De un pájaro las dos negras alas: sobre un libro de Jesse Hoffnung-Garskof
Pienso en estas palabras de Prown porque por más de treinta años ha decorado mis estanterías, específicamente una tablilla de libros cubanos, una taza que conseguí en una de esas tiendas de cachivaches que quieren que las considere de antigüedades y no lo son, pero que muchas veces albergan escondidos objetos de valor para quienes saben apreciarlos. Hace años entré en una de esas tiendas. Fue a las afueras de Boston y su dueño reinaba como viejo y barbudo patriarca whitmaniano que algo tenía o le quedaba de jipi. Curiosamente parecía no querer vender nada de lo que tenía en la tienda porque sentía gran aprecio por todos los objetos que atiborraban su negocio. Pero vio mi asombro y mi sonrisa cuando saqué de una esquina desordenada una vieja taza; decidió vendérmela y a buen precio porque intuyó que la apreciaba tanto o más que él.
Era o es, porque todavía la atesoro, una taza no muy elegante de porcelana. Lleva el sello de la marca alemana Rosenthal, compañía fundada en 1879, y se puede decir que tiene un cierto aire de esa época, unas ciertas líneas ”art nouveau”. Pero más que la forma de la taza y su sello de autenticidad, lo que me atrajo fue la decoración. Era obvio que originalmente no traía ninguna excepto un borde dorado; la que lleva fue añadida posteriormente y a mano. El platillo y la taza están adornados con sendas banderas estadounidense y cubana y una guirlanda que parece querer representar laureles y en cuyo centro aparece una fecha: 4 de julio de 1898.
El barbudo patriarca dueño de la tienda me preguntó al intentar pagarle los cinco dólares que me pedía por la taza si sabía lo que me llevaba. Le dije la verdad: tenía una idea pero no estaba seguro y agradecería por ello cualquier información que me pudiera dar. Con una sonrisa de mayor satisfacción que la mía cuando descubrí la taza casi escondida entre otros tereques me dijo que la había conseguido hacía ya tiempo de una anciana y que esta le dijo que una pariente suya – creo que dijo que era su abuela – pintaba esas tazas para recaudar fondos allí, en Boston, para los soldados cubanos en la guerra de independencia. ¿Eres cubano?: me preguntó. No, pero casi lo soy; soy puertorriqueño: le respondí. ¡Ah! Creí que eras cubano, porque otras personas han querido comprar esa tacita y le subí el precio mucho para que no se la llevaran porque no eran cubanos y no la iban a apreciar. Con miedo a que a última hora cambiara de opinión y decidiera no vendérmela, le aclaré que era profesor de estudios latinoamericanos y que sabía de la Guerra de 1898 (en verdad de 1895) y que en mi familia corría la historia, no sé si verídica, de un tío bisabuelo mío, Adolfo Mena, que se fue de Puerto Rico a Cuba vía Nueva York para luchar en esa guerra y en Cuba se quedó. “¡Ah! Pues la taza te pertenece.” Pagué los cinco dólares con gusto y salí con mi tesoro del negocio, que entonces para mí se había transformado en una verdadera tienda de antigüedades. Desde ese momento la taza adorna una de las tablillas de libros cubanos en las estantería de mi biblioteca.
¿Por qué rememoro esta historia? Lo hago porque la lectura de un excelente libro de Jesse Hoffnung-Garskof, Racial migrations. New York City and the revolutionary politics of the Spanish Caribbean (Princeton, Princeton University Press, 2019), me ha hecho ver mi atesorada taza bajo nueva luz al colocarla en lo que Prown llama “an object-based branch of cultural anthropology or cultural history” (11). La taza adquiere ahora para mí un nuevo sentido ya que Hoffnung-Garskof cuenta en su libro la historia de los emigrantes cubanos y puertorriqueños, particularmente aquellos que en el contexto estadounidense eran considerados negros o “gente de color”, en la segunda mitad del siglo XIX y quienes eran parte de un grupo caribeño que organizaba la guerra de independencia de Cuba y fomentaba la de Puerto Rico, movimiento que tenía como figura central a José Martí. Este libro es, pues, una historia de las alas negras del simbólico pájaro que se imaginó doña Lola. Y el libro me ha hecho ver mi tacita de otra manera.
Pero ahora, más que mi apreciada taza, lo que importa es el nuevo libro de Hoffnung-Garskof quien ya nos había dado otro sobre la emigración dominicana a la ciudad de Nueva York[2]. Este nuevo estudio emplea el viejo método histórico de la narración. El autor mismo considera su obra una microhistoria que depende del relato de la vida de sus personajes: “I have chosen […] to build an interpretation through the telling of these intertwined stories without putting debates, theories, or methods in the foreground.” (9) Y, por suerte, Hoffnung-Garskof resulta ser buen narrador; por ello, por momentos pensamos que leemos una novela y no un erudito libro de historia.
