidianidad afectada hasta el dato frío de las estadísticas, desde sus proezas a sus debilidades. Hacerlo sin disimular la pasión por la escritura, la fragilidad del juicio, lo tentativo de sus imágenes. Contarlo desde lo que, ausente en la Dama a caballo de Campeche, insiste en la mirada oblicua y pícara de la mulata de Bajo la sombra y se solivianta jaiba en el cuerpo sometido, integrado al paisaje bárbaro de dos negras bajo el sol calcinante de la plantación. El archivo ya no es el mismo. Demasiada parejería y cimarronería lo importunan desde la piel.
Universidad de Puerto Rico.
5 de abril 2019
*Ponencia presentada en XII Coloquio Nacional de las mujeres bajo el título original De parejeras y cimarronas: racialización y género en la ensayística de Marta Aponte, María del Carmen Baerga y Zaira Rivera.