DEAN ZAYAS, un poeta de la escena
En mis imaginarios se recrea un ángel que descendió de los cielos a una Arcadia o bello campo, en la cual la naturaleza lo envolvió de tanta magia, que, por voluntad, decidió quedarse en ella. Esa Arcadia, hoy Gran Urbe, Caguas, Ciudad Criolla recibió el alumbramiento de Dean Manuel Zayas León y Pereira, la égloga y la espectacularización de su Gran Teatro del mundo.
Siguiendo con mis imaginarios para activar una crónica real, visualizo que ese ángel niño vio, o valga por la redundancia, imaginó una compañía de cómicos de la legua y fue formando lo que lo inspiró a realizar su viaje para llegar al “lugar donde se ven los dioses”, el teatro. De ahí, pasa a Nueva York, la Gran Manzana, Nueva Jersey y más tarde en los años sesenta, a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y su Departamento de Drama, hoy en día y eternamente, su morada o Castillo interior.
En el Departamento de Drama, Dean aprendió muy pronto la disciplina del teatro. Apareció como actor en obras que van desde los grandes clásicos del teatro griego, como Edipo Rey de Sófocles hasta la vanguardia sesentista del teatro latinoamericano, europeo y norteamericano. Luego, comenzó allí mismo, como estudiante, el gusto por las letras, la poesía y se lanzó a escenificar aquellos versos que desde su intrínseca subjetividad lo harían, hoy por hoy, un poeta de la escena, uno de los más grandes directores del Teatro Nacional Puertorriqueño desde los años sesenta, en los finales del s. XX y los principios del s. XXI.
Más tarde, retorna a la Ciudad de Nueva York a continuar estudios graduados del teatro y a su Vuelta al hogar se integra a continuar con la labor, como muchos de los poetas de la historia, al magisterio, la cátedra y compartir con otros grandes maestros y artistas del teatro como: Nilda González –quien lo reclutó–, Gilda Navarra, Maricusa Ornés, Gloria Sáez, Myrna Casas y años más tarde, la Gran Sacerdotisa y Chamana, Victoria Espinosa. Del mismo modo, a través de los años se convirtieron en sus colegas estudiantes destacados como: Idalia Pérez Garay, Rosa Luisa Marques, José Félix Gómez, José Luis Ramos-Escobar, María Eugenia (Cuca) Mercado, Julia Thompson, Carola García, Teófilo Torres, Jackdeline Duprey, Rosabel Otón, Marisol Ojeda por mencionar algunos de ellos.
En sus clases enseñó y dirigió a hoy en día grandes actores, profesores, técnicos y artistas generales del teatro que por décadas hemos continuado atrapados por su magia y que decidimos entronar la disciplina hasta nuestro desenlace en la vida como mortales, pero inmortales en la eternidad como los dioses del Olimpo. Dean, ha dirigido miles de obras que fluctúan desde los clásicos de todas las épocas hasta la contemporaneidad posmoderna, a la cual también aporta con responsabilidad ética y educativa.
El Maestro funda en 1963 el Teatro del Sesenta que muy a pesar de no entenderse su plantación y andamiaje comparte su edificación con varios actores y teatristas emergentes de la época y con los poetas de la vanguardia sesentista, representados por el grupo Guajana para continuar la égloga que se proyectaba desde su alumbramiento. Ahí conoceremos sus primeras puestas en escena de la vanguardia teatral del absurdo a la manera revolucionaria. Es decir, una propuesta de desmitificación y transgresión de los convencionalismos que se autorizan con el raciocinio como máxima categoría de elevación y transcendentalismo.
De esta manera, a partir de esto, entedemos su poesía de la escena y el teatro del absurdo de Ionesco y Genet, para más tarde entrar en la problemática ontológica del ser y la existencia con obras de Sartre y Camus. De esta parte, habría que detenerse un poco en su intromisión del arte. Es decir, el desarrollo y poética que crea a partir de la escuela de Elia Kazan y de sus proyectos teatrales, transfiugurados a la puertorriqueña con la obra de Tenessee Williams en la historia del Teatro Nacional.
En su aportación de una poética escénica con el teatro de Tennessee Williams, podemos destacar a Un tranvía llamado deseo. El realismo poético de Williams entra en los espectadores con una energía transformadora que surge de la mano de este gran director. Es un acto inexplicable que hace vibrar cuerpo, mente y espíritu.