Los personajes centrales del libro son principalmente obreros negros o mulatos, cubanos y puertorriqueños, que vivieron durante la segunda mitad del siglo XIX en la ciudad de Nueva York y que se afiliaron al movimiento político encabezado por José Martí. Como si fuera una obra de teatro, el libro abre con una lista de los personajes principales de su historia. “A cast of characters / Roughly in order of appearance” (ix) la llama el autor e incluye en ella a nueve. Estos son además de Martí, el periodista y político cubano Juan Gualberto Gómez, el tabaquero cubano Rafael Serra, el tipógrafo puertorriqueño Sotero Figueroa, la comadrona cubana, Gertrudis Herrera de Serra, los hermanos cubanos, tabaqueros también, Gerónimo y Juan Bonilla – este último nació ya en los Estados Unidos, en Key West, dato que es más importante que lo que a primera instancia podría parecer –, el boricua Pachín Marín, tipógrafo, y Manuela Aguayo de Figueroa, costurera puertorriqueña. Muchos de estos personajes cambian de profesión durante los años que enmarcan la trama del libro y la mayoría se destacan como periodistas, ensayistas y poetas. Hoffnung-Garskof señala la importancia que tenía el ejercicio de las letras entre estos antillanos; era un medio para establecerse como figura reconocida y respetada en la comunidad. Pero estos no son los únicos puertorriqueños y cubanos que pueblan las páginas del libro. Arturo Schomburg, Chuchú Serra, Josefa Blanco de Apodaca y Augusto Benech, entre muchos otros y otras, aparecen y reaparecen en las páginas de esta narración.
El libro también abre con varios mapas de la Ciudad de Nueva York de esos años. Si la lista de personajes nos sirve como presentación de los actores y actrices del drama, estos mapas representan su escenografía. Hoffnung-Garskof le saca gran provecho a estos que le sirven para ir reconstruyendo la ciudad en que actuaron estos obreros. El autor ha visitado estos lugares en busca de los edificios marcados en el mapa, pero muchos de estos ya no existen. Pero los mapas y los personajes reviven el escenario y los actores de la trama de esta historia que se lee como una obra de ficción.
Como ya he establecido, Martí tiene un papel central en esta narración y estos obreros y obreras cubanas y puertorriqueños insertan su labor intelectual y política en la empresa del prócer. Pero el punto principal del libro es la inversión del paradigma tradicionalmente aceptado: ver a Martí como el centro de donde irradian las ideas que transforman a los obreros que con él colaboraron. Hoffnung-Garskof, al contrario, ve cómo las ideas y las luchas de estos obreros, especialmente la que estos mantienen en el contexto racial, impactan y afectan a Martí. Hoffnung-Garskof presenta efectivamente un intercambio intelectual y político entre Martí y estos trabajadores.
Tomo un caso específico destacado por el autor para ilustrar este punto. Martí se enfrentó a la división por clase y por raza en la comunidad cubana que él quería unir para crear la base de su partido y para desarrollar con ella, con todos sus miembros, la guerra de independencia de su país. Si leemos su conocidísimo ensayo “Mi raza” (1893), ensayo que hay que leer como un plan de acción o como una pieza de propaganda política, no como un reflejo fiel de la realidad social cubana del momento, nos damos cuenta que Martí al escribir ese texto aceptaba y asimilaba las ideas de la lucha por la igualdad racial de esos negros y mulatos caribeños que eran la fiel base de su movimiento. Muy convincentemente Hoffnung-Garskof nos presenta cómo Martí se transforma por el contacto con esos obreros y obreras que luchaban por sus derechos, derechos que la comunidad cubana y la estadounidense les negaban. Tendemos a ver a Martí monolíticamente; Hoffnung-Garskof, por el contrario, destaca los cambios en su ideología y así nos ofrece una visión muy acertada y provechosa.
Otro de los puntos importantes del libro de Hoffnung-Garskof es presentar la fecunda relación de esos puertorriqueños y cubanos con sus vecinos afroamericanos. El texto está repleto de pruebas que establecen claramente esta tesis. Son particularmente de interés las que el autor halla en el mundo de la música. Es un dato ya establecido que estas dos comunidades compartieron elementos en ese campo estético. Lo que me pareció innovador en este caso es como Hoffnung-Garskof integra este dato en su narrativa histórica. Este es uno de los rasgos más destacado del libro: la capacidad del autor para incorporar a su relato del desarrollo de estos grupos pruebas tomadas de distintos campos culturales. Pero, a pesar de las importantes contribuciones, hay todavía mucho más que explorar para tener un cuadro más completo de esas dos comunidades que muchas veces se ven como sin contacto, como mundos que no se relacionan.
Pero la imagen que Hoffnung-Garskof nos ofrece de estas sirve para entender mejor a personajes como Arturo A. Schomburg (1874-1938). Tradicionalmente hemos visto a este como un puertorriqueño negro que después de 1898, al final de la guerra en Cuba, deja de definirse como un puertorriqueño comprometido con las luchas caribeñas – recordemos que fue el secretario del Club Dos Antillas afiliado al Partido Revolucionario Cubano – y se convierte en un negro estadounidense, específicamente en el bibliógrafo del movimiento llamado el Harlem Renaissance. Tradicionalmente vemos a Arturo Alfonso Schomburg convertirse en Arthur A. Schomburg.
El cuadro que nos ofrece Hoffnung-Garskof hace que veamos las decisiones de Schomburg como más fluidas, más lógicas, más orgánicas. Muchas veces se le vio como un traidor a la comunidad puertorriqueña. Ya Bernardo Vega en sus Memorias (1977) nos daba un retrato positivo de Schomburg. Pero Vega, como buen socialista, veía su transformación en términos políticos. Hoffnung-Garskof, en cambio, sin negar ese elemento, la hace aún más plausible al colocarla en el contexto del diálogo entre dos comunidades, los caribeños negros y los afroamericanos, que desde muy temprano, desde antes de 1898, habían establecido un fructífero intercambio ideológico y hasta físico ya que muchos de estos obreros se casaron con estadounidenses negras. Ese diálogo se da desde la llegada de estos antillanos a los Estados Unidos, no sólo en Nueva York. En la Florida, donde también vivieron muchos caribeños, especialmente cubanos, se estableció también ese fecundo contacto.
Pero estos caribeños de ascendencia africana se enfrentaban a esa dicotomía – caribeño (cubano o puertorriqueño) versus negro – y tenían que decidir si eran uno u otro. Por desgracia Schomburg, quien no fue un buen escritor, no nos dejó un texto donde explicara este dilema a nivel personal, donde nos hiciera ver cuáles fueron las circunstancias y las influencias que moldearon sus decisiones. Vega nos hace ver que en el fondo Schomburg nunca dejó de ser puertorriqueño, aún cuando enfocó su actividad hacia la negritud, aún cuando se convirtió en Arthur A. Schomburg.
Hemos tenido que esperar mucho para tener un testimonio que ilustre este proceso. Me refiero a las memorias del cubano Evelio Grillo (1919-2008)[3]. Grillo, hijo de tabaqueros cubanos negros, nació en Tampa y su temprana formación intelectual estuvo marcada por los lectores de tabaquería. Grillo nació justo cuando empezaba a decaer y casi desaparece esa magnífica manifestación de la cultura obrera caribeña. Este, como muchos otros cubanos y puertorriqueños negros del momento, se vio en la necesidad de escoger entre ser cubano o ser afroamericano. Y escogió por profundas razones sociales, la segunda identidad, la que obtuvo por medio de la excelente educación que recibió en escuelas dirigidas por estadounidenses negros. Para Grillo, como para Schomburg, no había una opción que combinara las dos identidades; no existía la identidad que hoy llamamos afrolatina[4].
¡Ah! Casi concluyo estas páginas y me olvido de mi atesorada taza para la que busco un buen hogar permanente. Ahora cuando miro mi taza con las dos banderas, tras leer el libro de Hoffnung-Garskof, me doy cuenta que en la lucha por los cambios políticos en Cuba y Puerto Rico ya los intereses estadounidenses se perfilaban desde el principio como actores centrales en la misma. Como la señora bostoniana que pintó las banderas estadounidense y la cubana en mi tacita, los grandes intereses económicos y políticos estadounidenses querían intervenir para transformar la lucha de los cubanos. Muy probablemente la decoradora de mi taza actuaba de manera altruista y sólo buscaba medios ingeniosos y efectivos para recaudar fondos para los mambises cubanos. No así el ejército invasor y las compañías que más tarde moldearían la política y la economía cubanas. Hoffnung-Garskof nos aclara que ya, dentro del grupo de los seguidores de Martí, se hallaban algunos que colaborarían con los estadounidenses y traicionarían los ideales martianos. Es que Martí nunca consiguió unir a los cubanos divididos por clase y por raza. Por ejemplo, el primer presidente de Cuba, Tomás Estrada Palma (1835-1908), mantuvo una visión política nada martiana y, por ello, afectó grandemente a los negros y mulatos, tanto cubanos como boricuas, que se mantuvieron fieles a los ideales del prócer.
Esa es entre muchas otras una de las importantes contribuciones de este libro, libro que matiza la imagen de Martí y su momento, imagen que tradicionalmente tiende a ser monolítica y que ignora muchos importantes aspectos contradictorios de esta historia. Racial migration… es un excelente libro que muchos otros antillanos deben leer. Y por ello mismo sugiero que el texto de Hoffnung-Garskof se traduzca pronto para que llegue así a más lectores en nuestras islas.
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[1] Jules David Prown y Kenneth Haltman (compiladores), American artifacts: Essays in material culture, East Lansing, Michigan State University Press, 2000, p. 11.
[2] Jesse Hoffnung-Garskof, A tale of two cities: Santo Domingo and New York after 1950, Princeton, Princeton University Press, 2010.
[3] Evelio Grillo, Black Cuban, Black American: A memoir, Houston, Texas, Arte Público Press, 2000. Para una lectura más detallada de este libro véase mi ensayo “Evelio Grillo o cómo dejar de ser afrocubano para seguir siéndolo”, Casa de las Américas (La Habana), Año LV, número 278, enero- marzo, 2015, pp. 27-41.
[4] Véase, por ejemplo, la antología de Miriam Jiménez-Román y Juan Flores (compiladores), Afro-latino reader: History and culture in the United States, Durham, Duke University Press, 2010.