Muy niño, en los años setenta, veía un programa de televisión en el Canal 6 Entre actos. Allí, se entrevistaban actores y directores, teatreros en general y cada uno de ellos representaba o mostraba algún ejemplo de sus logros en la escena. Recuerdo a Ernesto Concepción y su insigne monólogo Rompecabezas de Clara Cuevas, Elsa Román y 27 vagones de algodón de Tennessee Williams, Gloria Sáez y sus diseños de vestuario para Las mujeres sabias de Molière, y algunos otros que, de aquí, mi memoria pierdo. Ese programa nunca lo pasaba por alto y es ahí, donde comencé admirar y amar a Dean Zayas, mi Maestro.
Nunca sabría que en mis últimos años de escuela superior ganaría una beca de La Parroquia Santa María de Los Ángeles en la urbanización La Riviera en Río Piedras, donde hice mis pininos en el teatro bajo la dirección del tenor, Alex Vásquez, para estudiar y conocer personalmente a Dean Zayas. Era la Academia de Teatro de Medina y las clases se daban en el Colegio La Inmaculada en Santurce. El profesor me enseñó la primera clase de actuación de mi vida. En una retrospección, me acuerdo que en un ejercicio de la clase me dio el papel de Don Chago de La carreta de René Marqués; junto a mí estaban algunos compañeros, quienes también siguieron y siguen hoy día el arte del teatro. Dos ellos fenecieron muy jóvenes, Neil Peña, niño en aquella época y Verónica Santaliz, la sobrina de Pedrito, y hoy, aún vigente, hecha una gran actriz, Ángela Mari.
En el 1981, año de la huelga ingresé en el Departamento de Drama que dirigía Dean Zayas. En esos años había una generación muy talentosa, disciplinada y activa de teatreros. Tomé muchos cursos con El Maestro desde actuación, historia del teatro, dicción de segundo año y formé parte del Teatro Rodante. Dean seguía formando con sus versos la puesta en escena. Crecía y crecía como poeta de la escena. Vi muchas obras que escenificaba y la más grandiosa de aquella época Canción de Navidad de Dickens. Era un sueño, una exquisitez, una valiosa estética, ¡qué belleza!; movimientos, actores, canciones, escenografía giratoria, vestuario, luces, todo lo que la magia del teatro apodera para realizarse y transformar mentes y seres humanos con todos los sentidos, pero uno en particular, la sensibilidad. Dean Zayas es un poeta de la escena que causa en sus espectadores estesia.
He aprendido de él tanto desde el arte de la actuación, la dramaturgia, la investigación, la puesta en escena, la dirección y toda labor que hace con devoción y entrega un verdadero teatrero. Así también me enseñó y compartió sus vivencias de grandes heroínas del magisterio del teatro, la danza, la poesía y la vida, quienes después se convirtieron en las mías: Gloria Arjona, Piri Fernández de Lewis, Angelina Morfi, Aurora de Albornoz, Marielisa González y Luz Minerva Rodríguez.
En el teatro español del Siglo de Oro visualizamos el acto de un taumaturgo. Un taumaturgo que entra al buen decir y a la estética de lo sublime con Los melindres de Belisa de Lope de Vega y que desembocará más tarde en el caudal de distorsión que hace de retablos con el Esperpento de Valle-Inclán.
Eso no se queda ahí, hay que degustar sus montajes de Shakespeare, ricos de lirismo y de una racionalidad ideológica contingente. Ver Sueño de una noche de verano en La Glorieta de la UPR era un delirio, una pesadilla, un acto mágico. También lo son los montajes de obras costumbristas del teatro decimonónico puertorriqueño, en la que formé parte del elenco original en una de sus puestas (1986) en el Anfiteatro, Julia de Burgos de la UPR. Era una poética escénica impresionante. En ello habitaba una gran inteligencia ideológica e histórica que muy pocos han realizado con tanta verosimilitud.
También en aquellos años ochenta dirigió las grandes telenovelas. En algunas de ellas hice mis bolitos. Uno seguía aprendiendo con El Maestro: su sabiduría, su maestría teatral, su guía, sus recomendaciones… Estas jamás serán reemplazadas ni superadas por la de mi Gran Mentor. Precisamente fue él, quien me dio cartas de recomendación para hacer mis estudios graduados en teatro y literatura. A él le debo mi carrera de 32 años de profesor de literatura latinoamericana en los Estados Unidos. Hoy por hoy y eternamente se le debe la existencia de un teatro nacional a Dean Zayas, poeta de la escena, maestro, mentor, padre y sobre todo, mi gran amigo. Eres y serás un ángel inspirador para mi vida y para la vida de todos los miembros de la Gran Familia del Teatro Puertorriqueña.